"-Te piden que hagas lo que te vieron hacer allá afuera.
- Pues que me dejen salir y lo hago.
- No pueden… ¿No entiendes que ya eres de ella?"
Bella y Gruñis
Hace poco hablaba en este espacio de las parejas posesivas, esas que creen que amar a una persona es sentirse responsables de cuidarla y protegerla como si fuera de su propiedad (¡qué manera de menospreciar la capacidad de quien dicen amar!), y también piensan que sobreproteger o quitarle libertad a esa persona es demostrarle cuánto la valoran, por eso es su "trofeo". Algunas personas posesivas hacen esto de una manera consciente y egoísta, para satisfacer su propia necesidad de sentirse seguros y "amados" sin interesarse en lo más mínimo por "su" pareja. Otra variedad de posesivos hace exactamente lo mismo pero con "buena intención", pues se ponen una venda en los ojos para no ver su egoísmo y hasta llegan a pensar que se sacrifican para cuidar y velar por su pareja (¡tan valiosa como es!) En cualquier caso, el resultado es el mismo: se le quita valor a una persona en lugar de reconocérselo.
"Están locos, esos humanos"
Obelix, en la historieta de Ásterix
Para la persona "trofeo", existe la opción de aceptar esa condición y encerrarse en la jaula sobreprotectora de su "ganador", o de reconocerse y valorarse a sí misma como persona autosuficiente y buscar la manera de llevar una relación igualitaria. Si de plano esto no es posible, también puede decidirse a terminar bien esa relación que no dejará crecer a ninguno de sus miembros. En la pareja todo lo que ocurre es cosa de dos, por eso es importante la actitud que presentan ambos miembros.
Y bueno, retomo este tema porque hace unos años escribí un cuento y hoy que lo vuelvo a encontrar me pareció un buen ejemplo de esto. Aquí va:
Historia del "Gruñis"
Ese perrito, el de color miel, a veces
parece un pastor alemán en versión compacta, otras veces se asemeja a un chow
chow y la mayoría de las ocasiones refleja fielmente su origen callejero. Su
mamá le regaló 7 hermanos a él y a cada uno de sus hijos, como los demás
salieron más bonitos, a cada uno se le apareció un dueño y al final se quedó él
solo aquí en este patio. Lo curioso es que él ni siquiera sabe que no tiene
dueño, pero es muy listo y a cada persona le hace una gracia diferente, como
que intuye los gustos de cada quién y eso lo convierte en un experto en
relaciones públicas.
O más bien piensa que él es de todos.
Esta historia empieza igual que como
empieza cada día: con mucha claridad y luz, con frescura y airecillo corriendo
entre los pasillos y paredes del vecindario, pasando alegremente alrededor de
las señoras que van y vienen preocuponas a comprar sus cosas y en sus casas preparan
desayunos y arreglan ropas con prisa, hasta el preciso momento en que hijos y
maridos están listos y salen todos apurados para alcanzar al tiempo que siempre
va más rápido y los deja atrás.
Así inician los días de este perro y a
él le gusta darse cuenta de ese aire fresco que corre entre las voces alteradas
que se van alejando hasta perderse en la calle, dejándolo ahí con la luz del
sol, el aire fresco, la libertad y todo el día por delante. Si no se fijan bien
pudiera parecer que la gente lo ignora y lo evade, pero no es así y él ni se
preocupa.
Deja pasar un buen rato para que la
flojera se le vaya, casi siempre se va junto con el frío del amanecer. Cuando
el sol calienta bien su piel y sus huesitos ya sabe que es hora de moverse y
comenzar a avanzar. También es el momento en que le empieza a dar más hambre
porque, como es sabido, un perro sano siempre tiene hambre.
Juan el “Torcuatito” siempre le deja
un pan, le gusta aventarlo medio escondido en las plantas que hay frente a su
casa y a él le divierte sacarlo… Lo he estado observando y trata de hacer más
emocionante este momento sacando el pan sin tocar las plantas.
En la reja de la entrada los
avecindados cuelgan a diario, religiosamente, un candado oxidado que no cierra,
para hacer creer a la demás gente que sus casas son seguras. Sabiendo esto, el
perrito llega después de comer su pan y otras viandas para quitarlo sin hacer
ruido, porque si no, puede salir don Tobías el “Tarabillas” a regañarlo: con
eso de que su cuarto está ahí, pegadito a la reja de entrada, este señor todo lo
oye.
No me podía acordar del nombre del
perrito: Se llama “Gruñis”, aunque el “Tizas Ramírez”, flacucho aspirante a
poeta que nunca escribe para que no se le acabe la inspiración, lo quiso
bautizar como “Gerundio Ladrador”. Y le quiso poner este nombre porque a
cualquier hora está ladrando, gruñendo o por lo menos haciendo ruiditos con la
boca, pero la sabiduría popular se impuso y cariñosamente le apodan Gruñis,
palabra que reúne la esencia que intentaba reflejar con sus finas palabras el
aprendiz de poeta.
A los niños de la cuadra les encanta
el Gruñis y por las tardes juegan con él, pero ya me estoy desviando mucho de
lo que les quería platicar… como les decía, el perrito siempre toma el candado
con mucho cuidado en su hocico y lo lleva hacia donde cree que nadie lo va a
ver, para esconderlo. Después se va con las orejas y la cola en alto, como
dando saltitos, a jugar en la calle.
Siempre que sale el Gruñis, lo hace
confiado y contento de sentir el golpeteo de sus pasos sobre la banqueta y el
golpe más fuerte de los olores urbanos en su nariz, con la tranquilidad del que
se sabe acompañado porque al sentir que es de todos vive lleno de amigos. A
esta hora el sol calienta rico, sin quemar, y él se dirige al parque de los
naranjos, un lugar muy especial, está lleno de esos árboles y por lo tanto
huele muy bien, sobre todo cuando florecen, porque entonces puede aspirar el
aroma del azahar.
Pero también le gusta por otras
razones: Aquí se reúne su grupo de amigos y también es el lugar donde vienen a
parar todas las perritas de los alrededores que se escapan un rato de sus
casas, y esta es la mejor razón para atraer a cualquier chucho del rumbo.
Gruñis no tiene prisa. Disfruta el
camino echándole pleito a los carros que pasan a su lado, tratando de conseguir
algo para su antojo en los puestos de comida que hay en el mercado o
jugueteando con los dueños de esos mismos puestos, al fin que todos son
conocidos y por lo tanto, amigos.
En una casa rosa vive la Bella, una perrita que él
quiere mucho aunque nunca ha podido jugar ni estar con ella lado a lado, pero
al pasar frente a este hogar se asoma para verla.
Ella lo espera paciente hasta que lo
ve aparecer en la esquina de enfrente y comienza a brincotear y a mover su
colita de un lado a otro. Parecen novios de rancho, ninguno disimula el gusto
que siente por el otro, ¡bendita irracionalidad!
No sé si lo que les digo enseguida
concuerde con la versión original, pero voy a intentar hacerles una traducción
fiel del diálogo que sostuvieron ambos chuchos:
- ¡Hola! ¿Te quedaste dormido? –
Comienza ella, recibiendo al vagabundo.
- Aummmm… No, ¿por qué lo dices? –
Responde él, todavía modorro y dándose cuenta de que son las primeras palabras
que ha ladrado en este día.
- ¡Ay, como te envidio! ¡Te levantas
cuando quieres, vas a donde quieres, comes donde quieras! ¡Haces todo lo que
quieras! – Se lamenta Bella.
- ¿Tú crees? – pregunta Gruñis, un
poco desconcertado: no es común que le envidien su vida. – Yo pensé que estabas
contenta aquí donde vives… tu dueña te quiere y te cuida mucho, siempre tienes
comida rica, estás limpia y hueles muy bien… Ni siquiera tienes que preocuparte
cuando llueve… -
Ella comentó, para detener sus
argumentos:
- Pero tú eres libre. Tú decides qué
hacer con tus días.
- Bueno, eso depende. – Gruñis se
quedó pensando un rato, no estaba muy acostumbrado a razonar en voz alta y
ahora le costaba trabajo encontrar los ladridos adecuados para expresarse ante
Bella – Depende de qué quieres para ti, ¿ves? A mí me gusta vivir así, pero
también hay días que estoy solo, o que no encuentro la comida que me gusta… en
esos días me gustaría vivir como tú
- ¡Pero tú no aguantarías vivir así! –
Solo de pensarlo le ganó la risa a Bella - ¡Tú no tienes dueño! ¡No podrías
vivir con una misma persona!
- Eeeeeh, no es tanto así, más bien
creo que tengo muchos dueños, yo veo a mucha gente y a muchos perros cada día.
- ¿Sí? Porque tú lo decides, yo en
cambio…
La frase de Bella quedó inconclusa, en
ese instante se abrió la puerta de la casa de golpe y se oyó la firme voz de
Ángela, su dueña, que había terminado de arreglarse para salir y ya estaba
llamando a su mascota. Bella miró a Gruñis y ya no alcanzó a decir nada, se
sintió elevada en los brazos de su dueña, muy cariñosa, eso sí, y después se
vio acomodada en el interior de la minivan donde siempre salía con Ángela.
Como ya sabemos, Gruñis tiene mucha
paciencia y no le preocupa el tiempo, así que espera tranquilamente a que el
vehículo abandone la cochera y arranque por la calle para seguirlo ladrando
divertido a su amiga. En 2 semáforos alcanza a la minivan y brinca saludando
por la ventana, junta una flor del piso y la arroja al parabrisas, y cuando la
camioneta alcanza más velocidad, él levanta su patita para decir adiós.
Gruñis no es un perro cualquiera, Ángela
lo sabe, ha descubierto que él sabe lo que hace y que quiere a Bella. Al
principio lo quería correr, le parecía un animal feo y descuidado, ahora le
sigue pareciendo un perro sucio pero ya no lo ve tan feo, y le gusta que su
mascota sea amiga de un perro tan listo.
La carrera le sirvió a Gruñis para
acabar de desperezarse y también lo acercó al parque de los naranjos, con sus árboles,
laberintos y juegos listos para él y sus amigos, porque los niños solamente
vienen para acá los sábados y domingos, aunque algunas veces aparecen por aquí en
otros días, pero por las tardes.
La pandilla del Gruñis es pequeña pero
siempre llegan otros perros a buscarlos un rato, Gruñis tiene 8 amigos fieles
como buenos perros, uno de ellos es su hermano más chico, cuyo amo no es tan
estricto y lo deja salir a tratar a los demás perros. El día apenas comienza,
aunque ya andan rozando las 12:00 horas, y el grupo de perros se alegra con la
llegada de su líder, ¡hay tantas cosas por hacer! Y allá van.
Así son los días, en la calle Gruñis se
siente en casa y le hacen caso sus amistades, hay que decir que Gruñis mantiene
excelentes relaciones con todos los perros y las personas del rumbo, incluso
hay perros más viejos que vienen a buscarlo para platicar con él y pedirle su
opinión acerca de los mejores lugares para corretear o para pedirle que los
contacte con alguien que les pueda conseguir un buen hueso. Así es la vida.
Mientras el tiempo pasa, se puede ver al
perrito bailando en el parque o en la esquina, lo encuentran conquistando a una
hermosa perrita en el parque, o también lo pueden hallar dando indicaciones a
la pandilla y poniéndoles el ejemplo de cómo saltar una reja, esconder un hueso
o hasta ayudar a una viejecita a cruzar la calle. No hay límites, solo necesita
querer hacer algo y encontrará la manera de hacerlo, solo o con ayuda de sus
amigos.
De acuerdo a su forma de ver la vida,
un día Gruñis quiso cambiar y lo hizo, sin pensarlo mucho.
Ángela estaba a la entrada del patio
donde vive el Gruñis, muy temprano, si consideramos la hora en que se levantan
tanto ella como el perro. Serían alrededor de las 9:30 de la mañana cuando
asomó su cara blanca por arriba de la reja que tiene el candado oxidado y lo
vio echado en su rincón, ahí donde le habían dicho que lo podía encontrar. Con
ella iba otra mujer más chica también muy arreglada, limpia y muy bonita,
después supimos que era su sobrina.
La fama del Gruñis había traspasado
las fronteras de su colonia y ahí estaba su primera fan de las tierras lejanas,
que había venido en exclusiva para conocerlo. Claro que no venían solas, y eso
fue lo que más le gustó al perrito: con ellas venía Bella y eso fue suficiente
para que él aceptara mostrar todo su repertorio de gracias, trucos y cariños.
En otras condiciones Gruñis hubiera
reaccionado con un poco más de cordura y entre truco y truco hubiera cerrado
con su acto estelar: su propia desaparición; pero en esta ocasión ni siquiera
reparó en lo extraño que era tener en su propio patio a Bella, incluso le
parecía raro que ella se acercaba a su oído y le insistía en que se fuera y no
sé qué cosas de la libertad… ¿pues no había ido ella a verlo?
Así pasa. Un corazón enamorado no
reacciona igual que un corazón desconfiado o, por lo menos, prudente, así que
Gruñis se dejó llevar por la bonita sobrina de Ángela, que estaba encantada con
las demostraciones de ese perrito tan listo.
- ¿Ves, Tomasita? ¿Te dije que es único!
– Decía orgullosa la tía.
- ¡Sí, tía, sí! ¡Yo lo quiero! –
Repetía constantemente la pequeña.
A pesar de las advertencias de Bella,
el Gruñis no se alejó de esa niña, para él era normal que lo quisieran, y él
también quería a mucha gente, a muchos perros y a muchas cosas.
El día volvió a amanecer con mucha
claridad y luz, pero algo faltaba, se sentía la frescura pero un poco
diferente, y Gruñis tardó un poco en darse cuenta de la razón: aquí no corre el
airecito.
Observó el lugar: el patio de una casa
muy bonita y con muchas ventanas, también el patio es bonito, porque tiene un
espacio con plantas y arbolitos, aunque no había naranjos pero de cualquier
manera le gustó su apariencia, lo que no le gusta nada es que todo alrededor
está cerrado por bardas. Después descubrió la puerta, una puerta pequeña
cargada al lado izquierdo de la casa por donde apareció mucho más tarde Tomasita,
llevando en sus manitas un gran platón nuevecito y una bolsa con bolitas de
sabores.
“Comida rica”, pensó el perrito
recordando aquellas comidas exóticas que había visto devorar a Bella en su
casa, y se lanzó sobre la niña.
La comida sí resultó rica, y como es
normal, decidió salir a caminar un rato para despejarse, ya que no se sentía
airecito en este lugar. Pero ese fue su primer desengaño: ya no podría salir.
Trató de convencer a Tomasita de que lo dejara salir empujándola a la puerta,
enseñándole la cerradura, brincando frente a ella y ladrándole en sus mejores
tonos para convencerla, pero todo fue inútil, lo único que conseguía eran unos
fuertes aplausos y algunas palmaditas cariñosas en su cabeza y su lomo,
mientras la niña se felicitaba a sí misma:
- ¡Yupi! ¡Es el perrito más listo y
más alegre que he visto! ¡Y es mío! La cara que van a poner Andrea, Karina y
mis demás amigas cuando lo vean… Así hablaba esta niña mientras corría de un
lado al otro del amplio patio, interpretando los ágiles movimientos del perro
que la seguía como una señal de aceptación y amistad. ¡Así juegan los amigos!
El Gruñis se tiró al suelo y se cubrió
los ojos con desesperación, casi a punto de enojarse con esa niña que no le
entendía en lo más mínimo. Al ver este gesto, la pequeña Tomasita pensó que el
perro se había cansado de jugar y decidió dejarlo solo.
Tres veces al día se abría esa puerta
para que entrara alguien con la comida del buen Gruñis, normalmente Tomasita
solo aparecía una vez y se quedaba un rato con él, las otras dos ocasiones
entraba una mujer mayor que nada más dejaba la comida en el platón y limpiaba
los restos que Gruñis dejaba por el patio, siempre renegando de su destino.
Esta mujer no le gustaba a Gruñis, su olor era muy agrio y penetrante, por eso
él se quedaba sentado en un rincón del patio mirándola hacer sus cosas y hasta
que salía ella, él empezaba a comer.
Pero Tomasita estaba notando algo raro
en su Wini (sí, ella no lo conocía y lo volvió a bautizar con ese nombre), el
perrito casi no quería jugar, los primeros días fue muy alegre y brincaba y
ladraba con gusto, pero conforme pasa el tiempo el perrito está cada vez más
quieto y ya casi ni ladra, solamente en las noches le ha dado por aullar y lo
hace muy alto. A Tomasita no le gustan esos aullidos porque la ponen triste, el
perrito casi llora y la hace llorar también a ella. Lo peor viene después de un
rato, cuando se empieza a escuchar otro aullido allá afuera de la casa, y
después otro, y muchos más, hasta que la noche se llena de aullidos tristes y
los dueños de la casa no pueden dormir.
Un día Tomasita entró al patio seguida
por un señor, enseguida entraron otras 4 niñas y allá adentro se alcanzó a
distinguir la voz de Ángela, pero solo su voz llegó hasta el patio, la joven
permaneció en la casa.
Enseguida Tomasita presentó a su Wini
con sus amigas y le dijo que les había platicado mucho acerca de él y de todo
lo que sabía hacer, así que por favor le pedía que les mostrara todos sus
trucos y monerías.
Gruñis no hacía caso, estaba atento al
interior de la casa por si se volvía a escuchar la voz de Ángela, y de vez en
cuando la volvía a distinguir entre los ruidos domésticos, familiares.
A estas alturas él ya debería ser
doméstico también.
Así pasó un rato, la pequeña Tomasita
se estaba poniendo roja de vergüenza y de coraje porque ese perro no entendía
nada de lo que le decía y sus amigas empezaban a burlarse de ella, ya sabemos
que los niños pueden llegar a ser muy crueles. Así pues, decidió ayudarle al
Gruñis y le dio un empujón para que se moviera, pero el perrito no estaba de
humor para perder la concentración en ese momento y haciendo a un lado a la
niña comenzó a correr hacia la puerta abierta, decidido a ver si Ángela estaba
adentro, porque si ella estaba ahí, ¡seguro que también había venido Bella!
El señor se abalanzó sobre él y lo
tomó por el lomo, con tanta fuerza que el pobre Gruñis lanzó un leve rechinido
de dolor y por instinto volteó hacia él mostrando sus dientes. Creo que sí se
los hubiera encajado de no ser porque el señor lo soltó y el animal siguió su
loca carrera, cruzó la puerta y descubrió con espanto que no estaba dentro de
la casa sino en otro pequeño patio, y que la puerta de entrada a la casa estaba
cerrada.
Se imaginarán la revuelta que se armó
con el señor, papá de Tomasita, corriendo tras el Gruñis en ese patio y después
por todo el otro patio, hasta que lo alcanzó y le dio un escarmiento muy grande
“para que aprendiera”.
Pero Gruñis no podía aprender nada, no
entendía eso del escarmiento, porque solamente recibió golpes y maltratos; no
sabía qué clase de lección era esa y no entendía por qué Tomasita estaba
llorando asustada si a él era al que habían maltratado…
Al atardecer, Gruñis estaba amarrado a
uno de los árboles y Tomasita seguía regañándolo por ser un perro malo que no
quería jugar con ella. Él trato de explicarle que no era malo, pero apenas
abría el hocico se acercaba amenazador el papá de la niña diciendo muchas cosas
que no puedo repetir aquí, porque no sé si esta historia llegue a oídos de los
niños.
Gruñis estaba asustado. ¿Esta era la
vida cómoda y sin preocupaciones?
Entonces sucedió que Ángela entró al
patio con Bella en brazos y se acercó a ver qué sucedía. Apenas vio a la
perrita, el Gruñis sintió un verdadero alivio y comenzó a interrogarla:
- No entiendo qué pasa, Bella, ¿porqué
me tratan así?
- Es que no le haces caso a tu dueña,
es lo peor que puede hacer un perro de casa – respondió ella, un tanto apenada.
- ¿Mi dueña? ¡Pero mi dueña no me
entiende! ¡Quiere que esté contento todo el día y aquí encerrado no puedo estar
feliz! – Replicó el can.
- Ellas te conocieron así, feliz e
inteligente. – Dijo la perrita, mirando a Ángela y a Tomasita – Por eso te
piden que hagas lo que te vieron hacer allá afuera.
- Pues que me dejen salir y lo hago. –
Esto le parecía tan lógico al Gruñis, que pensó haber dado con la solución.
- No pueden… ¿No entiendes que ya eres
de ella?
¡Eso era la libertad! Ahora el Gruñis
entendía porqué lo había envidiado esa linda perrita que estaba frente a él… Lo
peor del caso era que la pequeña le caía bien y no quería lastimarla porque, en
el fondo, se daba cuenta de que la niña no era mal intencionada.
- Una cerca de malla arreglará esto,
hijita, le pondremos una puerta para entrar a darle de comer y a limpiar su
perrera y desde afuera lo podrás ver, después veremos si aprende a jugar. –
Decía el padre de Tomasita en la mesa del comedor, después de haber cenado.
- Papá, ¿por qué ya no me quiere? ¿Por
qué no quiere hacer aquí adentro todas las cosas bonitas que sabe hacer? ¡Yo lo
conocí allá afuera! ¡Es muy listo!
- No te enojes con él, los perros no
son listos, ¿ya ves? Ya se le olvidó todo lo que sabía hacer. – Comentó el padre,
pero al ver la carita de su hija más triste le dijo, en un tono de complicidad:
- No te preocupes, tú le vas a enseñar
muchos trucos y si no aprende, conseguiremos un perrito más bonito y más listo
que el Wini.
El Gruñis vive en una jaula de malla, pero
ya tomó una decisión y quiere salir para regresar a su vida habitual sin
lastimar a esa pequeña. Eso es importante, porque para el Gruñis no hay
límites, lo necesario es que de veras quiera hacer algo y encontrará la manera
de hacerlo, solo o con ayuda de sus amigos.
Mientras esto ocurre, allá afuera, en
la calle, hay grupos de perros preocupados hablando muy seriamente del caso
Gruñis. No es que el perrito sea indispensable, pero se había hecho querer.
Todavía
más afuera, en lo oscuro, los chavos de la calle son otros aullidos que
inyectan vida a la noche roja, recorriendo las arterias de la ciudad o parados
en cualquier esquina pero se escuchan hasta acá, son ruido y risas y gritos, un
enjambre con gritófono. Casi todas las noches son así y casi siempre escuchamos
sin poner atención porque al fin y al cabo todo eso está lejos, pero desde que el
Gruñis vive en ese patio, él y sus amigos aprendieron a apreciar más los
sonidos de la noche.
Hasta luego.