lunes, 29 de agosto de 2011

Bob Marley, canciones de redención


El 11 de mayo se cumplieron 30 años de que Bob Marley dejó este mundo, nos quedan sus huellas hechas canciones y su sencillez que también se refleja en sus letras. La canción de arriba, "One love", es un canto al sueño de lograr una humanidad unida. Él creía firmemente que con arte se podía tocar el corazón de todas las personas, y su intención era compartir la idea de ser más equitativos en el trato hacia los demás, ya que todos somos hermanos. Jugaba a ser ingenuo e ignorante, pero en sus letras y su música se delata su inteligencia.

Es un hombre interesante y lleno de anécdotas. En Jamaica, su tierra, organizó un concierto donde logró que 2 líderes políticos contrarios (el equivalente a López Obrador y Felipe Calderón en nuestro país) se dieran la mano y se comprometieran a unir sus esfuerzos en pro de su pueblo, olvidando intereses personales y también las injerencias extranjeras. Desafortunadamente ambos líderes usaron el concierto únicamente como apoyo a su imagen personal y nunca siguieron los compromisos pactados (eran políticos, y en eso no hay ninguna diferencia con nuestro país).

Aún así, hacen falta más músicos auténticos, decididos y sencillos como Marley, que se dediquen a crear belleza con sentido y a difundirla por todas partes. Murió a los 36 años víctima de un cáncer que no se quiso atender: le empezó en una uña del pie por una lesión que se hizo jugando fútbol y al cabo de 2 años se extendió a sus pulmones y cerebro.

Cuando Marley compuso y dio a conocer su música, Jamaica vivía una situación de pobreza y violencia extremas, alentadas por un sistema de gobierno corrupto que dejaba impunes muchos crímenes (cualquier parecido con nuestro país...), incluso Bob fue víctima de un atentado en su propia casa, a la que entraron unos encapuchados y le dispararon, hiriéndolo en el codo. Esto viene a colación porque me parece más relevante que su música de denuncia, amor y protesta fue creada en respuesta a un mundo hostil, y mantuvo ese mismo espíritu durante toda su vida.

Descanse en paz. Cuenta la leyenda que esta pieza, "Canciones de redención", fue la última que interpretó en vivo (aunque el video no es de ese concierto):

Orgullo y perfeccionismo

Una vez me dijo el maestro Sergio Vázquez que cuando se pelean el orgullo y la memoria siempre gana el orgullo, y es verdad. Para que la memoria traiga al presente todo lo vivido y podamos apreciar en su justa medida a nuestra propia persona y a la de los seres que amamos, necesitamos retirar el orgullo.

Pero los humanos somos especialistas en exhibir el orgullo, tomar las cosas a tono personal cuando nos sentimos ofendidos y eliminar las cualidades de los demás para enfocarnos únicamente en los defectos. Cada quien ve lo que quiere, no lo que existe. Cada quien escucha lo que quiere escuchar, por eso es importante insistir en volver a escuchar.

Se necesita valor para reconocer ante la pareja, el hijo, la hija, los padres, los amigos o ante cualquier persona importante que en realidad sí los quiero, pero me siento lastimado en mi orgullo y por eso me porto terco y ofensivo.

Alguna vez me dijeron también que los reclamos no son tan importantes, solo son cuestión de orgullo, y a mí me parece que el orgullo es un factor clave para sobrevivir, incluso puede llegar a ser lo único de lo que pueda sostenerme, pero si lo uso para atacar ya no podrá darme soporte. El orgullo en sí no es perjudicial, su exaltación exagerada es lo que termina convirtiendo al orgulloso en una persona más centrada en sus intereses personales que en los de grupo, pareja o familia, según sea el caso.

Hay muchas descripciones para esta conducta, pero en esta ocasión solamente mencionaré uno de los estilos en que se puede presentar el orgullo como arma para defender la postura personal a costa de lo que sea, aún si se trata de la familia o los hijos: El perfeccionismo, o sea la firme convicción de estar en lo correcto, de saber cómo se debe hacer cualquier cosa y de tener derecho a dirigir y criticar otras vidas, me lo pidan o no.

Esto tiene muchas cosas positivas, pues siempre es útil contar con una persona que sabe qué rumbo tomar, o cuál es la mejor decisión, o hasta qué decir en cada situación; sin embargo también tiene sus inconvenientes (nada es bueno en exceso): en una relación donde predomina el perfeccionismo se fomenta la codependencia (los subordinados deben esperar siempre el reconocimiento positivo por lo que hacen), cuando las cosas no funcionan bien, el perfeccionista tenderá a buscar a un culpable aunque tenga que inventarlo (no puede responder por un error si es perfeccionista) y aunque las cosas estén funcionando bien tratará de exhibir y avergonzar a otros para mantenerlos sumisos y manifestar su autoridad.

Y esta es una de las muchas caras con que se presenta el orgullo. Me siento algo triste, hoy se pelearon el orgullo y la memoria frente a mí y no logré sacar a flote los recuerdos de una historia completa, todo se redujo a los disgustos y caprichos actuales, a dos orgullos que se detienen frente a frente y obviamente, no se hablan.

Hasta luego.

sábado, 27 de agosto de 2011

Crecimiento

El crecimiento es un proceso, no un suceso. Casi siempre queremos cambiar rápidamente algunas actitudes, creencias y patrones que nos costaron años de esfuerzo y convicción para adquirirlas, ¡no vamos a poder deshacernos de ellas tan rápido! Sería tanto como traicionarnos o quedarnos sin voluntad. Mi premisa es que una persona crece en la medida que va afrontando sus limitaciones, dificultades, sueños o problemas. Desde este punto de vista, puede ser que una persona nunca deje de crecer en toda su vida.

Es una cuestión de autoeducación o de autoformación: Uno empieza por darse cuenta de que "algo" ya no funciona entre el arsenal de opciones que tenemos para relacionarnos con los demás, puesto que notamos cierto rechazo en los demás o simplemente no nos sentimos honestos, aunque el darse cuenta de que los viejos moldes ya no sirven aún no soluciona nada, sí es un buen punto de partida.

Hay una creencia generalizada: si entendemos nuestros problemas podremos solucionarlos automáticamente, ¡cosa más falsa! Éste es un "pensamiento mágico" que nada más nos ayuda a detenernos en pensar, pensar y repensar nuestro problema para entenderlo bien. Puede ser que sí lo comprendamos y que lo conozcamos tan bien que hasta nos hagamos amigos de él, pero hay que entrarle a vivirlo. Entender el problema (o al menos nuestra propia percepción del problema) es un segundo paso para vencerlo.

El siguiente paso es abordar el problema sin más preámbulos ni rollos. A veces uno cree que está enfrentando sus miedos o sus problemas pero en realidad solamente se está entreteniendo con ellos, uno puede llegar a encariñarse tanto con sus dificultades que le cuesta trabajo despedirse de ellas. Por eso es recomendable tener cerca a una persona de confianza (amigo, pariente, tutor o pareja, es lo de menos, hasta un terapeuta puede ser útil) que nos ayude a mantener los pies en el piso y actuar de una manera realista. Esta persona (o personas) que acompaña nuestro crecimiento debe ser, además de confiable, centrada y sincera.

¿Cuánto tiempo tarda en lograrse el cambio con estos 3 pasos? Y pueden ser más pasos, es justo advertirlo, todo depende de la naturaleza del problema y de la personalidad de cada quien.

Quien toma en serio este compromiso nunca dejará de crecer, es decir: Nunca dejará de aprender de la vida. Y habrá quien pueda preguntarse si vale la pena dedicarle tanto tiempo a crecer, cuando es más fácil simplemente envejecer, pero eso queda a elección de cada uno de nosotros, de cualquier manera estamos viviendo, el tiempo está pasando y con él nos estamos yendo. ¿Y la parte irónica?: tampoco envejecer es un suceso, se trata de otro proceso que requiere su tiempo.

Solamente tenemos una vida, decidamos cada día qué hacer con ella.

Hasta luego.

Atención, intención

"Donde pones tu atención, también estás poniendo tu intención". Muchas veces no nos damos cuenta de esto, y seguimos haciendo las mismas cosas que acostumbramos realizar, y vamos diciendo las mismas frases que hemos escuchado, pero interiormente nos enfocamos a otro ideal o a otro propósito que es en realidad el que nos interesa. Si tengo ganas de ir al baño, detengo lo que esté haciendo y voy; si me da hambre, comienzo a tener mal humor hasta que consigo algo qué comer; si tengo sueño, ya no hago caso de nadie por interesante que pueda ser... y esto es lo sano: hacer caso de mi intención para atenderla en su momento.

Eso me ocurrió en estos días, me enfrasqué en otras actividades y aunque se me ocurrieron algunas ideas para escribir y compartir en este espacio, las pensaba más bien como un "tengo que hacerlo" y no como un "quiero hacerlo" y no me podía concentrar. Así que he estado haciendo unos dibujos infantiles, revisando notas y ejercicios de autoestima y comunicación asertiva y algunas otras cosas hasta hoy, que en medio de esas actividades me di cuenta que mi atención estaba nuevamente en escribir algo para compartir aquí. Donde pongo mi atención también pongo mi intención, cuidando de no cruzar el límite de la irresponsabilidad, claro.

Hasta luego.

jueves, 11 de agosto de 2011

Efraín Bartolomé

Hoy reproduzco un escrito-denuncia que subió a su página de facebook el poeta Efraín Bartolomé, después de que su casa fue allanada con violencia y sin miramientos porque la policía estaba buscando a un peligroso criminal, o al menos parece que esa fue la razón.

El punto es que hay un discurso oficial que dice que "van ganando" y al mismo tiempo hay acciones como estas, que no se pueden justificar por muy noble que sea la causa. El señor y su esposa pudieron perder la vida y convertirse en un "daño colateral". Esto puede ocurrirnos en la casa de cualquiera de nosotros, y cuando pienso en eso recuerdo a la gente que quiero y que vive aquí, conmigo. Este tipo de experiencias, que anteriormente impactaban cuando las escuchábamos en las noticias, se van volviendo "normales", parte del ritmo de vida y hasta de la programación en la radio y la televisión, pero todo eso cambia cuando ocurre con alguien cercano, conocido, o con uno mismo: Estos hechos siguen siendo igual de desgarradores y dejan el mismo sabor a impotencia y frustración que siempre han dejado los actos de prepotencia, que no tienen explicación y que se excusan tras esas frases deshumanizadas: "Vamos ganando".

No soy ninguna autoridad para juzgar, pero creo que si la gente tuviera acceso a más trabajos y mejor pagados, a una educación digna y económica y se atacara el problema del narcotráfico desde los consumidores y la gente de altas esferas que está asociada con delincuentes, se lograría mucho más.

En fin, es de admirarse que el poeta haya tenido la calma para ordenar sus ideas y plasmarlas tan claras después de lo que le ocurrió. Aquí viene su nota, aclarando que no la copié de su página de facebook sino de http://sacatraposmenos.blogspot.com/. ¿Por qué publico esto, tiene algo que ver con "persona, espíritu y salud? Sí: La violencia y la impunidad están cambiándonos nuestra forma de pensar, de ver el mundo y de percibir a nuestras autoridades y a nuestros prójimos:

¿DE VERDAD ESTAMOS TAN SOLOS?

Tomado de féisbuc

Escrito minutos después del asalto

Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.

Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, D. F.


Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa.

Prendí la luz.

Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.

Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo: hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?) acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur.

Mi mujer me gritó que me metiera.

Así lo hice apresuradamente y alcancé a poner la tranca de nuevo.

Oí cristales rompiéndose y pasos violentos hacia nuestra recámara: rápidos y fuertes.

“¡Abran la puerta!” era el grito que se repetía antes de que empezaran a golpear con violencia mayor nuestra puerta con tranca.

Nos encerramos en el baño y busqué a tientas un silbato que cuelga de un muro sin repellar: comencé a soplarlo con desesperación, unas diez veces, quizá.

Mi mujer está llamando a la policía.

Les dice que están entrando a la casa, que vengan pronto por favor, que nos auxilien.

Yo sigo soplando el silbato con desesperación.

En la oscuridad, mi mujer se ubicó tras de mí mientras oíamos que la tranca de la puerta se quebraba y los hombres entraban.

¿Tres, cuatro, cinco?

Quise cerrar la puerta del baño pero ya no alcancé a hacerlo.

Empujé unas cajas hacia dicha puerta y en algo estorbó los empujones.

“¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta, hijos de la chingada…!” gritaban mientras empujaban y metían sus rifles negros hacia el interior.

Quise detener la puerta con mis manos pero no tenía sentido: vencieron mi mínima resistencia y entraron.

Policías vestidos de negro, con pasamontañas y lo que supongo que serían “rifles de alto poder”.

“¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo, hijos de la chingada! ¡Al suelo y no se muevan!”

Uno de los hombres me da un manazo en la cabeza y me tira los lentes.

Alcanzo a pescarlos antes de que toquen el suelo.

Me quita el silbato.

−¡No golpee a mi esposo! –grita mi mujer.

−¡El teléfono! ¡Déme el teléfono! –le responde y pregunta si no tenemos otro teléfono o un celular.

Ella y yo nos arrodillamos primero y después nos medio sentamos en el suelo de cemento de este baño sin terminar.

Policías jorobados y nocturnos, como en el romance de García Lorca.

Quién lo diría: aquí, en nuestra amada casa donde cultivamos y enseñamos la armonía.

Aquí…

Justo aquí estos hombres de negro, con pasamontañas, con guantes, con rifles de asalto, con chalecos o chamaras que tienen inscritas las siglas blancas PFP, nos apuntan con sus armas a la cabeza.

Uno de ellos, siempre amenazante, nos interroga.

Dos más permanecen en la puerta.

− ¡Las armas! ¡Dónde están las armas!

− Aquí no hay armas, señor, somos gente de trabajo.

− ¡A qué se dedica!”

−Soy psicoterapeuta y escribo libros.

−¿Desde cuándo vive aquí?

− Desde hace treinta años…

−Cómo se llama.

−Efraín Bartolomé.

−Cuántos años tiene.

−60.

−A qué se dedica.

−Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.

−Usted cómo se llama… –se dirige a mi mujer.

−Guadalupe Belmontes de Bartolomé.

−A qué se dedica.

−Soy arqueóloga y ama de casa.

−Cuántos años tiene.

−54.

−Tranquilos. Respiren profundo… Voy a verificar los datos.

El hombre sale.

Oigo ruidos en toda la casa.

Están vaciando cajones, abriendo puertas, pisando fuerte sobre la duela de madera.

Oigo ruidos afuera, en el cuarto de huéspedes, en la torre, en el estudio de abajo.

Nos cambiamos de posición.

Mi mujer pone algo sobre el frío piso de cemento.

Cinco o siete minutos después regresa el hombre y repite su interrogatorio.

Si recibimos gente en la casa, con qué frecuencia, cada cuánto salimos de viaje, quién cuida entonces.

Respondemos a todo brevemente.

Dice nuevamente que va a verificar los datos y que volverá a decirnos porqué están aquí.

El tiempo pasa.

Oímos que abren nuestro carro en el garage.

Voces ininteligibles en el patio del norte.

Más tiempo.

Varios minutos después se oyen motores que se prenden y carros que arrancan.

Mi mujer y yo seguimos en la oscuridad.

Comenzamos a movernos.

Sólo silencio.

Nos incorporamos con cierto temor.

Salimos del baño hacia la recámara iluminada.

Desorden.

Cajones abiertos.

Cosas volcadas en el buró.

La chapa de la puerta en el suelo.

Restos de la tranca destrozada.

La puerta de tambor machacada y rota, pandeada en su parte media.

Salimos al pasillo: un cuadro en el suelo y abiertas las puertas de lo que fueron las recámaras de mis hijos.

Desorden en el interior: maletas y cajas abiertas, cajones vaciados.

Vamos hacia el comedor: uno de los vidrios roto en su ángulo inferior izquierdo, muchos cristales en el piso.

La puerta de la sala está rota de la misma forma en que rompieron la de nuestra recámara: la chapa en el suelo y fragmentos de duela en el piso.

Está abierta la puerta de la torre y prendidas las luces del cuarto de huéspedes.

Salimos por la puerta de la sala y nos asomamos con cierto temor.

Nada.

Mi mujer llama por segunda vez a la policía.

Es en vano: piden los datos una vez más.

Dicen que ya enviaron una unidad.

Llego a la barda y me asomo: no hay carros.

El portón del garage está intacto.

Bajamos las escaleras hasta la puerta de acceso: rota igual que las de adentro.

El estudio de abajo está con las luces prendidas.

De por sí desordenado, ahora lo está más.

Vamos hacia la torre y entramos al cuarto de huéspedes: cajones volcados, revistas en el suelo, cosas sobre la mesa, puertas del clóset colgando, zafadas de su riel inferior.

Subo al tercer piso: una esculturita de alambre volcada pero no se nota demasiado desorden.

Subo a los pisos superiores: no hay daño en la salita de arte.

En el último piso dejaron abierta la puerta a la terraza.

Volvemos al interior: queremos tomar fotos pero no está la cámara de mi mujer que estaba sobre el buró.

“¡Tampoco está la memoria de mi computadora!”, grita.

También se la llevaron

Quiero ver la hora y voy al buró por mi reloj: ha desaparecido mi querido Omega Speedmaster Professional que me acompañó por casi cuarenta años.

Tiene mi nombre grabado en la parte posterior: Efraín Bartolomé.

Oímos que un auto se estaciona y nos asomamos.

Mi mujer llama una vez más a la policía: lo mismo.

Ya tienen los datos pero nunca enviaron apoyo.

Indefensión.

Del auto blanco baja un joven y avanza hacia la esquina.

Se asoma y regresa.

Lo saludo y responde.

Le preguntamos qué pasa y responde que viene en atención a una llamada de su amiga que vive a la vuelta y a cuya casa también se metieron.

Mi mujer pregunta de qué familia se trata, cómo se apellida.

Magaña, responde el joven.

¡Es Paty!, dice mi mujer.

Salimos a la calle y voy hacia allá.

Encontramos a Patricia Magaña, bióloga, investigadora universitaria, acompañada de su papá, en la calle.

Entraron a ambas casas la de ella y la de sus padres, con la misma violencia que a la nuestra.

Patricia y su hija estaban solas.

Sus padres octogenarios también estaban solos.

Volvemos a nuestra casa vejada y con la puerta rota.

Atranco la destruida puerta de la calle.

Con todo, mantenemos una sorprendente calma.

“Pudieron habernos matado”, dice mi mujer.

Yo imagino por unos segundos nuestros cuerpos ensangrentados en el baño en desorden.

¿Sabe el presidente Calderón esto que pasa en las casas de la ciudad?

¿Lo sabe Marcelo Ebrard?

¿Lo sabe el procurador Mancera?

¿Ordenan Maricela Morales o Genaro García Luna estos operativos?

¿Sabrán quién fue el encargado de este acto en contra de inocentes?

Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes.

Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa, quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad, nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos…

Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo.

Subo al estudio a escribir esto.

Allá, abajo, la ciudad parece embellecida por la calma.

Arriba la impasible Luna de agosto, casi llena.

Son ya las 6:35 de la mañana.

La luz de oriente comienza a colorear y a inflamar el horizonte.

La policía nunca llegó.

¿De verdad estamos tan solos?

Efraín Bartolomé

Hasta luego.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Unicornios, visiones y mariposas

En 1982 Silvio Rodríguez sacó al mercado su disco "Unicornio", y obviamente en este disco viene la famosa canción homónima, que a todos -o casi todos- los que la escuchamos nos deja con un sabor a nostalgia y esperanza en los oídos y en el corazón. Y es que Silvio extraña a su unicornio azul, tal como muchos de nosotros extrañamos partes de nuestra historia y en ocasiones anhelamos volver a alguna etapa de nuestra vida, "cuando éramos felices" y en cuestiones un poco más enfermizas, hasta quisiéramos eternizar aquellos momentos y no vivir nada más, ni siquiera el presente.

El caso es que esta canción despertó en muchos de los escuchas algunas fibras muy sensibles y, según relata el propio Silvio, empezó a recibir cartas y mensajes desde los lugares más insospechados, y en todos recibía palabras de aliento y hasta promesas de que alguien ya había encontrado a su unicornio azul. Tantas muestras de solidaridad y complicidad lo hicieron escribir una carta dirigida a todo su público, carta que aparece en la cubierta del disco y que a mi, en lo personal, me emociona cada vez que la leo. Es muy sencilla y a la vez profunda, no la voy a reproducir totalmente aquí, pero sí voy a copiar una frase que me impactó desde la primera vez que la leí:

"Es extraño, pero alguna gente ve cosas donde no las hay, o lo que es peor: no pueden ver las cosas que ciertamente existen".

El unicornio al que se refiere Silvio en su canción es su creatividad. En quella época le costó mucho volver a componer una canción y en ese lapso creyó que se le había apagado la chispa creativa, la fantasía, el "unicornio".

Aquí está la canción, cantada por el autor en Chile, para cerrar un concierto que ofreció en 1990. La ruta de donde descargué el video es http://www.youtube.com/watch?v=a81AGfl0JOY y para verlo solo dénle clic enseguida:


El riesgo de las metáforas es que podemos creer que las frases que nos dicen son literales, ¿cuántas veces nos habrá ocurrido algo así en otras ocasiones? ¿Cuántos estaremos enganchados al pasado creyendo que solo allá estuvimos vivos, y negamos lo que vivimos en el aquí y el ahora? ¿Y cuántos no le hemos reclamado a la gente que nos ha abierto los ojos para pedirnos vivir en el presente?

Aún así, me encanta ver que mi niña tiene un unicornio azul de peluche. No es por la canción solamente: El símbolo trascendió más allá de su creador.

¿Qué es un unicornio?

¿Cuál es mi unicornio azul?

En el mismo texto que Silvio publicó en la cubierta de su disco, menciona a un joven guerrillero que, mientras peleaba entre las balas allá en las montañas, recordaba haber visto correr un pequeño caballo azul con un cuerno en la frente, entre los matorrales. A veces, agarrarnos de estos símbolos ayuda a sobrevivir.

Antes de despedirme, solamente por el gusto de compartir una canción que me parece muy artística y sensible desde mis días de la prepa, les dejo esta otra pieza de Silvio, en otro concierto:


Hasta luego.

jueves, 4 de agosto de 2011

Expresiones engañosas

Ayer hablaba de la pregunta "¿Para qué?" como una máscara que nos permite justificar el miedo a afrontar la vida, y hoy me gustaría seguir con esa idea, pues al contar la historia del Rey Mierdas y hablar de lo "políticamente incorrecto" que es evadir el riesgo de vivir a través de frases o preguntas del tipo "¿Para qué?", caí en el lado fácil de criticar una actitud sin ver qué más hay atrás de lo que se dice. Vamos a ver:

Decía que esa pregunta hecha con desgano y desánimo puede quitarle el sentido a lo que antes nos motivaba, y por ende, le quita el valor a lo que antes consideraba valioso, sea una persona, un proyecto, un lugar, un recuerdo, una meta o cualquier otra cosa. Esa puede ser una llamada de auxilio. Cuando la vida no tiene sentido estamos a un paso de la depresión, y si permito que la depresión se adueñe de mis sentidos y mis pensamientos, estaré al borde de la destrucción. Mía o de los demás.

Considerando esta gran verdad, y con el temor de que mi escrito de ayer pudiera ser malinterpretado y sirva para burlarse de aquellos que se atrevan a externar su necesidad de encontrarle un sentido a la vida, o de expresar sus miedos reales a cosas que para los demás pueden parecer cotidianas, hago un alto para aclarar mis ideas acerca de 3 cosas:

1. Quitarle sentido y valor a la vida, ya sea a través de la pregunta "¿Para qué?" o de cualquier otro método estilo Rey Mierdas, es una señal de que algo no está funcionando bien con nuestra autoestima y nuestras relaciones interpersonales.

2. Si se acumulan muchas expresiones de ese mismo estilo y nadie nos hace caso, empezaremos a perder nuestra capacidad creadora y nos pasaremos al extremo contrario, es decir, a la capacidad destructora. Un depresivo está muy propenso a pensar en el suicidio o en la muerte, de cualquier forma la vida no tiene sentido. Como he dicho en otras ocasiones: El que no es capaz de amar, solo es capaz de odiar; el que no puede crear, solamente podrá destruir.

3. Si entre nuestros conocidos, parientes, amigos o compañeros hay alguien que exprese continuamente este tipo de frases, es conveniente detenernos a escuchar a quien las expresa.

Guardando las debidas proporciones, esto es algo que está ocurriendo con muchas personas, sobre todo jóvenes y desempleados (sin generalizar), que ante la pérdida de sentido y valor, se animan a enrolarse como sicarios, o se pierden en alguna adicción o se atreven a cortar el hilo de su vida. Se convierten en Rey Mierdas y enseguida escogen una de las múltiples variantes del camino de la destrucción.

Como en muchas otras enfermedades o problemas, la detección oportuna puede ayudar a prevenir un daño mayor. Y la detección oportuna solamente se logra con una escucha activa, es decir, poniendo atención a través de conversaciones reales y no estando únicamente en calidad de bulto frente a otra persona. Es responsabilidad de todos evitar que Rey Mierdas se adueñe de nuestra vida, y también de la vida de la gente que nos rodea.

Hay un libro titulado "Psicoterapia para aprender a vivir", escrito por el Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero, un psiquiatra cubano que ha dedicado bastante tiempo y trabajo a la prevención del suicido y que aborda de manera muy amplia este tema, que él llama "Expresiones engañosas". Conozco el libro desde hace mucho tiempo y ya lo he circulado entre conocidos cercanos por correo electrónico, y de nuevo lo pongo aquí para quien quiera leerlo, no hace falta ser psicólogo ni psiquiatra, únicamente estar interesados en uno mismo y en la gente que nos rodea:


Hasta luego.

¿Para qué?

Muchas veces me he preguntado "¿Para qué?" cuando estoy a punto de empezar algo. También me lo he preguntado después de iniciar un proyecto, en un punto en el que ya está bastante avanzado, y de repente aparece de nuevo ese "¿Para qué?". Lo he escuchado también en boca de algunos pacientes, de amigos, parientes y conocidos, y también de desconocidos, porque casi siempre traigo las orejas funcionando en modo automático.

Cuando aparece en el momento de tomar una decisión importante o de concluir un proyecto relevante para uno mismo, el "¿Para qué?" se vuelve un gran obstáculo a vencer. Es el mejor petexto para quitarle sentido e importancia a las cosas y para justificar el miedo al éxito.

Una vez mi maestro Javier me contó la historia del Rey Mierdas: Era un señor con muchas capacidades y cualidades, pero como no era capaz de verlas no se daba cuenta de su propio valor y convertía en mierda todo su potencial. Con esa creencia encima, empezaba proyectos y entusiasmaba a mucha gente, y cuando ya estaba a punto de tener éxito en la iniciativa que había emprendido, se acordaba de que eso "no tenía sentido" y convertía en mierda todo el proyecto. Era igualito que el Rey Midas, pero al revés: Le quitaba todo el valor a cualquier cosa que tocaba, dejándola convertida en mierda, sin más.

¿Cómo podía hacer eso? Bueno, él tenía muchos trucos, era un especialista en el arte de autoboicotearse, manipular a los demás y justificar sus fracasos, pero una de las técnicas que más le funcionaban era detenerse justo cuando todo marchaba bien y preguntarse, con el mayor desánimo posible: "¿Para qué?" Miraba hacia todos lados a ver si encontraba la respuesta en alguien o algo fuera de él, y al no hallarla, decidía que no valía la pena seguir. Ya no tenía sentido y su meta quedaba en mierda, nuevamente.

Tal vez quede un poquito de Rey Mierdas y de repente aparece para hacernos ver que esa persona que tanto te interesa en realidad "no vale la pena", o ese trabajo que tanto has buscado y de repente te abre las puertas "no es lo que querías", o el dinero que  estabas ahorrando para poder comprar X cosa "me lo puedo gastar ahora, al cabo lo que quería no es tan importante"... Y recuerdo ahorita una frase de Richard Bach que ya he puesto en este blog: "Justifica tus limitaciones y las tendrás".

No es difícil saber la cura para este síndrome, pero también en este caso se requiere ser constante:

Cada vez que aparece el "¿Para qué?" como duda o inseguridad, quitémosle los signos de interrogación para decirlo en positivo: Por ejemplo, si pienso "¿Para qué le dedico todo mi trabajo a mi familia?", puedo quitarle el para qué y decir simplemente "Le dedico todo mi trabajo a mi familia". Si pienso "¿Para qué voy a iniciar este proyecto que me va a costar tanto trabajo?", puedo pensar directamente "Voy a iniciar este proyecto que me va a costar mucho trabajo". Si pienso "¿Para qué seguir con esta persona que elegí hace muchos años y ahora es madre/padre de mis hijos?", también puedo pensar "Seguiré con esta persona que elegí hace muchos años y ahora es madre/padre de mis hijos". Y así con cada "¿Para qué?" que quiera boicotear mi proyecto de vida, pues cada una de estas preguntas trae consigo su propia respuesta, como ya vimos.

Este sencillo cambio de enfoque puede romper círculos viciosos muy fuertes que hemos estado alimentando durante nuestra vida. Puede, en última instancia, ayudarnos a confiar en lo que hacemos y en las decisiones que tomamos, aún cuando no hay garantías de que sean las correctas. Vivir es arriesgar.

El Rey Mierdas siempre buscó las respuestas afuera y nunca encontró una motivación interna. Si buscamos dentro de nosotros, será más fácil identificarnos con el motivo real que nos impulsa a actuar, a encontrar satisfacción y placer en lo que hacemos, aunque muchas veces la recompensa de estas acciones no sea la riqueza, la fama ni el heroísmo, sino solamente la satisfacción personal de estar llevando a cabo un proyecto de vida donde no sale lastimado ni uno mismo (el protagonista) ni los que nos rodean (todos los demás actores en este teatro de la vida), más bien es al contrario: si al protagonista le va bien, puede compartir bienestar con las personas que quiere.

 También puede ser que nos preguntemos "¿para qué?" ante una situación difícil o en la interrelación con alguien más. Si la pregunta "¿Para qué?" tiene respuesta, no nos compliquemos la vida: No estamos ante un síndrome de Rey Mierdas con sus broncas existenciales, sino que estamos enfrentando un problema real y la respuesta a esta pregunta nos puede dar un sentido y motivarnos a la acción.

El Rey Mierdas utiliza el "¿Para qué?" como máscara para disfrazar sus dificultades reales y no enfrentarlas, pero como decía Nietzsche: El que tiene un "para qué" es capaz de soportar cualquier "cómo". El "para qué" no se pregunta, se sigue simplemente.

Hasta luego.