domingo, 10 de abril de 2016

Cada pueblo tiene el gobierno que merece

“No es un signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.”
(Krishamurti)


Hace 3 años comentaba en este espacio que México podría llegar a ser una sociedad de enfermos mentales si las condiciones económicas, políticas y sociales seguían avanzando por el mismo rumbo, es decir, rindiendo culto a la corrupción y a la impunidad mientras se explota a la honestidad y la responsabilidad. Increíblemente, nuestros gobernantes decidieron seguir por el mismo rumbo y no solo eso, sino que han pisado a fondo el acelerador acumulando más abusos, desvergüenzas y actos de corrupción que, desafortunadamente y contra toda lógica, nos siguen pareciendo "normales" y por lo tanto, así de "normal" sigue siendo que las nuevas generaciones (o sea nuestros hijos) vean como deseable y noble la aspiración de ser un buen corrupto en el futuro, y muchos se comienzan a preparar desde pequeños.


Este jueves 7 de abril del 2016, la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH, para más rápido) se atrevió a diagnosticar al gobierno de este México lindo y querido como "esquizoide", ante las muchas demostraciones de que efectivamente presenta un desorden de personalidad que no le permite distinguir la realidad. En esta situación en particular la CIDH acusó al gobierno de México de presionar, acosar y desdeñar a los investigadores del Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales (GIEI, ya en confianza) y al titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. También hizo la acusación de que la violencia, la inseguridad y la criminalidad han ido en aumento sin que el Gobierno parezca interesado en tomar medidas correctivas (arreglar este desorden) ni mucho menos preventivas (esto implicaría asegurar educación, salud, trabajo y vivienda a los habitantes de este país, y para eso habría que invertir dineros que ahorita se usan para... bueno, para lo que estén usándolo en este entorno de corrupción).

Las respuestas del Gobierno negaron contundentemente todas esas acusaciones, aseguraron que aquí no pasa nada y demostaron una profunda indignación ante tamañas ofensas. Al mismo tiempo, los noticieros del país, incluso los de aquellos medios que tratan de disminuir la mala imagen de nuestros gobernantes, siguen difundiendo noticias nada tranquilizadoras. Una reseña muy descriptiva de este incidente apareció en la columna "Astillero" del diario "La Jornada", y es recomendable leer esta nota para no hacernos de la vista gorda y compartir de esa manera la esquizofrénica mentalidad de esos gobernantes que sistemáticamente rechazan la realidad y hasta ofrecen pruebas de la belleza, paz y armonía que reina en nuestra sociedad.


La parte más preocupante de esta ola esquizoide es cómo tratan los noticieros maquilladores de la realidad a las víctimas. Simplemente afirman con fingida ingenuidad que si secuestraron, torturaron, mataron o desaparecieron a alguien, seguramente fue porque tenía nexos con el crimen organizado. ¡Claro! Y con el mismo tono de inocencia continúan afirmando que ni el gobierno ni el ejército ni la policía y ni siquiera los guaruras contratados por algún funcionario-político-empresario-narco o similar podrían lastimar a una persona decente. ¿Y vamos a creer semejante mentira? Tristemente sí. Se repite tanto en radio, televisión, periódicos e Internet que la oleada de gente que un día protesta indignada por la injusta desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa, al poco tiempo puede estar acusando no solo a los desaparecidos sino también a sus familiares de tener nexos con el crimen organizado. ¿Cuál es el mensaje de fondo? ¿Se lo merecen?

"Primero debo poner orden en mi casa"
(Vox populi)

Esta es nuestra aportación individual a la esquizofrenia de nuestra sociedad. Para mantener la cordura, tenemos la obligación personal y moral de mantenernos informados y reaccionar ante el dolor de todos nuestros semejantes y no solamente cuando le ocurra algo a nuestros familiares u otras gentes cercanas. Nuestra sociedad sí está enferma y nosotros formamos parte de ella. Tenemos en nuestras manos la decisión personal de buscar nuestra evolución y crecimiento, o dejarnos llevar por la corrupción y la impunidad en cualquier de sus presentaciones: todo lo que está enfermando y obstaculizando la salud de nuestra enfermedad.




“Pedro Algorta, abogado, me mostró el gordo expediente del asesinato de dos mujeres. El doble crimen había sido a cuchillo, a fines de 1982, en un suburbio de Montevideo. La acusada, Alma Di Agosto, había confesado. Llevaba presa más de un año; y parecía condenada a pudrirse de por vida en la cárcel. Según es costumbre, los policías la habían violado y la habían torturado. Al cabo de un mes de continuas palizas, le habían arrancado varias confesiones. Las confesiones de Alma Di Agosto no se parecían mucho entre sí, como si ella hubiera cometido el mismo asesinato de muy diversas maneras. En cada confesión había personajes diferentes, pintorescos fantasmas sin nombre ni domicilio, porque la picana eléctrica convierte a cualquiera en fecundo novelista; y en todos los casos la autora demostraba tener la agilidad de una atleta olímpica, los músculos de una fuerzuda de feria y la destreza de una matadora profesional. Pero lo que más sorprendía era el lujo de detalles: en cada confesión, la acusada describía con precisión milimétrica ropas, gestos, escenarios, situaciones, objetos... Alma Di Agosto era ciega. Sus vecinos, que la conocían y la querían, estaban convencidos de que ella era culpable:
- ¿Por qué? -preguntó el abogado.
- Porque lo dicen los diarios.
- Pero los diarios mienten -dijo el abogado.
- Es que también lo dice la radio -explicaron los vecinos -. ¡Y la tele!”
(Eduardo Galeano - La cultura del terror 6)

Hasta luego.

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