lunes, 21 de marzo de 2016

La familia y la cultura del terror

"La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.

- Los derechos humanos tendrían que empezar por casa –me comenta, en Chile, Andrés Domínguez."
(Eduardo Galeano - La cultura del terror 2)


Los niños están en una posición de desventaja ante el mundo de los adultos. De recién llegados son una bendición milagrosa, una nueva vida tierna y hermosa, los bebés despiertan los más bellos sentimientos en sus padres y también inspiran a otros seres cercanos para cuidarlos y apapacharlos. 

Pasado algún tiempo, y en completa contradicción, los padres conservan en su mente la creencia de que los hijos siempre serán una bendición, al mismo tiempo que esos benditos hijos corren el riesgo de convertirse en la vía de escape para las frustraciones, las limitaciones, los miedos y la falta de autoestima de los padres. También funcionan bastante bien como desahogo cuando los padres pelean entre sí, pues resulta muy conveniente desquitar el coraje con algún hijo o hija en esas no tan raras ocasiones en que mamá o papá deciden no enfrentar a la pareja.



A mayor inseguridad de los padres para relacionarse con más gente, mayor será el riesgo de que utilicen a los hijos para dejar salir las ideas, palabras y emociones que no quisieron externar con otro adulto. 

Mamá y papá pueden ser refinadamente fríos e insensibles a la hora de demostrar quién manda en casa, porque es un gusto demostrar poder. A los niños, efectivamente, les gusta y les sirve saber que sus papás son poderosos y les dan seguridad. Pero no les ayuda en nada saber que sus padres son poderosos y están en su contra: Esa es una sensación que da terror.


A veces la mujer o el hombre, ya siendo adultos, también se ponen en una situación parecida frente a su pareja. Una persona víctima de abuso llega a creer que de verdad tiene que temerle a la persona con la que escogió vivir, porque dice ser muy poderosa y cada vez que puede lo demuestra con crueldad verbal y violencia física. 

Los niños están indefensos, no tienen a dónde ir y en verdad dependen de sus padres para sobrevivir. Con los adultos es diferente, pueden decidir salirse de una relación dañina y reinventar la vida para hacer una historia diferente al enfrentar su miedo, o pueden quedarse con la persona abusadora, quejándose y reproduciendo entre ambos el ambiente de terror con sus hijos, que heredarán en vida su frustración y su miedo a expresar su afecto y sus sentimientos en general.


"Michael Taussig ha estudiado la cultura del terror que la civilización capitalista aplicaba en la selva amazónica a principios del siglo veinte. La tortura no era un método para arrancar información, sino una ceremonia de confirmación del poder. En un largo y solemne ritual, a los indios rebeldes les cortaban la lengua y después los torturaban para obligarlos a hablar."
(Eduardo Galeano - La cultura del terror 1)

Es posible romper con la cultura del terror, aunque da miedo hacerlo porque el subconsciente es muy fuerte y sigue creyendo que eres una persona pequeña e indefensa. Si es preciso, hay que pedir ayuda para poderte reconciliar contigo y seguir adelante con pareja, sin pareja o a pesar de la pareja. Si tienes hijos ellos apreciarán esa mejora en sus vidas. Si no los tienes, tu niño o niña interior también te lo agradecerá y podrá armonizar con tu yo adulto.

Usa tu fuerza y tu experiencia como un poder para construir y no solamente para gritar "¡porque lo mando yo!".



"Cuando era chica, a veces me gustaba hacer llorar a mi hermanita y quedarme viendo cómo lloraba por un rato. Después la consolaba y se quedaba contenta conmigo. Ya de grande llegué a hacer lo mismo con mis hijos cuando eran pequeños: me gustaba que yo podía hacer que dejaran de llorar".
(Anónimo)

Hasta luego.

viernes, 18 de marzo de 2016

La pareja y la verdad

"Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad"
(Séneca)

Me robé una pregunta que formuló mi maestro Javier Castañeda, la dejo aquí para invitarte a reflexionar sobre ella y, si es posible, la respondas:

¿Y si fueras honesto/a con tu pareja?

¿Cuánto duraría tu relación?


Cualquier argumento, vergüenza, miedo, esperanza o idea que utilices para evadir la verdad, es solo la justificación para seguir mintiendo, por eso me animo a agregar esta otra interrogante:

En la relación con tu pareja, ¿dejarías de mentirte a ti?

Hasta luego.

jueves, 17 de marzo de 2016

¿Hay un número mayor que 100 mil?


Hace pocos días este blog alcanzó la fabulosa cifra de 100,000 visitantes, pequeño gran logro que me hizo sentir satisfecho por saber que los textos acumulados en este espacio han logrado despertar el interés de algunos lectores, ¡muchas gracias por detenerse a leer! 

Esta satisfacción me presenta el reto de seguir escribiendo y compartiendo reflexiones y conocimientos, algunas veces míos y en varias ocasiones de otras muchas personas que, por suerte, también comparten lo que son y permiten que cualquiera pueda amplificar sus mensajes tal como lo he hecho yo en esta humilde página. 

¿Hay un número mayor que 100 mil? Afortunadamente sí. Las matemáticas en su infinita exactitud permiten que siempre haya un número mayor y en este momento yo interpreto eso como la verdad inminente de que siempre podré seguir avanzando, a menos que en algún momento decida que ya no quiero contar más y prefiera quedarme en el 101 mil... o en el número que me encuentre en ese momento. Todas las decisiones son válidas y no descarto ninguna opción, pero justo en este momento me motiva la certeza de que hay más números después de 100 mil, y quiero seguir contando.


En este recorrido es importante mantener vivo el gusto y el interés por las relaciones humanas, llevarse bien con los demás y con uno mismo es el objetivo principal de este blog, por eso no se trata simplemente de agregar textos y contar visitas. Si me descubro haciendo esto por costumbre, mecánicamente y no por gusto y deseos de seguir aprendiendo y devolviendo por Internet lo que la vida me va enseñando, entonces tendré que reconocer que ya entré al círculo del 99 que menciona Jorge Bucay en su libro "Recuentos para Demian", ¿lo han leído? Me imagino que sí, pero como es una historia que me gusta mucho aquí la reproduzco para volverla a saborear:

El círculo del 99
(Jorge Bucay)
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertar al rey contando y tarareando alegres canciones de juglares. Una gran sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día, el rey lo mandó a llamar.
—Paje –le dijo— ¿cuál es el secreto?
—¿Qué secreto, Majestad?
—¿Cuál es el secreto de tu alegría?
—No hay ningún secreto, Alteza.
—No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
—No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
—¿Por qué estás siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿por qué?
—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?
—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar – dijo el rey—. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
—Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
—Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.


El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
—¿Por qué él es feliz?
—Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
—¿Fuera del círculo?
—Así es.
—¿Y eso es lo que lo hace feliz?
—No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
—A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
—Así es.
—Y él no está.
—Así es.
—¿Y cómo salió?
—¡Nunca entró!
-¿Qué círculo es ese?
—El círculo del 99.
—Verdaderamente, no te entiendo nada.
—La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
—¿Cómo?
—Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
—Eso, obliguémoslo a entrar.
—No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
—Entonces habrá que engañarlo.
—No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito, solito.
—¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
—Sí, se dará cuenta.
—Entonces no entrará.
—No lo podrá evitar.
—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
—Tal cual, Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?



—Sí.
—Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
—¿Qué más? ¿Llevo guardias por si acaso?
—Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
—Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía:


ESTE TESORO ES TUYO.
ES EL PREMIO
POR SER UN BUEN HOMBRE.
DISFRÚTALO Y NO CUENTES
A NADIE
CÓMO LO ENCONTRASTE


Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y entró en su casa… Desde afuera escucharon la tranca de la puerta, y se arrimaron a la ventana para ver la escena.




El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían.
¡Era una montaña de monedas de oro!
Él, que nunca había tocado una de estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas:
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: ¡9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
—Me robaron –gritó— ¡me robaron, malditos!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro “sólo 99”.
“99 monedas. Es mucho dinero”, pensó. “Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo” –pensaba—. “Cien es un número completo pero noventa y nueve, no”.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que asomaban sus dientes… El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta.
Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.
Después quizás no necesitara trabajar más.
Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar.
Con cien monedas un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.
“Doce años es mucho tiempo”, pensó.
Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello.
Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero.
¡Era demasiado tiempo!
Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comida todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...
Vender...
Vender...
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno?
¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio, volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del 99...
...Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche.
Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando y de pocas pulgas.
—¿Qué te pasa? –preguntó el rey de buen modo.
—Nada me pasa, nada me pasa.
—Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.
No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
—Y hoy cuando hablamos, me acordaba de ese cuento del rey y el sirviente.
Tú y yo y todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene.
Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta...
Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida...
Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe que nuestras 99 monedas son el cien por cien del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que esta es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos estúpidos, para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados.
Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual...
...¡eternamente igual!....Cuántas cosas cambiarían si pudiésemos disfrutar de nuestros tesoros tal como están.

Hasta luego.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Frases para discriminar a la mujer

"Seguido decía mi abuelita: "¡No llore! ¡Parece vieja!"
(Vox populi)


En nuestro hablar cotidiano se refleja la discriminación hacia las mujeres, muchas veces en bromas que todos festejamos (hasta las mismas mujeres) y otras veces con profunda seriedad o hasta con coraje. 

La discriminación es el acto consciente o inconsciente de despreciar a otra persona por sus características físicas, por sus creencias, por su color de piel, por su sexo, por sus preferencias o por cualquier otra cosa que no nos guste aunque no sepamos bien el por qué. 

Generalmente la razón por la que discriminamos es porque alguien es "diferente" de alguna manera... O queremos pensar que es diferente para no reconocer que nos parecemos más de lo que quisiéramos aceptar. Viendo el video que reproduzco enseguida se puede entender mejor esta idea, y aunque en este experimento participan solamente niños, los adultos reaccionamos igual que ellos, ¿o de quién aprendieron?:


Así pues, el lenguaje cotidiano ha servido como conservador para algunos prejuicios que aún hoy siguen vivos entre nosotros, y específicamente en el caso de las mujeres hay varias frases que deberían erradicarse de nuestras pláticas, pero en lugar de eso se han vuelto "normales" y de uso común.

Algunas de esas frases fueron ilustradas por el monero tapatío Trino hace 4 o 5 años en una serie de cartones que formó parte de la exposición temporal "Alas y raíces", con el título "No es lo mismo degenero la equidad a la equidad de género". Con sus monos, frases populares y escenas de la vida diaria, va evidenciando la desigualdad que pesa sobre las niñas y mujeres.

Esas frases discriminadoras, pero bien vistas por todos, nos han acompañado durante muchas generaciones y por lo mismo ya ni reflexionamos sobre su origen ni sobre el impacto que tienen: son "nuestras". La exposición de Trino constó de 11 caricaturas, de las cuales conseguí 9 escarbando en Google y las comparto aquí para que sigan cumpliendo su misión: 

"A través de los monos de Trino, es posible ver que la desigualdad está fundada en un absurdo que, a su vez, nos caricaturiza a hombres y mujeres por igual"
(amigoslarevista.com)









Todas las vidas son igual de valiosas. Por redundancia, todas las personas valemos lo mismo: mujeres, hombres, niños, niñas, adultos, ancianos, morenos, rubios, calvos, gordos, flacos, altos, bajitos... El poder de nuestro lenguaje es tan fuerte que puede influenciar a generaciones enteras, así que vale la pena identificar cuáles frases discriminadoras usamos o escuchamos en los ambientes donde nos desenvolvemos cotidianamente, y comenzar a utilizar frases más incluyentes.

Claro que la idea no es irnos hasta el otro extremo y brincar del machismo al feminismo para suponer que la mujer vale más que el hombre y por lo tanto tiene derecho a humillarlo, como se observa en este otro cartón ¡la idea es tratarnos con equidad!:


Hasta luego.

viernes, 4 de marzo de 2016

Padres ausentes, hijos que quieren estar presentes

"Lo que se graba en la ausencia:

Siempre ocupados
Siempre de prisa
Siempre de malas
Siempre al pendiente
de alguien o algo más
Siempre con algo
más importante que hacer
Sin detenerse a responder
las dudas e inquietudes
de ese pequeño ser
Hijo o hija ¡qué infantil!
Siempre ocupados
Siempre de prisa
Siempre de malas
Siempre al pendiente
de alguien o algo más
Siempre con algo
más importante que hacer."
(hemebe)


Si los padres sobreprotectores son aquellos que todo el tiempo quieren estar sobre sus hijos, el lado opuesto son los padres ausentes, ya sea física o emocionalmente... o de ambas formas. El papá o la mamá pueden no estar presentes para el hijo o la hija (aún viviendo en la misma casa), y esta situación provoca reacciones como rebeldía, conflictos con la autoridad, inseguridad personal y una fuerte necesidad de afirmarse y hacerse valer ante los demás.

Varias conductas violentas, destructivas y hasta autodestructivas en los jóvenes y adultos tienen su origen en un padre o madre ausente. Los niños que vivieron esta situación serán adultos que prefieren borrar varias escenas de su infancia y literalmente pueden olvidar episodios completos de su historia, al grado de ver como ajenas algunas vivencias de sus primeros años de vida.



Este mecanismo de defensa puede producir la tendencia a escapar de las experiencias desagradables en otros momentos de su vida, incluyendo la vida en pareja o la vida laboral, y precisamente por seguir evadiendo las situaciones dolorosas preferirá marcharse en vez de enfrentar los conflictos, repitiendo con sus hijos la misma historia que vivió en su infancia. El miedo al compromiso nace de la sensación de poder perderlo todo en cualquier momento... y como la mayoría de los miedos, los convertimos en realidad si enfocamos en ellos nuestra atención.


El miedo más grande que tenemos cuando somos niños es al abandono, al rechazo, a no contar con alguien que nos cuide y nos haga sentir queridos y valiosos: es el miedo a perder a quien más nos quiere. Cuando los padres no están porque fallecieron o se fueron de casa este temor se vuelve realidad. Y también se vuelve realidad cuando los padres tienen una adición y por esa razón no atienden a sus hijos, o cuando se dedican toda la atención entre ellos sin hacer caso de los hijos, ya sea para pelearse constantemente o para halagarse. 



Los padres con la permanente actitud de crítica destructiva y anuladora al estilo de "Madre Gothel" también están ausentes. Parece que están ahí apoyando, pero son incapaces de reconocer y valorar objetivamente los logros de sus hijos por estar demasiado sumidos en sus propios intereses, y en este mundito egoísta los hijos solamente caben si los pueden usar a su favor. En este contexto los hijos crecerán tratando de hacer cualquier cosa para ser reconocidos.

Las adicciones nacen como un sustituto ante la ausencia del padre o de la madre, produciendo sensaciones placenteras y la ilusión de ser más de lo que en realidad somos. Papá y mamá pueden ser muy egoístas y justificarse pensando en la gran cantidad de problemas que tienen que enfrentar, sin embargo esto no justifica olvidar el compromiso que se tiene hacia los hijos, e ignorar que al ausentarse los están lastimando de por vida. Es como decirles "mis problemas personales son más importantes que tú". 

"Gobierna tu casa y sabrás cuánto cuesta la leña y el arroz; cría a tus hijos, y sabrás cuánto debes a tus padres."

(Proverbio oriental)


¿Durante tu infancia viviste alguna situación donde sentiste que no podías contar con tu padre o tu madre? ¿Has olvidado momentos de tu niñez, como si tuvieras lagunas mentales? Y si tienes hijos, ¿Les regalas cosas o dinero para "matar" la culpa de no estar con ellos?, ¿Los conoces?, ¿Sabes qué les gusta y qué les desagrada? ¿Cuentan contigo?


Si creciste con padres ausentes, es posible reconciliarte con la vida y contigo. Si estás actuando como padre o madre ausente, también es posible cambiar y volverte un padre o madre con conductas más constructivas. Para ello necesitarás trabajar en tu propia persona con constancia y sin esperar que alguien "arregle" a tus hijos, pues ellos son un espejo de lo que tú eres y haces. El primer paso para recibir ayuda es aceptar que la necesitamos.

¿Y cómo se le habla a los hijos cuando uno de sus padres está ausente, por la razón que sea? En la página "guiainfantil" encontré un artículo breve y muy interesante, donde proponen algunas frases que pueden ayudar bastante a manejar esta situación manteniendo la buena autoestima de los hijos.

Aunque este mensaje lleva implícita una amenaza o un chantaje, tiene mucho de realista:

Hasta luego.