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La gente que me cae mal es tóxica
La Nueva Tierra. Parte 8
Debería
sentirme angustiado por todo lo que me ha dicho Jade, sin embargo, disfruto
mucho su compañía y eso me llena, ya sé que ni siquiera hemos hablado en serio
de nosotros, de lo que somos, pero ahora eso no importa, me siento bien y a
juzgar por su cara y sus gestos cuando está conmigo, ella también se siente
bien. Además, me gusta mucho su forma de pensar, me ha ayudado bastante a tener
más certeza de quien soy en este mundo donde todo cambia tan rápido, y al
seguir su forma radical de tomar decisiones le he encontrado un motivo a mi
vida. Pero al mismo tiempo me preocupa volverme egoísta y apacible a pesar de
tantas cosas extrañas y preocupantes que están ocurriendo alrededor. Creo que estoy en
eso que llaman “zona de confort”, o al menos ése es mi pretexto para justificar
mi pasividad, mientras el tiempo sigue avanzando y con él siguen llegando los cambios,
inevitablemente. Además debo reconocer que me gusta esta "zona de confort" y debe tener algún aspecto bueno, por lo menos el hecho de que la construimos juntos Jade y yo... Ahora el reto es ver si podremos mantenerla, aunque también tenemos la opción de construir otra cuando esta ya no me haga sentir cómodo... ¡vaya! hasta suena lógico: "si tu zona de confort ya no es confortable, déjala y construye otra". Me gusta la idea, cuando vea a Jade se la voy a comentar.
Desde el norte llegó una
carta llegó a mi pueblo, allá donde no hay un buzón en cada casa, sino que
dejan todas las cartas en el templo y en los sermones después de misa el padre
avisa para que pase cada uno de los destinatarios a recoger las suyas. Al menos así era antes, cuando yo estaba chico y vivía en ese pueblo. Hoy ya casi nadie manda
cartas, pero esa de la que hablo es una excepción, un espécimen raro que pescó casi por casualidad uno de los pocos conocidos que quedan
ahí y decidió guardarla para hacérmela llegar, y después de
que anduvo pasando de mano en mano, finalmente me la entregan en mi trabajo y de
verdad me toma por sorpresa ver el remitente cuando la recibo. Siento una
emoción muy grande al tomar el sobre y lo reservo para abrirlo hasta estar en
casa, porque las sencillas letras escondidas en el sobre le dan motivación a mi día… mis hermanos viven y me escribieron, solo pienso en eso mientras el turno pasa despacio y yo cumplo mi jornada, que hoy transcurre mucho más lenta por la
ansiedad que me produce la espera; al salir le hablo a Jade para decirle que
hoy no voy a verla, no le digo nada más, pero la verdad es que después de pensar en la carta durante tantas horas entiendo que no sé si voy a
encontrar buenas o malas nuevas y por eso prefiero leer a solas las palabras de mis
hermanos.
“…la gente es muy mala, Jacobo, nada más
quieren a sus conocidos y a todos los demás nos tratan muy mal, en los lugares
por donde pasamos nos trataron como si fuéramos perros rabiosos a punto de
morderlos y si nos acercábamos a pedirles un peso o algo de ayuda, hasta
escondían a sus hijos o nos amenazaban. Entre más miedo tiene la gente de que la vayan a lastimar, más nos quiere dañar a nosotros. Nos teníamos que quedar por la calle y andábamos casi
escondidos, el pollero que según eso nos iba a traer nos soltó pero bien lejos
de la frontera y sin dinero, quedamos acá por Mazatlán y estuvimos haciendo de
todo para vivir: collares, baratijas, vendíamos comida, dulces, todo lo que
podíamos y pedíamos limosna a veces. Al principio nos juntamos varios, había muchos
como nosotros y nos sentíamos más seguros porque andábamos en bola, ahí entre
todos, pero en las noches muchos de ellos agarraban lo que habían ganado y se
lo fumaban o se lo tomaban y se ponían bien locos y entonces nos dio miedo, si
llegaba la policía no podíamos decir que no éramos como ellos, así aguantamos un
rato hasta que decidimos irnos. Esas gentes ya ni se acordaban para qué salieron
de sus hogares, solo se escapaban cada noche en viajes cortos, de ida y vuelta a la
alegría para volverse a encontrar igual al otro día, y al otro y al otro
también. Tu hermano Pedro se había hallado con una muchacha entre todos ellos, muy
bonita, muy dulce, muy lista, pero no lo quiso seguir. No, se quedó ahí con
ellos y pobre muchacha, quién sabe cómo le habrá ido porque le llamaba la
atención el ambiente que hacían en esas noches los que preferían escaparse al mundo de ensueño, de mentiras, aunque cada mañana tengan que volver a empezar de cero. A Pedro le
dolió mucho, todavía piensa en ella y varias veces pensó en regresarse a
buscarla, pero luego se acordaba que nos salimos de la casa para ayudarles a
ustedes y al final se quedó conmigo para seguir rumbo al norte.
Le batallamos, tardamos
mucho, muchísimo tiempo en llegar a la frontera, nos costó mucho trabajo pasar
y ya íbamos enfermos... Pues yo veía a tu hermano y me daba lástima, yo creo
que cuando me veía él también sentía lástima por mí y al final pasamos, no me preguntes
cómo pero llegamos sin un peso al otro lado y resultó que cuando llegamos allá
estábamos asustados porque no hablábamos el idioma de los gringos, pero no hubo
ningún problema: todos hablaban español, todos nos entendíamos y luego luego
notabas a quien le caías gordo, porque ese te hablaba en inglés; pero al
que te quería hacer caso sí te entendía y podías platicar. Todavía
tardamos mucho tiempo para establecernos, Jacobo, para dejar de vivir como ratones a
escondidas, pero sí lo pudimos hacer...”
La
carta continúa y en ella me voy enterando de muchas otras andanzas, ya más
tranquilas y hasta chuscas, y poco a poco alcanzo a ver el optimismo y el humor
de mi hermano en su escrito. Eso me hace pensar que en estos días ya están más
en paz. La parte final me gustó más y me dejó saboreando muy buenos recuerdos:
“Cuando me queda tiempo
me gusta pensar en ustedes y recordar el pueblo, lo que más extraño es que
cuando estábamos chicos íbamos con los amigos y en todas las casas a las que llegábamos
había una mamá o alguien que te decía “no hagan mucho ruido, no hagan
escándalo”, siempre había alguien que te ofrecía un taquito o un pan y que tenía la
casa en orden, arreglada, y eso lo extraño mucho. Acá en Estados Unidos no hay
mamás, todas están trabajando, todas se salen temprano a la calle y cualquier
casa a la que llegues está sola. Abres la puerta y está sola, los que llegan se
preparan lo que quieran comer o calientan algo que haya quedado en el
refrigerador, y la gente está acostumbrada a vivir así, acá los niños no salen
a la calle a jugar como nosotros, a ellos los sacan en carros, en motos, siempre van
acompañados y bueno, es otro ambiente y muchos son hijos únicos o nada más
tienen un hermano. Casi toda la gente que hemos conocido por acá vive así, y
nos invitan a sus casas, muy bonitas, eso sí, pero se sienten hasta frías.
Yo no digo que esté mal,
solo que yo no estoy acostumbrado a eso, ni Pedro tampoco. ¡Es que el pueblo era tan
diferente! Hasta parece que fue en otra vida cuando íbamos a lomo de burro o de
caballo al cerro para juntar al ganado, o para sembrar. Cuando platicábamos eso
acá algunos se reían y como que no nos creían, por eso mejor dejamos de
platicar esas historias. Se me hace que la gente de la ciudad piensa que así se
vivía hace más de 100 años, pero no, fue hace menos, muchos años menos. Pero
nosotros mejor llevamos la fiesta en paz, los escuchamos y ya no les platicamos gran cosa, no les hemos
dicho nada de los lavaderos, por ejemplo, ya ves qué a gusto nos la pasábamos
ahí cuando mi mamá iba a lavar con todas las demás señoras del pueblo, y todos
los niños las acompañábamos para jugar a las “traes”, a los “encantados” o a lo
que fuera, al cabo nadie nos presionaba con el tiempo y si uno no quería jugar,
pues simplemente se iba a su casa y ya. Al otro día volvíamos a empezar.
Todo eso lo llevo
guardado y también Pedro, ¡no sabes cómo nos ha servido tener esos recuerdos
tan bonitos! Y saber que todo eso es real, nada más que juntemos un dinerito y
nos vamos a regresar, acá se gana bien pero no vivimos a gusto. Algunos amigos
se ríen de nosotros cuando decimos eso, dicen que ellos también pensaban lo
mismo pero ya llevan años trabajando acá y no se animan a irse porque allá
ganarían mucho menos, y porque sus familias ya esperan el dinero que ellos les
mandan cada mes. Ya veremos qué pasa.”
¡Los
lavaderos! No me acordaba de ellos, ese lugar donde las mujeres del pueblo se
reunían por horas para lavar la ropa y platicar entre ellas mientras los hijos
jugábamos a su lado o en el riachuelo que corría al lado. Y entre esos niños
estábamos mis hermanos y yo, ¡qué cosa! Parece que eso fue hace mucho tiempo,
los recuerdos me llegan como si fueran escenas de una película antigua, pero yo
sé que fue real. Las películas antiguas se ven descoloridas, tristes con sus escenas de tonalidades grisáceos o sepias, y hasta las películas recientes que hablan de los
tiempos pasados utilizan ese recurso de colores tristes para que el público
entienda que le están contando una historia que ocurrió hace mucho tiempo, ¡qué
falta de respeto! Y yo recuerdo las cosas al revés: cuando pienso en los días
de mi infancia en el pueblo todo es color: el verde menta que cubría las
paredes de los lavaderos, los tonos grises-negros-azulosos del empedrado en las
calles, las fachadas amarillas, rosas o blancas, los techos rojos de teja, las
plantas y flores de mil colores, los vestidos casi todos floreados de las
señoras, la gama infinita de verdes en el campo, las portadas de los libros y
las revistas que llevaban los que iban a la ciudad, las banderas y adornos de los días de fiesta y creo que hasta el
cielo tenía más color. Era azul, claro, pero yo lo recuerdo más azul que ahora.
En mi pueblo faltaban muchas cosas, pero sobraban los colores.
Éramos
niños cuando jugábamos cerca de los lavaderos, junto al arroyo, a hacer monitos
con el jaboncillo y el barro, y yo todavía me sentía chico cuando mis hermanos
dijeron que se iban a trabajar al norte y estuvieron jugando toda la tarde
conmigo, hasta que se hizo de noche y nos dimos un abrazo como hacía tiempo no
nos lo dábamos. Después ya no los vi y pasó mucho tiempo hasta que pude hacerme
a la idea de que ya no estaban en la casa, de que ya no vivían con nosotros, y
de que yo ya no era chico, porque no supe ni cómo pasó, pero me hice grande. Nunca se
sabe cuál va a ser el último abrazo, por eso siempre hay que abrazar con todo.
Los abrazos que me dieron mis hermanos me supieron muy bien y los tengo guardados
en un lugar especial de mi colección de momentos.
Así me paso el tiempo escarbando en mi memoria para encontrar más momentos agradables y más
tarde, Jade llega a mi casa sin avisar y a ella también le da gusto enterarse
que mis hermanos dieron señales de vida, y aunque todavía no sé dónde
localizarlos, porque dicen que todavía no tienen un domicilio fijo, confío en que ellos me lo harán saber después. En su carta me pusieron dos números de celular, pero ya marqué y en uno se escucha un mensaje de que "el número que marcó no existe" y en el otro me respondió alguien en inglés que no me entendió o no me quiso entender... Me imagino que mis hermanos vendieron o perdieron esos aparatos...
Me siento un
rato afuera con Jade, en la banqueta, para platicarle las aventuras que tuvieron que
pasar en su viaje al otro lado y me comenta que ellos no emigraron, más bien
estaban huyendo como fugitivos y eso es algo muy distinto, aún más triste que
emigrar. Después se queda pensativa.
- Los
discriminaron mucho, ¡pobres! A la gente le falta empatía para recordar que
todas las vidas valen igual, todos nos creemos con derecho a juzgar quién es bueno y
quién no, simplemente porque piensan igual o distinto que uno. ¡Como si uno
siempre tuviera la razón!
- Sí,
Jade. Y lo que molesta más es que la mayoría de la gente justifica todas esas actitudes con el
pretexto de que “debes alejarte de la gente tóxica”.
- ¡Ja,
ja, ja! Eso es divertido: “Tú no piensas como yo, o sea que eres tóxico. ¡Adiós!”
Como si no tuviéramos ya suficientes razones para vivir aislados y desconfiando
unos de otros, ¡carajo!
- Somos
raros los humanos, entre todas las ocurrencias que hemos tenido, esta es de las
que más daño están haciendo a las relaciones, es hasta peligroso eso de está bien todo lo que hagamos en contra de alguien simplemente porque es “una persona
tóxica”.
- Bueno,
pero sí hay personas que dañan a otras, lastiman el cuerpo o los sentimientos
de la gente que tienen cerca, y lo hacen con toda intención…- Jade se queda
callada un momento, me imagino que está recordando sus días con Nico y entonces
pienso que para él, ese adjetivo de “tóxico” se queda corto. Quiero encontrar
palabras para ayudarla a regresar al presente, pero en poco tiempo ella sola se
repone y comenta con sarcasmo, como si supiera lo que estoy pensando:
- No
te preocupes por mí, Jacobo. Sí me acordé de Nico y de esa época que viví junto
a él, pero ahora me da risa reconocer que él era el clásico ejemplo de la
persona que menosprecia, discrimina y humilla a quien sea, y además se
justifica diciendo que él es bueno y hace lo correcto, ¡y por eso le va tan bien!
“¡Los tóxicos son los otros, por mediocres y perdedores!” ¡Ja, ja, ja! ¡Qué
cinismo! Pero él no era ni será capaz de entender a las personas honestas,
leales o responsables.
- O
humildes, simplemente.
- ¡Exacto!
¡Eso le ocurrió a tus hermanos! Se deben haber encontrado a mucha gente como
Nico, que simplemente te ven humilde y sin dinero y automáticamente te acusan
de ser tóxico.
- Y
eso está pasando en casi todo el mundo, ya ves cómo está la oleada de migrantes que van de un lado a otro solo para volver a
encontrar la misma pobreza y discriminación en cualquier país al que lleguen.
- Lo
mejor de todo es que tus hermanos supieron moverse entre todo eso. A veces uno
se cree lo que le dicen los demás y termina convirtiéndose en lo que la mayoría
dice. –Jade se calla por un momento, como pensando en lo que acaba de decir y por
su cara tensa sé que está enojada, tal vez el recuerdo de Nico le trajo más
emociones de las que ella esperaba. Yo también me callo y al cabo de un rato la
veo sonreír.
- Creo
que ya no sé ni lo que digo, Jacobo, se me están revolviendo las ideas, ¡ja,
ja! ¿bueno, ya estuvo!, el peor tóxico es el que vive calificando de tóxicos a sus
semejantes. ¿Dejamos de hacer eso? Ven, apenas está anocheciendo, vamos a
caminar.
- OK,
vamos a ver si los valientes de la taquería de la avenida siguen recibiendo clientes,
hoy yo invito para festejar la carta de mis hermanos. Mira, ¡aquí la traigo!
Quiero leerte unas líneas…
- ¡Claro
que no! Yo la leo, ¿sí?
Hace
tiempo que no veía a Jade tan enojada. Ese asunto de los prejuicios y el
rechazo es una cuestión muy personal para ella y prefiero cambiar el tema. Como
bien dice, lo más importante es que Pedro y Jesús llegaron a donde querían llegar y parece que les
está yendo bien, ¡y se acuerdan de mí, de Lily y de mi papá! También se
acuerdan de mi mamá, ¡cuántas cosas han cambiado!
Ver parte 9