viernes, 3 de febrero de 2012

Necesidad y capacidad

Hay un reto difícil de superar en nuestra cultura de religión mal entendida y de búsqueda de membresías en el cielo a cambio de buenas obras en la tierra, y es el hecho de repartir justamente los bienes materiales, las responsabilidades y los bienes intangibles.

Cualquier padre o madre extremista (en el sentido de sobreprotección o de desapego) pone en duda su sensatez y su lógica cuando se le presenta una situación especialmente crítica en alguno de sus hijos, como una enfermedad grave, un accidente, un problema emocional o cualquier otra situación que coloca a una persona en un estado de fragilidad e indefensión (aparente o real, eso es lo de menos) al menos temporalmente.
La duda que asalta al padre es qué tan justo es sacrificar a los demás miembros de la familia para que el hijo afectado se pueda beneficiar, y es aquí donde se manifiesta esa malinterpretación de la religiosidad que mencioné más arriba: Normalmente tendemos a apoyar sin ningún cuestionamiento y de manera incondicional a quien consideramos "más necesitado", con lo que tal vez privamos de algún beneficio bien merecido a otra persona.


Me ha tocado vivir esta situación y en ocasiones he debido tomar decisiones difíciles. Lo mismo le ocurre a cualquier persona, aunque no sea jefe de familia, cuando tiene gente a su cargo (maestros, jefes de oficina o de obra, directores, entrenadores...), por una cuestión cultural transmitida por varias generaciones con el ejemplo más que con la palabra, mantenemos viva esa tendencia a "ayudar" a quien vemos más necesitado.

El dibujo que ilustra este escrito retoma 2 conceptos sobre este tema, en alguna ocasión Jesús, según dice la Biblia, contó una parábola acerca de un señor que dejó grandes cantidades de talentos (el dinero de aquella época) a 3 personas y partió por mucho tiempo, al regresar preguntó a las 3 personas qué habían hecho con el dinero, 2 de ellos lo invirtieron y obtuvieron buenas ganancias, pero el tercero simplemente lo guardó y lo dejó devaluándose, pensando que hacía lo correcto al no arriesgar el dinero ajeno. El señor se enojó con este último hombre y le quitó todo, enojado ante su falta de decisión. En ese momento es cuando jesús dice la frase que aparece en el dibujo.

Y el tipo que está platicando con él es Karl Marx, brillante economista reconocido hasta por sus detractores, que también dijo en alguna ocasión la frase que está comentando con Jesús, haciendo referencia más clara al tema que nos ocupa: En nuestras relaciones con los círculos sociales en que nos desenvolvemos, llámense familia, amigos, trabajo, escuela o donde sea, también aplica esta Ley surgida del análisis a los fenómenos que ocurren en las grandes concentraciones sociales: Dar a cada quien de acuerdo a su necesidad, sí, pero también de acuerdo a su capacidad para que no vaya a ocurrir lo mismo que le pasó al tercer hombre de la parábola que contó Jesús. Cuando estaba en la prepa me explicó esto un amigo muy querido y estos argumentos tan lógicos me dejaron maravillado.

De acuerdo a otro principio que guió los pasos de Marx, la dialéctica, nada permanece estático sino que siempre se orienta hacia el cambio, por ello hay que atender la necesidad de quien tiene poca capacidad acercándole los medios para desarrollarse hasta donde lo permita su propio potencial. Y como decía antes, esto aplica también al interior de los grupos básicos de nuestra sociedad, en las familias, donde los lazos más fuertes no son generalmente los económicos, sino los afectivos. De ahí el conflicto: Hacer caso al corazón aunque la razón diga lo contrario... o viceversa.

Una buena receta ante estos dilemas es la de hacer caso al corazón pasando por el filtro del pensamiento, tratando de ver los alcances a futuro porque el sentimiento solamente reina en el presente, y lo domina muy bien. No caigamos en la estéril lucha por ver qué es mejor, si el sentimiento o el pensamiento, lo mejor es asumirnos como seres humanos completos y tratar de aprovechar a plenitud, integralmente, las capacidades que Dios nos ha dado para crecer: pensamientos, emociones, cuerpo, mente...

Hasta luego.

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