Muchas veces me he preguntado "¿Para qué?" cuando estoy a punto de empezar algo. También me lo he preguntado después de iniciar un proyecto, en un punto en el que ya está bastante avanzado, y de repente aparece de nuevo ese "¿Para qué?". Lo he escuchado también en boca de algunos pacientes, de amigos, parientes y conocidos, y también de desconocidos, porque casi siempre traigo las orejas funcionando en modo automático.
Cuando aparece en el momento de tomar una decisión importante o de concluir un proyecto relevante para uno mismo, el "¿Para qué?" se vuelve un gran obstáculo a vencer. Es el mejor petexto para quitarle sentido e importancia a las cosas y para justificar el miedo al éxito.
Una vez mi maestro Javier me contó la historia del Rey Mierdas: Era un señor con muchas capacidades y cualidades, pero como no era capaz de verlas no se daba cuenta de su propio valor y convertía en mierda todo su potencial. Con esa creencia encima, empezaba proyectos y entusiasmaba a mucha gente, y cuando ya estaba a punto de tener éxito en la iniciativa que había emprendido, se acordaba de que eso "no tenía sentido" y convertía en mierda todo el proyecto. Era igualito que el Rey Midas, pero al revés: Le quitaba todo el valor a cualquier cosa que tocaba, dejándola convertida en mierda, sin más.
¿Cómo podía hacer eso? Bueno, él tenía muchos trucos, era un especialista en el arte de autoboicotearse, manipular a los demás y justificar sus fracasos, pero una de las técnicas que más le funcionaban era detenerse justo cuando todo marchaba bien y preguntarse, con el mayor desánimo posible: "¿Para qué?" Miraba hacia todos lados a ver si encontraba la respuesta en alguien o algo fuera de él, y al no hallarla, decidía que no valía la pena seguir. Ya no tenía sentido y su meta quedaba en mierda, nuevamente.
Tal vez quede un poquito de Rey Mierdas y de repente aparece para hacernos ver que esa persona que tanto te interesa en realidad "no vale la pena", o ese trabajo que tanto has buscado y de repente te abre las puertas "no es lo que querías", o el dinero que estabas ahorrando para poder comprar X cosa "me lo puedo gastar ahora, al cabo lo que quería no es tan importante"... Y recuerdo ahorita una frase de Richard Bach que ya he puesto en este blog: "Justifica tus limitaciones y las tendrás".
No es difícil saber la cura para este síndrome, pero también en este caso se requiere ser constante:
Cada vez que aparece el "¿Para qué?" como duda o inseguridad, quitémosle los signos de interrogación para decirlo en positivo: Por ejemplo, si pienso "¿Para qué le dedico todo mi trabajo a mi familia?", puedo quitarle el para qué y decir simplemente "Le dedico todo mi trabajo a mi familia". Si pienso "¿Para qué voy a iniciar este proyecto que me va a costar tanto trabajo?", puedo pensar directamente "Voy a iniciar este proyecto que me va a costar mucho trabajo". Si pienso "¿Para qué seguir con esta persona que elegí hace muchos años y ahora es madre/padre de mis hijos?", también puedo pensar "Seguiré con esta persona que elegí hace muchos años y ahora es madre/padre de mis hijos". Y así con cada "¿Para qué?" que quiera boicotear mi proyecto de vida, pues cada una de estas preguntas trae consigo su propia respuesta, como ya vimos.
Este sencillo cambio de enfoque puede romper círculos viciosos muy fuertes que hemos estado alimentando durante nuestra vida. Puede, en última instancia, ayudarnos a confiar en lo que hacemos y en las decisiones que tomamos, aún cuando no hay garantías de que sean las correctas. Vivir es arriesgar.
El Rey Mierdas siempre buscó las respuestas afuera y nunca encontró una motivación interna. Si buscamos dentro de nosotros, será más fácil identificarnos con el motivo real que nos impulsa a actuar, a encontrar satisfacción y placer en lo que hacemos, aunque muchas veces la recompensa de estas acciones no sea la riqueza, la fama ni el heroísmo, sino solamente la satisfacción personal de estar llevando a cabo un proyecto de vida donde no sale lastimado ni uno mismo (el protagonista) ni los que nos rodean (todos los demás actores en este teatro de la vida), más bien es al contrario: si al protagonista le va bien, puede compartir bienestar con las personas que quiere.
También puede ser que nos preguntemos "¿para qué?" ante una situación difícil o en la interrelación con alguien más. Si la pregunta "¿Para qué?" tiene respuesta, no nos compliquemos la vida: No estamos ante un síndrome de Rey Mierdas con sus broncas existenciales, sino que estamos enfrentando un problema real y la respuesta a esta pregunta nos puede dar un sentido y motivarnos a la acción.
El Rey Mierdas utiliza el "¿Para qué?" como máscara para disfrazar sus dificultades reales y no enfrentarlas, pero como decía Nietzsche: El que tiene un "para qué" es capaz de soportar cualquier "cómo". El "para qué" no se pregunta, se sigue simplemente.
Hasta luego.