domingo, 28 de diciembre de 2014

México, 2014 - 2015

¡Feliz Año nuevo 2015!

- Parte 1- 

Envío mis sinceros deseos de bienestar y paz con la mejor de las intenciones para que cada uno de nosotros sea capaz de aportar un granito de arena en la tarea de construir felicidad. Durante este año que está por terminar he tenido la fortuna de conocer a mucha gente valiosa y reencontrar a otra buena cantidad de personas interesantes y queridas, muchas a través de las redes sociables y algunas de carne y hueso, también pude recorrer todo este tiempo acompañado de la gente que quiero, sobre todo mis hijos, mi Chinita y mi familia en general. Otra bendición que me acompañó durante este ciclo fue mi trabajo con todos sus retos y logros. Una bendición extra es saber que cuento con amistades de a deveras y otra más es tener salud y amor a la vida. Termino este año con mucho que agradecer en lo personal y con mucho que hacer para seguir avanzando y acercándome a la meta de ser una mejor persona. Les comparto mi agradecimiento y mi esperanza de que el próximo año nos permita superar nuevos retos y nos bendiga con nuevas y mejores oportunidades en todas las áreas de nuestras vidas.


Pero también hay otra realidad de la que formo parte, y si tú que estás leyendo eres mexicano, también la conoces. A esa parte dolorosa y vergonzosa que vivimos en el 2014 también le dedico un recuento, deseando de todo corazón que el próximo año no resulte tan lastimado como éste.

- Parte 2 -

¡Qué año tan ajetreado! ¡Cómo ha cambiado la percepción que tenemos de nuestro país! ¿Cómo es que hoy muchos jóvenes sueñan con dedicarse a vender drogas, prostituirse, matar personas o secuestrarlas con tal de “ganar” dinero rápido y fácil? ¿Cómo hemos llegado al extremo de permitir que nuestros gobernantes nos roben, encarezcan productos básicos y reduzcan garantías laborales que parecían imperdibles? La respuesta es sencilla y muy conocida: la corrupción y la impunidad se han vuelto “normales” en todas las esferas del gobierno. Lo más preocupante es que al volverse “normales”, pareciera que en los valores actuales todo está hecho para realizarse y disfrutarse de inmediato: internet, videojuegos, realidad virtual, narconegocios, influyentismo y la ilusión de que ser jóvenes y tener mucho dinero harán feliz a cualquiera, pero trabajar, comprometerse con alguien y tratar de vivir más o menos estables es mal visto, los políticos y los otros delincuentes organizados ven a quienes quieren esforzarse por ser honrados como carne de cañón. Por eso México duele y también duele hacer este recuento del año que se va.

Así estamos hoy. México es uno de esos lugares donde todo puede pasar gracias a la corrupción y la impunidad que imperan en nuestro país. La clase política sigue enriqueciéndose a costa del trabajo de los que dice representar, o sea robando, y no pasa nada. Se va esfumando el sueño de ser un país petrolero y no hay reservas de dinero porque todo, o casi todo se repartió entre esa misma clase política y otras mafias que se le fueron asociando al ver que ahí había dinero fácil; todavía antes de empezar este susto del petróleo devaluado se atrevieron a cambiar la Constitución para ofrecer los recursos petroleros de la nación al mejor postor. Se pagan votos con tarjetas, vales, tortas y hasta efectivo cuando no hay más. Se descubren casas y “negocios” de muchos millones y nos hacen creer que está bien, que eso es normal. Se licita la construcción de un tren a nivel internacional y después de tener un ganador se cancela la licitación sin mayores explicaciones. Se mata a jóvenes diciendo que su vida no importa porque “lo más seguro es que tenían nexos con el crimen”. Se encarece la gasolina a un ritmo constante hasta rebasar el 200% del valor que tenía antes de iniciar con la medida criminal de los “gasolinazos” (gracias a una inteligente propuesta de Calderón antes de ser Presidente), lo que a su vez encarece los precios de todo lo que debe ser transportado en vehículos que consumen gasolina. Se defiende a grupos de narcos y se criminaliza a los grupos de autodefensas atacándolos hasta desprestigiarlos y dividirlos. Se ataca, asesina y desaparece a estudiantes con apoyo de la policía y el ejército queriendo aparentar que todo fue obra de un presidente municipal corrupto y del crimen organizado. Se transmiten “noticias” tendenciosas que exaltan a quienes tienen el poder y califican de “malos” a todos los que no lo tienen. Se congelan los sueldos de la gente de a pie, la que sí trabaja, mientras la clase política sube sus sueldos a alturas injustificables y los precios también aumentan a un ritmo imparable. Se libera a criminales con parientes influyentes y se les declara inocentes, llegando a extremos de ilegalidad humillantes. Se desprecia la educación y la cultura.

La ética, ese accesorio descontinuado que se usaba antiguamente para respetar los valores y normas de la sociedad, está totalmente fuera de uso y hasta causa vergüenza en quien todavía la aplica en su vida. Cuando la corrupción sustituye a la ética y todos aceptamos eso, la sociedad se vuelve un zombie que se mueve y actúa por la inercia que llevaba simplemente de estar vivo, pero se va pudriendo por dentro y llegará el momento en que ya no se pueda mover. La corrupción hace que nos parezca normal todo lo que nos daña mientras le ocurra a otros y no a nosotros, pero después de un tiempo a todos nos toca tener cerca a un amigo, un familiar o un vecino que lleva mucho tiempo desempleado, o que fue “levantado” y nunca se volvió a saber de él, o que tuvo que cerrar su negocio porque no pudo con las extorsiones, o que se volvió delincuente porque ya no le alcanzaba para mantener a la familia, o que perdió a un ser querido por una “bala perdida” o un accidente relacionado con eso que llaman genéricamente “El crimen organizado” para hacernos entender que es algo sin remedio. Entonces la corrupción y la impunidad con todo su cinismo ya son algo que nos afecta a todos y que se está comiendo a sí misma, ya se les fue de las manos a quienes creían controlarlas y están tan metidos en ellas que ya no tienen en quien confiar: cualquiera de ellos (en nuestra clase política gobernante, para que no haya dudas) es capaz de traicionar y sabotear a sus propios amigos si le ofrecen una buena cantidad o un jugoso negocio. Dinero fácil, ¿qué importa cambiar de “amigos”?


Y en medio de este cochinero que vive México se escucha un grito cada vez más alto: ¡Fuera Peña Nieto! Ciertamente ese señor representa la punta del iceberg de la corrupción, pero el solo hecho de sacarlo de la Presidencia no garantiza que se arreglen las cosas: Basta recordar que al terminar el siglo XX ocurrió algo parecido, este mismo pueblo estaba harto del PRI y quería quitarlo del poder a costa de lo que fuera, y siguiendo la consigna de que cualquier cosa sería mejor llegó a la Presidencia el tristemente célebre Fox, que pasaría a la historia con no muy buenas referencias y que hizo, entre otras cosas, despidos masivos de burócratas, congelamiento de sueldos (excepto de quienes ganaban sueldazos), cayó en sospechosismos con la fuga del Chapo y otras muchas cosas que mejor ni recordar, como sus famosas frases “¿y yo por qué?” o “comes y te vas”, y después lo siguió Calderón y su estúpida “guerra contra el narco” en medio de varios escándalos de corrupción en las más altas esferas policíacas, militares y políticas.

La solución no es tan sencilla como quitar a Peña Nieto y que su lugar lo ocupe cualquiera. Está tan viciada nuestra clase política que ya no creemos en ningún partido, todos han demostrado no tener más interés que el suyo, su propio beneficio. La red de corrupción e impunidad está tan bien tejida que aún en el supuesto de que subiera al poder un tipo honesto, habría de convertirse en un corrupto al estilo de “La ley de Herodes” o moriría en el intento de seguir actuando con aquel accesorio llamado ética, que como ya dije está descontinuado en esos niveles. ¿Entonces?

La solución se plantea más difícil y requiere de constancia y unidad entre la gente, resistiendo los cañonazos de las televisoras que difaman y desprecian a todo aquel que busca un cambio pacífico fuera del cobijo del gobierno y resistiendo también a la tentación de fregar al prójimo a cambio de un pequeño “hueso” temporal o un dinerito extra: Se requiere cambiar a todo el sistema político corrompido y no solo al grupo de gentes que actualmente ostenta el poder y lo reparte con quien quiere. Se requiere modificar las leyes para garantizar mayores beneficios a los trabajadores, a los estudiantes, a los recursos naturales y también se requiere retomar la ética para aplicarla con seriedad. Mi mayor sueño o deseo para este próximo año es que eso pueda lograrse por las buenas y que alcancemos a vivir para contarlo, aunque es un sueño muy inocente, pues todos esos corruptos que viven bastante bien del presupuesto, el influyentismo y las alianzas con delincuentes nunca van a dejar su posición privilegiada por las buenas. Tienen “el poder”, y en lugar de soltarlo, lo van a usar contra “su pueblo” disponiendo de policías, guaruras, sicarios y soldados que también son asalariados, gente del pueblo que perdió sus raíces.

En medio de este entorno, insisto en enviar mis mejores deseos a todos y hago una invitación a que en este 2015 que está por iniciar rescatemos la ética para incorporarla a nuestra vida, y tal vez también podamos invitar a alguien más a hacerlo. No es cosa sencilla en la situación de nuestro país, pero es una decisión personal que puede aportar mucho a nuestros círculos familiares, laborales, académicos, amistosos y de cualquier tipo, sin negar la realidad. ¡Que sea un año de construir!


Hasta luego.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuento: El árbol de Navidad

"¿Por qué no te animas a poner otro árbol?"


Esta es la historia de un joven común y corriente, tal vez como tú o como yo. Tenía su trabajo, su casa, su auto, su grupo de amistades, su novia y pasaba su vida moviéndose entre esos círculos. Todo el año trabajaba excepto en sus vacaciones, cuando podía cambiar la rutina y hacer algo distinto, aunque siempre hacía lo mismo para romper su monotonía: salir a la playa que para colmo estaba llena en esas fechas. Iba al cine, a cenar y a veces a bailar acompañado de su novia. Se llevaba bien con sus padres, hermanos y hasta con sus primos pues desde chicos habían sido cercanos y se frecuentaban unos a otros. Se daba tiempo para ir con los amigos, para recibirlos o para contactarlos desde lejos (¡qué maravilla es la tecnología!), como fuera, este hombre no se sabía solo, sino en compañía permanente y eso le gustaba.

Todo el año era así. Bueno, casi todo, porque cuando se acercaba el fin de año, a medida que se iba acabando noviembre, iba dejando de ser el típico hombre promedio para convertirse en alguien especial, diferente a todos los demás, pues al anunciarse el fin del año tenía la oportunidad de lucir lo mejor que tenía: el árbol de Navidad más grande y más adornado de toda la ciudad. Durante 10 meses, su árbol reposaba resguardado en cajas de cartón bien selladas y acomodadas en una habitación de su casa, y en otra cantidad bastante grande de cajas, dormían su siesta los adornos de ese gran árbol, como osos hibernando hasta que regresara su tiempo de ser útiles.



Al llegar el frío que anunciaba el fin del año se despertaba el árbol, despertaban los adornos y despertaba también el entusiasmo desde adentro del pecho de su dueño. Era todo un ritual y muy emocionante además, abrir una por una las cajas y sacar cuidadosamente cada pieza del árbol, hasta completarlo todo. Después sacaba todas la otras caja y repetía la operación con los adornos, sacándolos y acomodándolos con la misma paciencia y dedicación que un santo debía dedicarle a sus oraciones. Cuando todas las piezas y adornos estaban fuera, empezaba la verdadera actividad, pues armar ese árbol gigantesco y colocar correctamente sus adornos le podía tomar fácil 3 días enteros, tiempo que dedicaba satisfecho y con una mezcla de gusto y orgullo que le encantaba saborear.

En esos días tenía más visitas que de costumbre, casi nunca estaba solo desde que empezaba a armar ese gran árbol, aunque también es justo decir que atendía muy bien a todo el que se acercara a su hogar y muy rara vez les permitía auxiliarle con el armado de su árbol o la distribución de sus adornos. Más bien les pedía, a quiénes fueran, que platicaran con él mientras él hacía ese trabajo, y les indicaba dónde sentarse. Y al final, una vez terminado el árbol y debidamente embellecido con todos sus adornos, también invitaba a la gente a su casa para que lo disfrutaran mientras veían una película, cenaban o conversaban. Y llegaban, cada uno en su turno: su novia, sus papás, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros del trabajo, sus jefes, los amigos de sus amigos y muchas gentes más, algunos por aprecio y otros por la curiosidad de ver el árbol más grande de la ciudad.


Pero era muy difícil apreciar bien este árbol. Era tan grande que llenaba toda la sala de su casa, y eso que la casa medía 15 metros de alto y la sala llegaba hasta el techo, con esa altura. Uno llegaba a la sala donde estaba el gran árbol de Navidad y tenía que caminar de lado para poder entrar y para no tirar algún adorno por un desafortunado descuido. Enseguida tenía que pasar a una recámara contigua, unida a la sala por un gran arco descubierto desde donde se apreciaba el grueso tronco y un poco más del follaje, las hojas verdes brillantes, las luces que parecían gritar alegremente con su intermitente baile y muchos, muchos adornos. Pero era solo una pequeña parte, me parece que nadie había logrado observar el árbol completo. Hacia el lado de la calle la sala tenía un ventanal y desde ahí, asomándose por fuera, se podía apreciar otra buena parte del árbol con sus coloridos colguijes que con su bullicio sugerían un clima cálido, agradable y navideño, acompañado de sus juegos de luces infantiles, juguetonas, prendiendo y apagando todo el tiempo. Pero era solo una pequeña parte también.

Este misterio le daba un encanto extra al árbol, pues podía ser como cualquier gente se lo imaginara. Toda la temporada navideña estaba así la casa, brillante y adornada por dentro, y aunque por fuera no cambiaba, en su interior se veían las luces jugando y se insinuaba el árbol con toda su magnificencia. Al dueño del Gran Árbol le complacía saberse el centro de las miradas y de los comentarios, él decía que era modesto, pero también le regocijaba la envidia que provocaba en varias personas. Casi toda la temporada navideña la pasaba en su casa, atento a mantener su árbol en perfectas condiciones y a recibir a las inevitables visitas de ocasión. Se sentía muy orgulloso.



Después pasaba la Navidad. En las calles se podían ver algunos árboles secos agonizantes, arrojados a la basura por sus ex dueños. Otros adornos también eran desechos vistosos que ya habían cumplido su corta misión en una sociedad consumidora que derrocha y tira muchas cosas simplemente porque ya no son de temporada. Hay que ir al día, con la moda. Pero el dueño del Gran Árbol no convertía su orgullo en basura, ni desechaba toda la belleza que le había costado años reunir y organizar. Cuidadosamente volvía a separar cada adorno, luz y esfera; amorosamente desarmaba y acomodaba cada pieza de su árbol en el lugar correcto para guardar todo al final en sus respectivas cajas, dejándolo listo para reposar hasta el siguiente año. Mientras tanto, él se convertía de nuevo en la persona común y corriente que acostumbraba ser durante el año, y en esos meses la humildad y la modestia sí le salían naturales. Cada vez que encontraba algo que sirviera para mejorar su árbol, lo compraba y le hacía un lugarcito donde estuviera seguro hasta el próximo invierno.

Así era cada año. Así había sido desde hacía varios años.

Pero este año fue diferente: Cuando noviembre estaba por terminar nuestro hombre fue al cuarto donde guarda su árbol de Navidad, igual que siempre, pero no encontró nada. No había ni una sola de las cajas donde guardaba su árbol y el vacío le pegaba en la cara haciéndole doler el corazón. ¿Qué había pasado? ¿Quién se robó su árbol? Y comenzó a hilar sus ideas, revisando todas las conductas sospechosas de sus amigos y sus familiares durante el año... Por si acaso, también dio un repaso a las conductas de su novia, por si hubiera algo sospechoso en ella. Después buscó huellas o algún indicio que el ladrón hubiera dejado al llevarse su orgullo, pero no encontró nada. El coraje y la incredulidad no lo dejaban pensar, pero no quiso llamar a la policía, tal vez le daba más desconfianza involucrar ese tipo de personas en la investigación de algo tan valioso.



Mejor comenzó a indagar por su cuenta, primero fue con sus padres y hermanos a preguntarles si alguien había visto su árbol de Navidad, y estaba listo para reclamarles y decirles que ese tipo de bromas tan crueles no se deben hacer, pero ninguno de ellos sabía nada de su árbol, al contrario, todos en su familia se mostraban igual de asombrados e indignados que él.

Entonces fue con sus amigos, los más cercanos se mostraron sorprendidos porque sabían todo lo que ese árbol representaba para él, casi todos lo invitaron a pasar a sus casas para que pudiera constatar con sus propios ojos que ahí no estaba su árbol, y se ofrecieron a ayudarle a buscar. El dueño del Gran Árbol estaba tan confundido que no acertaba a hacer nada, así que aceptó la ayuda. La ciudad se llenó con la noticia: ¡El árbol de Navidad más grande de todos había desaparecido! Fue un problema difundir la foto en los medios de comunicación, pues en ninguna foto aparecía completo, pero de cualquier forma se dieron a conocer varias imágenes con la leyenda de "Se busca" y ofreciendo recompensa.



Se fue noviembre, y conforme fueron llegando los primeros días de diciembre, al dueño del Gran Árbol se le fueron yendo las ganas y el entusiasmo por encontrar su árbol. Comenzó a pensar que lo había perdido para siempre y esa idea lo iba poniendo triste. Entre más se arraigaba el pensamiento de que ya no vería a su amado árbol, más triste y desanimado se sentía. Pero además tenía otros sentimientos más confusos, pues no alcanzaba a entender por qué lo que más amaba, lo que más lo llenaba de orgullo simplemente había desaparecido sin que nadie supiera nada. ¿Qué estaría pasando ahora con su árbol? ¿Cómo lo tratarían?

Sus amigos trataban de animarlo, lo mismo hacían sus compañeros del trabajo y de la escuela, pero no había ningún argumento o palabra que lo pudiera consolar y su ánimo estaba cada día peor. Ese invierno no quería recibir visitas, le molestaba muchísimo tener que explicar a todo el que llegaba la misma historia y responder las mismas preguntas.



Un día, preocupados por su estado de ánimo y por su salud, sus papás y su novia le hicieron una pregunta con muchos rodeos, temerosos porque no sabían cómo iba a reaccionar: "¿Por qué no te animas a poner otro árbol?". Esa pregunta lo hizo reir, y al principio todos rieron juntos hasta que se dieron cuenta que esa no era una risa de gusto o jubilosa, sino unas carcajadas burlescas, sarcásticas. Para él ni siquiera existía la posibilidad de que su árbol pudiera ser sustituido por otro, él mismo había pasado años ensamblando partes de distintos árboles para armar el más grande de todos. Y si acaso hubiera un árbol igual o parecido debería ser carísimo y no podría pagarlo. Su árbol era distinto porque lo fue armando poco a poco, y así no se había notado en su bolsillo su valor real. Después de las risas volvió a quedar en silencio y ya no volvió a hablar en varios días.

Los días seguían avanzando al mismo ritmo de siempre: rapidísimo para los que disfrutan y exageradamente lento para los que sufren. Al dueño del Gran Árbol le parecía que cada día era una eternidad, pero no era así, cada vez que llegaba la noche le caía encima el peso de haber vivido otro día sin su orgullo. De pronto una voz, allá en lo más profundo de su desgano, lo invitó a ver su casa, recorrió con la mirada su sala, su cocina y otra pieza vacías de adornos pero llenas de frío y entonces se dio cuenta que nunca antes había podido mirar tan amplia su casa en estas fecha del año. ¿Y si hiciera caso a los consejos de su familia y su novia?



La idea se fue enraizando poco a poco, venciendo todas sus resistencias, todas sus burlas... Y un día invitó a su novia a salir a caminar por las calles, las plazas y las tiendas. Ella se alegró al verlo tan decidido y activo, hacía varios días que no lo veía tan animado. Pero el gusto le duró poco, después de recorrer 3 centros comerciales (su ciudad era pequeña) él se dio cuenta que ya no podría encontrar un árbol como el que quería, y ya no buscaba un árbol gigantesco como el que tuvo y todavía extrañaba tanto, pero había dejado ir muchos días y ahora la Navidad ya estaba muy próxima, así que en todos los lugares a los que acudían ya se habían agotado los árbolitos o les quedaban unos muy feos y maltratados. Siguieron buscando durante toda la tarde y terminaron en un café, tristeando y maldiciendo su suerte.

Al otro día era sábado, él se levantó temprano y llamó a su novia para invitarla nuevamente a salir y eso sí fue una sorpresa para ella, porque después de la decepción del día anterior no creía que él se atrevería a salir durante el resto del invierno, por lo menos. Pero él, por el contrario, quería salir, escapar, fugarse de esa ciudad y perderse en cualquier otro lugar. La ciudad lo hacía sentirse vacío y pensaba que estando en otra parte podría sentir algo distinto, pero después de medio día de vagar ya se había dado cuenta de que llevaba su vacío con él sin importar hasta donde fuera.



Ya no estaba deprimido, la tristeza se había retirado y dejó en su lugar al coraje, un enojo tan grande que parecía que en cualquier momento iba a estallar, pero escuchaba la voz de su novia, se refugiaba en su mirada serena y pensaba que si una persona tan llena de cualidades lo quería, significaba que él sí valía algo aunque hubiera perdido su árbol, el más grande de todos.

El hambre los llevó a un restaurante enclavado sobre una colina, a unos metros de la carretera. Era un lugar fresco, rodeado de árboles y con una vista impresionante, desde las mesas de la terraza se podía apreciar un gran valle cuesta abajo, allá a la distancia, y a un costado se apreciaba una montaña alta, muy grande teñida de azules y verdes con grandes espacios de un gris canoso. A los dos les encantó el lugar, ese aire rústico, la luz del sol muy clara y sin calor, el ruido del viento entre la colina y la montaña, la sensación de estar lejos de todo y la deliciosa comida crearon una atmósfera que les hizo olvidarse por algunos instantes de todo lo que había ocurrido antes. La magia duró varios minutos, en ese lapso recorrieron los alrededores del restaurante y al arreciar el frío regresaron al interior de la posada, que en realidad era una imponente cabaña de madera muy sólida, con algunos adornos y detalles regados como al descuido por aquí y por allá.



Afuera comenzó a caer una lluvia ligera, helada de tanto invierno, así que decidieron recorrer la cabaña para conocer sus curiosidades: por aquí algunos animales disecados, por allá unos cuadros con paisajes pintados seguramente por algún amigo o pariente aficionado a los pinceles, más a la orilla algunas plantas de ornato silvestres y un tanto estrafalarias, unos pocos pericos enjaulados con sus propios ruidos y allá cerca de la puerta (quién sabe por qué no lo vieron antes) estaba un árbol de Navidad que los impactó en cuanto lo descubrieron por su originalidad. No era el típico pinito navideño que todos acostumbramos a ver en todas partes durante diciembre, más bien era como un arbusto que tenía el tronco y las ramas blancas, unas cuantas hojas desparramadas y varios adornos y luces distribuidos con gracia a lo largo de todo su cuerpo. Se sentaron a su lado tomando un café caliente y comentando qué original se veía. 

Él ya no buscaba otro árbol, se había convencido de que ya no sería posible encontrar uno, pero ahora estaba aquí delante del árbol más distinto de todos los que había visto hasta entonces. No quería sustituir a su Gran Árbol, sabía que eso no es posible, pero sí quería llenar aunque fuera un poco el hueco que tenía en su vida, así fue como se animó a buscar al dueño del restaurante para investigar dónde lo había conseguido y resultó que era precisamente su hija quien preparaba y decoraba así los arbolitos para venderlos. Los muchachos se entusiasmaron y apresuradamente quisieron conocer a la creativa chica para comprarle uno de aquellos bellos y originales árboles. Pero enseguida se enteraron que ella no estaba, había terminado los árboles que tenía planeado hacer ese año y después de venderlos se regresó a su casa, en otro estado.



El árbol que adornaba aquel restaurante no estaba a la venta, era un regalo que la chica le había hecho a su padre para que la tuviera presente mientras ella estaba estudiando, y por eso entre el árbol, la chica y su padre había la promesa de no venderlo a ningún precio, por eso los novios ya no insistieron. Sin embargo, el señor supo ver en la mirada de aquellos jovencitos la sinceridad de los que saben valorarse y cuidarse, así que respetando la promesa hecha a su hija y el profundo deseo de darle un buen hogar al arbolito, lo regaló a esos novios que habían estado toda la tarde en su restaurante, pero sin los adornos; ellos prometieron regresar otro día y él señor, acostumbrado al entusiasmo mentiroso de los que se van con gusto, solamente asintió con una sonrisa. Tras ellos quedó el espacio vacío del lugar que ocupaba el arbolito, pero el señor no se puso triste, nada más pensó que cuando viniera su hija de nuevo le haría otro, tal vez más bonito aún y se fue a guardar los adornos.

Ya era muy noche cuando los novios se despidieron, él la dejó en su casa con unos besos para soñar y también se llevó unos de ella para el camino, junto con el árbol.



Al otro día se levantó muy temprano y bajó a la sala para acomodar su arbolito, lo puso en una esquina cerca de la ventana y sintió una mezcla de risa y tristeza al ver tan vacía su sala, pero enseguida se repuso y recordó que nada iba a sustituir a su Gran Árbol, así que era lógico que este nuevo arbolito fuera diferente. Pensando esto, retomó su propósito y se dirigió al cuarto donde tenía guardados todos los adornos que año tras año le ponía a su anterior árbol. Como en sus rituales de los años anteriores, sacó todas sus cajas de adornos, después sacó los adornos y los fue ordenando pacientemente en el piso de la sala y comenzó a tomarlos para adornar su arbolito, ese montón de ramas blancas salpicadas de verde 

La tarea que le tomaba hasta 3 días con su anterior árbol estaba terminada antes de que pasaran 2 horas, y todavía le sobraron la mayoría de sus adornos. Por primera vez se sentó en la sala de su casa y pudo ver completo, enterito a su árbol de Navidad. La sala se veía algo vacía con solamente una esquina adornada por aquel arbolito, así que se animó y decidió adornar toda la sala. Tenía bastante material y la adornó bastante bien, pero todavía le sobraron muchos adornos y continuó colocándolos en las recámaras, en la escalera, en el baño, en la cocina, en el patio y en todos los rincones hasta que toda la casa estaba adornada. Pero todavía le sobraron adornos, entonces salió a la calle, vio su fachada y le pareció que desentonaba con el interior de su casa, más tardó en pensar eso que ya estaba sacando todos los adornos que le quedaban para distribuirlos cuidadosamente por el frente de su vivienda hasta que quedó a su gusto y usó todos sus adornos.

Más tarde, cuando la noche estaba bajando del cielo, su novia llegó a buscarlo y se detuvo ante la casa antes de entrar para ver el espectáculo de luces y adornos que la invitaban a entrar. Ella también adornó su cara con una sonrisa y enseguida él la llevó a recorrer el interior de su casa, orgulloso y alegre. Venciendo la pena, fue recibiendo visitas de su familia y sus amigos, descubriendo con una grata sorpresa que todos lo trataban igual que siempre, con la única excepción de que ahora no tenían que quedarse afuera o arrinconarse en un huequito de la casa para platicar, pues ahora la casa entera podía ser usada y no solo admirada.

Desde que dejó de dedicar toda su atención, su tiempo y su dinero a una sola cosa, su casa y él mismo ya no tenían nada tan especial como había sido aquel árbol gigantesco, el más grande de todos, en cambio ahora lo mejor de él ya no estaba escondido dejando ver solamente una pequeña parte de lo que podría ser, sino que se compartía plenamente consigo mismo y con los demás. Por cierto, también se hizo más dueño de su espacio interior, pues al perder aquel árbol tan grande recuperó una recámara y al decidirse a compartir varios de los adornos extras, también recuperó la mayor parte de la otra recámara donde los guardaba... bueno, donde todavía los guarda. Su mundo se hizo más grande y aunque nadie se lo dijo, quienes lo conocían se dieron cuenta que ese día él recuperó su libertad.

Hasta luego.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Amar lo que tenemos ¡No existe la persona perfecta!

"La perfección mata. La sabiduría comete un error cada día"
(Anónimo)



Hay veces que sufres mucho porque no tienes a la persona perfecta, y es que en realidad no la vas a tener: La persona perfecta solo puede ser así si es como tú quieres y no como esa persona es.

Durante el noviazgo, cuando te enamoras de esa persona especial y ambos juran que estarán juntos para toda la eternidad, se esfuerzan tanto por darse gusto y aceptar a tu pareja que se perdonan todos esos pequeños detalles que no les gustan, es decir: Muestran su mejor cara y también es la que percibe tu "prenda amada". Esto resulta muy fácil porque en el noviazgo generalmente no nos vemos tanto, hay la esperanza de llegar a vivir juntos pero no hemos vivido la experiencia de compartir responsabilidades, así que todo parece perfecto.

También durante el noviazgo, o en los primeros días de haber iniciado una relación más profunda viviendo juntos, se empiezan a darnos cuenta de que algunas cosas de su pareja no les gustan, pero tal vez prefieran no decir nada para no causar problemas ni molestar a la pareja con “cosas sin importancia” En lugar de hablarlo, pensamos que “con el tiempo va a cambiar”. Incluso hay personas que están convencidas de que van a “educar” a su pareja.

Cosa más falsa: A nuestra pareja la educaron en su casa, con su familia y a nosotros, a cada uno, nos educaron también en nuestra familia, con valores, costumbres, tradiciones, y hasta estilos de hablar muy propios y que consideramos como “normales”. Si nuestra idea es aguantarle algunas cosas a la pareja porque después la vamos a convencer de cambiarlas, ¡olvídenlo! La gente no cambia: No cambiamos radicalmente, porque a la otra persona le resulta tan difícil renunciar a sus hábitos y valores como a uno mismo.

Además aquí hay una contradicción: Si dices que amas a una persona y la quieres cambiar, ¿cuál es la persona que amas realmente? ¿La que te imaginas que debería ser o la que tienes contigo?


Las parejas llegan a otra etapa en la que se dicen sus “verdades”, como si fuera una confesión empiezan a hablar de las cosas que no les gustan o que les molestan un poquito, desde los modales al comer, la manera de decir un chiste o de reir, hasta cosas más personales como las salidas con los amigos o la forma de ser de los parientes cercanos y lejanos. En esta etapa son muy comunes las promesas de “voy a cambiar” y las esperanzas de “es por su bien, después va a ver que yo tengo la razón”.

Así empieza una loca carrera amorosa, cada uno está convencido de que aporta lo mejor a la relación y cree que ambos ya llegaron a un acuerdo para eliminar de su convivencia todo lo que no les gusta. ¡Qué fácil! Las parejas que se casan con estas promesas de “voy a dejar de ser yo para darte gusto” vivirán con un sentimiento de haber sido traicionados, pues esta es una promesa muy difícil de cumplir.

"La perfección no se alcanza cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar"
(Antoine de Saint-Exupéry)

Obviamente sí hay un cambio: al aceptar vivir con tu pareja las prioridades cambian, el tiempo que se dedicaba a las amistades, a mamá, a papá y a los hermanos cambia, y comienza un proceso de adaptación para conjugar lo que ambos traen de sus familias de origen y encontrar sus propios valores y estilos de relación. Pero esto se logra justamente aceptándose mutuamente y no esforzándose para que tu pareja haga lo que le dices, como se lo dices y cuando se lo dices.


Si nos convencemos de que nuestra pareja no nos quiere como nosotros queremos, será muy difícil reconocer las muestras de amor, aprecio, interés y apoyo que nos quieran dar. Hacerse cargo de sus gastos; aceptar al grupo de amigos de la pareja, apoyar y animar los proyectos de la pareja, llevar buena relación con las familia, acompañar, cuidar… Todo esto son muestras de amor y entrega real, pero se opacan ante la injusticia de “no ha cambiado todo lo que me dijo que iba a cambiar”.

SI te enojas frecuentemente porque las cosas no se hacen como tú dices, tal vez sea tiempo de revisar si no estás cayendo en este estilo de relación con tu pareja, o con tus hijos, o tus papás o con quien sea: "Te amo pero solo si haces lo que yo digo, como yo digo y cuando yo digo". Tal vez lo que quieres ya está hecho, pero no vale si no se esperaron a que tú lo pidieras.

Acepta a tu pareja como es. Acéptate tú como eres. Ama lo que tienes a la mano, a la persona que te acompaña por la vida y si encuentras la misma actitud en tu pareja con el paso del tiempo descubrirás que no encontraste a la persona perfecta, sino que fue evolucionando hasta llegar a serlo, igual que tú.

Claro que esto solo aplica cuando la pareja funciona con sus dos personas comprometidas: Si uno de los dos lastima o humilla, será más importante conservar la integridad y la dignidad que esforzarse en amar a quien no te valora. 


Hasta luego.