martes, 11 de marzo de 2014

Adultos regañones

"Regañar a los niños solo es un desahogo de los adultos"
Margarita Guerra Paredes.


Con esta frase de mi amiga Manguis todo está dicho, pero vale la pena ser un poco redundante, pues la creencia de que es normal regañar a los niños se va generalizando, es más, hay personas que piensan que es obligatorio regañar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes y a todo aquel que se deje.


A veces no hay una razón válida para regañar a los hijos y sin embargo les llegamos a gritar, a insultar o a "hablarles golpeado" y luego les volvemos a gritar, a veces con tanta rabia como nunca le llegaremos a hablar a nuestros amigos o familiares que no son nuestros hijos. Y es que de eso se trata, de sacar toda la rabia, la tensión, el coraje y la ansiedad que acumulamos durante el día (y si apenas son las 7:00 de la mañana no importa, si nos esforzamos ya acumulamos bastante rabia y resentimiento con la vida a esa hora, ¡arriba los madrugadores!). Y lo más encantador vendrá después:

En primer lugar, la otra creencia de que los hijos deben aguantar todo, porque "le deben respeto a sus padres". Es verdad. Pero el respeto no se debe exigir, nos lo debemos ganar, y junto con él también nos podríamos ganar la confianza y el cariño de esos seres que reciben nuestros gritos e improperios sin otra alternativa... mientras están chicos.

En segundo lugar, por encima de las creencias está la realidad: Los hijos crecerán aprendiendo del ejemplo y encontrarán que es padrísimo poderse desahogar a gritos, entonces comprenderán a sus padres ¡qué sabios eran! Y como en esta vida no hay nada mejor que corresponder, esos mismos papás serán tratados a regaños, berrinches y empujones, y seguramente se preguntarán "qué hicieron para merecer unos hijos tan malos".


Regañar no arregla nada, si bien permite que el adulto se desahogue, después debe volver a comenzar la labor de convencimiento, pues el regaño provoca rebeldía en los niños y jóvenes. Entre más agresivo y ofensivo sea el regaño, más rebeldía obtendremos en respuesta. Y si se nos ocurre hacer de ese regaño un espectáculo público, es decir, exhibir al pequeño o joven delante de sus amigos, también le estaremos reduciendo su autoestima.

Además, cuando los hijos y las demás personas se acostumbran a vernos y escucharnos regañando a diestra y siniestra, todo el tiempo y en todo lugar, los regaños pierden todo su efecto y lo único que conseguiremos es una fama de enojones bien merecida, así que conviene más bajarle al volumen y tratar de recuperar la capacidad de diálogo (primero debemos ser capaces de escucharnos a nosotros mismos, y después podremos escuchar a los demás).

Aceptar, escuchar y preguntar es una vieja fórmula que funciona mejor que los regaños, y aplicándola podemos aprender que no necesitamos vivir desahogándonos todo el tiempo con los niños, los jóvenes ni ninguna otra persona. 


¿Queremos que nuestros hijos nos respeten? Hay que tratarlos con respeto. ¿Queremos que nos tengan confianza? Confiemos en ellos. ¿Queremos su cariño? Démosles el nuestro.

Pero si queremos que nos tengan miedo y nos guarden rencor, no hay que escucharlos, nada más hay que regañarlos y desahogarnos. Cuando no creemos en nuestra propia autoridad, gritamos, y entre más fuerte lo hacemos, menos autoridad tenemos.

Hasta luego.

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