"La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.
- Los derechos humanos tendrían que empezar por casa –me comenta, en Chile, Andrés Domínguez."
(Eduardo Galeano - La cultura del terror 2)
Los niños están en una posición de desventaja ante el mundo de los adultos. De recién llegados son una bendición milagrosa, una nueva vida tierna y hermosa, los bebés despiertan los más bellos sentimientos en sus padres y también inspiran a otros seres cercanos para cuidarlos y apapacharlos.
Pasado algún tiempo, y en completa contradicción, los padres conservan en su mente la creencia de que los hijos siempre serán una bendición, al mismo tiempo que esos benditos hijos corren el riesgo de convertirse en la vía de escape para las frustraciones, las limitaciones, los miedos y la falta de autoestima de los padres. También funcionan bastante bien como desahogo cuando los padres pelean entre sí, pues resulta muy conveniente desquitar el coraje con algún hijo o hija en esas no tan raras ocasiones en que mamá o papá deciden no enfrentar a la pareja.
A mayor inseguridad de los padres para relacionarse con más gente, mayor será el riesgo de que utilicen a los hijos para dejar salir las ideas, palabras y emociones que no quisieron externar con otro adulto.
Mamá y papá pueden ser refinadamente fríos e insensibles a la hora de demostrar quién manda en casa, porque es un gusto demostrar poder. A los niños, efectivamente, les gusta y les sirve saber que sus papás son poderosos y les dan seguridad. Pero no les ayuda en nada saber que sus padres son poderosos y están en su contra: Esa es una sensación que da terror.
A veces la mujer o el hombre, ya siendo adultos, también se ponen en una situación parecida frente a su pareja. Una persona víctima de abuso llega a creer que de verdad tiene que temerle a la persona con la que escogió vivir, porque dice ser muy poderosa y cada vez que puede lo demuestra con crueldad verbal y violencia física.
Los niños están indefensos, no tienen a dónde ir y en verdad dependen de sus padres para sobrevivir. Con los adultos es diferente, pueden decidir salirse de una relación dañina y reinventar la vida para hacer una historia diferente al enfrentar su miedo, o pueden quedarse con la persona abusadora, quejándose y reproduciendo entre ambos el ambiente de terror con sus hijos, que heredarán en vida su frustración y su miedo a expresar su afecto y sus sentimientos en general.
"Michael Taussig ha estudiado la cultura del terror que la civilización capitalista aplicaba en la selva amazónica a principios del siglo veinte. La tortura no era un método para arrancar información, sino una ceremonia de confirmación del poder. En un largo y solemne ritual, a los indios rebeldes les cortaban la lengua y después los torturaban para obligarlos a hablar."
(Eduardo Galeano - La cultura del terror 1)
Es posible romper con la cultura del terror, aunque da miedo hacerlo porque el subconsciente es muy fuerte y sigue creyendo que eres una persona pequeña e indefensa. Si es preciso, hay que pedir ayuda para poderte reconciliar contigo y seguir adelante con pareja, sin pareja o a pesar de la pareja. Si tienes hijos ellos apreciarán esa mejora en sus vidas. Si no los tienes, tu niño o niña interior también te lo agradecerá y podrá armonizar con tu yo adulto.
Usa tu fuerza y tu experiencia como un poder para construir y no solamente para gritar "¡porque lo mando yo!".
"Cuando era chica, a veces me gustaba hacer llorar a mi hermanita y quedarme viendo cómo lloraba por un rato. Después la consolaba y se quedaba contenta conmigo. Ya de grande llegué a hacer lo mismo con mis hijos cuando eran pequeños: me gustaba que yo podía hacer que dejaran de llorar".
(Anónimo)
Hasta luego.