Las familias que vuelcan su atención hacia su propio interior pueden crear en sus miembros unas expectativas muy, muy altas y llegan a creer que cuentan con un elemento o característica especial para desenvolverse en la vida.
Es el sentido de pertenencia en su más puro sentido, expresado con la frase "nosotros los (ponga aquí su apellido) somos así", que suena de lo más cierta e inofensiva, pero que excluye con esa certeza a todos los que no sean de ese grupo de "nosotros". Algo así como "nosotros somos así, y todos los demás son distintos. Entonces, todos los demás están mal". Existe una tendencia más o menos reciente a interesarse por la historia familiar (no sólo por la historia personal), lo que parece muy sano para entender el sistema de relaciones en el que se formó cada uno de nosotros, y que explica porqué nos relacionamos de tal o cual forma en la actualidad.
En mi caso, que es el que mejor conozco aunque aún me falta mucho por descubrir, resulta que pasé muchos años viviendo con la firme convicción de que provengo de una familia donde impera el respeto por la vida, por el desarrollo espiritual y se le da un lugar especial a los sentimientos, lo que crea un ambiente propicio para la nostalgia y el recogimiento en uno mismo, y eso nos ayuda a ser más abiertos y comprensivos con los demas... Hasta ahí todo muy bien, y crecí convencido de que así "somos nosotros", porque es una bonita forma de ser en el mundo. Lo malo es que se trata de una máscara, una fachada que oculta el interior.
Actualmente me he dado cuenta, sin que sea tampoco una verdad definitiva, que el sentimiento que más conservo de mi historia familiar, es decir, lo que yo aprendí en casa, es el orgullo de ser una persona "moralmente correcta". Ciertamente, la nostalgia es un enemigo a vencer porque puede crear la ilusión de comodidad y satisfacción por lo que he hecho en el pasado y de ese modo puede hasta oxidarme si decido que ya no necesito moverme, pero en las relaciones diarias lo que más afecta en mi constelación familiar (por decirle de algún modo) es el sentirme como si fuera una autoridad moral, el juzgar a los otros y la dificultad para reconocer que sé o conozco menos que otros (no en cuanto a conocimiento, sino en términos de lo que es bueno, lo que es aceptable, lo reprobable y lo correcto).. ¿Cuál es la señal que me lleva a esta conclusión?
Son dos: una es la reacción desproporcionada y voluntariosa cuando las cosas no salen "de acuerdo a lo planeado". La otra es la necesidad de juzgar u opinar sobre asuntos de otros, considerando que debo tener la razón.
Me ha costado trabajo pararme frente al espejo y verme así, sin la máscara de la bondad y la nostalgia, duele encontrar algo así como el retrato de Dorian Grey en el rostro de ese tipo que me mira del otro lado, en el reflejo. Pero una parte importante para corregir el camino consiste en hacer caso de lo que no nos gusta, dedicarle un tiempo y tratar de cambiarlo. Ninguna actitud es buena o mala, pero cuando se manifiesta excesivamente terminará por funcionar mal, así que mi tarea personal es reacomodar en su justa medida mi nostalgia y melancolía, tanto como mi orgullo y afán de aceptación. Trataré de hacerlo con responsabilidad recordando esta máxima de la psicología: "Cualquier conducta exagerada trata de ocultar la conducta contraria", o lo que es igual: "Dime de qué presumes y te diré de lo que careces".
El primer paso para reeducarnos es reconocer la parte donde tenemos carencias, y esto ocurre al interior de cada familia, pues es mucho más cómodo vivir detrás de la máscara, seguir siendo uno de "nosotros" y excluir a "aquellos". Aquí abro un paréntesis para pedir una disculpa por ponerme autobiográfico describiendo mi postura personal ante algunos aspectos familiares: estas son meras conjeturas mías, mi vivencia, sin generalizarla necesariamente a toda mi familia.
Pero bueno, ¿cómo se forma esta máscara? Ésta es la parte más interesante: Es verdad que mi familia ha vivido con respeto por la vida y el desarrollo espiritual, y que le hemos dado un lugar especial a los sentimientos, y que cuenta (como todas las familias) con una característica especial para desenvolverse; es obvio que también me considero una persona abierta y comprensiva. Lo que ha ocurrido es que idealicé esta forma de ser en el mundo hasta verla como inalcanzable para cualquiera (hasta para uno mismo, he ahí la trampa de la nostalgia y el orgullo). Se requiere un trabajo de humildad y constancia para poner los pies en la tierra y vivir la vida como es, aunque no se apegue a mis ideales. Asì, mis actitudes se pueden convertir en mis defectos o en mis cualidades, dependiendo de mi capacidad para regularlas. Esto aplica para cualquiera.
En otra ocasión platicaré un poco acerca de las familias que vuelcan su atención hacia el exterior, pues también son una excelente fábrica de máscaras muy útiles para poder movernos por la vida. Estas máscaras, además de ocultar nuestro mundo interior, nos protegen de las amenazas del exterior, a veces fantasiosas y en ocasiones muy reales.
Todos usamos máscaras, y todos podemos quitárnoslas si lo creemos necesario, aunque tal vez no nos gustará lo que podamos ver, pues detrás de nuestras máscaras podemos encontrar envidia, crítica destructiva, prepotencia, holgazanería, irresponsabilidad, chismes, conformismo, exigencia desmedida y todas esas actitudes que criticamos en los demás.
Si la máscara es funcional y me ha servido para avanzar, puedo conservarla y hacer un uso consciente de ella. En mi caso, quiero regular mi orgullo para que no mate a mi memoria, porque mi máscara me había hecho creer que mis recuerdos afectaban a mi autoestima. ¡Qué cosas!
Y aquí quedan abiertas estas preguntas:
¿Cómo es tu familia? ¿Cómo te calificas tú y a los "tuyos"? ¿Con cuáles "verdades caseras" te has quedado?
No hay ninguna prisa: Tenemos toda una vida para encontrar ese espejo por el que se asoma nuestra expresión real, sin antifaces. Todo ocurre a su debido tiempo.
Hasta luego.
Es el sentido de pertenencia en su más puro sentido, expresado con la frase "nosotros los (ponga aquí su apellido) somos así", que suena de lo más cierta e inofensiva, pero que excluye con esa certeza a todos los que no sean de ese grupo de "nosotros". Algo así como "nosotros somos así, y todos los demás son distintos. Entonces, todos los demás están mal". Existe una tendencia más o menos reciente a interesarse por la historia familiar (no sólo por la historia personal), lo que parece muy sano para entender el sistema de relaciones en el que se formó cada uno de nosotros, y que explica porqué nos relacionamos de tal o cual forma en la actualidad.
En mi caso, que es el que mejor conozco aunque aún me falta mucho por descubrir, resulta que pasé muchos años viviendo con la firme convicción de que provengo de una familia donde impera el respeto por la vida, por el desarrollo espiritual y se le da un lugar especial a los sentimientos, lo que crea un ambiente propicio para la nostalgia y el recogimiento en uno mismo, y eso nos ayuda a ser más abiertos y comprensivos con los demas... Hasta ahí todo muy bien, y crecí convencido de que así "somos nosotros", porque es una bonita forma de ser en el mundo. Lo malo es que se trata de una máscara, una fachada que oculta el interior.
Actualmente me he dado cuenta, sin que sea tampoco una verdad definitiva, que el sentimiento que más conservo de mi historia familiar, es decir, lo que yo aprendí en casa, es el orgullo de ser una persona "moralmente correcta". Ciertamente, la nostalgia es un enemigo a vencer porque puede crear la ilusión de comodidad y satisfacción por lo que he hecho en el pasado y de ese modo puede hasta oxidarme si decido que ya no necesito moverme, pero en las relaciones diarias lo que más afecta en mi constelación familiar (por decirle de algún modo) es el sentirme como si fuera una autoridad moral, el juzgar a los otros y la dificultad para reconocer que sé o conozco menos que otros (no en cuanto a conocimiento, sino en términos de lo que es bueno, lo que es aceptable, lo reprobable y lo correcto).. ¿Cuál es la señal que me lleva a esta conclusión?
Son dos: una es la reacción desproporcionada y voluntariosa cuando las cosas no salen "de acuerdo a lo planeado". La otra es la necesidad de juzgar u opinar sobre asuntos de otros, considerando que debo tener la razón.
Me ha costado trabajo pararme frente al espejo y verme así, sin la máscara de la bondad y la nostalgia, duele encontrar algo así como el retrato de Dorian Grey en el rostro de ese tipo que me mira del otro lado, en el reflejo. Pero una parte importante para corregir el camino consiste en hacer caso de lo que no nos gusta, dedicarle un tiempo y tratar de cambiarlo. Ninguna actitud es buena o mala, pero cuando se manifiesta excesivamente terminará por funcionar mal, así que mi tarea personal es reacomodar en su justa medida mi nostalgia y melancolía, tanto como mi orgullo y afán de aceptación. Trataré de hacerlo con responsabilidad recordando esta máxima de la psicología: "Cualquier conducta exagerada trata de ocultar la conducta contraria", o lo que es igual: "Dime de qué presumes y te diré de lo que careces".
El primer paso para reeducarnos es reconocer la parte donde tenemos carencias, y esto ocurre al interior de cada familia, pues es mucho más cómodo vivir detrás de la máscara, seguir siendo uno de "nosotros" y excluir a "aquellos". Aquí abro un paréntesis para pedir una disculpa por ponerme autobiográfico describiendo mi postura personal ante algunos aspectos familiares: estas son meras conjeturas mías, mi vivencia, sin generalizarla necesariamente a toda mi familia.
Pero bueno, ¿cómo se forma esta máscara? Ésta es la parte más interesante: Es verdad que mi familia ha vivido con respeto por la vida y el desarrollo espiritual, y que le hemos dado un lugar especial a los sentimientos, y que cuenta (como todas las familias) con una característica especial para desenvolverse; es obvio que también me considero una persona abierta y comprensiva. Lo que ha ocurrido es que idealicé esta forma de ser en el mundo hasta verla como inalcanzable para cualquiera (hasta para uno mismo, he ahí la trampa de la nostalgia y el orgullo). Se requiere un trabajo de humildad y constancia para poner los pies en la tierra y vivir la vida como es, aunque no se apegue a mis ideales. Asì, mis actitudes se pueden convertir en mis defectos o en mis cualidades, dependiendo de mi capacidad para regularlas. Esto aplica para cualquiera.
En otra ocasión platicaré un poco acerca de las familias que vuelcan su atención hacia el exterior, pues también son una excelente fábrica de máscaras muy útiles para poder movernos por la vida. Estas máscaras, además de ocultar nuestro mundo interior, nos protegen de las amenazas del exterior, a veces fantasiosas y en ocasiones muy reales.
Todos usamos máscaras, y todos podemos quitárnoslas si lo creemos necesario, aunque tal vez no nos gustará lo que podamos ver, pues detrás de nuestras máscaras podemos encontrar envidia, crítica destructiva, prepotencia, holgazanería, irresponsabilidad, chismes, conformismo, exigencia desmedida y todas esas actitudes que criticamos en los demás.
Si la máscara es funcional y me ha servido para avanzar, puedo conservarla y hacer un uso consciente de ella. En mi caso, quiero regular mi orgullo para que no mate a mi memoria, porque mi máscara me había hecho creer que mis recuerdos afectaban a mi autoestima. ¡Qué cosas!
Y aquí quedan abiertas estas preguntas:
¿Cómo es tu familia? ¿Cómo te calificas tú y a los "tuyos"? ¿Con cuáles "verdades caseras" te has quedado?
No hay ninguna prisa: Tenemos toda una vida para encontrar ese espejo por el que se asoma nuestra expresión real, sin antifaces. Todo ocurre a su debido tiempo.
Hasta luego.
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