"Éste es el castigo más importante del culpable: nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia".
(Juvenal)
A veces hacemos daño sin querer. Lastimamos a la gente que
amamos y el daño puede dejar una huella profunda, incluso permanente. Hay
ocasiones en que dañamos con toda la intención de perjudicar a alguien, pero
ese no es el punto, ahorita se trata de esas ocasiones en que no nos damos
cuenta y de pronto una palabra o una acción afectan a una persona cercana e
importante. El hecho de no darse cuenta no elimina el daño causado ni justifica
lo que haya ocurrido, pero sí puede ser una razón para no castigar de por vida
a quien ocasionó un daño involuntariamente.
Si el daño se puede reparar, lo más justo es exigir y comprobar
que el responsable se haga cargo de esa reparación. Si no se puede reparar también
será justo hacerlo notar y buscar alguna forma de compensar el daño causado.
Lo que no es justo es que siendo obvio que no hubo dolo,
alevosía, ventaja y ni siquiera intención al causar ese daño, se convierta en
culpable sin más a una persona, porque a partir de ese momento se lo creerá, se
vivirá como culpable que merece un castigo y que es capaz de hacer daño a su
gente, a quien sea.
No importa de qué tamaño sea el daño, si un niño rompió el
juguete de su hermano al caerse accidentalmente sobre él, si un hijo manchó la
pared que recién acababa de pintar su padre, si otro muchacho empujó
accidentalmente a un amigo o amiga provocando que se lesionara, si al traer el
auto prestado le dieron un golpe y ahora debe pasar unos días en el taller, o
cualquier otra cosa que hay ocurrido, siempre tendremos dos opciones para
reaccionar: Considerar primero a la persona o considerar primero “lo que
debe ser”.
Al considerar primero a la persona nos podemos enterar de
cómo ocurrieron las cosas, de cómo se sienten tanto el afectado como el que
ocasionó la situación de riesgo y sobre todo, de cómo actuar para
resolver o compensar el daño ocasionado sin querer. Y al centrarnos en los
daños materiales o en lo que “debe ser”, es casi seguro que no nos interesará
saber cómo se sienten ni el afectado ni el descuidado que provocó el daño, sino
que trataremos de encontrar un culpable que merece un escarmiento.
Es más fácil castigar que dialogar. Es más sencillo y rápido
satanizar y elegir un culpable que tratar de conciliar y hacer ver que todos
nos equivocamos y que nuestras acciones tienen consecuencias, de las que nos
podemos hacer cargo en la medida de nuestras posibilidades. Es más fácil
etiquetar a alguien de “bueno” y a otro alguien de “malo” para evitarnos el
esfuerzo de pensar.
En el caso de los niños y los adolescentes, con frecuencia
provocan daños leves, por ejemplo romper un vaso, empujar a un compañero o
caer sobre él, perder alguna prenda de vestir o provocar algún accidente más o
menos grave. Cuando esto ocurra y sea obvio que no hubo la intención de dañar,
centrémonos en la persona para ayudarle a responder por sus actos en lugar de colgarle
la etiqueta de “culpable” y castigarlo por el resto de sus días, haciéndole
creer que es más malo que el peor malhechor de los que salen en las películas.
Y hablando de películas, mientras escribo esto me acordé de “Frozen”,
una producción de Disney que casi me atrevo a asegurar que todos hemos visto. A
mis hijos les gusta mucho y a mí me gusta ver cómo disfrutan cantando las
canciones que acompañan la historia de las 2 hermanitas que protagonizan esa
trama. Bueno, me acordé de esa película porque Elsa, una chica alegre y
creativa, en un arranque de emoción congela a su hermana Ana sin querer. Al
enterarse los papás deciden "sabiamente" encerrarla como delincuente dentro de su
recámara sin dejarla salir para nada, afectando con ello también a su hija
menor que se quedó sin cómplice y sin compañera de juegos y que para acabarla, ni siquiera se
quejó de lo que hizo Elsa porque para ella fue obvio que su hermana no la quiso
lastimar. Los papás se centraron en el riesgo, en sus miedos y en la
sobreprotección. Se olvidaron de las personas que participaron en el hecho.
Hay niños, adolescentes y adultos con cualidades especiales,
habilidades distintas de los demás miembros de su grupo (amigos, familia,
trabajo, escuela o donde sea). Lo diferente nos da desconfianza y hasta nos asusta. Eso ocurrió con los papás de Elsa y Ana y le puede ocurrir a
cualquier otro padre y madre.
Siguiendo el ejemplo de la película, al centrarse en las
personas (o sea en sus hijas) los papás hubieran distinguido fácilmente que el
accidente no fue intencional, que la hermana mayor tenía habilidades diferentes
y entonces podrían decidir que, para reducir el riesgo de volver a lastimar a
su hermana, a sí misma o a alguien más, sería conveniente educar y entrenar a
Elsa hasta que dominara sus habilidades y cualidades personales: Ayudarle a ser
una mejor persona.
Así de fuerte es el efecto de lo que queremos ver: culpables
o personas. La tolerancia no se ve pero se nota cuando está
presente, y es una pieza indispensable para decidirse a favor de las personas.
Hasta luego.
Post Data:
Aunque es otro nivel, también con los animales aplica nuestra decisión de quererlos ver como culpables que deben ser castigados o como compañeros de vida:
Ahora sí: Hasta luego.
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