domingo, 6 de julio de 2014

La pareja como trofeo

"Soy tan buen actor que hasta creen que canto".
Jaime López


A veces las parejas no se casan por amor, o por haber decidido que su mejor proyecto de vida es seguir avanzando en compañía de esa persona con la que se han juntado o casado. No. A veces ocurre que un hombre o una mujer piensan en otra persona como si fuera un trofeo que hay que ganar, y si se dan cuenta que hay otras personas interesadas en la que les gusta, entonces tienen más razón para competir y ganar ese premio tan codiciado.

¿Y qué hace tan valiosa a aquella persona? Lo que la convierte en un trofeo puede ser cualquier cosa que a los ojos del candidato o conquistador se pueda exagerar: su cara atractiva, su cuerpazo, su sonrisa, su popularidad, su alegría, su actitud siempre dispuesta, su caracter sencillo o sofisticado, su facilidad de palabra, sus logros académicos o laborales, su inteligencia, su modo de vestir o de caminar o de escuchar... Cuando una persona nos gusta, todo lo que tenga que ver con ella (o con él, según sea el caso) será bien recibido, incluso si tiene perro y se hace pipí en tus pantalones, también eso será festejado.


Es muy fácil confundir el deseo de ser dueño de todas esas impresiones agradables, con el amor. Por eso no es tan raro encontrar gente aferrada a la falsa creencia de que podrá tener la exclusividad sobre otra persona, simplemente porque la escogió para sí, como si se tratara de una mascota, o algo así. Los que dicen que saben le llaman a esto fetichismo: idealizar una parte de otra persona hasta casi rendirle culto.

Y a veces resulta que se unen, la persona codiciada y el ganador de ese premio mayor, de ese trofeo. Si el presunto "ganador" (o "ganadora") no es capaz de ver a la otra persona como lo que es (es decir, como persona), empezará un camino descendente en su relación, que va más o menos así:

En estas relaciones la satisfacción no viene del interior de la relación, sino de la opinión de los demás, así que al principio es el disfrute total cuando el "ganador" tiene en mente que las demás personas que también querían a su pareja ahora le tienen envidia y por lo tanto le consideran mejor (el valor de la relación viene de la opinión de gente ajena a la misma).


En un segundo momento, se limita la libertad de expresión, de movimientos y de relaciones a la persona-trofeo: el "ganador" piensa que si es su trofeo no debe compartirlo con nadie, aunque sí es válido lucirlo y presumirlo en eventos sociales, si no, ¿qué chiste tiene haberle ganado a los demás?

En la tercera etapa, la persona-trofeo se vuelve consciente de su pérdida de libertad y comienza a demostrar su inconformidad y sus deseos de seguir siendo parte del mundo. Comienza una lucha de poder, legítima y hasta sana en todas las parejas, y es el último intento por salir adelante y mantener viva la relación, la convivencia y el proyecto de vida juntos, con la participación de ambas partes.

Si esta lucha de poder se prolonga mucho, o si termina igual que la mayoría de la guerras, es decir sin que haya un vencedor claro, entonces empieza la etapa de las quejas del "ganador", porque su trofeo ya no luce igual que antes, y seguramente sí ha de lucir con otras personas (así que se restringe más su libertad). La decepción comienza a reinar en esa casa, tanto en la persona-trofeo que ve limitadas sus actitudes y acciones, como en la persona "ganadora" que no puede entender por qué su trofeo ya no hace las mismas monerías de antes, cuando conoció a esa persona era deslumbrante y ahora luce apagada y hasta triste. 

Si a estas alturas la pareja decidió tener hijos, también ellos recibirán su parte proporcional de esta decepción como parte del ambiente normal en su familia, pero además recibirán sus dosis diarias de regaños y críticas, que como sabemos, solamente sirven para que se desahogue el adulto regañón.

En la inocente cabecita del "ganador" no cabe la idea de que antes su pareja era una persona libre y su encanto residía en mostrarse tal como era. El "ganador" piensa realmente que su pareja-trofeo debería vivir contentísima por estar junto a una persona que le valora tanto y que hace todo lo posible por verle siempre feliz. En su mente no cabe la idea de que es intolerante y de que empequeñeció muchísimo el mundo de su pareja al reducirla a una sola de sus facetas (la que más le haya gustado al "ganador"). Por el contrario, no puede entender por qué su pareja no le agradece el buen trato que le da. En esta etapa de las relaciones son frecuentes las demostraciones de tristeza, decepción y los reclamos secos, ya sin las explosiones violentas de la lucha de poder vivida anteriormente.

Lo más triste es que cada una de las personas que forman esa pareja pueden agarrar su rol y vivir con las alas cortadas, una por estar vigilando que la otra no vaya a volar muy alto (como volaba cuando se conocieron) y la otra por aceptar que su vida será así para que no se sienta mal su pareja "ganadora" o sus hijos o sus mamás o cualquier otra gente. La persona trofeo no es una víctima inocente: también pone de su parte para que la relación se prolongue, al permitir que otra persona "controle" y ponga límites a su vida, en vez de hacerse cargo de su propia persona, pero es es motivo de otro escrito...


Si se llega a esta etapa, ¿qué se puede hacer? ¿ya no hay remedio? La respuesta es sí. Siempre es posible cambiar y encontrar un mundo nuevo, incluso con las mismas personas. Ya vimos que una parte importante es retomar los ingredientes que forman el amor, al menos en su parte básica, pero en esta situación específica se requiere iniciar con un ingrediente extra, el ingrediente secreto que le da más valor a esta receta es la humildad.

Humildad para dejar de sentirse dueño o dueña de la pareja. Humildad para aceptar que se ha escogido la vía cómoda de jugar a tener el control de la situación sin tomar en cuenta las opiniones de la persona que según esto es la amada. Humildad para romper la correa imaginaria que amarra a la persona-trofeo, así podrá empezar a valorarse a sí misma nuevamente. Humildad para destruir la historia de posesividad y exceso de control y escribir una nueva de decisiones y emociones compartidas.

¿Parece difícil? Lo es. Dejar entrar la humildad a un hogar donde ha reinado la competencia, el afán de superioridad y los celos, es una decisión demasiado difícil. Es como tratar de abrir un portón atorado y oxidado por la falta de uso. Pero una vez abierto, una vez que ha entrado la humildad, se pueden hacer grandes cambios para mejorar la relación e pareja, entre dos personas iguales que pueden ampliar sus horizontes y volver más grandes sus mundos manteniendo su compromiso. Las parejas que toman esta decisión y le pierden el miedo a la humildad, son las que más crecen. Son las que encuentran su valía y su reconocimiento en sus hechos y no en la opinión o la reacción de los demás.

Para ilustrar este comentario cae como anillo al dedo esta hermosa canción de Jaime López, incluida en su disco homónimo de 1989, por cierto muy recomendable. En la canción, la historia es relatada desde el punto de vista del "ganador" de una mujer-trofeo, y se queda hasta esa etapa de decepción posterior a la lucha de poder. Como verán, el orgullo herido se convierte en decepción, desmotivación y reclamo... ¡Ay, Inés!:


Y aquí va también la letra, poética, cotidiana, nostálgica:

“La palomilla me cabuleaba, recordarás 
Cuando pasabas por nuestra esquina con rumbo al pan 
Cual tu vestido rojo subido callaba yo 
Luego me entraba con tu mirada un mortal temblor 

Trágame tierra rogaba bajando la cara ahí 
Con los piropos de éstos mis cuates, que va a pensar de mí 
Ora me sales con que en verdad te gustaba Juan 
De mis amigos puede decirse el más vulgar 
Tanta dulzura, tanta finura, querida Inés 
Frases pensadas, rimas, tonadas, voz de Gardel 

Tanta loción para nada el baúl se tragó el papel 
Y ese retrato del día de bodas nos mira envejecer 
Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés y los donjuanes por los zaguanes 
Lanzan sus flores a tu costeña manera de andar 

Todo a tu paso era ese paso del huracán 
Como corría sangre por ser el galán triunfal 
Eres mi cielo –así me dijiste- el primer amor 
Pero era de otro, amor imposible, tu corazón 

Tu cabellera ahora recuerda al olor a mar 
Sobre la almohada esa palmera presagia un vendaval 

Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés hay un Don Juan asaltando el zaguán 
Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés yo ya no sé si reír o llorar 
Ay Inés”

Jaime López

Hasta luego.


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