domingo, 29 de enero de 2012

Es que así soy, mi vida

Me han dicho varias veces que somos lo que creemos, pero esto no es necesariamente cierto, hay ocasiones en que lo que creemos no nos deja vivir lo que somos.

Esto es muy significativo en algunas vivencias de baja autoestima y de vida en pareja; por ejemplo, hay personas que proyectan una imagen de seguridad o hasta de autoridad en los demás, pero nunca llegan a darse cuenta de cómo son percibidos o, si se dan cuenta, simplemente no lo creen y prefieren seguirse percibiendo a sí mismos como si fueran una persona menos capaz o menos digna de confianza, con esa creencia encima no es de extrañar que su autoestima ande por los suelos botando como lata pateada.

Cada quien tiene sus razones para creer cosas así de dañinas acerca de su propia persona, y esas razones pudieron ser muy válidas en algún momento, pero con el paso del tiempo el regaño, la burla o la crítica tantas veces escuchados se quedaron grabados en la memoria central de cada uno de nosotros. O también pudo grabarse el elogio, el halago, las felicitaciones por haber sido tan bueno, así que preferimos seguir representando un mismo papel, aunque ya no nos sirva con el paso del tiempo.

En varias de las parejas que he conocido está presente, paradójicamente, alguna afirmación del pasado que se ha convertido en una firme creencia del tipo "es que así soy yo", sin embargo, cuando escarbamos un poco más resulta que la creencia real es del tipo "es que así debo de ser yo", y siempre que utilizamos las palabras "yo debo de" o "yo tengo que" estamos ante una creencia que aprendimos reaccionando ante una persona importante de nuestra historia, y aprendimos a creer que somos así para evitar un castigo o para ser premiados.

Una creencia común en varias personas casadas es de la "yo soy un buen hijo o hija". Y esa es una actitud muy bien vista y valorada en nuestra sociedad, así que a nadie le parece mal que uno o los dos miembros de la pareja se sigan viendo a sí mismos como hijos en lugar de verse como esposos. El problema es, como decía al principio, que no siempre somos lo que creemos, pero sí somos siempre lo que hacemos, y en los hechos quien se ve a sí mismo como hijo o hija sentirá más compromiso hacia su familia paterna que hacia su pareja, y se percibirá a sí mismo como si fuera más chico o chica de lo que en realidad es: ¡Es un hijo de familia! En muchas ocasiones hasta es probable que no puedan tener hijos, pues esto afectaría terriblemente la creencia de ser hijos y los obligaría a tomar responsabilidades de padres.

Otra creencia que aparece comúnmente, y que aparentemente es la contraria a la de "soy un buen hijo", es la de decir que "soy una persona autosuficiente, yo me hice a mí mismo". Y entonces tenemos una persona que no percibe la ayuda de los demás, desconfía hasta de su sombra y aprendió a sacarle beneficio personal a todas sus relaciones, incluso a la de pareja. Normalmente estas personas se quejan de lo blandos y poco aguantadores que son todos los demás y no comprenden por qué se quejan si "la vida es muy fácil para todos, menos para mí". Pueden ser muy responsables, pero emocionalmente desapegados y muy exigentes con la crianza de los hijos.


Entre estas dos posturas hay una infinita gama de posibilidades, dependiendo del estilo de educación recibida por cada miembro de la pareja y de la claridad con que aborden su situación. Se me ocurren los siguientes roles que uno puede vivir, convencido de que "así soy":

El buen amigo, o el "candil de la calle y obscuridad de su casa".
El o la modelo.
El alma de las fiestas.
El optimista, "aquí no pasa nada".
El hermano o hermana solidarios.
El o la rebelde sin pausa.
El o la incomprendida.
La excelencia académica.
Y agréguese al gusto...

Es muy fácil descubrir estos roles en los demás, de hecho es demasiado fácil ponerle una etiqueta de estas a nuestra pareja, pero lo más útil y difícil es descubrir cómo se percibe uno mismo, porque en base a eso podremos entender por qué hemos acuado tantas veces de una misma manera. Y con el paso del tiempo podremos decidir si queremos seguirnos pecibiendo igual o si queremos cambiar y empezar a vernos de una manera distinta.

¿Queremos ser lo que creemos? ¿O queremos creer en lo que somos?

Creo que una de las principales razones por las que nos cuesta tanto trabajo decidirnos a cortar con ese compromiso platónico hacia otras personas, es porque nadie nos ha enseñado a ser dueños de nuestro corazón, así que sentimos un fuerte lazo de unión o de rechazo hacia la gente más significatica de nuestra historia personal y sobre eso gira nuestra manera de vivir el mundo emocional. Bajo esta idea, sería muy útil aprender a vivir con el corazón compartido, sabiendo que en él cabe toda la gente que aceptemos en nuestra vida, sabiéndola acomodar, es decir: Marcando nuestras prioridades para no sentirnos culpables o no merecedores del cariño.

Ahí está la raíz de nuestra auto percepción, ahí donde están los corazones cerrados, empeñados o prestados, pero no compartidos. Y nuevamente nos encontramos con una postura de rigidez ante la vida ("así soy yo").
Por mi parte, tengo una creencia o una meta muy fija en mi mente, y trato de guiar mis pasos hacia el hemebe que espero llegar a ser, aunque también, con algo de frecuencia, me descubro reaccionando de acuerdo a lo que esperaban de mí otras gentes (muy valiosas y queridas para mi) hace ya bastantes años... Lo peor del caso es que en algunos casos me he descubierto que reacciono de acuerdo a lo que yo creo que hubieran esperado de mi esas gentes.

Aceptarme tal como soy. Vivir en el presente. Responder a los compromisos que he asumido. Ser yo auténtico para encontrar lo mismo en ti.

Es un buen camino, y tenemos tiempo para recorrerlo.

Hasta luego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Quieres comentar?: