jueves, 31 de julio de 2014

Confianza y gratitud

"Confía en Dios y haz algo."

Mary Lyon 


No importa de qué religión eres, o si no tienes religión. 

No importa con qué nombre llames a Dios, o si no tiene un nombre. 


Lo importante es que seas capaz de confiar en esa fuerza o energía universal que se manifiesta en tu interior para darte más seguridad en lo que haces y más claridad en lo que piensas y dices. Esto se llama ser congruente, ser honesto contigo mismo. 

Como quiera que sea, Dios está dentro de ti y de mi y de cada uno de nosotros. No hay mejor templo que tu propio cuerpo y por ese solo hecho mereces respeto, cuidado y atención. No hay que esperar a que otra persona te dé todo esto, date la oportunidad de entregártelo tú y también, claro está, de dar gracias.

"Me siento en gratitud y bendecido por la vida"
José Antonio González (Ex rector de La Concordia)

Hace un año, en un curso de desarrollo humano, nos pedían repetir distintas frases, unas motivantes, otras neutras y otras desmotivantes a más no poder. Cada una provocó una reacción distinta en nuestro estado de ánimo e incluso en nuestra sensación corporal, claro: Somos lo que creemos. Por eso me quedo y te invito a quedarte también con esta frase tipo mantra, que habla de un estado permanente de confianza y gratitud, no para pensar que tienes una protección mágica, sino para sentirte acompañado por Dios, como quiera que lo llames o lo conozcas, desde tu interior:

"Me siento en gratitud y bendecido por la vida".

Hasta luego.

martes, 29 de julio de 2014

Repetirse



La pareja, las relaciones, la autoestima, nuestro niño herido, el aquí y el ahora… Me repito y reincido en los mismos temas, no para tratar de convencer repitiendo mil veces lo mismo, sino porque…

… hay muchas formas de decir una verdad

… hay muchos caminos para avanzar y para llegar

… hay muchas maneras de ofrecer y de recibir

… hay muchas formas de volvernos a encontrar

… hay todavía mucho por asimilar en las verdades más sabidas

… una rama solitaria no hace un árbol

… cada escrito es una puerta para volver a descubrir

… los mismos temas son nuevos si cambia nuestra situación personal

… es muy pretencioso creer que en un solo texto cabe todo lo que se puede decir

… es interesante volver a recorrer el trecho que creíamos ya conocido y encontrar por ahí algunos detalles olvidados como si fueran novedades que aparecen al mirar con más detenimiento, con ojos nuevos sobre el paisaje viejo, al darnos el tiempo de observar desde distintos lugares esa misma senda.


Nos seguiremos leyendo.


Hasta luego.

viernes, 25 de julio de 2014

Recomendación para colegas psicólogos

José O. Caldas


Antonio G. Mozuelos es un psicólogo metido a mercadólogo y a no sé qué cosas más, hace tiempo hacía un boletín electrónico llamado "Megapracticantes" donde daba a conocer muy buenos tips y estrategias para promocionar los servicios psicoterapéuticos y sobre todo, para aprender a valorarlos y cobrarlos correctamente. Aprendí varias cosas con su página y aún me falta aprender y aplicar otras más.

Ahora vuelve a la carga con una nueva página llamada http://www.ventaterapia.com, en la que reincide en su intento de hacer que los psicólogos seamos capaces de hacer tratos justos al momento de ofrecer y brindar nuestros servicios de consultoría y asesoría. A aquellos colegas que aún no lo conocen (de hecho yo no tengo el gusto de conocerlo en persona, solamente a través de su obra en Internet) les extiendo la invitación a visitar su página:


Una novedad en esta página es cómo aborda directamente el tema de vender los servicios de consultoría, una idea algo tabú desde el enfoque puramente humanista que se enseñaba en mis tiempos en la facultad de psicología (no sé ahorita cómo se enseñe a los alumnos a valorar su trabajo). He de confesar que su página me chocó un poco por esa apariencia de ser mero anuncio y venta de productos. Pero recapacitando recordé que entré a esa página precisamente porque quiero conocer nuevas formas de promocionar mis servicios, de hacer llegar mi trabajo a la gente que le interesa. De vender lo que sé hacer. De eso se trata, pues.

"Un pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un hombre que vende lo que pinta"
Picasso.

No sé a qué se debe el gusto e interés de Mozuelos por compartir lo que sabe, pero efectivamente nos está regalando verdades que podemos llevar a la práctica si le ponemos un poco de disciplina y constancia, y que redundarán en una mayor satisfacción personal y profesional. También regala una especie de manuales o folletos en formato digital, lo verán cuando entren a la página.


Anteriormente leí en su página de Megapracticantes algunas críticas diciendo que estos tips y estrategias son muy obvios. Tal vez es cierto. La cuestión es que a veces no hacemos caso de lo obvio y por lo mismo es sano dedicarle tiempo a rescatarlo. Una parte esencial de la neurosis nuestra de cada día es precisamente dar por hecho que lo obvio ya no merece nuestro cuidado, ¿verdad?

Hasta luego.

miércoles, 23 de julio de 2014

Entre iguales

(Inicialmente, este escrito se titulaba "Crecer entre iguales")

"Todos los hombres son iguales. La diferencia entre ellos no está en su nacimiento, sino en su virtud."
Voltaire


¡Bendita igualdad, que nos permite disfrutarnos y crecer con nuestras diferencias!

El verdadero amor y la amistad real se dan entre iguales. A veces uno se rezaga y el otro entonces se detiene y le ayuda a seguir avanzando. A veces se invierten los papeles y quien ayudó en la primera ocasión ahora recibe aliento del otro para continuar creciendo. La relación entre iguales permite reconocer tanto las fortalezas como las debilidades, ambas forman parte de la persona y por lo tanto de la relación.


Algo parecido al amor y a la amistad surge en las relaciones donde una persona desconfía de la otra y por lo tanto, quiere controlarla o tratar de controlarla en todo. Pero eso no es amor. Ni es amistad: Una persona que maneja sus relaciones tan posesiva y controladora, no es capaz de aceptar a otra persona tal como es (de hecho, una persona así necesita confiar en sí misma primero).

Solamente recibiendo el trato de iguales estaremos inmersos en una relación sana.

"En todas las tierras el sol sale al amanecer"
George Herbert

Si te quedas con esa sensación de que te están tratando más mal de lo que mereces, o de que no puedes evitar abusar para demostrar que "controlas" la relación, dedícate un momento, voltea tu mirada hacia ti y recuerda que tanto tú como esa otra persona tienen exactamente el mismo valor, son iguales y por lo tanto ninguno debe estar por encima o por debajo, sino lado a lado.


Cualquier intento de justificar un trato desigual no es más que el deseo de querer congelar la relación y mantenerla tal como a ti te gusta. Pero las relaciones son vivas, deben crecer y cambiar constantemente, si quieres ver siempre igual tu relación tómale una foto y obsérvala de vez en cuando, porque en la vida real será inevitable seguir cambiando.

Podemos crecer juntos en la relación. Todos tenemos la necesidad de ser queridos, valorados, aceptados tal como somos y sin condición de tener que cambiar o ceder en algo; la mejor manera de conseguir ese cariño, amor, valoración y aceptación es dándolo, nunca exigiéndolo o forzándolo.

La relación entre iguales se basa en el mutuo reconocimiento y respeto de las diferencias, de ahí que la equidad resulte ser el refugio de los derechos y obligaciones de la pareja.


En una relación sana, una persona busca a otra para apoyar y ser apoyada, la otra persona busca lo mismo y ambas tienen la confianza y claridad para decirlo o para escucharse, que es lo mismo.

Hasta luego.

domingo, 13 de julio de 2014

Jugar a ser buenos

"La única recompensa de la virtud, es la virtud.
La única manera de tener amigos, es ser un amigo."
Ralph Waldo Emerson


Cuando vemos una película o una caricatura nos preguntamos quién es el bueno, y mientras se desarrolla la trama también vamos tratando de identificar si los personajes que aparecen son buenos o malos. En las novelas, los partidos de fut y las películas estilo Hollywood es muy fácil hacerlo, están diseñadas para sentir simpatía hacia el "bueno" o la "buena". Pero también en los noticieros pasa lo mismo, tendemos a interpretar las noticias en términos de "buenos" y "malos", si no es que el mismo noticiero nos dice sin tapujos a quién debemos considerar "bueno" y a quién debemos temer y rechazar.



Y al final, cada uno se forma su propio concepto de lo que es "ser bueno" y actúa de acuerdo a él. 

En algunos casos lo que se aprende es que "ser bueno" significa ganarle a los demás, ser el mejor al costo que sea y asegurar que "mi gente" esté bien, sin importar cómo. De este tipo de "bondad" ya he hablado en otras entradas de este espacio (por ejemplo aquí o aquí) y seguramente volveré a tocar el tema alguna otra vez. En el extremo opuesto están las personas convencidas de que "ser bueno" es dedicarse 100% o más a la gente que quieren, aún a costa de sacrificarse a sí mismas.

En realidad, vivir para darle gusto a otros no es "ser bueno", a la larga genera amargura y resentimiento en la persona que lleva este rol durante años, porque hay algunos mensajes silenciosos, de fondo, atrás de todos los actos de bondad: 


"Yo soy bueno, por eso merezco lo mejor y un día lo tendré". 

"Yo soy bueno contigo para que me quieras".

"Yo soy bueno contigo a pesar de todo: Yo soy mejor que tú".

"Yo soy bueno y me sacrifico con gusto, ¿por qué todos los demás no son igual?"

Siendo tan buenos con los demás e ignorando nuestras necesidades, al final nos sentimos con derecho de juzgar y reclamar a los demás y a la vida misma. 



En aquellos que viven de esta manera su parte bondadosa existe un sentimiento confuso y contradictorio, ya que al mismo tiempo sienten culpa y orgullo, resentimiento y necesidad de ayudar, deseos de ser libre y miedo a retirarse. Aún cuando son capaces de querer y ayudar a todo el mundo si tienen la oportunidad, generalmente se dedican preferentemente a una sola persona: mamá, papá, un hermano, una hermana, la tía que vive sola, el esposo, la esposa (o como  le diga a su pareja). Siempre hay una persona a la que deben cuidar más, a la que hay que dedicarse y por la que vale la pena sufrir y luchar en esta vida. 

El problema es que quienes "son buenos" de esta manera se olvidan de sí mismos, al menos aparentemente y se conforman con hacer feliz a alguien más (también aparentemente, porque esto de ser feliz es responsabilidad de cada uno). Y si no hay felicidad dentro de su corazón, en su vida diaria, ¿cómo es posible que le den felicidad a otras personas? Nadie da lo que no tiene. La lógica dice que para querer realmente a otro, antes debes demostrarte que te quieres a ti mismo: Que en tu propia persona encuentras alguien a quien cuidar, que tú eres digno de recibir amor y buenos tratos.

Y si no, ¿qué pasará el día que se vaya esa persona que merece todos los cuidados y cariños? Los familiares mueren o se van retirando para hacer su vida. Las parejas pueden llegar a separarse, los amigos también se retiran aunque siga viva la amistad. Y la persona que quiere ser buena en función de agradarle a otra persona, siente una angustia tremenda cada vez que ocurre uno de estos cambios. Cada vez que necesite hacerse caso a sí misma. Si no te tratas a ti mismo como tratarías a la persona que más quieres, solamente estás jugando a ser bueno



Es importante entender que en este juego  hay reglas muy claras, voy a describir aquí las que tengo más presentes para ayudarte a identificarlas y descubras si las estás aplicando en tu vida. Si resulta que sí, eres bienvenid@ al mundo de la codependencia, que afortunadamente también tiene puerta de salida.

Por lo pronto, aquí están las reglas del juego, presentadas sin un orden específico:

1. Creer que las necesidades de la otra persona son más importantes que las propias.

2. Sacrificar o posponer indefinidamente tus planes, proyectos y bienes materiales para satisfacer a esa persona.

3. Limitar la vida social al mínimo permitido por la persona a la que se debe complacer.

4. Ofrecer tu ayuda antes de que te la pidan.

5. Si algo sale mal, ofrecer opciones de solución antes de identificar las causas y los responsables de que las cosas no hayan resultado como se esperaba.

6. Sentir una culpa tremenda cuando la otra persona se siente mal, o simplemente cuando está callada. 

7. Ceder a las exigencias de esa persona aunque parezcan ilógicas o hasta humillantes, porque la quieres mucho y se merece todo.
8. Creer que al hacer todo esto conseguirás el respeto y el reconocimiento de esa persona y de las demás.


9. Asegurar que la otra persona va a cambiar cuando valore todo lo que haces por ella.

10. Creer ser dueños de una virtud muy especial: la de "ser buenos" a pesar de cualquier cosa que ocurra.

11. Renunciar a la propia autoestima, esperando recibir la estima de otra persona.

Son reglas crudas, se escuchan crueles pero hay personas que las cumplen cabalmente. Y esas personas pueden dejar de hacerlo, solo que esta decisión debe salir desde su interior, de lo más profundo de su corazón para que se comprometan consigo mismas; de otra manera no podrán seguir el proceso de reconciliarse consigo mismas para recuperar su propio tiempo y espacio.



¿Qué se gana con este juego?

En lo personal creo que jugar a ser buenos es ganar puros premios virtuales, por no decir imaginarios:

Se gana el derecho de manipular o chantajear, porque "yo soy bueno".

Se gana el derecho de estar siempre con la persona querida, aunque no la aguante.

Se gana la reputación de ser una excelente persona, muy entregada y que sí quiere a _____________ (ponga aquí el nombre de quien guste), porque se lo demuestra siempre.

Se gana el derecho a recibir la compasión y las migajas del amor que otras personas sí piden y reciben asertivamente.

Se gana la creencia de ser útil, por satisfacer a otra persona.

Se gana la ilusión de controlar la vida de otra persona a través de la ayuda que se le brinda.

Se gana el derecho de vivir una relación de codependencia.



¿Qué tal con este jueguito? 

Y la pregunta final, en tono cantinflesco: ¿Entonces resulta que no es bueno ser bueno? Pues sí, lo que no es bueno es jugar a ser bueno. La bondad existe y la virtud también, aunque cuesta trabajo alcanzarlas y vivirlas pero una vez que esto se da, uno puede empezar a hacer lo correcto sin pensar en darle gusto a nadie más; esta no es una postura egoísta sino necesaria, pues una vez que se han satisfecho tus necesidades puedes decidir con quién vas a compartir tu bienestar, y en ese momento te das cuenta de otra cosa muy curiosa:

Cuando dejas de jugar a ser bueno, también dejas de buscar relaciones con gente codependiente que le gusta jugar a que no puede vivir sin tu ayuda. Ya no te interesa el estatus social de "ser muy buena persona".

Siempre es posible decidir algo diferente, la decisión es más efectiva y duradera cuando viene de adentro.

Hasta luego.

martes, 8 de julio de 2014

Un cuento: La historia del "Gruñis"

"-Te piden que hagas lo que te vieron hacer allá afuera.
- Pues que me dejen salir y lo hago.
- No pueden… ¿No entiendes que ya eres de ella?"
Bella y Gruñis


Hace poco hablaba en este espacio de las parejas posesivas, esas que creen que amar a una persona es sentirse responsables de cuidarla y protegerla como si fuera de su propiedad (¡qué manera de menospreciar la capacidad de quien dicen amar!), y también piensan que sobreproteger o quitarle libertad a esa persona es demostrarle cuánto la valoran, por eso es su "trofeo". Algunas personas posesivas hacen esto de una manera consciente y egoísta, para satisfacer su propia necesidad de sentirse seguros y "amados" sin interesarse en lo más mínimo por "su" pareja. Otra variedad de posesivos hace exactamente lo mismo pero con "buena intención", pues se ponen una venda en los ojos para no ver su egoísmo y hasta llegan a pensar que se sacrifican para cuidar y velar por su pareja (¡tan valiosa como es!) En cualquier caso, el resultado es el mismo: se le quita valor a una persona en lugar de reconocérselo.


"Están locos, esos humanos"
Obelix, en la historieta de Ásterix

Para la persona "trofeo", existe la opción de aceptar esa condición y encerrarse en la jaula sobreprotectora de su "ganador", o de reconocerse y valorarse a sí misma como persona autosuficiente y buscar la manera de llevar una relación igualitaria. Si de plano esto no es posible, también puede decidirse a terminar bien esa relación que no dejará crecer a ninguno de sus miembros. En la pareja todo lo que ocurre es cosa de dos, por eso es importante la actitud que presentan ambos miembros.

Y bueno, retomo este tema porque hace unos años escribí un cuento y hoy que lo vuelvo a encontrar me pareció un buen ejemplo de esto. Aquí va:

Historia del "Gruñis"

Ese perrito, el de color miel, a veces parece un pastor alemán en versión compacta, otras veces se asemeja a un chow chow y la mayoría de las ocasiones refleja fielmente su origen callejero. Su mamá le regaló 7 hermanos a él y a cada uno de sus hijos, como los demás salieron más bonitos, a cada uno se le apareció un dueño y al final se quedó él solo aquí en este patio. Lo curioso es que él ni siquiera sabe que no tiene dueño, pero es muy listo y a cada persona le hace una gracia diferente, como que intuye los gustos de cada quién y eso lo convierte en un experto en relaciones públicas.

O más bien piensa que él es de todos.

Esta historia empieza igual que como empieza cada día: con mucha claridad y luz, con frescura y airecillo corriendo entre los pasillos y paredes del vecindario, pasando alegremente alrededor de las señoras que van y vienen preocuponas a comprar sus cosas y en sus casas preparan desayunos y arreglan ropas con prisa, hasta el preciso momento en que hijos y maridos están listos y salen todos apurados para alcanzar al tiempo que siempre va más rápido y los deja atrás.


Así inician los días de este perro y a él le gusta darse cuenta de ese aire fresco que corre entre las voces alteradas que se van alejando hasta perderse en la calle, dejándolo ahí con la luz del sol, el aire fresco, la libertad y todo el día por delante. Si no se fijan bien pudiera parecer que la gente lo ignora y lo evade, pero no es así y él ni se preocupa.

Deja pasar un buen rato para que la flojera se le vaya, casi siempre se va junto con el frío del amanecer. Cuando el sol calienta bien su piel y sus huesitos ya sabe que es hora de moverse y comenzar a avanzar. También es el momento en que le empieza a dar más hambre porque, como es sabido, un perro sano siempre tiene hambre.

Juan el “Torcuatito” siempre le deja un pan, le gusta aventarlo medio escondido en las plantas que hay frente a su casa y a él le divierte sacarlo… Lo he estado observando y trata de hacer más emocionante este momento sacando el pan sin tocar las plantas.

En la reja de la entrada los avecindados cuelgan a diario, religiosamente, un candado oxidado que no cierra, para hacer creer a la demás gente que sus casas son seguras. Sabiendo esto, el perrito llega después de comer su pan y otras viandas para quitarlo sin hacer ruido, porque si no, puede salir don Tobías el “Tarabillas” a regañarlo: con eso de que su cuarto está ahí, pegadito a la reja de entrada, este señor todo lo oye.

No me podía acordar del nombre del perrito: Se llama “Gruñis”, aunque el “Tizas Ramírez”, flacucho aspirante a poeta que nunca escribe para que no se le acabe la inspiración, lo quiso bautizar como “Gerundio Ladrador”. Y le quiso poner este nombre porque a cualquier hora está ladrando, gruñendo o por lo menos haciendo ruiditos con la boca, pero la sabiduría popular se impuso y cariñosamente le apodan Gruñis, palabra que reúne la esencia que intentaba reflejar con sus finas palabras el aprendiz de poeta.

A los niños de la cuadra les encanta el Gruñis y por las tardes juegan con él, pero ya me estoy desviando mucho de lo que les quería platicar… como les decía, el perrito siempre toma el candado con mucho cuidado en su hocico y lo lleva hacia donde cree que nadie lo va a ver, para esconderlo. Después se va con las orejas y la cola en alto, como dando saltitos, a jugar en la calle.

Siempre que sale el Gruñis, lo hace confiado y contento de sentir el golpeteo de sus pasos sobre la banqueta y el golpe más fuerte de los olores urbanos en su nariz, con la tranquilidad del que se sabe acompañado porque al sentir que es de todos vive lleno de amigos. A esta hora el sol calienta rico, sin quemar, y él se dirige al parque de los naranjos, un lugar muy especial, está lleno de esos árboles y por lo tanto huele muy bien, sobre todo cuando florecen, porque entonces puede aspirar el aroma del azahar.

Pero también le gusta por otras razones: Aquí se reúne su grupo de amigos y también es el lugar donde vienen a parar todas las perritas de los alrededores que se escapan un rato de sus casas, y esta es la mejor razón para atraer a cualquier chucho del rumbo.

Gruñis no tiene prisa. Disfruta el camino echándole pleito a los carros que pasan a su lado, tratando de conseguir algo para su antojo en los puestos de comida que hay en el mercado o jugueteando con los dueños de esos mismos puestos, al fin que todos son conocidos y por lo tanto, amigos.
En una casa rosa vive la Bella, una perrita que él quiere mucho aunque nunca ha podido jugar ni estar con ella lado a lado, pero al pasar frente a este hogar se asoma para verla.
Ella lo espera paciente hasta que lo ve aparecer en la esquina de enfrente y comienza a brincotear y a mover su colita de un lado a otro. Parecen novios de rancho, ninguno disimula el gusto que siente por el otro, ¡bendita irracionalidad!

No sé si lo que les digo enseguida concuerde con la versión original, pero voy a intentar hacerles una traducción fiel del diálogo que sostuvieron ambos chuchos:

- ¡Hola! ¿Te quedaste dormido? – Comienza ella, recibiendo al vagabundo.

- Aummmm… No, ¿por qué lo dices? – Responde él, todavía modorro y dándose cuenta de que son las primeras palabras que ha ladrado en este día.

- ¡Ay, como te envidio! ¡Te levantas cuando quieres, vas a donde quieres, comes donde quieras! ¡Haces todo lo que quieras! – Se lamenta Bella.

- ¿Tú crees? – pregunta Gruñis, un poco desconcertado: no es común que le envidien su vida. – Yo pensé que estabas contenta aquí donde vives… tu dueña te quiere y te cuida mucho, siempre tienes comida rica, estás limpia y hueles muy bien… Ni siquiera tienes que preocuparte cuando llueve… -

Ella comentó, para detener sus argumentos:

- Pero tú eres libre. Tú decides qué hacer con tus días.

- Bueno, eso depende. – Gruñis se quedó pensando un rato, no estaba muy acostumbrado a razonar en voz alta y ahora le costaba trabajo encontrar los ladridos adecuados para expresarse ante Bella – Depende de qué quieres para ti, ¿ves? A mí me gusta vivir así, pero también hay días que estoy solo, o que no encuentro la comida que me gusta… en esos días me gustaría vivir como tú

- ¡Pero tú no aguantarías vivir así! – Solo de pensarlo le ganó la risa a Bella - ¡Tú no tienes dueño! ¡No podrías vivir con una misma persona!

- Eeeeeh, no es tanto así, más bien creo que tengo muchos dueños, yo veo a mucha gente y a muchos perros cada día.

- ¿Sí? Porque tú lo decides, yo en cambio…

La frase de Bella quedó inconclusa, en ese instante se abrió la puerta de la casa de golpe y se oyó la firme voz de Ángela, su dueña, que había terminado de arreglarse para salir y ya estaba llamando a su mascota. Bella miró a Gruñis y ya no alcanzó a decir nada, se sintió elevada en los brazos de su dueña, muy cariñosa, eso sí, y después se vio acomodada en el interior de la minivan donde siempre salía con Ángela.

Como ya sabemos, Gruñis tiene mucha paciencia y no le preocupa el tiempo, así que espera tranquilamente a que el vehículo abandone la cochera y arranque por la calle para seguirlo ladrando divertido a su amiga. En 2 semáforos alcanza a la minivan y brinca saludando por la ventana, junta una flor del piso y la arroja al parabrisas, y cuando la camioneta alcanza más velocidad, él levanta su patita para decir adiós.

Gruñis no es un perro cualquiera, Ángela lo sabe, ha descubierto que él sabe lo que hace y que quiere a Bella. Al principio lo quería correr, le parecía un animal feo y descuidado, ahora le sigue pareciendo un perro sucio pero ya no lo ve tan feo, y le gusta que su mascota sea amiga de un perro tan listo.

La carrera le sirvió a Gruñis para acabar de desperezarse y también lo acercó al parque de los naranjos, con sus árboles, laberintos y juegos listos para él y sus amigos, porque los niños solamente vienen para acá los sábados y domingos, aunque algunas veces aparecen por aquí en otros días, pero por  las tardes.


La pandilla del Gruñis es pequeña pero siempre llegan otros perros a buscarlos un rato, Gruñis tiene 8 amigos fieles como buenos perros, uno de ellos es su hermano más chico, cuyo amo no es tan estricto y lo deja salir a tratar a los demás perros. El día apenas comienza, aunque ya andan rozando las 12:00 horas, y el grupo de perros se alegra con la llegada de su líder, ¡hay tantas cosas por hacer! Y allá van.

Así son los días, en la calle Gruñis se siente en casa y le hacen caso sus amistades, hay que decir que Gruñis mantiene excelentes relaciones con todos los perros y las personas del rumbo, incluso hay perros más viejos que vienen a buscarlo para platicar con él y pedirle su opinión acerca de los mejores lugares para corretear o para pedirle que los contacte con alguien que les pueda conseguir un buen hueso. Así es la vida.

Mientras el tiempo pasa, se puede ver al perrito bailando en el parque o en la esquina, lo encuentran conquistando a una hermosa perrita en el parque, o también lo pueden hallar dando indicaciones a la pandilla y poniéndoles el ejemplo de cómo saltar una reja, esconder un hueso o hasta ayudar a una viejecita a cruzar la calle. No hay límites, solo necesita querer hacer algo y encontrará la manera de hacerlo, solo o con ayuda de sus amigos.

De acuerdo a su forma de ver la vida, un día Gruñis quiso cambiar y lo hizo, sin pensarlo mucho.

Ángela estaba a la entrada del patio donde vive el Gruñis, muy temprano, si consideramos la hora en que se levantan tanto ella como el perro. Serían alrededor de las 9:30 de la mañana cuando asomó su cara blanca por arriba de la reja que tiene el candado oxidado y lo vio echado en su rincón, ahí donde le habían dicho que lo podía encontrar. Con ella iba otra mujer más chica también muy arreglada, limpia y muy bonita, después supimos que era su sobrina.

La fama del Gruñis había traspasado las fronteras de su colonia y ahí estaba su primera fan de las tierras lejanas, que había venido en exclusiva para conocerlo. Claro que no venían solas, y eso fue lo que más le gustó al perrito: con ellas venía Bella y eso fue suficiente para que él aceptara mostrar todo su repertorio de gracias, trucos y cariños.

En otras condiciones Gruñis hubiera reaccionado con un poco más de cordura y entre truco y truco hubiera cerrado con su acto estelar: su propia desaparición; pero en esta ocasión ni siquiera reparó en lo extraño que era tener en su propio patio a Bella, incluso le parecía raro que ella se acercaba a su oído y le insistía en que se fuera y no sé qué cosas de la libertad… ¿pues no había ido ella a verlo?

Así pasa. Un corazón enamorado no reacciona igual que un corazón desconfiado o, por lo menos, prudente, así que Gruñis se dejó llevar por la bonita sobrina de Ángela, que estaba encantada con las demostraciones de ese perrito tan listo.

- ¿Ves, Tomasita? ¿Te dije que es único! – Decía orgullosa la tía.

- ¡Sí, tía, sí! ¡Yo lo quiero! – Repetía constantemente la pequeña.

A pesar de las advertencias de Bella, el Gruñis no se alejó de esa niña, para él era normal que lo quisieran, y él también quería a mucha gente, a muchos perros y a muchas cosas.

El día volvió a amanecer con mucha claridad y luz, pero algo faltaba, se sentía la frescura pero un poco diferente, y Gruñis tardó un poco en darse cuenta de la razón: aquí no corre el airecito.

Observó el lugar: el patio de una casa muy bonita y con muchas ventanas, también el patio es bonito, porque tiene un espacio con plantas y arbolitos, aunque no había naranjos pero de cualquier manera le gustó su apariencia, lo que no le gusta nada es que todo alrededor está cerrado por bardas. Después descubrió la puerta, una puerta pequeña cargada al lado izquierdo de la casa por donde apareció mucho más tarde Tomasita, llevando en sus manitas un gran platón nuevecito y una bolsa con bolitas de sabores.

“Comida rica”, pensó el perrito recordando aquellas comidas exóticas que había visto devorar a Bella en su casa, y se lanzó sobre la niña.

La comida sí resultó rica, y como es normal, decidió salir a caminar un rato para despejarse, ya que no se sentía airecito en este lugar. Pero ese fue su primer desengaño: ya no podría salir. Trató de convencer a Tomasita de que lo dejara salir empujándola a la puerta, enseñándole la cerradura, brincando frente a ella y ladrándole en sus mejores tonos para convencerla, pero todo fue inútil, lo único que conseguía eran unos fuertes aplausos y algunas palmaditas cariñosas en su cabeza y su lomo, mientras la niña se felicitaba a sí misma:

- ¡Yupi! ¡Es el perrito más listo y más alegre que he visto! ¡Y es mío! La cara que van a poner Andrea, Karina y mis demás amigas cuando lo vean… Así hablaba esta niña mientras corría de un lado al otro del amplio patio, interpretando los ágiles movimientos del perro que la seguía como una señal de aceptación y amistad. ¡Así juegan los amigos!

El Gruñis se tiró al suelo y se cubrió los ojos con desesperación, casi a punto de enojarse con esa niña que no le entendía en lo más mínimo. Al ver este gesto, la pequeña Tomasita pensó que el perro se había cansado de jugar y decidió dejarlo solo.

Tres veces al día se abría esa puerta para que entrara alguien con la comida del buen Gruñis, normalmente Tomasita solo aparecía una vez y se quedaba un rato con él, las otras dos ocasiones entraba una mujer mayor que nada más dejaba la comida en el platón y limpiaba los restos que Gruñis dejaba por el patio, siempre renegando de su destino. Esta mujer no le gustaba a Gruñis, su olor era muy agrio y penetrante, por eso él se quedaba sentado en un rincón del patio mirándola hacer sus cosas y hasta que salía ella, él empezaba a comer.

Pero Tomasita estaba notando algo raro en su Wini (sí, ella no lo conocía y lo volvió a bautizar con ese nombre), el perrito casi no quería jugar, los primeros días fue muy alegre y brincaba y ladraba con gusto, pero conforme pasa el tiempo el perrito está cada vez más quieto y ya casi ni ladra, solamente en las noches le ha dado por aullar y lo hace muy alto. A Tomasita no le gustan esos aullidos porque la ponen triste, el perrito casi llora y la hace llorar también a ella. Lo peor viene después de un rato, cuando se empieza a escuchar otro aullido allá afuera de la casa, y después otro, y muchos más, hasta que la noche se llena de aullidos tristes y los dueños de la casa no pueden dormir.

Un día Tomasita entró al patio seguida por un señor, enseguida entraron otras 4 niñas y allá adentro se alcanzó a distinguir la voz de Ángela, pero solo su voz llegó hasta el patio, la joven permaneció en la casa.

Enseguida Tomasita presentó a su Wini con sus amigas y le dijo que les había platicado mucho acerca de él y de todo lo que sabía hacer, así que por favor le pedía que les mostrara todos sus trucos y monerías.

Gruñis no hacía caso, estaba atento al interior de la casa por si se volvía a escuchar la voz de Ángela, y de vez en cuando la volvía a distinguir entre los ruidos domésticos, familiares.

A estas alturas él ya debería ser doméstico también.

Así pasó un rato, la pequeña Tomasita se estaba poniendo roja de vergüenza y de coraje porque ese perro no entendía nada de lo que le decía y sus amigas empezaban a burlarse de ella, ya sabemos que los niños pueden llegar a ser muy crueles. Así pues, decidió ayudarle al Gruñis y le dio un empujón para que se moviera, pero el perrito no estaba de humor para perder la concentración en ese momento y haciendo a un lado a la niña comenzó a correr hacia la puerta abierta, decidido a ver si Ángela estaba adentro, porque si ella estaba ahí, ¡seguro que también había venido Bella!

El señor se abalanzó sobre él y lo tomó por el lomo, con tanta fuerza que el pobre Gruñis lanzó un leve rechinido de dolor y por instinto volteó hacia él mostrando sus dientes. Creo que sí se los hubiera encajado de no ser porque el señor lo soltó y el animal siguió su loca carrera, cruzó la puerta y descubrió con espanto que no estaba dentro de la casa sino en otro pequeño patio, y que la puerta de entrada a la casa estaba cerrada.

Se imaginarán la revuelta que se armó con el señor, papá de Tomasita, corriendo tras el Gruñis en ese patio y después por todo el otro patio, hasta que lo alcanzó y le dio un escarmiento muy grande “para que aprendiera”.

Pero Gruñis no podía aprender nada, no entendía eso del escarmiento, porque solamente recibió golpes y maltratos; no sabía qué clase de lección era esa y no entendía por qué Tomasita estaba llorando asustada si a él era al que habían maltratado…


Al atardecer, Gruñis estaba amarrado a uno de los árboles y Tomasita seguía regañándolo por ser un perro malo que no quería jugar con ella. Él trato de explicarle que no era malo, pero apenas abría el hocico se acercaba amenazador el papá de la niña diciendo muchas cosas que no puedo repetir aquí, porque no sé si esta historia llegue a oídos de los niños.

Gruñis estaba asustado. ¿Esta era la vida cómoda y sin preocupaciones?

Entonces sucedió que Ángela entró al patio con Bella en brazos y se acercó a ver qué sucedía. Apenas vio a la perrita, el Gruñis sintió un verdadero alivio y comenzó a interrogarla:

- No entiendo qué pasa, Bella, ¿porqué me tratan así?

- Es que no le haces caso a tu dueña, es lo peor que puede hacer un perro de casa – respondió ella, un tanto apenada.

- ¿Mi dueña? ¡Pero mi dueña no me entiende! ¡Quiere que esté contento todo el día y aquí encerrado no puedo estar feliz! – Replicó el can.

- Ellas te conocieron así, feliz e inteligente. – Dijo la perrita, mirando a Ángela y a Tomasita – Por eso te piden que hagas lo que te vieron hacer allá afuera.

- Pues que me dejen salir y lo hago. – Esto le parecía tan lógico al Gruñis, que pensó haber dado con la solución.

- No pueden… ¿No entiendes que ya eres de ella?

¡Eso era la libertad! Ahora el Gruñis entendía porqué lo había envidiado esa linda perrita que estaba frente a él… Lo peor del caso era que la pequeña le caía bien y no quería lastimarla porque, en el fondo, se daba cuenta de que la niña no era mal intencionada.

- Una cerca de malla arreglará esto, hijita, le pondremos una puerta para entrar a darle de comer y a limpiar su perrera y desde afuera lo podrás ver, después veremos si aprende a jugar. – Decía el padre de Tomasita en la mesa del comedor, después de haber cenado.

- Papá, ¿por qué ya no me quiere? ¿Por qué no quiere hacer aquí adentro todas las cosas bonitas que sabe hacer? ¡Yo lo conocí allá afuera! ¡Es muy listo!

- No te enojes con él, los perros no son listos, ¿ya ves? Ya se le olvidó todo lo que sabía hacer. – Comentó el padre, pero al ver la carita de su hija más triste le dijo, en un tono de complicidad:

- No te preocupes, tú le vas a enseñar muchos trucos y si no aprende, conseguiremos un perrito más bonito y más listo que el Wini.

El Gruñis vive en una jaula de malla, pero ya tomó una decisión y quiere salir para regresar a su vida habitual sin lastimar a esa pequeña. Eso es importante, porque para el Gruñis no hay límites, lo necesario es que de veras quiera hacer algo y encontrará la manera de hacerlo, solo o con ayuda de sus amigos.

Mientras esto ocurre, allá afuera, en la calle, hay grupos de perros preocupados hablando muy seriamente del caso Gruñis. No es que el perrito sea indispensable, pero se había hecho querer.


Todavía más afuera, en lo oscuro, los chavos de la calle son otros aullidos que inyectan vida a la noche roja, recorriendo las arterias de la ciudad o parados en cualquier esquina pero se escuchan hasta acá, son ruido y risas y gritos, un enjambre con gritófono. Casi todas las noches son así y casi siempre escuchamos sin poner atención porque al fin y al cabo todo eso está lejos, pero desde que el Gruñis vive en ese patio, él y sus amigos aprendieron a apreciar más los sonidos de la noche.


Hasta luego.

domingo, 6 de julio de 2014

La pareja como trofeo

"Soy tan buen actor que hasta creen que canto".
Jaime López


A veces las parejas no se casan por amor, o por haber decidido que su mejor proyecto de vida es seguir avanzando en compañía de esa persona con la que se han juntado o casado. No. A veces ocurre que un hombre o una mujer piensan en otra persona como si fuera un trofeo que hay que ganar, y si se dan cuenta que hay otras personas interesadas en la que les gusta, entonces tienen más razón para competir y ganar ese premio tan codiciado.

¿Y qué hace tan valiosa a aquella persona? Lo que la convierte en un trofeo puede ser cualquier cosa que a los ojos del candidato o conquistador se pueda exagerar: su cara atractiva, su cuerpazo, su sonrisa, su popularidad, su alegría, su actitud siempre dispuesta, su caracter sencillo o sofisticado, su facilidad de palabra, sus logros académicos o laborales, su inteligencia, su modo de vestir o de caminar o de escuchar... Cuando una persona nos gusta, todo lo que tenga que ver con ella (o con él, según sea el caso) será bien recibido, incluso si tiene perro y se hace pipí en tus pantalones, también eso será festejado.


Es muy fácil confundir el deseo de ser dueño de todas esas impresiones agradables, con el amor. Por eso no es tan raro encontrar gente aferrada a la falsa creencia de que podrá tener la exclusividad sobre otra persona, simplemente porque la escogió para sí, como si se tratara de una mascota, o algo así. Los que dicen que saben le llaman a esto fetichismo: idealizar una parte de otra persona hasta casi rendirle culto.

Y a veces resulta que se unen, la persona codiciada y el ganador de ese premio mayor, de ese trofeo. Si el presunto "ganador" (o "ganadora") no es capaz de ver a la otra persona como lo que es (es decir, como persona), empezará un camino descendente en su relación, que va más o menos así:

En estas relaciones la satisfacción no viene del interior de la relación, sino de la opinión de los demás, así que al principio es el disfrute total cuando el "ganador" tiene en mente que las demás personas que también querían a su pareja ahora le tienen envidia y por lo tanto le consideran mejor (el valor de la relación viene de la opinión de gente ajena a la misma).


En un segundo momento, se limita la libertad de expresión, de movimientos y de relaciones a la persona-trofeo: el "ganador" piensa que si es su trofeo no debe compartirlo con nadie, aunque sí es válido lucirlo y presumirlo en eventos sociales, si no, ¿qué chiste tiene haberle ganado a los demás?

En la tercera etapa, la persona-trofeo se vuelve consciente de su pérdida de libertad y comienza a demostrar su inconformidad y sus deseos de seguir siendo parte del mundo. Comienza una lucha de poder, legítima y hasta sana en todas las parejas, y es el último intento por salir adelante y mantener viva la relación, la convivencia y el proyecto de vida juntos, con la participación de ambas partes.

Si esta lucha de poder se prolonga mucho, o si termina igual que la mayoría de la guerras, es decir sin que haya un vencedor claro, entonces empieza la etapa de las quejas del "ganador", porque su trofeo ya no luce igual que antes, y seguramente sí ha de lucir con otras personas (así que se restringe más su libertad). La decepción comienza a reinar en esa casa, tanto en la persona-trofeo que ve limitadas sus actitudes y acciones, como en la persona "ganadora" que no puede entender por qué su trofeo ya no hace las mismas monerías de antes, cuando conoció a esa persona era deslumbrante y ahora luce apagada y hasta triste. 

Si a estas alturas la pareja decidió tener hijos, también ellos recibirán su parte proporcional de esta decepción como parte del ambiente normal en su familia, pero además recibirán sus dosis diarias de regaños y críticas, que como sabemos, solamente sirven para que se desahogue el adulto regañón.

En la inocente cabecita del "ganador" no cabe la idea de que antes su pareja era una persona libre y su encanto residía en mostrarse tal como era. El "ganador" piensa realmente que su pareja-trofeo debería vivir contentísima por estar junto a una persona que le valora tanto y que hace todo lo posible por verle siempre feliz. En su mente no cabe la idea de que es intolerante y de que empequeñeció muchísimo el mundo de su pareja al reducirla a una sola de sus facetas (la que más le haya gustado al "ganador"). Por el contrario, no puede entender por qué su pareja no le agradece el buen trato que le da. En esta etapa de las relaciones son frecuentes las demostraciones de tristeza, decepción y los reclamos secos, ya sin las explosiones violentas de la lucha de poder vivida anteriormente.

Lo más triste es que cada una de las personas que forman esa pareja pueden agarrar su rol y vivir con las alas cortadas, una por estar vigilando que la otra no vaya a volar muy alto (como volaba cuando se conocieron) y la otra por aceptar que su vida será así para que no se sienta mal su pareja "ganadora" o sus hijos o sus mamás o cualquier otra gente. La persona trofeo no es una víctima inocente: también pone de su parte para que la relación se prolongue, al permitir que otra persona "controle" y ponga límites a su vida, en vez de hacerse cargo de su propia persona, pero es es motivo de otro escrito...


Si se llega a esta etapa, ¿qué se puede hacer? ¿ya no hay remedio? La respuesta es sí. Siempre es posible cambiar y encontrar un mundo nuevo, incluso con las mismas personas. Ya vimos que una parte importante es retomar los ingredientes que forman el amor, al menos en su parte básica, pero en esta situación específica se requiere iniciar con un ingrediente extra, el ingrediente secreto que le da más valor a esta receta es la humildad.

Humildad para dejar de sentirse dueño o dueña de la pareja. Humildad para aceptar que se ha escogido la vía cómoda de jugar a tener el control de la situación sin tomar en cuenta las opiniones de la persona que según esto es la amada. Humildad para romper la correa imaginaria que amarra a la persona-trofeo, así podrá empezar a valorarse a sí misma nuevamente. Humildad para destruir la historia de posesividad y exceso de control y escribir una nueva de decisiones y emociones compartidas.

¿Parece difícil? Lo es. Dejar entrar la humildad a un hogar donde ha reinado la competencia, el afán de superioridad y los celos, es una decisión demasiado difícil. Es como tratar de abrir un portón atorado y oxidado por la falta de uso. Pero una vez abierto, una vez que ha entrado la humildad, se pueden hacer grandes cambios para mejorar la relación e pareja, entre dos personas iguales que pueden ampliar sus horizontes y volver más grandes sus mundos manteniendo su compromiso. Las parejas que toman esta decisión y le pierden el miedo a la humildad, son las que más crecen. Son las que encuentran su valía y su reconocimiento en sus hechos y no en la opinión o la reacción de los demás.

Para ilustrar este comentario cae como anillo al dedo esta hermosa canción de Jaime López, incluida en su disco homónimo de 1989, por cierto muy recomendable. En la canción, la historia es relatada desde el punto de vista del "ganador" de una mujer-trofeo, y se queda hasta esa etapa de decepción posterior a la lucha de poder. Como verán, el orgullo herido se convierte en decepción, desmotivación y reclamo... ¡Ay, Inés!:


Y aquí va también la letra, poética, cotidiana, nostálgica:

“La palomilla me cabuleaba, recordarás 
Cuando pasabas por nuestra esquina con rumbo al pan 
Cual tu vestido rojo subido callaba yo 
Luego me entraba con tu mirada un mortal temblor 

Trágame tierra rogaba bajando la cara ahí 
Con los piropos de éstos mis cuates, que va a pensar de mí 
Ora me sales con que en verdad te gustaba Juan 
De mis amigos puede decirse el más vulgar 
Tanta dulzura, tanta finura, querida Inés 
Frases pensadas, rimas, tonadas, voz de Gardel 

Tanta loción para nada el baúl se tragó el papel 
Y ese retrato del día de bodas nos mira envejecer 
Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés y los donjuanes por los zaguanes 
Lanzan sus flores a tu costeña manera de andar 

Todo a tu paso era ese paso del huracán 
Como corría sangre por ser el galán triunfal 
Eres mi cielo –así me dijiste- el primer amor 
Pero era de otro, amor imposible, tu corazón 

Tu cabellera ahora recuerda al olor a mar 
Sobre la almohada esa palmera presagia un vendaval 

Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés hay un Don Juan asaltando el zaguán 
Ay Inés solo te queda dormir y soñar 
Ay Inés yo ya no sé si reír o llorar 
Ay Inés”

Jaime López

Hasta luego.