"Escribo para que mis amigos me quieran"
(Gabriel García Márquez)
(Gabriel García Márquez)
Como bien dice el maestro Monterroso, autor del siempre citado cuento del dinosaurio que todavía estaba ahí cuando despertó, todos los seres humanos tenemos una indiscutible necesidad de comunicarnos, de saber que alguien está interesado en lo que nos ocurre o en lo que pensamos y hacemos.
Con el surgimiento de las nuevas y cada vez más accesibles tecnologías de información, las manifestaciones de esta necesidad de comunicarse han llegado a alcanzar proporciones increíbles y en algunas personas han rebasado la condición de necesidad para convertirse en una obsesión. Una diferencia radical entre la obsesión y la necesidad es que la primera nos priva de la libertad al condicionar nuestros actos a un solo fin sin poder encontrar satisfacción, mientras que la segunda sí se puede satisfacer y con eso nos dejan libres para hacer otras cosas: comer es una necesidad, al igual que dormir, respirar o hablar. Desear acaparar la atención de los demás por cualquier medio y a costa de lo que sea es una obsesión.
Con el surgimiento de las nuevas y cada vez más accesibles tecnologías de información, las manifestaciones de esta necesidad de comunicarse han llegado a alcanzar proporciones increíbles y en algunas personas han rebasado la condición de necesidad para convertirse en una obsesión. Una diferencia radical entre la obsesión y la necesidad es que la primera nos priva de la libertad al condicionar nuestros actos a un solo fin sin poder encontrar satisfacción, mientras que la segunda sí se puede satisfacer y con eso nos dejan libres para hacer otras cosas: comer es una necesidad, al igual que dormir, respirar o hablar. Desear acaparar la atención de los demás por cualquier medio y a costa de lo que sea es una obsesión.
En este cuento, escrito hace más de 50 años, Monterroso explora esa obsesión por ser escuchado (sin escuchar, valga la aclaración) que muchas personas tienen... "Uno de cada tres", como dice el título del cuento. No había facebook, whatsapp, twitter, teléfonos celulares ni computadoras. La televisión estaba lejos de formar parte de la vida diaria en los hogares y el costo del teléfono fijo todavía era alto para la mayoría de la población. Sin embargo la necesidad de ser escuchado y entendido por los demás ya se percibía entonces como ahora, solo que no era tan bien vista como ocurre en estos días en que podemos abusar de las facilidades y comunicar hasta los detalles más insignificantes de nuestra vida o de nuestras ocurrencias ¡por ejemplo con un blog como éste!
La descripción que hace el autor de su solución al problema de comunicación coincide fielmente con la de una red social, en la actualidad Facebook nos permite hacer lo que en el cuento se le ofrece al protagonista desconocido. Y quienes tengan el tiempo y la disposición para hacerlo, pueden recurrir a la red social durante las 24 horas del día si lo desean.
Estas facilidades parecen mejorar nuestra experiencia de comunicación entre humanos, y en muchos casos funciona. Pero en otros casos ocurre que se ha perdido de vista la función básica de la comunicación como acto que satisface la necesidad de estar en contacto con los demás, de permitirnos conocer a nuestro interlocutor y a nosotros mismos por medio del diálogo, de lograr acuerdos o discutir diferencias, de compartir experiencias, opiniones y sentimientos. La comunicación asertiva parte de uno mismo: inicia con una persona que se habla claro a sí misma, que está consciente de sus pensamientos, sentimientos, deseos y limitaciones. La mala comunicación toma como referencia a los demás, busca cumplir las expectativas de otra u otras personas antes que las propias y si bien puede alcanzar buenos niveles de rating y popularidad, pocas veces resulta tan honesta como la asertiva, además de que no permite al emisor conocerse a sí mismo tampoco.
La dificultad de las redes sociales radica en que es muy fácil romper la barrera de la asertividad. Es fácil caer en el estereotipo o el lugar común queriendo seguir la "originalidad" que esté de moda o los hábitos de comunicación que se estén usando por los demás para "estar al día", para encajar con "todos". Y esto resulta en un círculo vicioso: Al ocultar la comunicación real expresando lo que creemos que la gente quiere escuchar, perdemos libertad y nos aislamos en lugar de hacer contacto con los demás.
No nos engañemos: Llegar a mucha gente con nuestros mensajes no garantiza una comunicación efectiva, ni ser entendidos ni hacer contacto con "los demás".
La necesidad de comunicarnos cubre uno de los miedos básicos de la humanidad: estar solos, ser rechazados o abandonados. Las redes sociales convertidas en desahogo obsesivo pueden ofrecer una alternativa de comunicación con la seguridad de no tener que confrontar a nuestro propio ser con otra personalidad, esta es la impunidad que da el mundo virtual, pero no sustituye a una compañía real y, por lo tanto, puede acrecentar el miedo a la soledad en lugar de reducirlo.
La descripción que hace el autor de su solución al problema de comunicación coincide fielmente con la de una red social, en la actualidad Facebook nos permite hacer lo que en el cuento se le ofrece al protagonista desconocido. Y quienes tengan el tiempo y la disposición para hacerlo, pueden recurrir a la red social durante las 24 horas del día si lo desean.
Estas facilidades parecen mejorar nuestra experiencia de comunicación entre humanos, y en muchos casos funciona. Pero en otros casos ocurre que se ha perdido de vista la función básica de la comunicación como acto que satisface la necesidad de estar en contacto con los demás, de permitirnos conocer a nuestro interlocutor y a nosotros mismos por medio del diálogo, de lograr acuerdos o discutir diferencias, de compartir experiencias, opiniones y sentimientos. La comunicación asertiva parte de uno mismo: inicia con una persona que se habla claro a sí misma, que está consciente de sus pensamientos, sentimientos, deseos y limitaciones. La mala comunicación toma como referencia a los demás, busca cumplir las expectativas de otra u otras personas antes que las propias y si bien puede alcanzar buenos niveles de rating y popularidad, pocas veces resulta tan honesta como la asertiva, además de que no permite al emisor conocerse a sí mismo tampoco.
La dificultad de las redes sociales radica en que es muy fácil romper la barrera de la asertividad. Es fácil caer en el estereotipo o el lugar común queriendo seguir la "originalidad" que esté de moda o los hábitos de comunicación que se estén usando por los demás para "estar al día", para encajar con "todos". Y esto resulta en un círculo vicioso: Al ocultar la comunicación real expresando lo que creemos que la gente quiere escuchar, perdemos libertad y nos aislamos en lugar de hacer contacto con los demás.
No nos engañemos: Llegar a mucha gente con nuestros mensajes no garantiza una comunicación efectiva, ni ser entendidos ni hacer contacto con "los demás".
La necesidad de comunicarnos cubre uno de los miedos básicos de la humanidad: estar solos, ser rechazados o abandonados. Las redes sociales convertidas en desahogo obsesivo pueden ofrecer una alternativa de comunicación con la seguridad de no tener que confrontar a nuestro propio ser con otra personalidad, esta es la impunidad que da el mundo virtual, pero no sustituye a una compañía real y, por lo tanto, puede acrecentar el miedo a la soledad en lugar de reducirlo.
¿Suena exagerado? Lean este cuento que a mi modo de ver ilustra generosamente el origen y las cualidades de las redes sociales con un sabroso toque de sarcasmo:
Uno de cada tres
Augusto Monterroso
"Más querría encontrar quién oyera las
mías que a quien me narre las suyas."
(Plauto)
"Está dentro de mis cálculos que usted se sorprenda al recibir esta carta. Es probable, también, que al principio la tome como una broma sangrienta, y casi seguro que su primer impulso sea el de destruirla y arrojarla lejos de sí. Y, no obstante, difícilmente caería en un error más grave. Vaya en su descargo que no sería el primero en cometerlo, ni el último, desde luego, en arrepentirse.
Se lo diré con toda franqueza: Me da usted lástima. Pero este sentimiento no solo resulta natural, sino que está de acuerdo a sus deseos. Pertenece usted a esa taciturna porción de seres humanos que encuentran en la conmiseración ajena un lenitivo a su dolor. Le ruego que se consuele: su caso nada tiene de extraño. Uno, de cada tres, no busca otra cosa, en las más disimuladas formas. Quien se queja de una enfermedad tan cruel como imaginaria, la que se anuncia abrumada por el pesado fardo de los deberes domésticos, aquel que publica versos quejumbrosos (no importa si buenos o malos), todos están implorando, en el interés de los demás, un poco de la compasión que no se atreven a prodigarse a sí mismos. Usted es más honrado: desdeña versificar su amargura, encubre con elegante decoro el derroche de energía que le exige el pan cotidiano., no se finge enfermo. Simplemente, cuenta su historia, y, como haciendo un gracioso favor a sus amigos, les pide consejos con el obscuro ánimo de no seguirlos.
A usted le intrigará cómo me he enterado de su problema. Nada más sencillo: es mi oficio. Pronto le revelaré qué oficio sea ése.
Continúo. Hace tres días, bajo un sol matinal poco común, abordó usted un autobús en la esquina de Reforma y Sevilla. Con frecuencia las personas que afrontan esos vehículos lo hacen con expresión desconcertada y se sorprenden cuando encuentran en ellos un rostro familiar. ¡Qué diferencia en usted! Me bastó ver el fulgor con que brillaron sus ojos al descubrir una cara conocida entre los sudorosos pasajeros, para tener la seguridad de haberme topado con uno de mi favorecedores.
Obedeciendo a un hábito profesional agucé furtivamente el oído. Y en efecto, no bien había usted cumplido, de prisa, con los saludos de rigor, se produjo el inevitable relato de sus desgracias.Ya no me cupo duda. Expuso los hechos en tal forma que era fácil ver que su amigo había recibido las mismas confidencias no más allá de 24 horas antes. Seguirlo durante todo el día hasta descubrir su domicilio fe como de costumbre la parte de mis disciplinas que, me gustaría saber la razón, cumplo con más placer.
Ignoro si esto le servirá de enojo o de alegría; pero me veo en la urgencia de repetirle que su caso no es singular. Voy a exponerle en dos palabras el proceso de su situación presente. Y si, aunque lo dudo, me equivoco, tal error no será otra cosa que la confirmación de la infalible regla.
Padece usted una de las dolencias más normales en el género humano: la necesidad de comunicarse con sus semejantes. Desde que comenzó a hablar, el hombre no ha encontrado nada más grato que una amistad capaz de escucharlo con interés, ya sea para el dolor como para la dicha. Ni aun el amor se iguala a este sentimiento. Hay quienes se conforman con un amigo. Existen aquellos a quienes no les bastan mil. Usted corresponde a los últimos, y en esa simple correspondencia se originan su desgracia y mi oficio.
Me atrevería a jurar que se inició usted refiriendo su conflicto amoroso a un amigo íntimo, y que éste lo escuchó atento hasta el fin y le ofreció las soluciones que creyó oportunas. Pero usted, y de aquí arranca el interminable encadenamiento, no consideró acertadas esas fórmulas. Si le propuso con firmeza cortar, como se dice, por lo sano, usted encontró más de un motivo para no dar por perdida la batalla; si, por el contrario, su consejo fue seguir el asedio hasta la conquista de la plaza, usted se inundó de pesimismo y lo vio todo negro y perdido. De ahí a buscar el remedio en otra persona apenas si hay algo más que un paso. ¿Cuántos dio usted?
Emprendió un esperanzado peregrinaje, hasta agotar su concurrida libreta de direcciones. Incluso trató (con éxito creciente) de entablar nuevas relaciones para apurar el tema. No es extraño que de pronto reparara en que el día tiene tan sólo veinticuatro horas, y en que esa desconsideración astronómica constituía un monstruoso factor en su contra. Fue preciso multiplicar los medios de locomoción y planear un horario de sutil exactitud. El uso metódico del teléfono vino en su auxilio y ensanchó, es cierto, sus posibilidades; pero este anticuado sistema todavía es un lujo, y el setenta por ciento de aquellos a quienes usted quiere mantener enterados carecen de esa dudosa ventaja.
No contento con los desvelos y el insomnio, principió usted a madrugar para ganar un tiempo cada vez más fugitivo e irreparable. El descuido de su aseo personal se hizo notorio: la barba le creció montaraz; sus pantalones, antes impecables, se vieron invadidos por las rodilleras, y un terco polvo gris cubrió de pesadumbre sus zapatos. Le pareció injusto, pero tuvo que aceptar el hecho de que, si bien usted madrugaba lleno de entusiasmo, escaseaban los amigos dispuestos a compartir esa vehemencia matinal. Así, ¿hay que decirlo?, ha llegado el momento ineludible en que usted es físicamente incapaz de conservar bien informado al amplio círculo de sus relaciones sociales.
Ese momento es también mi momento. Por una modesta suma mensual yo le ofrezco la solución más apropiada. Si usted la acepta—y puedo asegurar que lo hará porque no le queda otro remedio—relegará al olvido el incesante deambular, las rodilleras, el polvo, la barba, los fatigosos telefonemas.
En pocas palabras: estoy en condiciones de poner a su disposición una excelente radiodifusora especializada. Dispongo en la actualidad (por el sensible fallecimiento de un antiguo cliente afectado por la Reforma Agraria) de un cuarto de hora que si tomamos en cuenta lo avanzado de sus confidencias, sería más que suficiente para sostener a sus amistades ya no digamos al día, pero al minuto, de su apasionante caso.
Creo de más enumerar a usted las ventajas de mi método. Sin embargo, le insinuaré algunas.
1.a El efecto sedante sobre el sistema nervioso está garantizado desde el primer día.
2.a Discreción asegurada. Aun cuando su voz podrá ser recibida por cualquier sujeto poseedor de un aparato de radio, juzgo improbable que personas ajenas a su amistad quieran seguir una confidencia cuyos antecedentes desconocen. Así, se descarta toda posibilidad de curiosidad malsana.
3.a Muchos de sus amigos (que hoy escuchan con desgano la versión directa) se interesarán vivamente por la audición radiofónica con sólo que usted mencione en ella sus nombres en forma abierta o alusiva.
4.a Todos sus conocidos estarán informados al mismo tiempo de los mismos hechos. Circunstancia que evita celos y reclamaciones posteriores, pues solamente un descuido, o un azaroso desperfecto en el aparato propio, colocaría a alguno en desventaja respecto de los demás. Para eliminar esa contingencia deprimente cada programa se inicia con una breve sinopsis de lo narrado con anterioridad.
5.a El relato cobra mayor interés y variedad, y puede amenizarse, cuando así se considere oportuno, con ilustrativas selecciones de arias de ópera (no insistiré sobre la riqueza sentimental de las italianas) y trozos de los grandes maestros. Un fondo musical adecuado es obligatorio por reglamento. Además, una amplia discoteca, en la que se recogen hasta los más increíbles ruidos que el hombre y la naturaleza producen, está al servicio del suscriptor.
6.a El relator no ve la cara de los oyentes, lo que evita toda suerte de inhibiciones, tanto para él como para los que lo escuchan.
7.a Siendo la audición una vez al día y por un cuarto de hora, el confidente dispone de veintitrés horas y tres cuartos de hora adicionales para preparar sus textos, impidiendo así, en absoluto, contradicciones molestas y olvidos involuntarios:
8.a Si el relato alcanza éxito y al número de amigos y conocidos se suma una considerable cantidad de oyentes espontáneos, no es difícil encontrar casa patrocinadora, lo que une a las ventajas ya registradas cierta factible ganancia monetaria que, de ir creciendo, abriría las posibilidades de absorber las veinticuatro horas del día y convertir, así, una simple audición de quince minutos en un programa ininterrumpido de duración perpetua. Mi honestidad me obliga a confesar que hasta ahora no se ha producido este caso, pero ¿por qué no esperarlo de su talento?
Este es un mensaje de esperanza. Tenga fe. Por lo pronto, piense con fuerza en esto: el mundo está poblado de seres como usted. Sintonice su aparato receptor exactamente en los 1373 kilociclos, en la banda de 720 metros. A cualquier hora del día o de la noche, en invierno o en verano, con lluvia o con sol, podrá escuchar las voces más diversas e inesperadas, pero también más llenas de melancólica serenidad: la de un capitán que refiere, desde hace más de catorce años, cómo se hundió su barco bajo la aciaga tormenta sin que él se decidiera a compartir su suerte; la de una mujer minuciosa que extravió a su único hijo en la poblada noche de un 15 de septiembre; la de un delator atormentado por el remordimiento; la de un ex dictador centroamericano, la de un ventrílocuo. Todos contando interminablemente su historia, todos pidiendo compasión."
Hasta luego.
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