lunes, 5 de septiembre de 2011

Morir solo, vivir solo

Ayer estaba viendo "El hombre araña" con mis niños y en la escena donde se muere el tío de Peter Parker, a ellos les llamó mucho la atención que el señor empieza a llorar justo cuando llega su sobrino y me preguntaban "¿por qué llora, si ya llegó Peter?" y también "¿se muere de todos modos, aunque haya llegado Peter?" Y sí, sí se muere aunque haya llegado Peter, pero no se muere solo, tiene una persona querida junto a él y eso hace una importante diferencia: Puede hablar con la seguridad de que lo va a escuchar una persona a la que le interesa lo que él dice. Puede decir lo que piensa en sus últimos momentos y sentirse comprendido. Puede irse sin el pendiente de que su familia no sabrá lo que le ocurrió. Y llora porque es un alivio tener cerca a Peter, y porque las lágrimas limpian cualquier sentimiento.

Morir solo y lejos de la gente amada debe estar entre las peores experiencias de un ser humano.

Y en vida, ¿cuál es el equivalente a esta experiencia? Tal vez vivir sin amor, estar cerca de las personas amadas y poner barreras ante ellas, no hablar claro o ni siquiera hablar. Tenemos la costumbre de respetar las últimas palabras de un moribundo pero al mismo tiempo acostumbramos ignorar las palabras cotidianas de nuestros vivos o guardarnos nuestras opiniones y los sentimientos que despiertan en nosotros las demás personas, vivimos a medias y nos sentimos insatisfechos, con sobrada razón.

En mi escrito anterior decía que es bueno poner un poco de música fresca en el corazón, hoy agrego que es mejor dejar que esa música salga en forma de plática amorosa hacia nuestra gente. Tal vez sea difícil empezar, pero solo se sabrá si lo intentamos. No hay garantías de que nuestras palabras serán bien recibidas, puesto que nos hemos condicionado a creer que los demás deben reaccionar como nosotros queremos y no como son en realidad, así que el primer reto es aceptar que tal vez nuestra buena intención de expresar y escuchar en vida no será comprendida en un principio, sino hasta que se vuelva una actitud permanente en nosotros (como la prueba de los 21 días que viene en otro escrito de este blog).

Esta es una sugerencia, y la única recompensa es que no tendremos que esperar hasta nuestro último día para ver si alguien se interesa por escuchar nuestra última frase o por darnos su palabra de aliento... si es que tenemos la suerte de tener a un lado a alguien que queremos, en ese día. También tenemos la opción de seguir jugando al solitario, al prepotente, al desvalido, al independiente y a cualquier otro rol que nos sirva para no expresarnos con amor, como realmente somos aunque hablemos con la gente que más queremos.

Aquí y ahora sigue siendo la propuesta.

Hasta luego.

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