jueves, 9 de mayo de 2019

Cuento: Saber dar y recibir

Toda relación sana es un continuo dar y recibir.
El dar lleva la semilla del recibir.
El recibir lleva la semilla del dar.
Romper este flujo rompe también la relación.



Aquel día llegué a la oficina del director tan confiado como siempre, antes le tenía algo de miedo por sus arranques excéntricos y a veces berrinchudos, lo había visto regañar y poner en ridículo a varios compañeros de la empresa, pero por alguna extraña razón entre él y yo había una relación de respeto con algo de bromas y albures para no llegar a ser aburridos. En fin, le pedí a Lety, su asistente, que me anunciara y entré tranquilo pero con la duda de cuál sería el motivo de que el director me hubiera pedido venir a su oficina: yo casi nunca venía a este lugar, solamente cuando había una situación del trabajo que ameritara su atención o en reuniones para tratar asuntos con otras áreas. Ahí estaba el mero jefe, sentado al otro lado de su gigantesco escritorio color arena que parecía un desierto con dos o tres hojas y algunas cosas de papelería regadas junto al teléfono que él casi siempre tenía pegado a su oreja, como ahorita. Me sonrió mientras hablaba de cosas que yo no entendía ni quería saber, porque dicen el que sabe se involucra, además aquella plática no tenía nada que ver conmigo ni con lo que yo hacía. 

Me senté frente a él siguiendo un gesto imperativo de su rostro y estuve observando el globo terráqueo que resaltaba en primer plano al mirar sus grandes libreros llenos de tomos bellamente acomodados, después me pasee por ese lugar con mi vista, una pequeña mesa de reuniones que estaba acomodada cerca de la puerta, en el piso una bonita alfombra color mostaza y aquel mueble bajito atrás del director, acomodado antes del amplio ventanal desde el que se veían las hojas de las plantas más altas del jardín, la frondosa copa de un fresno que estaba en pleno verdor primaveral y allá, al otro lado de la calle, el parque lleno de árboles y sol. Mucho sol entraba por esa ventana dando una agradable sensación de calidez.


El director colgó el teléfono y me miró con seriedad un rato, callado. Después me dijo con una voz demasiado cortante
-       Ya supe que te vas a casar. Me dijo tu jefa. Y no me invitaste a la boda.
¡Esa no me la esperaba! Me puse rojo y creo que hasta empecé a sudar, de verdad nunca se me había ocurrido invitarlo y es que simplemente no pensaba hacer fiesta, solo una pequeña reunión con la familia y los amigos más cercanos, los míos y los de mi pareja. Sentí mucha vergüenza, como si fuera un niño descubierto mientras planeaba una travesura y creo que así me percibió el director porque comenzó a reir conteniéndose para no soltar la carcajada y volvió a hablar:
-       No te preocupes, estoy bromeándote, la verdad es que me dio mucho gusto saber que te vas a casar, me gustaría mucho conocer a tu novia pero no hay problema si me invitas o no.
Descansé en mi silla, le dije que sería un gusto que asistiera a la boda, que ahí podría conocer a mi novia y pensé que ahora sí entraríamos al tema que motivó esa reunión. Pero ya estábamos en el tema.
-       Me da tanto gusto que no sé cómo demostrártelo, lo único que se me ocurrió fue hacerte un regalo y no quiero regarla dándote algo que ya tengas, por eso te llamé: prefiero que tú mismo me digas qué necesitas.

Eso tampoco me lo esperaba, ¿por qué no escogió cualquier cosa y me la dio envuelta en un bonito papel brillante, como le hacen todos? No, claro: tenía que ponerme a escoger un regalo...


Mi novia y yo habíamos estado preparando nuestra boda con mucha anticipación y ya teníamos lo básico para arrancar sin problemas, teníamos un departamento pequeño en una buena zona que habíamos escogido juntos; lo habíamos amueblado poco a poco y ya teníamos varias comodidades: sala, comedor, estufa, cocina, refrigerador, recámara, lavadora, una tele grandota y un buen estéreo porque siempre he sido un adicto a la música y ya había arrastrado a mi novia a ese vicio... Yo estaba muy orgulloso y presumía con todo el que me escuchara que no habíamos necesitado nada de nadie, que todo lo que teníamos era porque nosotros lo habíamos conseguido y ahora que el director me proponía regalarme algo que necesitara, ¿qué creen que le dije? obvio: ¡que no necesitaba nada!

Ahí estuvo ese buen señor indagando que si una tele más grande, que si una sala más cómoda, que si una cama king size, que si el refrigerador más moderno o un micro de buen tamaño y yo muy sonriente diciendo que no a todo... hasta me ofreció pagar el enganche de un departamento o una casa y también le dije orgulloso que ya habíamos comprado un depa. La verdad es que mi pareja y yo veníamos de familias humildes, haber comprado todo eso nos costó bastante tiempo, ahorro y dedicación y el director lo sabía, yo trabajaba en la fábrica desde hacía más de 10 años y él conocía mi sueldo.
Se recargó en su silla mirándome en silencio por largo rato, después se inclinó hacia adelante y me dijo
-       Quiero regalarte algo y a todo le pones un pero. Me estás privando el gusto de compartir tu felicidad dándote algo que te acompañe en tu vida de casado. Pero quiero darte algo, así que dime tú qué te puedo dar.
Vi que sus palabras eran sinceras y que se sentía mal al ver que yo no aceptaba nada de lo que él me ofrecía… estuve tentado a aceptar cualquier cosa, entonces me di cuenta que un falso orgullo me impedía hablar, un falso orgullo que ocultaba la verdad que yo no había visto: ¡me daba miedo pedir! Sentía un miedo infantil y pensaba que al aceptar cualquier cosa que él me había ofrecido se iba a reir diciendo que era una broma y que eso era mucho para mi. Pero veía en la expresión de su cara que sí estaba interesado en que yo recibiera algo de su parte. Se me ocurrió entonces pedirle algo que no me podría dar para que él mismo diera marcha atrás. Le platiqué que mi auto ya estaba viejito, tenía más de 10 años de uso y la verdad estaba en muy buenas condiciones, pero yo seguía mi plan disfuncional y rematé diciéndole que lo único que me hacía falta era un mejor carro. El director no se inmutó, continuó mirándome fijamente, me imagino que estaba haciendo cuentas en silencio y con una voz baja pero muy segura me dijo:
-       De acuerdo. No te puedo dar un auto del año aunque me gustaría hacerlo, pero te propongo que este sábado nos veamos aquí afuera para ir a las agencias de autos seminuevos a que escojas el que te guste más. Yo lo voy a pagar.

Ahora fui yo el que se puso serio y callado, no creí que fuera a aceptar mi propuesta y comencé a balbucear algunos pretextos para no ir el sábado...


El director guardó silencio y me estuvo escuchando durante un buen rato, de repente se puso de pie, golpeó con la mano derecha su escritorio y esta vez sí habló con una voz fuerte y clara:
-       Soy el director de esta empresa, he invertido mucho tiempo rogándole a un empleado que me acepte un regalo y mi empleado quiere que le ruegue todavía más. ¡Se acabó!, perdiste tu oportunidad y yo tengo que hacer otras cosas, así que sal de mi oficina y vete a trabajar.
Me puse de pie confundido y algo asustado, nunca lo había visto así de enojado, y menos conmigo. Me puse de pie, ni siquiera me despedí y me fui rápidamente hacia la puerta.
-       Una cosa más, y piensa bien en lo que te voy a decir: "El que poco pide, poco se merece". Que te vaya bien.
Ese fue mi regalo. Guardo muy bien esa frase y a veces la uso: Si la vida me da la oportunidad de escoger, trato de tomar la mejor opción sin esperar a que se me acabe el tiempo, así aprendí que la vida no me dejará tomar algo que yo no le podría devolver.


Toda relación sana es un continuo dar y recibir.
Si das todo el tiempo, humillas a quien solo recibe.
Si siempre recibes, no le correspondes a quien te da.
Compartir es el flujo que alimenta el cariño y el amor. 

¿Qué piensas de esto, tú que me lees?

Hasta luego.

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