martes, 19 de febrero de 2013

La casi trágica historia de un duende tierno

"Los niños que no son amados intensamente no saben cómo amarse a sí mismos. Cuando son adultos, tienen que aprender a proteger a su propio niño interior perdido."

          Marion Woodman



Estoy leyendo el libro "Nuestro niño interior", de John Bradshaw, en buena parte por gusto y en otra buena parte para preparar el curso-taller "Sanar las heridas de tu niño interior". Es una lectura muy recomendable y con muchos ejercicios prácticos, además de anécdotas ilustrativas y muchas referencias de autores y teorías para los que nos gusta escarbar más cuando un tema nos motiva. Total que en este libro encontré un breve cuento, o más bien una parábola acerca de nuestro crecimiento en la vida, y aquí lo reproduzco esperando que les guste y les sirva para recapacitar sobre la manera en que hemos venido creciendo y evolucionando en esta vida:

         

"Había una vez un tierno duendecillo. Era muy feliz. Era comprensivo y curioso y conocía los secretos de la vida. Por ejemplo, sabía que el amor era una elección; que el amor requería trabajar duro; que el amor era el único camino. Sabía que podía hacer cosas mágicas y que esta singular presencia de la magia se llamaba "creatividad". El duendecillo sabía que mientras él fuera verdaderamente creativo, no habría violencia. Y conocía el secreto máximo: que él trascendía el vacío. Sabía que era y que el ser era todo. Esto se llamaba el secreto "del ser".



El creador de todos los duendes era el Gran YO SOY. El Gran YO SOY siempre había sido y siempre sería. Nadie sabía el cómo o el porqué de esta verdad. El Gran YO SOY era totalmente amoroso y creativo. Otro secreto muy importante era el de balance. Esto significaba que toda la vida está llena de contrastes. No hay vida sin muerte física; no hay alegría sin tristeza; no hay placer sin dolor; no hay luz sin oscuridad; no hay sonido sin silencio; no hay bueno si no hay malo. La verdadera salud es una forma de integridad. Y la integridad es santidad. El gran secreto de la creatividad era equilibrar una enorme energía creativa sin propósitos, dentro de una forma que le permitiera ser a esa energía.



Un día le revelaron otro secreto a nuestro duendecillo, quien, por cierto, se llamaba Joni. El secreto era que tenía una misión que cumplir, antes de continuar creando eternamente. Tenía que compartir sus secretos con una feroz        tribu de no-duendes. Y, como verán, la vida de un duende era tan maravillosa, que el secreto de esa maravilla necesitaba ser compartido con aquellos que no sabían nada acerca de él. La bondad siempre desea compartirse. Cada duende fue asignado a una familia de la feroz tribu de no-el ros. Esta tribu era llamada Snarnuh. Los snarnuh no tenían secretos.




Con frecuencia, derrochaban sus seres.  Trabajaban incansablemente y sólo parecían sentirse vivos cuando estaban haciendo algo. Algunos duendes se referían a ellos como los HACEDORES. Éstos se mataban unos a otros y se dedicaban a hacerse la guerra. Algunas veces, en los eventos deportivos y conciertos musicales, se pisoteaban hasta que algunos morían.



Joni llegó a su familia snamuh e1 29 de junio de 1933, a las 03:05. No tenía idea de lo que le esperaba. No sabía que tendría que usar cada gramo de su creatividad para contar sus secretos. Cuando nació, le dieron un nombre de origen snamuh, Farquhar. Su madre fue una hermosa princesa de diecinueve años, a la que dominaba su deseo de actuar. Sobre ella pesaba una extraña maldición. Tenía una bombilla de luz en medio de su frente, y cada vez que ella intentaba jugar, divertirse o simplemente ser, la luz empezaba a destellar y una voz decía: "Cumple con tu deber".  Ella nunca podía estar sin hacer nada y sólo ser.




El padre de Farquhar era un rey pequeño pero apuesto, y también soportaba una maldición: había sido embrujado por su malvada madre, la hechicera Noche, quien vivía en su hombro izquierdo. Cada vez que él in tentaba simplemente ser,  ella daba alaridos. Noche siempre estaba diciéndole que hiciera  algo. Para que Farquhar pudiera contarles a sus padres y a los demás sus secretos, ellos necesitaban estarse quietos y dejar de hacer  durante el tiempo suficiente para verlo y escucharlo.



Pero no lo lograban; su madre, a causa de su foco, y su padre, por la presencia de Noche. Desde que nació, Farquhar había estado solo. Como tenía el cuerpo de un           snamuh, también sentía como un snamuh. Y, por este abandono, se sentía furioso, intensamente frustrado y lastimado.



He aquí a un duendecillo que conocía los grandes secretos del SER y nadie lo escuchaba. Lo que tenía que decir era un regalo de vida, pero sus padres estaban tan ocupados cumpliendo con sus deberes, que no podían aprender de él. Estaban tan confundidos, que pensaban que uno de sus deberes era enseñarle a Farquhar a cumplir con sus  propios deberes. Cada vez que él no cumplía con lo que ellos pensaban que era su deber, lo castigaban. A veces, lo encerraban en su habitación. En ocasiones, lo golpeaban o le gritaban. Lo que más odiaba Farquhar eran los gritos. Podía soportar el aislamiento; también olvidaba los golpes; pero las interminables reprimendas acerca de sus deberes lo afectaron tanto, que llegaron a amenazar su alma de duende.



Pero nadie puede matar el alma de un duende porque es parte del Gran YO SOY; pero sí puede ser lastimada tan terriblemente, que parezca que ya no existe. Y esto fue lo que le sucedió a Farquhar. Para sobrevivir, dejó de intentar mostrarles a su madre y a su padre sus secretos y, en lugar de eso, empezó a complacerlos cumpliendo con sus deberes.




Sus padres eran snamuhs muy tristes. (La mayoría de los snamuhs lo son, a menos que aprendan el secreto de los duendes.) El padre de Farquhar sufría tanto a causa de Noche, que tenía que usar toda su energía para encontrar una poción mágica que se llevara todos sus sentimientos. Pero esa magia no era la creatividad. En realidad, esa magia hacía desaparecer su creatividad. El padre de Farquhar se convirtió en un muerto viviente. Después de un tiempo, dejó incluso de regresar a su casa. El corazón snamuh de Farquhar resultó afectado. Cada snamuh requiere el amor tanto de su padre como de su madre para que el duende que está dentro de él cuente sus secretos.



Farquhar estaba abrumado por el abandono de su padre. Y como éste ya no podía ayudar a su madre, el foco de ella se encendía con mayor frecuencia. Por lo tanto, a Farquhar le gritaban y lo castigaban más.




Cuando cumplió doce años, olvidó que era un duende. Años después, tuvo conocimiento de la poción mágica que utilizaba su padre para acallar la voz de Noche. Cuando cumplió catorce años, empezó a utilizarla a menudo. Cuando cumplió treinta años, tuvo que ser internado en un hospital snamuh. En ese hospital oyó una voz que provenía de su interior y que lo impulsaba a despertar. Esa voz que lo conmovió era la voz del ser  de su alma de duende. Porque sin importar lo mal que estén las cosas, la voz de un duende siempre convocará a un snamuh para celebrar su ser.  



Joni nunca dejó de existir; nunca dejó de intentar salvar a Farquhar. Si usted es un snamuh y está leyendo estas líneas, no lo olvide: dentro de usted existe un alma de duende que siempre está convocándolo a ser. La voz que Farquhar oyó hizo que todo fuera diferente. Y así comienza otra historia, tal vez mejor..."

Dentro de cada uno de nosotros hay un duende como el de esta historia, ¿podremos escuchar su voz?


Hasta luego.

2 comentarios:

  1. Gracias Heri; por éste cuentito en el cual nos recuerda que ahí está nuestro duendecillo y que el secreto es el "Ser" y que lo olvidamos y nos vamos por el "hacer" con sus múltiples consecuencias; gracias por detenerme en el camino y voltear a "mi niño interior" y que puedo dárle el valor que contiene, la ternura, el amor, la sencillez y la creatividad entre otras muchas. Te mando un abrazo. Eh'Yeh

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  2. Me encantó!!! muy interesante y muy apropiada para reflexionar efectivamente sobre lo que somos y lo que nos hemos convertido, aún hay oportunidad de ser mejores, es un hecho, ay que lindo......

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