Jade
La nueva Tierra, parte 4
“...y sé que nadie en este mundo está solo, pero
puedo sentir la desesperanza de la soledad…”
Escucho
ese estribillo noche y día, parece que las estaciones de radio no tienen otra
canción para poner y no me gusta nada, me deprime pensar que la gente se tiene
que convencer a sí misma de que no está sola, aunque así se sienta. Yo en
verdad no creo que la gente pueda estar sola, me parece una idea imposible
porque siempre podemos estar en contacto con alguien y también porque la
soledad no significa estar alejado de los demás, de hecho a veces paso algunos
días sin ninguna compañía, solo moviéndome entre desconocidos y me siento bien,
de vez en cuando me hace falta ese espacio. “Lo más triste no debe ser estar solo, sino estar aislado de los demás,
porque aislarse es una decisión y estar solo es una condición temporal, no pasa
nada”, pienso mientras intento sacar de mi cerebro ese estribillo que revolotea
y amenaza con anidar en mi cabeza. ¿Por qué a la gente le gusta tanto esa
canción? ¿Será simplemente porque la escuchan sin parar?
“...y sé que nadie en este mundo está solo, pero puedo sentir la desesperanza de la soledad…”
Las
noticias hablan de una epidemia imparable, como si una rara enfermedad muy
contagiosa estuviera afectando a muchas personas y obligándolas a permanecer
aisladas, es una tendencia inusual porque ya lleva varios meses circulando en
las redes y en Internet y no baja su popularidad, sigue siendo noticia de
titulares porque hay mucha gente famosa entre los afectados: empresarios,
estrellas del deporte y de la música, políticos, y en general personas
emprendedoras que han sido reconocidas por las mayorías, han tenido tanto éxito
que eso les convirtió en personas millonarias y en un ejemplo a seguir, pero
ahora muchos de ellos ya no se ven más que en videos, algunos de hace mucho
tiempo y otros recientes donde se les puede escuchar tratando de explicar lo
difícil que es vivir sin energías y lejos de la gente que aman, tal vez refiriéndose a
sus fans y seguidores. O tal vez eso quieren creer sus fans y seguidores. En fin. Las caras tristes, la voz inexpresiva, la mirada fija en
algún punto o en la nada, todo su aspecto deja ver un gran sufrimiento y cuando
terminan de transmitir, uno se queda con una tristeza interminable, una inmensa sensación de vacío y
desesperanza en el interior, aun cuando la mayor parte de las personas que se
dejan ver en esos mensajes videograbados se ven tristes, sí, pero a la vez tranquilos y reflejan una gran
fortaleza espiritual.
Hace
2 o 3 años nadie se imaginaba que podría existir una enfermedad como esta, que
sin ninguna explicación está dejando al mundo vacío de ídolos, de líderes, de
confianza y amor, parece una maldición, ¿cómo es posible que las mejores
personas del planeta hayan sido alcanzadas por este mal? Cierto que por cada uno de
estos enfermos famosos debe haber miles de contagiados anónimos entre las
personas normales, los que trabajamos, los “de a pie”, pero eso no es raro ni es
noticia, al fin y al cabo, como dicen unos comentaristas ingeniosos pero no muy
listos en su noticiero nocturno: “los que siempre han estado mal
ya están acostumbrados”. Lo realmente sorprendente es que aquellos que
tienen los recursos para aislarse de los problemas del mundo, no lo han podido
hacer. Y nadie sabe explicar de manera creíble qué enfermedad es esta que quita
la fuerza, las ganas, las defensas del organismo, y obliga a la soledad. Mientras tanto, la epidemia continúa
propagándose.
El presidente de Estados Unidos ha comenzado a dirigir a su país encerrado en el salón oval de la Casa Blanca, y se lamenta por estar condenado a no poder salir de ella pero al mismo tiempo se compromete a continuar trabajando por el bien de todo el planeta; es un Presidente con mucha autoestima, creo yo, al considerar que las decisiones que tome por su país beneficiarán a todo el mundo. Muchos otros países están haciendo lo mismo y mantienen encerrados a sus dirigentes para que hagan su labor con todos los cuidados posibles, siempre frente a las cámaras de unos resignados y bien pagados reporteros que también comparten ese encierro, como si se tratara de un reality show. Todo se hace con esas medidas de higiene que ya todos conocemos y que se van volviendo cotidianas, parte del paisaje y la leyenda urbanos. Cubrebocas. Sana distancia. Aislamiento. Desconfianza. Paranoia. Miedo.
Los más famosos cantantes están dejando de
aparecer en público, solamente los más arriesgados aparecen de vez en vez, y cada vez más esporádicamente
en algún programa de TV, pero la mayoría está optando por hacer todas sus
presentaciones vía streaming, a veces en directo y a veces con versiones
editadas, y al despedirse todos cierran sus videos diciendo que aman a su
público y que desean volver a estar cerca, en persona muy pronto, pero la
verdad es que están asustados y se encierran, estén o no contagiados, porque
tienen miedo de tener que vivir encerrados si se enferman ¡qué cosa!
Lo mismo está ocurriendo con empresarios, líderes religiosos, deportistas y finalmente hasta con la gente común que antes nos reuníamos en restaurantes, teatros, cines, estadios, parques, bares y salones para divertirnos y convivir, pero ahora que los jugadores no se atreven a jugar en público ya no hay partidos en los estadios, las canchas están vacías, no hay artistas dando funciones y mucho menos hay quien se atreva a encerrarse en una sala de cine con un montón de desconocidos: tal vez uno de ellos esté infectado ¡y uno solo podría contagiar a todos! El aire, esa sustancia invisible que nos da vida cada vez que respiramos, lo único que todos compartimos porque ha entrado y salido de los pulmones de toda la humanidad y de todos los animales, ahora es el vehículo por el que viaja el mal. Y el aire, el oxígeno, tiene que seguir entrando a nuestros organismos, a nuestros cuerpos... ¡qué buen sistema para alcanzar a todos!
Este mundo sigue cambiando muy rápido, hoy ni
siquiera podemos ir a misa o al servicio religioso porque la gente vive
aterrorizada de la gente. Algunos padres y pastores valientes y llenos de fe
siguen abriendo las puertas de su iglesia para todo aquel que busca paz y
consuelo, pero muy pocas personas se atreven a ir. En las empresas se dan
facilidades para que la gente trabaje desde su casa, y lo mismo ocurre en las
escuelas. Si no fuera porque a todos nos parece normal, sería asombroso ver la cantidad de edificios fantasmales que parecen ir a la deriva como barcos vacíos en estos mares de concreto.
¡Caray! Me quedo parado frente al gran ventanal de una tienda grande, debe ser una Elektra o Coppel, y observo el noticiero detrás del cristal, desde la calle prácticamente desierta. No tengo prisa. Nunca me había detenido a pensar en lo importante que es reunirnos y tener espacios para estar junto a la gente que queremos y también junto a la que toleramos, convivir para compartir nuestros gustos y pasiones apoyando cada quien a su equipo favorito, orando, bailando, emocionándonos con una historia, estudiando, trabajando, o también discutiendo y defendiendo nuestras ideas cuando son distintas a la de alguien más, al fin y al cabo eso también es convivir… ¿Cuánto tiempo resistiremos aislados y desconfiando de los demás? Estas noticias me confunden y aunque no deseo cambiar mi punto de vista, ahora dudo: tal vez sí sea posible estar solo.
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- ¿Te fijas que solo estamos tú y yo en esta calle? -comenta ella- Quiero ir al sur, pero necesito tomar el 37 y con ese maldito miedo que tiene toda la gente, ni pasan los camiones, ¡tengo más de una hora aquí parada esperando!
Me gusta la frescura y desfachatez de la muchacha, y mientras escucho su voz alegre que quiere parecer seria y molesta, me inmovilizo mirando sus ojos negros como el espacio pero sin soles, lunas ni estrellas, enmarcados por una cabellera juguetona y esponjada de tantos rizos moviéndose como serpientes con el aire del atardecer; su piel blanca contrasta perfectamente con la brillante negrura de su pelo y de sus ojos. Viste una blusa verde con algún adorno rojo que no alcanzo a distinguir bien porque me da pena fijar mi vista en su torso, también usa unos jeans blancos holgados. Sé que no soy un tipo galán ni conquistador, pero algo tiene esta mujer que me tiene hipnotizado. Bella, despreocupada, con su manzana y ese pelo... No sé, tal vez así se sintió Adán.
- ¿...no crees? ¡Oye, te estoy hablando!
- Oh, disculpa, me distraje.
- Sí, ya lo noté. Te decía que con el miedo que tienen ahorita todos de todos, fácilmente podemos entrar a esta tienda, tomar lo que queramos y salir sin que nadie nos moleste, ¿verdad? Mira a las pobres chavas que atienden aquí, están agazapadas atrás del mostrador, casi te juro que están rezando para que no vayamos a entrar nosotros ni nadie.- Volvió a reir y esta vez mi risa también salió natural y espontánea. Pegadas a la pared del fondo, más allá del mostrador, las 3 chicas que atienden esta tienda están tratando de ser invisibles, como si fueran un adorno o un aparato más de los que se venden aquí.
- Me voy a ir caminando, quién sabe cuánto tiempo más tendré que estar aquí esperando el camión.
- ¿Dices que vas para el sur? Yo también voy para allá, ¿te parece si caminamos juntos?
- ¡Claro! ¡Diciendo y haciendo, órale! A mover los pies porque mi casa está lejos. Dijo ella mientras se iba encaminando por la banqueta.
- ¡Oye! No te gusta perder el tiempo, ¿verdad? ¡Espérame! Yo quiero caminar contigo, no atrás de ti.
- Pues acelera el paso, mi chavo. –su risa es un imán que me atrae con fuerza, aunque no quiero estar consciente de eso todavía. -Es cierto, no me gusta perder el tiempo, pero eso no significa que deba vivir siempre de prisa, de hecho si pasas tus días apresurado, rápido y tratando de hacer todo en un solo momento, pierdes más el tiempo, porque al final te quedas con la sensación de que no disfrutaste al 100% lo que hiciste y que no te alcanzó el día, ¿ves? ¡Perdiste el tiempo!
- Eso me ha pasado muchas veces, pero siempre creí que estaba aprovechando mi tiempo, porque de esa manera alcanzo a hacer más cosas que cuando me lo tomo con calma.
La chica camina jugueteando con sus manos, hace gestos y muecas con su cara de por sí expresiva y de cuando en cuando se detiene frente a los amplios escaparates donde se refleja su imagen para hacer distintas poses con graciosa coquetería, mirando su figura en distintas posiciones, a veces sensuales, a veces divertidas, a veces grotescas, pero siempre espontáneas y frescas. ¡Carajo! ¡Me gusta! Y lo peor es que ella lo sabe. Mientras pienso esto, ella sigue hablando conmigo. Parece que no sabe estar callada.
- Hacer mucho sin descansar no es garantía de aprovechar más el tiempo. Pero depende lo que te interese. Por ejemplo, yo acabo de estar parada más de una hora en la parada del camión, y mientras tanto aproveché para organizar mis pendientes, divertirme con las caras asustadas de los dependientes en todas las tiendas, revisar mis mensajes en el Telegram y el Whats, ver las noticias en la tele, y además te conocí. Por cierto, me llamo Jade.
Diciendo esto, extiende su mano ágil hacia mí, que la saludo automáticamente y al sentirla me parece más fuerte de lo que aparenta… tardo un poco en reaccionar y solo atino a responder:
- Soy Jacobo. ¡Qué bonito nombre tienes!
- ¡Tranquilo, tranquilo! Pareces un buen compañero de viaje, pero ahora eres tú el que no quiere perder el tiempo.
- No, de veras me gusta tu nombre, es bonito y no es muy común. Y también me gusta tu forma de no perder el tiempo, creo que yo me hubiera aburrido si hubiera estado ahí parado más de una hora, sin hacer nada.
- Pero igual hubieras estado ahí durante esa hora, ¿verdad? Y no estuve sin hacer nada, estaba atenta a mi alrededor y a mi propia persona, eso me ayudó a tener paciencia mientras esperaba.
- Cierto, creo que esa actitud debe ser la paciencia.
- ¿Quién sabe? Yo sólo trato de enfocarme en lo que hay en vez de en lo que no hay, y cuando no puedo hacerlo, por lo menos me mantengo ocupada.
Continuamos caminando, nos alejamos de los locales comerciales y de las fachadas atractivas de las grandes tiendas y negocios del centro para adentrarnos en la zona de calles más angostas, con casas habitadas en lugar de establecimientos. Por el camino nos cruzamos con muy poca gente, la mayoría va en sus autos con la mitad de la cara oculta por su cubrebocas y las ventanas arriba, o si va a pie camina una o dos cuadras mirándonos nerviosamente, después toca o abre una puerta y se encierra.
Los parques
invitan a caminar, correr y jugar, pero nadie les hace caso. Allá en el cine de
la Plaza hay gente, unas cuantas personas que no resisten el encierro en su
casa y prefieren encerrarse en este otro lugar que, según dice, garantiza la sana distancia indicada por las reglas de higiene y la etiqueta antisocial, me imagino que al entrar se acomodan
lo más lejos que pueden unos de otros y ven la película para olvidar el miedo, abrazando a
sus hijos o a su pareja como si eso evitara que se vayan a contagiar de este mal moderno de
la humanidad. Jade y yo caminamos sintiendo la calle nuestra y esta vez pienso con
gusto, por primera vez en bastante tiempo, que las cosas cambian muy rápido.
Es tanto el silencio en las calles que escuchamos perfectamente todo lo que ocurre al interior de cada vivienda, en la mayoría se oyen canciones pegajosas, y esa tonadita enfadosa “...y sé que nadie en este mundo está solo, pero puedo sentir la desesperanza de la soledad…”, en otras casas se escuchan las noticias que continúan reportando cualquier cosa acerca de esa rara pandemia de debilidad y soledad, en este momento el Papa transmite sus mensajes llamando a todos los hombres y mujeres “hermanos” y desde la cómoda seguridad de su encierro nos invita a permanecer unidos y cercanos moralmente, aunque estemos alejados físicamente. Los demás líderes religiosos y políticos hacen el mismo exhorto, utilizando cada uno las palabras que les dan estilo propio. ¡Qué rara enfermedad! ¡Como si hiciera falta otra razón para que los humanos nos tuviéramos más miedo!
Jade se queda en su casa, pero antes tomo nota de su domicilio y su número de celular, me grabo bien sus ojos y me guardo junto a mi colección de momentos sus labios sonriendo, porque así los imagino escondidos tras ese cubrebocas censurador y censurable, después continúo mi camino más al sur y el tramo que me falta para llegar a la casa de mis tíos se me hace muy corto, hasta me parece que estoy en otra ciudad. Por primera vez desde que llegué a vivir aquí no me siento adoptado, no: siento que soy parte de todo esto, que ya no soy un migrante y que me acabo de “nacionalizar” tapatío…
En el principio, y sobre todo con la zozobra de las condiciones en que llegué, todas las calles, caminos y avenidas eran iguales, laberintos que no llevaban a ninguna parte porque no había un lugar a donde ir, misterios sin relación con nada conocido, todo era nuevo e indiferente para mí, recién llegado de otro mundo. Con el tiempo conocí a una persona, luego a otra y a otras más y poco a poco las calles y las casas fueron teniendo nombre, cara y anécdotas de conocidos, de gente que se va ganando un lugar en mi vida y me hace un lugarcito en la suya, así le he dado sentido a los lugares de esta ciudad. Cuando una calle te lleva a alguien que quieres, la ciudad ya es tuya aunque no lo sepa. Con el tiempo, sobre todo con el buen tiempo bien vivido, los males se van curando; hoy supe cuál calle me lleva a Jade y me siento afortunado, vivo. La acabo de conocer y me encontré una rara enfermedad llamada futuro en sus ojos, de esa sí quiero contagiarme.