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El odio se quedó con la sierra...
La nueva Tierra, parte 5
Mis
tíos perdieron a su hija Eva cuando tenía 11 años. Ella y yo teníamos la misma
edad y una tarde que la mandaron a la tienda por los refrescos la alcanzó una bala en el
pecho. Así de rápido se apagó. Dicen que unas cuadras más abajo, por la misma
calle, discutían 3 vecinos del mismo pueblo que habían pasado mucho tiempo
tomando y alegaban entre ellos cosas sin sentido, perdidos en pleitos de borrachos, de
repente uno de ellos sacó su pistola y disparó no sé a quién ni cómo, pero la
bala cayó en el pecho de mi prima Eva y dejó a mis tíos sumidos en una profunda
desolación. Ellos se fueron a Guadalajara porque en el pueblo la soledad los seguía a todos lados, todo les recordaba a Eva
y a toda la vida que ya no pudo ser y por eso se instalaron en la ciudad, pero hasta allá los buscó y los encontró la soledad. Tal vez por eso me recibieron tan bien cuando llegué a pedir refugio temporal en su casa: yo me había quedado sin papás, mi mamá se fue al cielo a descansar y mi papá seguía preso, pagando sus culpas entre los infiernos del alcohol
y del olvido. Para esas fechas mis tíos ya habían adoptado a su soledad y le habían acomodado su tiempo y su espacio en casa, pero la disfrazaban dedicándose a su tienda
y a nada más, también conocían y le hablaban a los vecinos, porque ellos venían a la tienda a
hacer sus compras y tal vez así hubieran seguido, pero al tenerme en su casa y
entender que yo también era una especie de carbón apagado como ellos, se atrevieron a cambiar, vine a quitarle una parte de su espacio a la soledad.
Ellos nunca habían salido a ninguna parte, se la pasaban atrincherados en esa tienda que
era como su refugio, el primer viaje de su vida lo hicieron cuando dejaron el pueblo para
mudarse a Guadalajara y después habían ido a veces al pueblo cargados de juguetes, sonrisas y dulces para sus sobrinos. Pero los sobrinos crecen y dejan de recibir con el mismo gusto los dulces y juguetes. Y al crecer también dejaron de parecerse a mi prima Eva, su hija ausente, que tuvo la gracias de jamás crecer ni envejecer.
Total que mis tíos y yo nos entendimos y nos apoyamos. Cuando
salí de la secundaria yo ya estaba bastante grandecito, creo que fui el mayor
de mi generación y mis tíos me festejaron en grande, yo me sentía como si hubiera
salido de la universidad porque ya andaba rozando los 18 años y porque mis
papás no acostumbraban hacer tanto alboroto por una cosa como esa: si ibas a la
escuela era para estudiar, así que si la terminabas con buenas calificaciones significaba
que hiciste lo que tenías que hacer y no había motivo para celebrar. Punto. Tal
vez mis tíos pensaban igual, pero les di el pretexto ideal para salir de casa y
de la ciudad y nos fuimos a la playa en un autobús muy elegante, con televisión
y aire acondicionado. Yo disfruté todo: el autobús, el camino, el hotel, la
comida, ¡las chicas en traje de baño! Me gustó la compañía de mis tíos que
llegaban a sentirse raros por no estar haciendo nada, pero se adaptaron y
estuvieron muy contentos en esos días de descanso, tiempo libre y comida, mucha comida.
Ya de regreso también iba emocionado, recuerdo que miraba por la ventana del autobús los
distintos paisajes y los pueblos, varios pueblos que se asomaban de repente entre las montañas y los valles. Algunos muy pequeños,
solamente eran caseríos miserables y en ellos vivían unas cuantas gentes, pero
otros eran pueblos muy grandes, pegados a la carretera y se veían llenos de
vida con mucha gente en sus calles flanqueadas por casas blancas con detalles coloridos,
muchas plantas y casi siempre varios niños jugando y correteando, me recordaban a mi propio pueblo. Era un gusto ver tantos lugares
y grabarlos en mi colección de momentos, me llamaba la atención que hasta en
los caseríos más pobres asomaban sobre los techos unas antenas muy grandes anunciando que “en esta casa se ve televisión”. Es muy
importante estar informados, creo. Como sea, ése fue el primer viaje que hice
fuera de la ciudad y lo tengo muy presente, como si hubiera sido ayer. Después
volvimos a salir otras veces y en todas me encantó acompañar a ese par de personas mayores y
respetables, dos viejitos sencillos disfrutando juntos los paisajes y las
gentes de otros lugares, mientras yo hacía lo mismo por mi cuenta, lanzando mi
mirada hacia afuera de mi ventana en el autobús, a veces cerca y a veces lejos, como si fuera un pescador de paisajes.
Ahora recuerdo
esos días mientras viajo de nuevo en un autobús rentado con mis amigos y Jade,
que ha encajado perfectamente en mi clan. Esta vez salimos simplemente por pasear. Ya no hay
tantas corridas de autobuses como antes de la epidemia, así que fue más fácil y
económico rentar todo un autobús para nosotros. Primero queríamos ir a
Guanajuato sin su festival Cervantino, pero resulta que con esta pandemia también se redujo la recepción de visitantes y por cuestiones de tiempo y presupuesto mejor vamos a
Tapalpa, a conocer y pasar el día.
- Eh,
Jacobo, ¿ya hiciste tu blog?
- Ya
Zac, acuérdate que te pasé la ruta, te apuesto que ni lo has leído.
- La
neta no, pero luego lo leo, ya lo anoté en mis pendientes.
- Ni
lo vas a leer, pero no hay problema, ahí estoy escribiendo y el día que quieras
puedes revisar mis textos. Y los comentarios de la gente, porque tenías razón:
¡hasta hay gente que comenta lo que pongo ahí!
- ¿Sabes
qué? Te voy a dar un consejo sin que te agüites. Olvídate del blog, ahorita
la onda es Facebook y el Instagram.
- ¿Facebook?
Apenas entendí cómo funciona el blog… con eso está bien, ¿no?
- ¡Ja!
Es que no has entrado a las redes, ahora sí olvídate de estar esperando que te responsan o te comenten,
con esto te vas a comunicar de volada con quien quieras (siempre y cuando tenga
su cuenta en Facebook), los blogs son como ir a clases: expones tu tema y alguien que lo lea puede hacer un comentario, ponerle ahí que le gusta o nada
más irse y tú no sabes qué le pareció lo que leyó. En el “Face” puede estar
mucha gente conectada al mismo tiempo, pueden comentar en tiempo real o
después, puedes poner fotos, presentaciones, videos y lo que quieras, y los
demás también. ¡Para qué tener un blog si puedes estar con todos los que
quieras en un mismo lugar!
- Sale
pues, Zac. Tú me dices cuándo me puedes ayudar a hacerla.
- ¡Callen
a esos nerd!
- ¡Sí,
ya cállate Zac!
- ¡Cuenta
un chiste!
La
plática se vuelve cada vez más irrelevante y divertida, hasta que llegamos a
Tapalpa y comenzamos a meternos al pueblo para recorrer sus calles primero y su
sierra después, sin faltar la cascada y por supuesto las piedrotas, lugar de
visita obligatoria con cierto misterio y encanto. En las piedrotas nos quedamos
un buen rato tomando el sol y enseguida buscamos la sombra. El terreno parece
un campo donde los gigantes hubieran jugado canicas y al final las dejaron
abandonadas. Alrededor, lejos, hay una barrera verde formada por muchísimos
cerros y montañas. Una vez intentamos llegar hasta la cima de la más alta, pero
por nuestra inexperiencia y presunción perdimos todo el día antes de llegar
hasta la cuarta parte de su elevación, donde nos detuvimos un instante para
descansar sintiéndonos en la cima del mundo, aunque poco después descubrimos que a pocos metros
de nosotros detrás de unos árboles, estaba una señora pastoreando sus vacas. Nunca volvimos a intentar
escalarla. Yo todavía tengo clavada la espinita de subir, me llama mucho la
atención la idea de caminar entre los árboles, pastizales, cañadas y paisajes
montañosos mientras asciendo por las laderas y trato de contagiar a Jade la
tentación de ir a esa aventura, pero los demás dicen que no lo intentemos, que
esos tiempos ya pasaron. No es solo en la ciudad o en los pueblos, acá en la
sierra y los cerros también hay historias de terror.
- A
un amigo que trabaja en el INEGI lo mandan a recorrer los cerros no sé para
qué, creo que hace mediciones para ayudar a crear los mapas o algo así, el
punto es que según lo que me platica, en varias ocasiones lo han detenido los lugareños
y le explican que no puede pasar porque esa zona está ocupada. Él les tiene que
explicar lo que va a hacer y convencerlos de que su trabajo no tiene nada que
ver con la policía o el ejército, cuando los convence de que al final hasta les
va a servir el trabajo que él hace, lo llevan con el jefe, que siempre está
armado, y todavía lo asusta un buen rato antes de decirle que “puede pasar, pero lo van a escoltar mis
hombres para ver todo lo que hace, y usted no le va a decir a nadie lo que va a
ver aquí. Ya sabemos quién es y dónde vive”.
- ¿Y
qué hay allá arriba?
- ¡Pues
qué ha de ser! Puro sembradío de mariguana, ¿no?
- No,
pues quién sabe si será mariguana o qué, él nada más dice que hay muchísima
gente trabajando, unos sembrando y cuidando los cultivos, otros cuidando las
bodegas y otros haciendo otros trabajos. Dice que tienen laboratorios,
talleres, caminos muy bien hechos y que todos trabajan: hombres, mujeres y
niños. También dice que los jefes hablan raro, como que no son de aquí.
- Han
de ser colombianos, allá están los más grandes cárteles de la droga. Ahora se
han de estar instalando acá para ampliar sus negocios.
- Pues
quién sabe. A mi amigo sí lo asustaron y eso es todo lo que me dice. Yo no sé
en qué lugares se ha topado con esas gentes, dónde están sembrando y procesando
droga ni nada de nada. Pero él me dice “no
vayas a ir a las montañas” y yo le hago caso. Y por algo les digo lo mismo a
ustedes.
- ¡Qué
mala onda! Es como si esos narcos hubieran comprado los cerros, ya son de ellos.
- Es
peor, ellos no compran nada, llegan y se adueñan de las cosas así nada más.
Nadie los castiga ni se mete con ellos.
- Pues
dicen que hasta los mismos policías les ayudan.
Las
historias de corrupción irrumpen en la plática con muchísimos ejemplos de
políticos, policías, sacerdotes, empresarios y narcos, muchos narcos. Dicen que
en cada colonia hay por lo menos un vendedor de drogas. Dicen que el presidente
está asociado con el principal narco del país. Dicen que ya no puedes ir al
campo sin permiso. Dicen que no puedes hacerte rico si no eres corrupto. Dicen
que importa más lo que tienes que lo que eres. Dicen que ya no debes confiar en
tu vecino de al lado, cuídate de todos. No sé qué de todo esto será verdad, lo
único que me parece real ahorita es que todo aquel que no reconozca las señales
de que su tierra ya no le da la oportunidad de vivir dignamente y no se atreva
a dejarla para buscar un mejor estilo de vida, puede terminar atrapado en esa
ilusión de éxito que es el delito, el dinero fácil. La pobreza obliga a algunos
a huir y a otros los hace delinquir, para estos últimos hay toda una legión de
reclutadores listos a ofrecerles una paga tentadora, con eso compran su
dignidad y su decencia. Quienes deciden ganar dinero de esta forma rápidamente
se justifican diciendo que “no había de
otra, pero yo no soy malo, nada más voy a hacer esto por un rato”.
Ahora
entiendo. Yo solamente estaba interesado en todo lo que pasa con los migrantes
porque eso son mis hermanos, me preocupa la gente que sacrifica su patrimonio y
su pertenencia a un lugar para ir en busca de un mejor trabajo, de estabilidad
y un futuro para sus hijos. Pero la gente que vive con precariedad y no se
puede ir también sufre, se convierten en extraños dentro de su propia casa y
son capaces de dañar a su hermano, a su vecino, a sus amigos, porque al no
tener nada material terminan vendiendo su propio respeto, su ética y su
dignidad. ¿La pobreza justifica el crimen? Yo creo que no. Habría que preguntar esto a las
víctimas y a sus familias. Me acuerdo de los que me quitaron la casa de mi papá
y me da mucho coraje pensar que son personas así, que respetaban a sus semejantes
pero decidieron cambiar sus valores por dinero.
Mientras
pienso en todo esto, mis amigos siguen discutiendo sin ponerse de acuerdo en la
importante cuestión de si en verdad hay tanto narco y tanta corrupción o no. Jade
se sentó en el pasto a la sombra de una roca y me invita a acercarme, me siento
a su lado y me ofrece una cerveza fría que ya tenía lista junto a la suya.
- ¿Será
necesario que aparezcan las pandillas de malvivientes como los que
desaparecieron a mi papá y se quedaron con mi casa para que mis amigos crean
estas historias?
- Espero
que no, porque de seguro debe haber muchos por aquí en los alrededores. Además,
es mejor si no viven esas situaciones tan dolorosas y siguen pensando que todo
eso sucede muy lejos, ¡se ven tan tiernos! –y otra vez Jade sonríe iluminando
mi día.
Pero
la realidad se acerca cada vez más. En poco tiempo nos enteramos que todos
tenemos por lo menos un conocido al que le ha ocurrido algo: un levantón, una
extorsión, un secuestro, un robo, una adicción… Los humanos nos separamos en 2
especies distintas y una es depredadora de la otra, los criminales descubrieron
que es más fácil pagarle a la justicia que pelar contra ella, y los ciudadanos
descubrimos que debemos estar unidos, aunque es difícil porque desconfiamos
unos de otros, desconfiamos de esa enfermedad tan contagiosa y sobre todo
desconfiamos de las autoridades que deberían protegernos.
Recorremos
el camino de regreso con una sensación muy diferente al entusiasmo que
llevábamos de ida, hay una pesadez disfrazada de cansancio y los paisajes en
las ventanas del autobús, aunque iguales, ahora no despiertan fantasías
positivas, sino todo lo contrario. Afortunadamente siempre preferimos los mitos
a la verdad, y antes de entrar a la ciudad ya vamos cantando, contando chistes,
riéndonos de nosotros mismos y terminando las bebidas que sobrevivieron al
paseo. Que la realidad se tarde en llegar.
Esa
noche no puedo dormir. Me siento en mi cama, me levanto a tomar agua, camino
por la casa y cuando finalmente me vence el cansancio y me duermo, tengo una
pesadilla muy rara:
Jade y yo subimos a una
montaña muy alta, creo que es la más alta de todas y cuando estamos en la cima observamos el camino por donde escalamos: es verde y lleno de vegetación y
vida, con suaves laderas que nos gustaron mucho mientras ascendíamos, pero del
otro lado descubrimos una cañada desértica, con bajadas pronunciadas en las que
solamente hay tierra, rocas y polvo, demasiado inclinadas y por lo mismo es muy
difícil y riesgoso bajar por ahí; sin embargo nos sentamos en la orilla de ese
barranco mirando hacia abajo, lanzamos piedras solo para ver cómo rebotan entre
las arrugas que forman la montaña, tomando cada vez más velocidad hasta que sus
rebotes son muy grandes y llegan como bólidos a la pradera que está al fondo de
la cañada. Sorpresivamente Jade se levanta y me dice “lo voy a intentar”,
camina por la orilla buscando el punto menos peligroso y cuando cree haberlo
encontrado, se descuelga hacia le barranca apoyándose en cada pequeña piedra que
pueda sostener su peso.
No creí que se atreviera a hacerlo, pero cuando la veo
me asusto y la sigo hasta colocarme a su lado y le pido volver a la cima,
todavía me animo a bromearla diciéndole que “por el otro lado es mejor, aunque
nos tardemos más en bajar”. Ella me ve, sonríe como si me estuviera retando y
continúa su descenso con esa gracia y agilidad que yo trato de imitar pero
siempre termina siendo una mala copia. Me cuesta trabajo seguirle el paso por
lo inclinado del terreno, es casi vertical, pero voy a la par de Jade. De pronto
ella pierde piso y resbala un pequeño tramo por ese barranco hasta quedar colgando de unas raíces secas que alcanzó a atrapar con
sus manos, pero no tiene donde apoyar sus pies. Al verla me asusto más aún y sin
medir el peligro me lanzo junto a ella, la tomo y aprovechando el impulso doy un gran salto, los
dos salimos volando hacia la derecha, caemos sobre una roca de buen tamaño y todavía alcanzo a tomar un nuevo impulso para saltar más allá, pero esta vez choco de costado con una roca más
grande y ahí suelto a Jade.
Es un buen lugar, atrás de esta roca se ven plantas
y árboles, ahí termina la barranca, pero yo no puedo sostenerme y caigo hacia el lado del
despeñadero, me golpeo contra algunas piedras y trago polvo cada vez que abro
la boca, hasta que puedo detenerme. Entonces volteo hacia arriba para ver la
roca donde quedó Jade, pero ella no está ahí. ¡No pudo alejarse tan rápido!
¿Cómo desapareció? No puedo pensar mucho en eso, la tierra sobre la que me
estoy apoyando está tan seca que es puro polvo resbaladizo y me cuesta mucho
trabajo sostenerme. Miro hacia abajo y la profundidad me hipnotiza, las formas rugosas de la barranca me invitan a dejarme ir hacia abajo y el cansancio me convence
de aceptar la invitación, vuelvo a mirar la roca donde debería estar Jade,
vuelvo a mirar hacia abajo, escojo un punto entre las rocas del fondo y me
suelto sintiendo aceleradísimos los latidos de mi corazón. Entonces despierto y
el insomnio me envuelve de nuevo con más fuerza que antes.
¿Qué
significará mi sueño?