Hay un refrán que dice que del odio al amor hay un paso, y me consta que mucha gente vive dando pasitos o saltotes en esas dos direcciones, privándose de conocer otras rutas hacia donde dirigir sus pasos. Claro que no es necesario partir del odio para llegar al amor, de hecho ése debe ser uno de los caminos más duros para llegar, y muchas veces ni siquiera es odio auténtico, sino una emoción más fuerte que se siente en el interior de la persona que dice odiar, en su propio corazón, pero se disfraza de odio, coraje o rencor hacia otra gente para desviar el sentimiento real, pues como éste se encuentra en uno mismo, puede lastimarnos.
Y ahí vamos deshaciendo relaciones porque no encontramos la persona perfecta para nosotros, o aguantando relaciones porque a pesar de todo es mejor seguir juntos. Esa emoción que nace en el propio corazón se llama miedo al amor, se alimenta de una baja autoestima y una alta comparación con modelos externos, y dificulta a tal grado hacer contacto con nuestras propias emociones, que llegamos a sentir dolor cuando una emoción o un sentimiento real sale a la superficie y se expone ante "esa persona" importante en nuestra vida. Y sucede que para no enfrentar la responsabilidad por nuestra propia emoción dolorosa, le achacamos la culpa de este dolor a la pareja.
Cuando se separa una pareja en la que había amor, quedan dos miedos desprotegidos tratando desesperadamente de acorazarse para simular una fortaleza protectora, como una coraza que detenga los sentimientos para que no se vuelvan a exponer. Se pierde la oportunidad de volver a encontrar la propia y verdadera imagen en el espejo del rostro amado, pareja buscadora. Si la pareja sigue unida y tiene amor, pero solamente como pegamento para compartir responsabilidades, la coraza de sentimientos se volverá tan pesada que cubrirá por completo al espejo de uno mismo que existe en las demás personas, aislándonos poco a poco del amor, incluso del que va dirigido a sí mismo.
Y es esta la prueba que enfrentan las parejas: no una prueba de amor, pues de éste puede haber mucho, sino una prueba de honestidad en la que uno se atreve a ir desnudando el corazón, el cerebro, los músculos, las ideas y todo lo que hay en el interior, de una manera que solamente permite la verdadera intimidad, esa que da la convivencia diaria y no la intimidad esporádica de los intercambios sexuales o las complicidades momentáneas. Si no es posible vivir esta intimidad, es momento de revisar cómo le estoy haciendo para que esta relación no sea íntima, para que el miedo construya barreras entre mi pareja y yo.
Todos somos uno, y el daño o el placer que provocamos a los demás, también lo provocamos a nosostros mismos.
¿Miedo? ¡Amor!
(Hay un libro titulado "Del miedo al amor", escrito por Eva Pierrakos y alguien más, donde trata este tema desde un punto de vista más enfocado en el contacto humano y la trascendencia espiritual. Lo escriben a manera de pláticas y a mí me gustó mucho al leerlo, gracias a que me lo recomendó mi amiguita Irene).
Hasta luego.
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