"¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad."
(Jorge Luis Borges)
En nuestra sociedad enferma hay muchas actitudes, patrones y malos hábitos que nos hacen daño; tratemos de no reproducirlos con la gente que queremos:
Una amenaza es un aviso de que hay algún peligro acechando, de que hay riesgos que se deben considerar o de que puede ocurrir un desastre. Así, la amenaza nos ayuda a prevenir tormentas, tsunamis, heladas, sequías y otros desastres naturales; incluso quisiéramos tener más amenazas, por ejemplo una amenaza de terremoto para poder tomar todas las medidas de prevención con suficiente tiempo. Estas amenazas, a pesar de anunciar sucesos terribles, son nuestras aliadas por el simple hecho de ponernos sobre aviso con anticipación. Provocan miedo, aterrorizan, y al mismo tiempo dan la oportunidad de prepararse para enfrentar la situación o para escapar de ella.
Una amenaza es un aviso de que hay algún peligro acechando, de que hay riesgos que se deben considerar o de que puede ocurrir un desastre. Así, la amenaza nos ayuda a prevenir tormentas, tsunamis, heladas, sequías y otros desastres naturales; incluso quisiéramos tener más amenazas, por ejemplo una amenaza de terremoto para poder tomar todas las medidas de prevención con suficiente tiempo. Estas amenazas, a pesar de anunciar sucesos terribles, son nuestras aliadas por el simple hecho de ponernos sobre aviso con anticipación. Provocan miedo, aterrorizan, y al mismo tiempo dan la oportunidad de prepararse para enfrentar la situación o para escapar de ella.
Hay otras amenazas que nos avisan de desastres que no
son naturales sino creados por el hombre, y también nos espantan y aterrorizan
igual, pero con un agravante: En las amenazas de desastres naturales el miedo o
terror dura poco tiempo y nos obliga a reaccionar, y en las amenazas humanas
esa sensación de miedo y terror puede durar mucho tiempo, incluso años, y por
lo tanto se va volviendo “normal” llevar nuestra vida con la sensación de
“querer escapar” de algo, aunque a veces no sabemos exactamente de qué. ¿Les
parecen conocidas?
Amenazas económicas, como los créditos
con intereses atracadores, inflación, devaluaciones, bajos sueldos, impuestos,
encarecimiento y otras terroríficas situaciones que nos quitan el sueño cuando
nos ocurre a nosotros o a la familia. Muchas veces estas amenazas son resultado
de malas decisiones financieras, tomadas a pesar de todos los avisos de que
ocurriría un desastre después.
Amenazas laborales (ahora les dicen
“mobbing”, que en español significa “acoso”), estas son una forma aprobada
desde el mismo gobierno (al menos en este México lindo y querido) para advertir
a toda la gente que debe sentir miedo de no tener algo en el trabajo: antigüedad,
prestaciones, ingresos o hasta el trabajo en sí, que en este caso es el mayor
miedo de todos porque de él depende nuestra capacidad para afrontar otras
amenazas de esta vida moderna.
Amenazas en lo
escolar,
como el conocido “bullying” (que no tiene una traducción al español pero nos
hace pensar en situaciones de hostigamiento, agresión y acoso entre
estudiantes) que ha hecho desertar o cambiar de escuela a una considerable
cantidad de niños y jóvenes, también está la amenaza permanente de perder el
año escolar si no le echas ganas, o llevar alguna materia rezagada por no poder
aprobarla, o a ser expulsado en el peor de los casos. Hay una señal o un aviso
previo a cada una de estas situaciones.
Amenazas políticas, que recurren
siempre a espantos como “es un peligro para México” o a promesas como “terminaremos
con la corrupción” y nos ponen a temblar porque generalmente se debe entender
literalmente al revés cada promesa y compromiso que hacen los políticos. Y
mientras más inseguridad tengan en su propia persona, más duras serán sus reacciones,
porque la gente que no cree en su propia autoridad termina gritando y
amenazando con más fuerza, creyendo que así se demostrará quién pone orden.
Algunas personas queremos escapar de estas situaciones.
Otras, por el contrario, buscan acercarse para ser parte de los que amenazan,
porque los admiran y envidian esa forma de “poder”.
Estos ejemplos ilustran amenazas “cotidianas” de
nuestra vida urbana, tan ordinarias que se van volviendo parte de nuestras relaciones
diarias y precisamente por eso se mantiene la sensación de alerta que precede a
un desastre… Aunque éste no ocurra (que es lo deseable), la sensación persiste
y está a nuestro alrededor todo el tiempo como si fuera una nube de mosquitos de
esos lugares calurosos, que nos rodea, zumba y zumba, molesta y a la larga se
vuelve parte del entorno.
Para confirmar que ya adoptamos la sensación de vivir
bajo amenaza como un estilo de vida, le pusimos el nombre de “estrés”.
Y dentro de las amenazas a desastres provocados por los
humanos hay otros niveles, uno de los peores es el que incluye las amenazas a
la salud, a la paz y a la estabilidad. A nivel mundial el mayor ejemplo de esto
son los grupos terroristas como el
Estado Islámico, y en México hay un equivalente en lo que han dado en llamar “Delincuencia Organizada” sin decir quién
o quiénes son los que la organizan. La amenaza de estos grupos es directa e
insensible. En México han provocado grandes migraciones de pueblos y ciudades,
desplazando a personas o hasta a familias enteras en busca de lugares más
seguros para establecerse. A nivel mundial ocurre lo mismo actualmente en
Siria, donde la amenaza se ha ido cumpliendo y han tenido que huir cientos de
miles de personas hacia Europa y otros países. Los que tienen la fuerza no
toleran a los demás y lo demuestran cada vez que pueden. Este nivel de amenaza
está basado en el terror y no es posible negociar con él.
Pero volviendo a las amenazas cotidianas, las que
construimos los seres humanos “civilizados” en nuestros entornos más privados, me
faltó mencionar a dos que resultan especialmente importantes:
La amenaza
familiar, donde es común escuchar a los padres poner condiciones a los
hijos para que “sean buenos” o si no, los sacarán de la escuela, los pondrán a
vender chicles en una esquina, los meterán en un internado a ver si ahí los
aguantan, los dejarán de querer, los dejarán de ayudar… En fin, el catálogo de
amenazas en casa puede ser tan extenso y variado como lo sea el catálogo de
frustraciones y miedo a la vida de los padres. Hasta es posible asustar con
fantasmas, creencias y críticas al físico o a cualquier rasgo individual (algo
parecido a lo que hace el gobierno al amenazar con el “peligro para México”).
¿Qué efecto tienen estas amenazas en el desarrollo de
los hijos? Exactamente el mismo que tienen sobre los adultos las amenazas que
vivimos a diario y que revisamos brevemente en los textos que están acá arriba,
y en los hijos es un poco peor porque en este caso quien los amenaza es la persona
que los quiere y se preocupa por ellos: mamá, papá o ambos. Si los hijos viven
constantemente un ambiente de presión y crítica, aprenderán a tener miedo al
futuro y a sus propias decisiones. No es casualidad que muchos hijos de familia
busquen salir de su casa como sea con tal de escapar de esa sensación de vivir
bajo amenaza y pasen muchos años, si no es que toda su vida, en relaciones
codependientes tratando de encontrar la aceptación que les hizo falta en el
hogar.
Los embarazos prematuros, la deserción escolar, las adicciones,
el pandillerismo, la depresión, todos ellos son síntomas de que los hijos quieren
escapar del estrés ocasionado por la amenaza constante de padres demasiado
estrictos o demasiado indulgentes (ningún extremo es bueno).
Y cuando salimos de casa y encontramos a una persona
con quien compartir nuestra vida y hacer un nuevo proyecto, puede aparecer la amenaza de la pareja, que se basa en el
miedo a ser rechazados y a la soledad, entonces entran a vivir en la casa de
esa pareja los celos, la inseguridad, la sobrevigilancia, la duda. Si las
amenazas crecen lo suficiente, en poco tiempo habrá un nuevo par de padres con
la autoestima suficientemente baja para aguantar lo inaguantable de su pareja, y
para criar hijos en un mundo hostil (bajo amenaza) del que trataron de escapar anteriormente.
Hay amenazas que se cumplen. Hay otras que no. Pero en
la mente y el corazón de quien te quiere, cada amenaza que recibe es una herida
que necesitará su tiempo para sanar. Y aquí empieza la paradoja: Si las amenazas
se cumplen, se vive bajo una forma de terrorismo que inmoviliza la voluntad. Si
las amenazas no se cumplen, a la sensación de vivir siempre en estado de alerta
se le agrega la convicción de que no se puede confiar en la gente que quieres,
porque no cumple sus promesas (aunque cumplirlas ocasionaría, de nuevo, un
desastre).
Es difícil esquivar el estrés de las amenazas
cotidianas, derivadas de los desastres inventados por los humanos, lograrlo dependerá
en gran parte de tomar decisiones pensando en un beneficio a largo plazo y no
solo en la satisfacción inmediata.
En cambio en la privacidad del hogar sí es posible
hacer cambios aplicando un poco más de aceptación y los 5 ingredientes del amor
(comunicación, confianza, respeto, contacto y compromiso) para cambiar las
amenazas por un estilo más sano de convivencia. Claro que estos 5 ingredientes
primero habrá que aplicarlos en uno mismo para después poder compartirlos con
los demás.
"Todo peligro pierde mucho de su amenaza cuando se han descubierto sus causas"
(Konrad Lorenz)
Hasta luego.