viernes, 16 de enero de 2015

Tolerar para evolucionar

“Entre los hombres, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”
(Benito Juárez)

Religión: ¡Nuestro Dios es más poderoso que el suyo! ¡Harán lo que nosotros decimos y como nosotros decimos!

Política: ¡Nuestros "amigos" son más influyentes que los suyos! ¡Harán lo que nosotros decimos y como nosotros decimos!

Familia: ¡Yo sé mejor que tú lo que necesitas! ¡Harás lo que yo digo y como yo digo!


Hace pocos días un grupo religioso realizó ataques en Francia y mató a 17 personas, entre ellas 4 excelentes caricaturistas de la revista Charlie Hebdo. Parece que lo hacían para vengar a Mahoma, ya que en esa misma revista se habían burlado de él poco tiempo antes. El año pasado, 43 estudiantes fueron “desaparecidos” en el estado de Guerrero y en otro hecho más de 20 jóvenes fueron asesinados en el estado de México, en ambos casos hubo una acción directa de las autoridades y aún tratan de culpar al “crimen organizado”.

En Francia se realizó una movilización urgente y sin miramientos cazaron a los culpables. En México no se va a castigar a los culpables, y pasarán muchos años para saber qué ocurrió realmente, si es que se llega a saber.

Los dos hechos mencionados tienen en común el profundo desprecio a la vida que demuestran sus autores (hacia quienes son "diferentes" a ellosy el convencimiento de que están haciendo lo correcto. Unos por fanatismo religioso y otros por saberse a salvo gracias a la corrupción, que también parece una secta con más adeptos conforme pasa el tiempo, aunque en esta congregación no se persigue el cielo sino la impunidad.

Más que la delincuencia organizada, es la intolerancia generalizada la que puede tomar el lugar de la autoridad y arrebatar vidas, propiedades, familias, trabajos, sueños y esperanzas.

El otro lado de la moneda, la tolerancia, es un arma que nos permite evolucionar y dejar de actuar de maneras extremistas para poder debatir y discutir acerca de nuestras diferencias. Sin tolerancia no hay evolución.


La religión, cualquiera que sea su nombre, también evoluciona, por ejemplo en la actualidad los católicos y cristianos aceptan las críticas con mucha mayor apertura que en el pasado, y se permiten una cierta flexibilidad sin apartarse de su fe, pero hace 500 años los cristianos mataban y torturaban con crueldad a los que consideraban herejes o blasfemos, y lo hacían convencidos de que tenían la razón. Todavía el siglo pasado en nuestro México lindo y querido tuvimos la guerra cristera (con el famoso grito de "¡Viva Cristo Rey!"!), otra muestra de intolerancia al amparo de la justicia divina. Hacían lo mismo que hoy hacen los extremistas religiosos ¡y con la misma justificación!

Actualmente también hay un nuevo curso en la religión musulmana, como ejemplo recordemos que hace pocos años fue muy sonado el caso de un líder religioso que precisamente en Francia aceptó que las niñas que profesan esa religión pudieran salir y acudir a las escuelas sin cubrir su rostro con la tradicional burka. Para quienes no profesamos la religión islámica puede no significar mucho, pero ése fue realmente un cambio revolucionario.

La tolerancia dio paso a la apertura, de ahí nació la búsqueda de nuevas formas de convivencia y estas han permitido que se vaya forjando la nueva vertiente de la religión musulmana, sobre todo en los países europeos. Incluso hay quien dice que en uno o dos siglos más, las poblaciones de Alemania y otros países europeos podrían ser mayormente musulmanas, dentro de la nueva corriente que se está gestando en esa religión.

Desafortunadamente la intolerancia es más espectacular, se nota mucho más que los pasos discretos de la tolerancia y usa métodos brutales para llamar la atención.

La incapacidad de reconocer y aceptar las diferencias de los demás no nos permite evolucionar y por el contrario, genera grupos extremistas y radicales que se aferran a la idea de que las cosas nunca deben de cambiar. Si las cosas cambian, mejor las destruyen. Cuando la intolerancia gana muchos adeptos se vuelve aún más peligrosa, pues se convierte en una gran masa con la vista puesta en el fanatismo pero con el cerebro ciego.


En la política ocurre lo mismo, con la salvedad de que en este caso los intolerantes no defienden una fe, una creencia o la esperanza de alcanzar una vida mejor después de esta. Los intolerantes que escalan puestos importantes en la política, en la economía, en la iniciativa privada o en la delincuencia gozan de un excelente cinismo que les permite actuar sin remordimientos mientras abusan de todo aquel que se deje. Como además ostentan el poder y deciden con quien compartirlo y con quien no, les resulta muy sencillo decidir sobre los bienes y los habitantes de una nación entera como si fueran suyos. Prácticamente están en otro mundo y la gente, esas multitudes que integran la población del país, parecen pertenecer a otra especie. Los intolerantes son depredadores de la humanidad y no toleran a los que son distintos a ellos por ser prescindibles, asalariados y en muchos casos honestos y tolerantes, tal vez incluso porque les recuerdan su propia condición humana. Los intolerantes de esta naturaleza viven creando barreras legales, económicas, criminales o de cualquier tipo para seguir viviendo igual, en el culto al dinero y al poder humillante. Claro que no quieren que cambien las cosas.

¿Y en casa? También pasa lo mismo, respetando las distintas escalas: Basta con que un miembro de la familia sea intolerante para que todo el ambiente familiar se vuelva difícil de sobrellevar, porque al intolerante le cuesta mucho trabajo aceptar que alguien “distinto” pueda tener la razón. Cuando existen diferencias tan profundas al interior de una familia, la tolerancia es una virtud que se debe cultivar por todas las partes que viven en desacuerdo, y no solamente por una de esas partes. Si no ocurre así, el intolerante pensará que sigue teniendo razón porque sometió a la persona que prefiere no discutir y seguirá cerrando sus oídos y su mente a otros argumentos e ideas distintos a los que ya conoce.

Entonces comienzan los embarazos a muy temprana edad, los divorcios o las separaciones, los hijos que se van de casa muy jóvenes o que no trabajan aunque pase el tiempo… La intolerancia puede llevar a las víctimas a asumir actitudes autodestructivas, porque pensamos que con esas acciones nos desquitamos de la persona que siempre impone su voluntad por la fuerza o con chantajes. La intolerancia, nuevamente, no nos permite evolucionar. 

En el hogar, el trabajo o la escuela la intolerancia se está volviendo "normal" y hasta le pusieron un nombre muy pop, ahora le llaman "bullying". El bullying es la puerta de entrada a las acciones extremistas.

La tolerancia y la soberbia no se llevan: Una persona soberbia puede soportar o aguantar estar cerca de una persona "diferente", pero vivir aguantando a alguien no es ninguna muestra de tolerancia, más bien es vivir con la sensación de estar haciendo un sacrificio por ser capaces de soportar a "esa gente". 

La tolerancia y la aceptación sí se llevan: Aceptar a una persona que tiene gustos, creencias, opiniones, o cualquier otra cosa diferente a mi no implica que deba estar de acuerdo con ella en todo, significa simplemente que acepto que esa persona es así, sin querer cambiarle nada mientras no me dañe o amenace, y también soy capaz de debatir con argumentos cuando sea necesario. Aceptar es darse cuenta que en este mundo hay tantas formas distintas de ser, como personas lo habitan.


Volviendo al comentario con el que inició este texto, y para cerrar por el momento estas ideas que me siguen dando vueltas en la cabeza desde que supe la noticia, retomo algunas palabras del papa Francisco I, sin ánimo de decir que es el único que tiene la razón, pero sí compartiendo su punto de vista. Sobre todo, resaltando que lo que él dice para las religiones aplica también para cada persona en este mundo:

“Matar en nombre de Dios es una aberración”

“Todas las religiones tienen dignidad”

Puedes practicar (tu religión) con libertad, pero sin imponer o matar”.

Hasta luego.

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