Hoy comparto un cuento que vio la luz hace poco más de un mes, y que algunos ya recibieron en sus cuentas de correo:
Había una vez un cuento camaleón que a veces salía de verso, otras de prosa y cuando se juntaba con sus amigos todos salían con las letras sueltas a ver si encontraban quién les hiciera caso, pero últimamente casi nadie se quedaba con él, aunque en ocasiones podía ocurrir que una persona interesante le echara una mirada profunda, o por lo menos una hojeada rápida y entonces se emocionaba pensando que ya tenía compañía, pero después esa persona miraba a otra parte y se olvidaba de él. La verdad es que casi nadie se fijaba en el cuento camaleón desde hacía años, no importaba de qué color se vistiera ni de qué sabor fuera su historia, ya no había quien la probara.
El cuento camaleón se fue acostumbrando poco a poco a sentirse solo y empezó a descuidar el camuflaje de sus textos, de modo que sus tramas en algunos fragmentos parecían realidad pero en otros eran una invención desvergonzada de literatura somnolienta y desabrida; en esos lapsos todos podían descubrir o de algún modo saber que estaban frente al cuento camaleón y, de esa forma, todas las historias perdían interés. Hace tiempo sus disfraces eran mucho mejores y su interés por ataviarse de acuerdo al guión de su fantasía era permanente, así que nunca hubo un lector que alcanzara a distinguir la huidiza frontera entre la vida cotidiana y la ficción. Fueron los días de la popularidad.
Para el cuento camaleón fue una suerte haber salido al mundo y ser conocido por tantos jóvenes justo en la época de su vida en que también él era joven, pues es la única edad en que podemos dedicarnos a ser amigos de verdad, compartir sueños y despertares sin temor a que los compañeros conozcan nuestros deseos, esperanzas, intentos, logros y fracasos: compartir soledades es un hobby de todas las juventudes. Los muchachos crecieron junto con él y aunque todos siguen contando con un espacio en su corazón, es muy raro que se acerquen a ocuparlo porque tienen muchas cosas qué hacer, igual que el cuento camaleón y otros muchos adultos. Nuevas juventudes han llegado a conocer al cuento camaleón y siempre se enamoran de ese gran tipo que fue, casi es obligatorio que todas las generaciones conozcan al joven rebelde, soñador y multifacético camaleón, pero también hay otro "casi obligatorio" que ocurre cuando llegan a las historias más recientes: nadie las quiere leer. ¡Lógico!: La rebeldía de los adultos no tiene la promesa del futuro que presumen los nuevos valores.
Un día el cuento camaleón se puso a pensar en estas cosas y las comentó también con sus viejos amigos, aquellos que conoció en su primera juventud y que a su vez fueron los primeros que se adueñaron de los sueños ilimitados de sus relatos, mientras hablaba, por primera vez se dio cuenta que tenía vergüenza de ser juzgado por aquellos que lo han aceptado durante toda una vida, por lo menos, pero por enésima ocasión volvió a saber que esos amigos cultivados en la temporada correcta nacen, crecen y dan frutos durante toda su madurez, y esta vez lo dejaron hablar, expresarse y llegar al límite que separa la razón del llanto, tratando de explicar cómo se siente ahora que sus lectores prefieren las primeras historias e ignoran todas las novedades, mientras él solamente sigue interesado en continuar creando leyendas y crónicas de mundos reales y ficticios para construir en la mente de sus lectores un paraje de imaginario colectivo donde todos se pudieran encontrar. Un cuento avergonzado de contar historias, cosa rara.
Una sola frase vino a rescatar al cuento camaleón de su melancolía: “Así eres tú, y así nos gustas”. Otro amigo preguntó “¿Qué piensas hacer?” y atrás de esa pregunta se escondían mil respuestas, sobre todo si recordamos que el cuento camaleón es un maestro en inventar historias enteras o finales distintos para un solo momento. Podría decidir abandonar la escritura, o cambiar a un estilo más acorde a los tiempos modernos, o empezar a sacar recopilaciones revolviendo entre ellas algún pensamiento nuevo disfrazado de joya inédita, o anunciar su retiro con fines mercadológicos para volver a tener buen rating durante la próxima estación, o podría decidir cualquier cosa, que al fin y al cabo se trata de su vida, pero lo que escogió fue seguir escribiendo como siempre lo ha hecho porque es lo que le gusta... aunque eso sí: se comprometió a atender nuevamente la gama cromática de sus vivencias para no alejarse demasiado de la realidad, porque muchas veces lo que ocurre no es que sus textos sean muy lúdicos ni oníricos, sino que se escapan y se quieren esconder del mundo donde se mueve.
Había una vez un cuento camaleón que decidió seguir siendo un cuento camaleón, se soltó las letras de manera permanente y dejó que le escurrieran las ocurrencias por los cuadernos y las teclas sin vergüenza por exhibir su soledad y sus compañías, palabra por palabra.
Hasta luego.
Había una vez un cuento camaleón que a veces salía de verso, otras de prosa y cuando se juntaba con sus amigos todos salían con las letras sueltas a ver si encontraban quién les hiciera caso, pero últimamente casi nadie se quedaba con él, aunque en ocasiones podía ocurrir que una persona interesante le echara una mirada profunda, o por lo menos una hojeada rápida y entonces se emocionaba pensando que ya tenía compañía, pero después esa persona miraba a otra parte y se olvidaba de él. La verdad es que casi nadie se fijaba en el cuento camaleón desde hacía años, no importaba de qué color se vistiera ni de qué sabor fuera su historia, ya no había quien la probara.
El cuento camaleón se fue acostumbrando poco a poco a sentirse solo y empezó a descuidar el camuflaje de sus textos, de modo que sus tramas en algunos fragmentos parecían realidad pero en otros eran una invención desvergonzada de literatura somnolienta y desabrida; en esos lapsos todos podían descubrir o de algún modo saber que estaban frente al cuento camaleón y, de esa forma, todas las historias perdían interés. Hace tiempo sus disfraces eran mucho mejores y su interés por ataviarse de acuerdo al guión de su fantasía era permanente, así que nunca hubo un lector que alcanzara a distinguir la huidiza frontera entre la vida cotidiana y la ficción. Fueron los días de la popularidad.
Para el cuento camaleón fue una suerte haber salido al mundo y ser conocido por tantos jóvenes justo en la época de su vida en que también él era joven, pues es la única edad en que podemos dedicarnos a ser amigos de verdad, compartir sueños y despertares sin temor a que los compañeros conozcan nuestros deseos, esperanzas, intentos, logros y fracasos: compartir soledades es un hobby de todas las juventudes. Los muchachos crecieron junto con él y aunque todos siguen contando con un espacio en su corazón, es muy raro que se acerquen a ocuparlo porque tienen muchas cosas qué hacer, igual que el cuento camaleón y otros muchos adultos. Nuevas juventudes han llegado a conocer al cuento camaleón y siempre se enamoran de ese gran tipo que fue, casi es obligatorio que todas las generaciones conozcan al joven rebelde, soñador y multifacético camaleón, pero también hay otro "casi obligatorio" que ocurre cuando llegan a las historias más recientes: nadie las quiere leer. ¡Lógico!: La rebeldía de los adultos no tiene la promesa del futuro que presumen los nuevos valores.
Un día el cuento camaleón se puso a pensar en estas cosas y las comentó también con sus viejos amigos, aquellos que conoció en su primera juventud y que a su vez fueron los primeros que se adueñaron de los sueños ilimitados de sus relatos, mientras hablaba, por primera vez se dio cuenta que tenía vergüenza de ser juzgado por aquellos que lo han aceptado durante toda una vida, por lo menos, pero por enésima ocasión volvió a saber que esos amigos cultivados en la temporada correcta nacen, crecen y dan frutos durante toda su madurez, y esta vez lo dejaron hablar, expresarse y llegar al límite que separa la razón del llanto, tratando de explicar cómo se siente ahora que sus lectores prefieren las primeras historias e ignoran todas las novedades, mientras él solamente sigue interesado en continuar creando leyendas y crónicas de mundos reales y ficticios para construir en la mente de sus lectores un paraje de imaginario colectivo donde todos se pudieran encontrar. Un cuento avergonzado de contar historias, cosa rara.
Una sola frase vino a rescatar al cuento camaleón de su melancolía: “Así eres tú, y así nos gustas”. Otro amigo preguntó “¿Qué piensas hacer?” y atrás de esa pregunta se escondían mil respuestas, sobre todo si recordamos que el cuento camaleón es un maestro en inventar historias enteras o finales distintos para un solo momento. Podría decidir abandonar la escritura, o cambiar a un estilo más acorde a los tiempos modernos, o empezar a sacar recopilaciones revolviendo entre ellas algún pensamiento nuevo disfrazado de joya inédita, o anunciar su retiro con fines mercadológicos para volver a tener buen rating durante la próxima estación, o podría decidir cualquier cosa, que al fin y al cabo se trata de su vida, pero lo que escogió fue seguir escribiendo como siempre lo ha hecho porque es lo que le gusta... aunque eso sí: se comprometió a atender nuevamente la gama cromática de sus vivencias para no alejarse demasiado de la realidad, porque muchas veces lo que ocurre no es que sus textos sean muy lúdicos ni oníricos, sino que se escapan y se quieren esconder del mundo donde se mueve.
Había una vez un cuento camaleón que decidió seguir siendo un cuento camaleón, se soltó las letras de manera permanente y dejó que le escurrieran las ocurrencias por los cuadernos y las teclas sin vergüenza por exhibir su soledad y sus compañías, palabra por palabra.
Hasta luego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Quieres comentar?: