domingo, 21 de julio de 2013

Los órdenes de la ayuda (3 de 5)

"Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años."
Mark Twain


Y es muy frecuente descubrir gente buscando alianzas para hablar de otras personas o hacer berrinche porque los demás no hicieron lo que uno quería. También se repite la historia de jugar al desvalido para echarle la culpa de nuestros errores a otros y, no como cosa rara, encontramos niños heridos de 40 o 50 años de edad que todavía lloran y hacen berrinche desconsolados porque no recibieron de sus padres todo lo que esperaban recibir.


Si en verdad queremos ayudar a estas personas, lo primero que debemos evitar es hacer esas alianzas de crítica destructiva y los apapachos exagerados o demasiado frecuentes, para encontrar detrás de las quejas y los berrinches al adulto responsable y preguntarle directamente si desea cambiar su forma de afrontar a la autoridad y si necesita mayor contacto físico. Romper el esquema de comunicación por berrinche o de la víctima permanente cuesta mucho cuando no se asume desde la postura de adulto a adulto.

Aquí está el tercer orden de la ayuda, tomado íntegramente en palabras de Bert Hellinger:
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Muchas personas que ayudan, por ejemplo psicoterapeutas y trabajadores sociales, piensan que deben ayudar como padres a sus hijos pequeños. También aquellos que solicitan ayuda, esperan recibir la ayuda como de padres a sus hijos, y asimismo recibir posteriormente de sus terapeutas lo que aún esperan y exigen de sus padres.

¿Pero qué sucede cuando los “ayudadores“ responden a estos deseos?

Ellos comienzan una larga relación con sus clientes, y se encontrarán en la misma situación que los padres: paso a paso le tienen que poner límites al cliente.

Muchos “ayudadores“ quedan atrapados en la transferencia y contra transferencia del hijo a los padres y de esta manera obstaculizan la despedida de los padres, así como la de ellos mismos. Solamente en situaciones donde el “ayudador“ lleva a cabo un movimiento interrumpido puede ponerse en el lugar de uno de los padres.

El tercer orden de la ayuda sería entonces que un “ayudador“ se enfrente a una persona adulta, que busca ayuda de manera adulta, y que rechace ubicarse en la posición de sus padres.


El desorden aquí sería permitirle a un adulto pedir ayuda como un niño, tratarlo como un niño y decidir algo por lo que él mismo debe tomar la responsabilidad y encarar las consecuencias.
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Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista. Michael Levine

Mucha atención a la etapa que está viviendo cada persona, no vayamos a cometer el error de querer que un adolescente o un infante nos responda de la misma manera que el adulto. El lenguaje y el esquema de pensamiento en los menores de edad es distinto y a los adultos nos corresponde buscar la adaptación.

Hasta luego.

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