lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuento: El árbol de Navidad

"¿Por qué no te animas a poner otro árbol?"


Esta es la historia de un joven común y corriente, tal vez como tú o como yo. Tenía su trabajo, su casa, su auto, su grupo de amistades, su novia y pasaba su vida moviéndose entre esos círculos. Todo el año trabajaba excepto en sus vacaciones, cuando podía cambiar la rutina y hacer algo distinto, aunque siempre hacía lo mismo para romper su monotonía: salir a la playa que para colmo estaba llena en esas fechas. Iba al cine, a cenar y a veces a bailar acompañado de su novia. Se llevaba bien con sus padres, hermanos y hasta con sus primos pues desde chicos habían sido cercanos y se frecuentaban unos a otros. Se daba tiempo para ir con los amigos, para recibirlos o para contactarlos desde lejos (¡qué maravilla es la tecnología!), como fuera, este hombre no se sabía solo, sino en compañía permanente y eso le gustaba.

Todo el año era así. Bueno, casi todo, porque cuando se acercaba el fin de año, a medida que se iba acabando noviembre, iba dejando de ser el típico hombre promedio para convertirse en alguien especial, diferente a todos los demás, pues al anunciarse el fin del año tenía la oportunidad de lucir lo mejor que tenía: el árbol de Navidad más grande y más adornado de toda la ciudad. Durante 10 meses, su árbol reposaba resguardado en cajas de cartón bien selladas y acomodadas en una habitación de su casa, y en otra cantidad bastante grande de cajas, dormían su siesta los adornos de ese gran árbol, como osos hibernando hasta que regresara su tiempo de ser útiles.



Al llegar el frío que anunciaba el fin del año se despertaba el árbol, despertaban los adornos y despertaba también el entusiasmo desde adentro del pecho de su dueño. Era todo un ritual y muy emocionante además, abrir una por una las cajas y sacar cuidadosamente cada pieza del árbol, hasta completarlo todo. Después sacaba todas la otras caja y repetía la operación con los adornos, sacándolos y acomodándolos con la misma paciencia y dedicación que un santo debía dedicarle a sus oraciones. Cuando todas las piezas y adornos estaban fuera, empezaba la verdadera actividad, pues armar ese árbol gigantesco y colocar correctamente sus adornos le podía tomar fácil 3 días enteros, tiempo que dedicaba satisfecho y con una mezcla de gusto y orgullo que le encantaba saborear.

En esos días tenía más visitas que de costumbre, casi nunca estaba solo desde que empezaba a armar ese gran árbol, aunque también es justo decir que atendía muy bien a todo el que se acercara a su hogar y muy rara vez les permitía auxiliarle con el armado de su árbol o la distribución de sus adornos. Más bien les pedía, a quiénes fueran, que platicaran con él mientras él hacía ese trabajo, y les indicaba dónde sentarse. Y al final, una vez terminado el árbol y debidamente embellecido con todos sus adornos, también invitaba a la gente a su casa para que lo disfrutaran mientras veían una película, cenaban o conversaban. Y llegaban, cada uno en su turno: su novia, sus papás, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros del trabajo, sus jefes, los amigos de sus amigos y muchas gentes más, algunos por aprecio y otros por la curiosidad de ver el árbol más grande de la ciudad.


Pero era muy difícil apreciar bien este árbol. Era tan grande que llenaba toda la sala de su casa, y eso que la casa medía 15 metros de alto y la sala llegaba hasta el techo, con esa altura. Uno llegaba a la sala donde estaba el gran árbol de Navidad y tenía que caminar de lado para poder entrar y para no tirar algún adorno por un desafortunado descuido. Enseguida tenía que pasar a una recámara contigua, unida a la sala por un gran arco descubierto desde donde se apreciaba el grueso tronco y un poco más del follaje, las hojas verdes brillantes, las luces que parecían gritar alegremente con su intermitente baile y muchos, muchos adornos. Pero era solo una pequeña parte, me parece que nadie había logrado observar el árbol completo. Hacia el lado de la calle la sala tenía un ventanal y desde ahí, asomándose por fuera, se podía apreciar otra buena parte del árbol con sus coloridos colguijes que con su bullicio sugerían un clima cálido, agradable y navideño, acompañado de sus juegos de luces infantiles, juguetonas, prendiendo y apagando todo el tiempo. Pero era solo una pequeña parte también.

Este misterio le daba un encanto extra al árbol, pues podía ser como cualquier gente se lo imaginara. Toda la temporada navideña estaba así la casa, brillante y adornada por dentro, y aunque por fuera no cambiaba, en su interior se veían las luces jugando y se insinuaba el árbol con toda su magnificencia. Al dueño del Gran Árbol le complacía saberse el centro de las miradas y de los comentarios, él decía que era modesto, pero también le regocijaba la envidia que provocaba en varias personas. Casi toda la temporada navideña la pasaba en su casa, atento a mantener su árbol en perfectas condiciones y a recibir a las inevitables visitas de ocasión. Se sentía muy orgulloso.



Después pasaba la Navidad. En las calles se podían ver algunos árboles secos agonizantes, arrojados a la basura por sus ex dueños. Otros adornos también eran desechos vistosos que ya habían cumplido su corta misión en una sociedad consumidora que derrocha y tira muchas cosas simplemente porque ya no son de temporada. Hay que ir al día, con la moda. Pero el dueño del Gran Árbol no convertía su orgullo en basura, ni desechaba toda la belleza que le había costado años reunir y organizar. Cuidadosamente volvía a separar cada adorno, luz y esfera; amorosamente desarmaba y acomodaba cada pieza de su árbol en el lugar correcto para guardar todo al final en sus respectivas cajas, dejándolo listo para reposar hasta el siguiente año. Mientras tanto, él se convertía de nuevo en la persona común y corriente que acostumbraba ser durante el año, y en esos meses la humildad y la modestia sí le salían naturales. Cada vez que encontraba algo que sirviera para mejorar su árbol, lo compraba y le hacía un lugarcito donde estuviera seguro hasta el próximo invierno.

Así era cada año. Así había sido desde hacía varios años.

Pero este año fue diferente: Cuando noviembre estaba por terminar nuestro hombre fue al cuarto donde guarda su árbol de Navidad, igual que siempre, pero no encontró nada. No había ni una sola de las cajas donde guardaba su árbol y el vacío le pegaba en la cara haciéndole doler el corazón. ¿Qué había pasado? ¿Quién se robó su árbol? Y comenzó a hilar sus ideas, revisando todas las conductas sospechosas de sus amigos y sus familiares durante el año... Por si acaso, también dio un repaso a las conductas de su novia, por si hubiera algo sospechoso en ella. Después buscó huellas o algún indicio que el ladrón hubiera dejado al llevarse su orgullo, pero no encontró nada. El coraje y la incredulidad no lo dejaban pensar, pero no quiso llamar a la policía, tal vez le daba más desconfianza involucrar ese tipo de personas en la investigación de algo tan valioso.



Mejor comenzó a indagar por su cuenta, primero fue con sus padres y hermanos a preguntarles si alguien había visto su árbol de Navidad, y estaba listo para reclamarles y decirles que ese tipo de bromas tan crueles no se deben hacer, pero ninguno de ellos sabía nada de su árbol, al contrario, todos en su familia se mostraban igual de asombrados e indignados que él.

Entonces fue con sus amigos, los más cercanos se mostraron sorprendidos porque sabían todo lo que ese árbol representaba para él, casi todos lo invitaron a pasar a sus casas para que pudiera constatar con sus propios ojos que ahí no estaba su árbol, y se ofrecieron a ayudarle a buscar. El dueño del Gran Árbol estaba tan confundido que no acertaba a hacer nada, así que aceptó la ayuda. La ciudad se llenó con la noticia: ¡El árbol de Navidad más grande de todos había desaparecido! Fue un problema difundir la foto en los medios de comunicación, pues en ninguna foto aparecía completo, pero de cualquier forma se dieron a conocer varias imágenes con la leyenda de "Se busca" y ofreciendo recompensa.



Se fue noviembre, y conforme fueron llegando los primeros días de diciembre, al dueño del Gran Árbol se le fueron yendo las ganas y el entusiasmo por encontrar su árbol. Comenzó a pensar que lo había perdido para siempre y esa idea lo iba poniendo triste. Entre más se arraigaba el pensamiento de que ya no vería a su amado árbol, más triste y desanimado se sentía. Pero además tenía otros sentimientos más confusos, pues no alcanzaba a entender por qué lo que más amaba, lo que más lo llenaba de orgullo simplemente había desaparecido sin que nadie supiera nada. ¿Qué estaría pasando ahora con su árbol? ¿Cómo lo tratarían?

Sus amigos trataban de animarlo, lo mismo hacían sus compañeros del trabajo y de la escuela, pero no había ningún argumento o palabra que lo pudiera consolar y su ánimo estaba cada día peor. Ese invierno no quería recibir visitas, le molestaba muchísimo tener que explicar a todo el que llegaba la misma historia y responder las mismas preguntas.



Un día, preocupados por su estado de ánimo y por su salud, sus papás y su novia le hicieron una pregunta con muchos rodeos, temerosos porque no sabían cómo iba a reaccionar: "¿Por qué no te animas a poner otro árbol?". Esa pregunta lo hizo reir, y al principio todos rieron juntos hasta que se dieron cuenta que esa no era una risa de gusto o jubilosa, sino unas carcajadas burlescas, sarcásticas. Para él ni siquiera existía la posibilidad de que su árbol pudiera ser sustituido por otro, él mismo había pasado años ensamblando partes de distintos árboles para armar el más grande de todos. Y si acaso hubiera un árbol igual o parecido debería ser carísimo y no podría pagarlo. Su árbol era distinto porque lo fue armando poco a poco, y así no se había notado en su bolsillo su valor real. Después de las risas volvió a quedar en silencio y ya no volvió a hablar en varios días.

Los días seguían avanzando al mismo ritmo de siempre: rapidísimo para los que disfrutan y exageradamente lento para los que sufren. Al dueño del Gran Árbol le parecía que cada día era una eternidad, pero no era así, cada vez que llegaba la noche le caía encima el peso de haber vivido otro día sin su orgullo. De pronto una voz, allá en lo más profundo de su desgano, lo invitó a ver su casa, recorrió con la mirada su sala, su cocina y otra pieza vacías de adornos pero llenas de frío y entonces se dio cuenta que nunca antes había podido mirar tan amplia su casa en estas fecha del año. ¿Y si hiciera caso a los consejos de su familia y su novia?



La idea se fue enraizando poco a poco, venciendo todas sus resistencias, todas sus burlas... Y un día invitó a su novia a salir a caminar por las calles, las plazas y las tiendas. Ella se alegró al verlo tan decidido y activo, hacía varios días que no lo veía tan animado. Pero el gusto le duró poco, después de recorrer 3 centros comerciales (su ciudad era pequeña) él se dio cuenta que ya no podría encontrar un árbol como el que quería, y ya no buscaba un árbol gigantesco como el que tuvo y todavía extrañaba tanto, pero había dejado ir muchos días y ahora la Navidad ya estaba muy próxima, así que en todos los lugares a los que acudían ya se habían agotado los árbolitos o les quedaban unos muy feos y maltratados. Siguieron buscando durante toda la tarde y terminaron en un café, tristeando y maldiciendo su suerte.

Al otro día era sábado, él se levantó temprano y llamó a su novia para invitarla nuevamente a salir y eso sí fue una sorpresa para ella, porque después de la decepción del día anterior no creía que él se atrevería a salir durante el resto del invierno, por lo menos. Pero él, por el contrario, quería salir, escapar, fugarse de esa ciudad y perderse en cualquier otro lugar. La ciudad lo hacía sentirse vacío y pensaba que estando en otra parte podría sentir algo distinto, pero después de medio día de vagar ya se había dado cuenta de que llevaba su vacío con él sin importar hasta donde fuera.



Ya no estaba deprimido, la tristeza se había retirado y dejó en su lugar al coraje, un enojo tan grande que parecía que en cualquier momento iba a estallar, pero escuchaba la voz de su novia, se refugiaba en su mirada serena y pensaba que si una persona tan llena de cualidades lo quería, significaba que él sí valía algo aunque hubiera perdido su árbol, el más grande de todos.

El hambre los llevó a un restaurante enclavado sobre una colina, a unos metros de la carretera. Era un lugar fresco, rodeado de árboles y con una vista impresionante, desde las mesas de la terraza se podía apreciar un gran valle cuesta abajo, allá a la distancia, y a un costado se apreciaba una montaña alta, muy grande teñida de azules y verdes con grandes espacios de un gris canoso. A los dos les encantó el lugar, ese aire rústico, la luz del sol muy clara y sin calor, el ruido del viento entre la colina y la montaña, la sensación de estar lejos de todo y la deliciosa comida crearon una atmósfera que les hizo olvidarse por algunos instantes de todo lo que había ocurrido antes. La magia duró varios minutos, en ese lapso recorrieron los alrededores del restaurante y al arreciar el frío regresaron al interior de la posada, que en realidad era una imponente cabaña de madera muy sólida, con algunos adornos y detalles regados como al descuido por aquí y por allá.



Afuera comenzó a caer una lluvia ligera, helada de tanto invierno, así que decidieron recorrer la cabaña para conocer sus curiosidades: por aquí algunos animales disecados, por allá unos cuadros con paisajes pintados seguramente por algún amigo o pariente aficionado a los pinceles, más a la orilla algunas plantas de ornato silvestres y un tanto estrafalarias, unos pocos pericos enjaulados con sus propios ruidos y allá cerca de la puerta (quién sabe por qué no lo vieron antes) estaba un árbol de Navidad que los impactó en cuanto lo descubrieron por su originalidad. No era el típico pinito navideño que todos acostumbramos a ver en todas partes durante diciembre, más bien era como un arbusto que tenía el tronco y las ramas blancas, unas cuantas hojas desparramadas y varios adornos y luces distribuidos con gracia a lo largo de todo su cuerpo. Se sentaron a su lado tomando un café caliente y comentando qué original se veía. 

Él ya no buscaba otro árbol, se había convencido de que ya no sería posible encontrar uno, pero ahora estaba aquí delante del árbol más distinto de todos los que había visto hasta entonces. No quería sustituir a su Gran Árbol, sabía que eso no es posible, pero sí quería llenar aunque fuera un poco el hueco que tenía en su vida, así fue como se animó a buscar al dueño del restaurante para investigar dónde lo había conseguido y resultó que era precisamente su hija quien preparaba y decoraba así los arbolitos para venderlos. Los muchachos se entusiasmaron y apresuradamente quisieron conocer a la creativa chica para comprarle uno de aquellos bellos y originales árboles. Pero enseguida se enteraron que ella no estaba, había terminado los árboles que tenía planeado hacer ese año y después de venderlos se regresó a su casa, en otro estado.



El árbol que adornaba aquel restaurante no estaba a la venta, era un regalo que la chica le había hecho a su padre para que la tuviera presente mientras ella estaba estudiando, y por eso entre el árbol, la chica y su padre había la promesa de no venderlo a ningún precio, por eso los novios ya no insistieron. Sin embargo, el señor supo ver en la mirada de aquellos jovencitos la sinceridad de los que saben valorarse y cuidarse, así que respetando la promesa hecha a su hija y el profundo deseo de darle un buen hogar al arbolito, lo regaló a esos novios que habían estado toda la tarde en su restaurante, pero sin los adornos; ellos prometieron regresar otro día y él señor, acostumbrado al entusiasmo mentiroso de los que se van con gusto, solamente asintió con una sonrisa. Tras ellos quedó el espacio vacío del lugar que ocupaba el arbolito, pero el señor no se puso triste, nada más pensó que cuando viniera su hija de nuevo le haría otro, tal vez más bonito aún y se fue a guardar los adornos.

Ya era muy noche cuando los novios se despidieron, él la dejó en su casa con unos besos para soñar y también se llevó unos de ella para el camino, junto con el árbol.



Al otro día se levantó muy temprano y bajó a la sala para acomodar su arbolito, lo puso en una esquina cerca de la ventana y sintió una mezcla de risa y tristeza al ver tan vacía su sala, pero enseguida se repuso y recordó que nada iba a sustituir a su Gran Árbol, así que era lógico que este nuevo arbolito fuera diferente. Pensando esto, retomó su propósito y se dirigió al cuarto donde tenía guardados todos los adornos que año tras año le ponía a su anterior árbol. Como en sus rituales de los años anteriores, sacó todas sus cajas de adornos, después sacó los adornos y los fue ordenando pacientemente en el piso de la sala y comenzó a tomarlos para adornar su arbolito, ese montón de ramas blancas salpicadas de verde 

La tarea que le tomaba hasta 3 días con su anterior árbol estaba terminada antes de que pasaran 2 horas, y todavía le sobraron la mayoría de sus adornos. Por primera vez se sentó en la sala de su casa y pudo ver completo, enterito a su árbol de Navidad. La sala se veía algo vacía con solamente una esquina adornada por aquel arbolito, así que se animó y decidió adornar toda la sala. Tenía bastante material y la adornó bastante bien, pero todavía le sobraron muchos adornos y continuó colocándolos en las recámaras, en la escalera, en el baño, en la cocina, en el patio y en todos los rincones hasta que toda la casa estaba adornada. Pero todavía le sobraron adornos, entonces salió a la calle, vio su fachada y le pareció que desentonaba con el interior de su casa, más tardó en pensar eso que ya estaba sacando todos los adornos que le quedaban para distribuirlos cuidadosamente por el frente de su vivienda hasta que quedó a su gusto y usó todos sus adornos.

Más tarde, cuando la noche estaba bajando del cielo, su novia llegó a buscarlo y se detuvo ante la casa antes de entrar para ver el espectáculo de luces y adornos que la invitaban a entrar. Ella también adornó su cara con una sonrisa y enseguida él la llevó a recorrer el interior de su casa, orgulloso y alegre. Venciendo la pena, fue recibiendo visitas de su familia y sus amigos, descubriendo con una grata sorpresa que todos lo trataban igual que siempre, con la única excepción de que ahora no tenían que quedarse afuera o arrinconarse en un huequito de la casa para platicar, pues ahora la casa entera podía ser usada y no solo admirada.

Desde que dejó de dedicar toda su atención, su tiempo y su dinero a una sola cosa, su casa y él mismo ya no tenían nada tan especial como había sido aquel árbol gigantesco, el más grande de todos, en cambio ahora lo mejor de él ya no estaba escondido dejando ver solamente una pequeña parte de lo que podría ser, sino que se compartía plenamente consigo mismo y con los demás. Por cierto, también se hizo más dueño de su espacio interior, pues al perder aquel árbol tan grande recuperó una recámara y al decidirse a compartir varios de los adornos extras, también recuperó la mayor parte de la otra recámara donde los guardaba... bueno, donde todavía los guarda. Su mundo se hizo más grande y aunque nadie se lo dijo, quienes lo conocían se dieron cuenta que ese día él recuperó su libertad.

Hasta luego.

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