Me preguntaba dónde habrían quedado todas esas gentes de
cincuentaytantos y más que quieren aprender a volar como no lo hicieron antes,
entonces me acuerdo que estamos en una jaula distinta cada quien, esperando que
alguien llegue y nos saque de ahí porque ya olvidamos que nosotros mismos nos
encerramos y nadie tiene la llave, ni siquiera la puerta que siempre ha estado
sobrepuesta pero nadie se atreve a empujarla, no sea que se vaya a abrir.
Algunas jaulas nos encierran en el rol del trabajo o la
familia y pensamos que ya volamos lo que teníamos que volar y ya no existen
otros cielos que alcanzar, sacudimos las alas con orgullo presumiendo aquel día
en que las usamos, las ejercitamos, las arriesgamos y hoy, convertidas en
piezas de museo casi no las miramos para que no se vayan a maltratar.
Algunos a veces salimos de esas jaulas muy nuestras, vemos
a otros como nosotros de distintas edades, reímos, jugamos, lloramos, hablamos,
escuchamos, salimos y también dejamos entrar. Tal vez no lo sabemos, pero si
seguimos así seremos los únicos capaces de volar.
En una esquina del tiempo habemos otros que solo queremos
ser testigos de las muchas historias diarias que hacen otras gentes para ver y
para contar a veces juzgando y a veces disfrutando pero siempre creyendo con
mucha fe que un día vamos a hacer mejor lo que nunca hemos hecho, cualquier
cosa que ya hacen otros y así se pasan los años, enjaulados en la espera.
Por cierto, ¿cómo están tus alas?
Hasta luego.
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