Ente diminuto y temeroso que pasa los días y las noches escondiéndose entre la cabeza y el vientre, a veces se ubica en el estómago, se estaciona en el corazón o se atora en la garganta.
Es una de tus partes más sensibles y se intimida con facilidad. Si se asusta se expande, crece en tu interior y contagia todo lo que toca hasta paralizarte o hacerte correr. En casos extremos se agiganta hasta salir de tu cuerpo y lo envuelve, entonces puedes creer que ese miedo no es tuyo, que él te tiene a ti.
Cuando le haces caso se tranquiliza y vuelve a su minúsculo tamaño, si logras que confíe en ti lo podrás guardar donde quieras, en tu bolsillo o en tu corazón. Si tú y tu miedo tienen claro que él es tuyo y forma parte de ti, pueden negociar: él te avisa qué lo asusta, tú revisas si hay peligro real, ambos se acompañan de mejor manera y sin desconfiar.
Si le das la espalda tu miedo crece, pero visto de frente se reduce bastante y se deja dirigir.
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