“Entre los hombres, como
entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”
(Benito Juárez)
Religión: ¡Nuestro Dios es
más poderoso que el suyo! ¡Harán lo que nosotros decimos y como nosotros
decimos!
Política: ¡Nuestros "amigos" son más influyentes que los suyos! ¡Harán lo que nosotros decimos y como
nosotros decimos!
Familia: ¡Yo sé mejor que tú
lo que necesitas! ¡Harás lo que yo digo y como yo digo!
Hace
pocos días un grupo religioso realizó ataques en Francia y mató a 17 personas,
entre ellas 4 excelentes caricaturistas de la revista Charlie Hebdo. Parece que
lo hacían para vengar a Mahoma, ya que en esa misma revista se habían burlado
de él poco tiempo antes. El año pasado, 43 estudiantes fueron “desaparecidos”
en el estado de Guerrero y en otro hecho más de 20 jóvenes fueron asesinados en
el estado de México, en ambos casos hubo una acción directa de las autoridades
y aún tratan de culpar al “crimen organizado”.
En
Francia se realizó una movilización urgente y sin miramientos cazaron a los
culpables. En México no se va a castigar a los culpables, y pasarán muchos años
para saber qué ocurrió realmente, si es que se llega a saber.
Los
dos hechos mencionados tienen en común el profundo
desprecio a la vida que demuestran sus autores (hacia quienes son "diferentes" a ellos) y el convencimiento de que están
haciendo lo correcto. Unos por fanatismo religioso y otros por saberse a salvo
gracias a la corrupción, que también parece una secta con más adeptos conforme
pasa el tiempo, aunque en esta congregación no se persigue el cielo sino la
impunidad.
Más
que la delincuencia organizada, es la intolerancia generalizada la que puede tomar
el lugar de la autoridad y arrebatar vidas, propiedades, familias, trabajos,
sueños y esperanzas.
El otro lado de la moneda, la
tolerancia, es un arma que nos permite evolucionar y dejar de actuar de maneras
extremistas para poder debatir y discutir acerca de nuestras diferencias. Sin
tolerancia no hay evolución.
La religión, cualquiera que
sea su nombre, también evoluciona, por ejemplo en la actualidad los
católicos y cristianos aceptan las críticas con mucha mayor apertura que en el
pasado, y se permiten una cierta flexibilidad sin apartarse de su fe, pero hace
500 años los cristianos mataban y torturaban con crueldad a los que
consideraban herejes o blasfemos, y lo hacían convencidos de que tenían la
razón. Todavía el siglo pasado en nuestro México lindo y querido tuvimos la guerra cristera (con el famoso grito de "¡Viva Cristo Rey!"!), otra muestra de intolerancia al amparo de la justicia divina. Hacían lo mismo que hoy hacen los extremistas religiosos ¡y con la misma
justificación!
Actualmente también hay un
nuevo curso en la religión musulmana, como ejemplo recordemos que hace pocos años fue muy
sonado el caso de un líder religioso que precisamente en Francia aceptó que las
niñas que profesan esa religión pudieran salir y acudir a las escuelas sin
cubrir su rostro con la tradicional burka. Para quienes no profesamos la
religión islámica puede no significar mucho, pero ése fue realmente un cambio
revolucionario.
La tolerancia dio paso a la apertura,
de ahí nació la búsqueda de nuevas formas de convivencia y estas han permitido
que se vaya forjando la nueva vertiente de la religión musulmana, sobre todo en
los países europeos. Incluso hay quien dice que en uno o dos siglos más, las
poblaciones de Alemania y otros países europeos podrían ser mayormente
musulmanas, dentro de la nueva corriente que se está gestando en esa religión.
La incapacidad de reconocer y
aceptar las diferencias de los demás no nos permite evolucionar y por el
contrario, genera grupos extremistas y radicales que se aferran a la idea de que
las cosas nunca deben de cambiar. Si las cosas cambian, mejor las destruyen. Cuando la
intolerancia gana muchos adeptos se vuelve aún más peligrosa, pues se convierte en
una gran masa con la vista puesta en el fanatismo pero con el cerebro ciego.
En la política ocurre lo
mismo, con la salvedad de que en este caso los intolerantes no defienden una fe,
una creencia o la esperanza de alcanzar una vida mejor después de esta. Los
intolerantes que escalan puestos importantes en la política, en la economía, en
la iniciativa privada o en la delincuencia gozan de un excelente cinismo que
les permite actuar sin remordimientos mientras abusan de todo aquel que se
deje. Como además ostentan el poder y deciden con quien compartirlo y con quien
no, les resulta muy sencillo decidir sobre los bienes y los habitantes de una
nación entera como si fueran suyos. Prácticamente están en otro mundo y la
gente, esas multitudes que integran la población del país, parecen pertenecer a
otra especie. Los intolerantes son depredadores de la humanidad y no toleran a
los que son distintos a ellos por ser prescindibles, asalariados y en muchos
casos honestos y tolerantes, tal vez incluso porque les recuerdan su propia
condición humana. Los intolerantes de esta naturaleza viven creando barreras legales,
económicas, criminales o de cualquier tipo para seguir viviendo igual, en el
culto al dinero y al poder humillante. Claro que no quieren que cambien las
cosas.
¿Y en casa? También pasa lo
mismo, respetando las distintas escalas: Basta con que un miembro de la familia
sea intolerante para que todo el ambiente familiar se vuelva difícil de sobrellevar,
porque al intolerante le cuesta mucho trabajo aceptar que alguien “distinto”
pueda tener la razón. Cuando existen diferencias tan profundas al interior de
una familia, la tolerancia es una virtud que se debe cultivar por todas las
partes que viven en desacuerdo, y no solamente por una de esas partes. Si no ocurre así,
el intolerante pensará que sigue teniendo razón porque sometió a la persona que
prefiere no discutir y seguirá cerrando sus oídos y su mente a otros argumentos
e ideas distintos a los que ya conoce.
Entonces comienzan los
embarazos a muy temprana edad, los divorcios o las separaciones, los hijos que
se van de casa muy jóvenes o que no trabajan aunque pase el tiempo… La
intolerancia puede llevar a las víctimas a asumir actitudes autodestructivas, porque
pensamos que con esas acciones nos desquitamos de la persona que siempre impone
su voluntad por la fuerza o con chantajes. La intolerancia, nuevamente, no nos
permite evolucionar.
En el hogar, el trabajo o la escuela la intolerancia se está volviendo "normal" y hasta le pusieron un nombre muy pop, ahora le llaman "bullying". El bullying es la puerta de entrada a las acciones extremistas.
En el hogar, el trabajo o la escuela la intolerancia se está volviendo "normal" y hasta le pusieron un nombre muy pop, ahora le llaman "bullying". El bullying es la puerta de entrada a las acciones extremistas.
La tolerancia y la soberbia no se llevan: Una persona soberbia puede soportar o aguantar estar cerca de una persona "diferente", pero vivir aguantando a alguien no es ninguna muestra de tolerancia, más bien es vivir con la sensación de estar haciendo un sacrificio por ser capaces de soportar a "esa gente".
La tolerancia y la aceptación sí se llevan: Aceptar a una persona que tiene gustos, creencias, opiniones, o cualquier otra cosa diferente a mi no implica que deba estar de acuerdo con ella en todo, significa simplemente que acepto que esa persona es así, sin querer cambiarle nada mientras no me dañe o amenace, y también soy capaz de debatir con argumentos cuando sea necesario. Aceptar es darse cuenta que en este mundo hay tantas formas distintas de ser, como personas lo habitan.
Volviendo al comentario con el que inició este texto, y para cerrar por el momento estas ideas que me siguen
dando vueltas en la cabeza desde que supe la noticia, retomo algunas palabras del papa Francisco I, sin ánimo de
decir que es el único que tiene la razón, pero sí compartiendo su punto de
vista. Sobre todo, resaltando que lo que él dice para las religiones aplica
también para cada persona en este mundo:
“Matar en nombre de Dios es una aberración”
“Todas las religiones tienen dignidad”
“Puedes
practicar (tu religión) con libertad, pero sin imponer o matar”.
Hasta luego.
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