Ver Parte 1
Adiós, papá
La nueva Tierra, parte 2
Vivo en Guadalajara, en la
casa de mis tíos, una pequeña vivienda de fachada color blanco con rojo al sur
de la ciudad con sus recámaras, un baño, sala comedor y lo que más me gusta: un
patiecito lleno de macetas y plantas bien cuidadas para aferrarse con ellas a
su anterior vida en el campo; en la parte de enfrente tiene una banca donde a
veces salgo a tomar el sol mientras leo o me tomo un café y también tienen una
tienda donde se vende de todo... al principio extrañaba mucho el patio grande
que tenía mi casa del pueblo, pero pronto me acostumbré. Ellos me pidieron que
me quedara a acompañarlos en esta casa, yo acepté y me sentí aliviado porque en
realidad no tenía a dónde ir y no conozco a nadie más en este lugar, así mi
vida se ha ido haciendo más tranquila con la rutina de estas buenas
gentes.
A pesar de estar en una
ciudad, el mundo parece más pequeño ahora que cuando vivía con mi papá, de
lunes a viernes todos los días son iguales: por las mañanas le ayudo a mis tíos
trabajando en su tienda, por las tardes me voy a la escuela a estudiar y por
las noches les ayudo otro rato en su tienda, después me voy a mi cuarto o a
veces me quedo dormido en el sofá. Como, visto y vivo agradecido con mis tíos,
les ayudo y sé que soy afortunado porque conozco muchas historias de parientes
y amigos que llevan años vagando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, y no
consiguen establecerse. Familias enteras que un mes te pueden enviar una carta
desde un domicilio en Michoacán y la siguiente, 2 meses después, te puede llegar
desde Zacatecas, Nuevo León, Oaxaca o de otro país, ¡sabrá Dios qué problemas
tienen que enfrentar todos esos pobres errantes! Entre tantos migrantes están
mis hermanos, de ellos no he vuelto a saber nada. Pienso mucho en ellos, me
preocupo y me pongo muy triste cuando los recuerdo y me imagino a todas esas
personas que no tienen casa, ni trabajo ni comida, y tienen que salir hoy y
mañana y todos los días que sea necesario a buscar en otro lugar su felicidad.
Seguramente habrá quien llegue a morirse sin encontrarla, y eso me hace sentir
peor, casi lloro de la tristeza, el coraje y la impotencia de no poder hacer
nada.
Yo lo conseguí a la primera
gracias a mis tíos, no sufrí nada para conseguir un lugar donde vivir con todo
el apoyo de esta gente que me aprecia para hacer mi propia vida. A pesar de que
me advirtieron desde el mismo instante en que me invitaron a quedarme en su
casa que solo tendría techo y comida, me las he ingeniado para conseguir unos
pesos trabajando y además respetaron mi decisión de seguir estudiando. Eso es
muy importante, no quiero pasarme toda la vida pidiendo ayuda a la gente que
conozco: algún día yo saldré adelante solo y también podré ayudar a otros. Me
obsesioné con el ahorro, siempre ando con muy poco dinero en los bolsillos,
solo el indispensable, pero sigo estudiando y mientras curso la prepa también
consigo un trabajo mejor pagado que en la tienda de mis tíos. Claro que ayudo
con los gastos de la casa, pero en realidad eso no representa mucho dinero y
puedo ahorrar la mayor parte de mi sueldo, es una gran fortuna que la
preparatoria y la licenciatura sean gratuitas en la Universidad de Guadalajara.
Y todo este tiempo he seguido
en contacto con mi papá, me preocupa que él sigue aferrado al alcohol y varias
veces he tratado de traerlo a vivir conmigo, tantas que mis tíos estuvieron de
acuerdo en recibirlo aquí en su casa, pero él no es un hombre de ciudad y
siempre que lo traemos encuentra el camino de regreso en el primer descuido que
tenemos. En camión, en una bici prestada, de aventón y hasta caminando, no
importaba la forma, él vuelve a aparecer en su casa a más tardar al tercer día,
y cuando lo visito de nuevo él dice que no recuerda nada, no le interesa guardar
ningún detalle de cómo escapa de Guadalajara y regresa al rancho. Creo que no
le interesa guardar ningún recuerdo de nada. Al final desistimos, y me voy
acostumbrando a venir cada 8 días sin falta a mi tierra, con mi papá.
Los fines de semana me voy al
pueblo en camión. En auto eso significa 30 minutos, pero en camión el viaje
desde la casa dura más de una hora, que de cualquier manera me parece poco, en
comparación con lo lejos que estaba antes en el tiempo. Llego a casa a buscar a
mi papá y casi nunca lo encuentro, entonces salgo a caminar, a visitar las
casas de la familia y de los amigos, y si corro con suerte lo hallo con alguno
de ellos y me quedo ahí por un buen rato, después lo saco como puedo y me voy
con él a su vivienda.
Pero si no hay suerte tengo
que ir a los billares, a las cantinas y al quiosco y casi siempre ahí, entre
los coloridos jardines llenos de flores y vegetación lo encuentro, sin duda
tumbado en una banca o sobre el piso, a veces hasta bañado en su vómito y
rogando con una vocecilla más miserable que su aspecto por otro trago para no
parar, para no volver a este mundo. Cuando lo encuentro así, siempre me quedo
con él, lo acompaño con un trago o dos, lo llevo a su casa, lo alimento, le
platico y le hago el quehacer de la casa barriendo, sacudiendo y lavando,
siempre hay algo que lavar y algo más qué hacer… ¡mi mamá siempre decía eso! y
sonrío. Siempre sonrío cuando recuerdo a mi mamá y cuando estoy con mi papá, él
no se da cuenta que vine a verlo, pero yo sí.
Antes de volver a la ciudad
paso con algún hermano o hermana de mi papá y les dejo una parte de mis ahorros
de la semana pidiéndoles que cuiden de él, les digo que de ahí compren su
comida y a ellos les da risa:
-
¿Cuál comida? Si este hombre no come, nomás parece esponja cuando le dan
una botella.
Es cierto, rara vez encuentro
a mi papá dentro de este cuerpo lastimado y lastimero, y cuando por alguna
razón un breve instante de lucidez se abre paso a través de su mente
alcoholizada, padre e hijo podemos coincidir y encontrarnos en una reunión
efímera que es puro llanto: yo por el gusto, mi papá por la vergüenza, y ambos
por amor.
El tiempo camina sin parar y
sigo yendo cada semana, religiosamente, al pueblo para ver a mi papá que va
empeorando poco a poco, hace tiempo que se dejó vencer por el alcohol y ya no
lucha por nada, últimamente ya no quiere ni entrar a su casa, se queda abajo
del tejabán que él mismo construyó hace muchos años en una orilla del patio.
Cada sábado me siento junto a él, caminamos, comemos, le llevo parientes o
amigos suyos a que le platiquen, lo animo a dormir dentro de la casa y yo me
acuesto cerca de su cama, pero cada vez es más difícil que me reconozca.
También vaga más que antes, hay semanas que no lo veo y nadie me sabe dar razón
de él, me da mucha tristeza entender que mi papá no le importa a nadie más que
a mí. Los días que puedo verlo mi papá no habla nada, ni una palabra, solo se
queda viendo algo que yo no sé qué es, con su mirada silenciosa y su rostro
inmóvil. Quiero pensar que su silencio también dice algo, pero la verdad no lo
he podido entender.
También he notado que ya no me
encuentro a toda la gente que conozco, el pueblo se va vaciando de a poquito y
sus alrededores se están llenando de casitas miserables, pero yo no me había
fijado por estar enfocado en mi papá. Es algo extraño: la gente que nació y
creció aquí se está yendo porque ya no puede vivir pasando hambres y sin un
trabajo bien pagado, pero al mismo tiempo está llegando gente de quién sabe
dónde y se quedan en cualquier terreno que les parezca bueno… ¡y a ellos les
parece bien estar aquí! ¿De dónde salieron? ¿De qué van a vivir?
- - - - - -
Es sábado otra vez, el camión
me deja en la carretera. Caminando tardo unos 20 minutos en llegar a la casa de
mi papá. Los primeros meses recorría esa distancia con gusto, disfrutando el
largo camino perfumado con eucaliptos altísimos que lleva de la carretera al
corazón del pueblo, pasando junto a una pequeña presa donde mis primos, mis
amigos y yo acostumbrábamos nadar y pescar carpas cuando éramos niños; atrás de
los eucaliptos que flanquean el camino como soldados había un campo abierto
repleto de árboles, arbustos y plantas, cada paso me daba una sensación de
libertad, me encantaba venir a donde están mis raíces y era mi orgullo presumir
este pueblito con mis amigos de más confianza, incluso llegué a invitar a algunos
a venir conmigo. Pero esa sensación de libertad fue cambiando, en su lugar
ahora siento ansiedad cuando hago este recorrido. Rellenaron la presa con
tierra, piedras y cemento y construyeron arriba de ella un mercado muy precario
para vender fruta y chucherías a los viajeros que pasan por la carretera, la
pequeña arboleda fue sustituida por casas y bodegas, talaron muchos eucaliptos,
ahora el camino está flanqueado por altas bardas y frente a ellas se recargan
varias casas de cartón y lámina ocupadas por incontables desconocidos de todas
las edades y al parecer, de todos los países latinoamericanos.
Ahora hay más delincuentes
anónimos, se extienden como las sombras que cada día van cubriendo la tierra
hasta volverla noche y han ocupado las parcelas de siembra para cultivar
mariguana, amapola y no sé qué más; así, sin pedir permiso ni recibir castigo,
se adueñaron de las mejores parcelas y de las herramientas para trabajarlas. La
gente que aún sigue en el pueblo es porque está muy encariñada con él o porque
no tiene dinero suficiente para irse, son ellos quienes me cuentan lo que está
ocurriendo, y sin embargo no les creo.
-
Mira Jacobo: El pueblo sigue siendo un lugar verde pero ya no es para
nada tranquilo, los pocos conocidos que quedan en él nomás están al pendiente
de sus casas porque en cualquier descuido se nos meten y nos roban lo que sea,
igual nos desaparecen una licuadora, un caballo, una vaca o todos los muebles.
-
Sí, hasta hubo una temporada en que los bandidos quisieron secuestrar gente,
pero la verdad aquí nadie tiene dinero para pagar los rescates que piden y se
les quitó esa tentación, como que no están muy bien organizados, por suerte.
-
Pero nos da miedo que se roben a las muchachas, por eso casi ni las
dejamos salir y los que pueden se van yendo para el norte o para otro lado con
todo y sus familias. En otros lugares han desaparecido varias muchachas y no
las han vuelto a ver, ¡sabrá Dios qué les harán!
Yo sonrío escuchando todo eso
que para mí son exageraciones y se me alcanza a notar que no los tomo en serio.
-
Sí, cada vez se ve más despoblado el pueblo, pero es normal, ¿no? porque
de verdad se nota más pobreza en el ambiente y es lógico que todos se vayan a
buscar un mejor lugar, poco a poco pero sin detenerse. Yo hice lo mismo hace
unos años y me está yendo mejor que aquí… además, nunca me ha pasado nada de lo
que ustedes me cuentan, ni a ninguno de mis amigos.
No lo sé, a lo mejor yo ya me
siento muy citadino y pienso que ellos, gente sencilla del pueblo, se dejan
sorprender muy fácil con todas estas leyendas.
Y llega otro sábado, esta vez
no llego tan temprano al pueblo, desde que me empezó a invadir la ansiedad
cuando recorro el camino de entrada, prefiero caminarlo cuando el día ya está
lleno de sol. La soledad y el polvo perezoso levantado a fuerzas por el viento
y por el golpeteo de mis pasos, me acompañan hasta la vieja casa familiar, cada
día más vieja y descuidada, “un día voy a venir a resanar esta fachada y a
pintar las paredes con colores claros, más alegres” pienso al verla, igual
que todas las veces que he venido antes. Toco 3 veces como es mi costumbre y
también, como estoy acostumbrado, nadie me abre, vuelvo a tocar 3 veces más y
después de dejar pasar un rato saco del bolsillo mi llavero y lo sacudo
brevemente, revolviéndolo y buscando la llave de la entrada mientras escucho el
desordenado tintinear de estos metales jugueteando en mis manos. Tomo la llave
correcta y justo cuando estoy tratando de introducirla en la cerradura, la
puerta se abre con un movimiento rápido.
-
¿Qué quieres?
-
¿Usted quién es?
El que abrió la puerta es un
hombre mayor, tal vez de unos 35 años, sucio, pero con su barba y bigote
cortados cuidadosamente, me llama la atención la cantidad de adornos que lleva
encima: pulseras, relojes, anillos, collares, también trae unos lentes para el
sol y un sombrero que adentro de la casa resultan inútiles. El tipo se ve muy
despreocupado, pero recargado ahí en el marco de la puerta impone respeto. En
la parte de atrás de su pantalón sobresale la cacha de un revólver y me asusto,
¿dónde está mi papá?
-
¿Qué quieres? - Repite el hombre a la vez que cubre con su cuerpo la
entrada de la casa, aun así, puedo distinguir más voces allá adentro, por lo
menos debe haber otros 2 hombres y una mujer.
-
Esta es mi casa, ¿dónde está mi papá?
-
A mí me vale madre dónde está tu papá y esta no es tu casa. Mejor ya
vete.
Quiero pensar que es una
broma, pero el tono de voz seco y el gesto rígido en la cara del hombre me
advierten que no debo reírme.
-
Esta casa es de mi papá, ¿dónde está?
-
Escúchame bien, pinche güey: Esta casa es de nosotros, nomás eso tienes
que saber. Lárgate y no se te ocurra volver por aquí, te lo estoy diciendo por
las buenas.
El tipo acaricia la cacha de
su revólver mientras mira mi rostro como queriendo grabárselo, enseguida cierra
la puerta y todavía me grita otra vez que me largue, yo también me quedo ahí
gritando, pegándole y preguntándole a la puerta para que me dé razón de mi papá
hasta que me canso, me tumbo un rato en la banqueta junto a la puerta, no sé
qué hacer ni qué pensar.
Después de un rato noto que no
pasa gente por la calle y me pongo de pie, pero no puedo levantar mi pena y me
la llevo arrastrando como si fuera mi sombra, pero mi sombra es mucho más chica
en el calor hirviente del mediodía. La tarde apenas está comenzando. Entonces
reparo en las camionetas grandes y lujosas estacionadas en casi todas las
calles, afuera de mi casa hay dos y obviamente no son los vehículos que se
podrían comprar la mayoría de los habitantes de este pueblito.
Llego a la casa del hermano de
mi papá que está más cerca, mi cuerpo se vuelve muy pesado, me siento como si
hubiera estado caminando todo el día, apenas saludo y me voy a sentar bajo un
árbol en el patio, me quedo viendo en silencio a mis tíos y ellos a mí, de
pronto descubro que estoy llorando y no me quiero detener, lloro mucho, mucho
tiempo. No puedo hablar, ni siquiera puedo pensar qué decir.
Mucho más tarde, después de
comer, me siento más tranquilo y puedo platicar. Quiero saber qué
pasó, quiero sacar el coraje, la rabia, la impotencia, el dolor y sobre todo,
quiero ver a mi papá. Sin embargo, ni mis tíos ni mis primos pueden darme
ninguna palabra de aliento, ni una esperanza.
-
Vamos a estar al pendiente de él por si lo vemos, pero nada más mientras
nos vamos, porque aquí ya está bien difícil seguirle. Mira a Juventino, el
compadre de tu tío Octavio: Andaba bien gustoso porque acababa de poner su
destilería de agave “El rincón” y le estaba yendo re bien con su negocio, pero
llegaron estos hijos de la chingada y se la quitaron…
-
¿Cómo que se la quitaron?
-
Así nomás. Primero le enseñaron fotos de su casa, de su esposa, de sus
hijas... le dijeron que tenía dos semanas para salirse de la destilería. Pero
no se esperaron, a los 3 días regresaron y a punta de balazos lo sacaron de la
destilería y le quitaron su negocio, lo amenazaron con matar a su familia si
volvía por ahí y pues ¿qué iba a hacer? Vendió lo que pudo y se largó a
Guadalajara, pero ya iba bien enfermo, hasta le dio diabetes del susto… a los
clientes no les importa de quién es “El rincón” mientras puedan comprar barato
y como a los mañosos no les cuesta nada, venden todos los tequilas bien
baratos.
-
¿Y luego? ¿A poco así nomás se quedó el Juventino?
-
No, pues fue a denunciar y todo, pero nadie investiga nada. Juventino
denunció primero aquí y también fue a denunciar allá en Guadalajara, ¿y qué se
ganó? Luego el Refugio, que es jefe de la policía, le dijo que mejor ya no le
moviera, ¿tú crees? Y lo peor que así como Juventino hay un chingo de gente.
Aquí ya no se puede vivir.
Poco después voy a la
comisaría para interponer mi denuncia con don Refugio, le cuento todo lo del
allanamiento de mi casa y de la desaparición de mi padre. Refugio me escucha
muy callado, como si me pusiera mucha atención y cuando termino de hablar con
él, confirmo todo lo que me acaban de decir mis tíos y todavía más cosas. Aquí
no existe la justicia, antes al contrario, en vez de darme confianza me sentí
amenazado por el comisario.
Esa noche me quedo a dormir, o
más bien a platicar en la casa de mi amigo Pepe y me entero de que él también
se va a ir del pueblo, que piensa irse a Estados Unidos.
- Me siento mal por
irme así, la verdad yo sí quiero a mi país, pero está bien pesado el ambiente
en el pueblo, vivimos con miedo, ¿tú crees? Los delincuentes están levantando a
los chavos como nosotros para llevárselos a “trabajar” con ellos, y al que no
quiere entrarle, lo matan y lo tiran. A cada rato encuentran cuerpos tirados en
las orillas del pueblo y cada vez quedan menos chavos, así que el riesgo para
los pocos que quedamos es más fuerte. Yo no me quiero ir, pero éste ya no es mi
pueblo. En las noches a veces sueño que estoy en este lugar como era cuando
estábamos chicos, ¿te acuerdas? Salíamos a la calle confiados, nos íbamos al
cerro bien a gusto sin que nadie nos dijera nada y todos nos conocíamos, todos
éramos amigos, casi familia. Pero cuando me despierto, luego luego siento al
revés que antes: ahora no quiero salir de la casa.
-
Sí, ya sé de qué me hablas, yo también sueño a veces con el pueblito de
antes. Y también me da mucha tristeza cuando despierto y veo que estoy en otro
lado. Pero aquí está más feo que donde yo vivo…
El tema deprime y asusta a cualquiera, por eso mejor empezamos a hablar
de otros tiempos, de cuando jugábamos (hace poco todavía jugábamos fut), de las
chicas del pueblo que nos habían gustado mientras crecíamos, de las
confidencias que nos compartimos antes y de cuando soñábamos despiertos. Así
nos la pasamos platica y platica hasta que amanece. Allá en la calle se escucha
de repente el ruido de motores y llantas patinando y rebotando en las calles
empedradas, a los delincuentes les gusta salir de noche en sus camionetas,
junto con sus ruidos y sus luces también entra el miedo a cada casa.
Por la mañana Pepe me acompaña a caminar por el pueblo para ayudarme a
buscar a mi papá, pero no lo encontramos por ninguna parte y nadie sabe de él.
Después de comer, recorro las casas de todos mis tíos y amigos que quedan aquí
para encargarles que estén al pendiente de mi papá, todos me dicen que sí, que
no me preocupe, pero a todos se les nota el miedo hasta en la voz. Me voy a
tomar mi camión y me acompaña Pepe con su hermano menor y otros amigos, ya
nadie sale solo en este pueblo.
Pepe jura que va a seguir buscando a mi papá y que en cuanto sepa algo
me va a avisar, “pero nomás mientras me voy de aquí, ¿eh?”. Nos deseamos
suerte, nos damos un abrazo de esos que nada más se dan los verdaderos amigos y
entre bromas, risas y carrilla me voy de mi pueblo por última vez, triste y
preocupado. Volveré a venir, pero este lugar nunca volverá a ser mi pueblo.
Todo cambia muy rápido… ¡cómo quisiera una máquina del tiempo! Muy a mi
pesar, también guardo este instante doloroso en mi colección de momentos porque
si no lo hago, con el paso de los años estos hechos van a parecer difusos y no
quiero que se desvanezca todo lo ocurrido este fin de semana, no quiero que se
vaya la esperanza de encontrar a mi papá.
- - -
Hasta luego.
Ver parte 3