Toda relación sana es un continuo dar y
recibir.
El dar lleva la semilla del recibir.
El recibir lleva la semilla del dar.
Romper este flujo rompe también la relación.
Aquel día llegué a
la oficina del director tan confiado como siempre, antes le tenía algo de
miedo por sus arranques excéntricos y a veces berrinchudos, lo había visto
regañar y poner en ridículo a varios compañeros de la empresa, pero por alguna
extraña razón entre él y yo había una relación de respeto con algo de bromas y
albures para no llegar a ser aburridos. En fin, le pedí a Lety, su asistente,
que me anunciara y entré tranquilo pero con la duda de cuál sería el motivo de
que el director me hubiera pedido venir a su oficina: yo casi nunca venía a
este lugar, solamente cuando había una situación del trabajo que ameritara su
atención o en reuniones para tratar asuntos con otras áreas. Ahí estaba el mero
jefe, sentado al otro lado de su gigantesco escritorio color arena que parecía
un desierto con dos o tres hojas y algunas cosas de papelería regadas junto al
teléfono que él casi siempre tenía pegado a su oreja, como ahorita. Me sonrió
mientras hablaba de cosas que yo no entendía ni quería saber, porque dicen el
que sabe se involucra, además aquella plática no tenía nada que ver conmigo ni
con lo que yo hacía.
Me senté frente a él siguiendo un gesto imperativo de su
rostro y estuve observando el globo terráqueo que resaltaba en primer plano al
mirar sus grandes libreros llenos de tomos bellamente acomodados, después me
pasee por ese lugar con mi vista, una pequeña mesa de reuniones que estaba
acomodada cerca de la puerta, en el piso una bonita alfombra color mostaza y
aquel mueble bajito atrás del director, acomodado antes del amplio ventanal
desde el que se veían las hojas de las plantas más altas del jardín, la
frondosa copa de un fresno que estaba en pleno verdor primaveral y allá, al
otro lado de la calle, el parque lleno de árboles y sol. Mucho sol entraba por
esa ventana dando una agradable sensación de calidez.
El director colgó el teléfono y me miró con seriedad
un rato, callado. Después me dijo con una voz demasiado cortante
- Ya supe que
te vas a casar. Me dijo tu jefa. Y no me invitaste a la boda.
¡Esa no me la esperaba! Me puse rojo y creo que hasta
empecé a sudar, de verdad nunca se me había ocurrido invitarlo y es que
simplemente no pensaba hacer fiesta, solo una pequeña reunión con la familia y
los amigos más cercanos, los míos y los de mi pareja. Sentí mucha vergüenza,
como si fuera un niño descubierto mientras planeaba una travesura y creo que
así me percibió el director porque comenzó a reir conteniéndose para no soltar
la carcajada y volvió a hablar:
-
No te preocupes, estoy bromeándote, la verdad es
que me dio mucho gusto saber que te vas a casar, me gustaría mucho conocer a tu
novia pero no hay problema si me invitas o no.
Descansé en mi silla, le dije que sería un gusto que
asistiera a la boda, que ahí podría conocer a mi novia y pensé que ahora sí
entraríamos al tema que motivó esa reunión. Pero ya estábamos en el tema.
-
Me da tanto gusto que no sé cómo demostrártelo, lo
único que se me ocurrió fue hacerte un regalo y no quiero regarla dándote algo
que ya tengas, por eso te llamé: prefiero que tú mismo me digas qué necesitas.
Eso tampoco me lo esperaba, ¿por qué no escogió
cualquier cosa y me la dio envuelta en un bonito papel brillante, como le hacen
todos? No, claro: tenía que ponerme a escoger un regalo...
Mi novia y yo habíamos estado preparando nuestra boda
con mucha anticipación y ya teníamos lo básico para arrancar sin problemas,
teníamos un departamento pequeño en una buena zona que habíamos escogido
juntos; lo habíamos amueblado poco a poco y ya teníamos varias comodidades:
sala, comedor, estufa, cocina, refrigerador, recámara, lavadora, una tele
grandota y un buen estéreo porque siempre he sido un adicto a la música y ya
había arrastrado a mi novia a ese vicio... Yo estaba muy orgulloso y presumía
con todo el que me escuchara que no habíamos necesitado nada de nadie, que todo
lo que teníamos era porque nosotros lo habíamos conseguido y ahora que el
director me proponía regalarme algo que necesitara, ¿qué creen que le dije? obvio:
¡que no necesitaba nada!
Ahí estuvo ese buen señor indagando que si una tele
más grande, que si una sala más cómoda, que si una cama king size, que si el
refrigerador más moderno o un micro de buen tamaño y yo muy sonriente diciendo
que no a todo... hasta me ofreció pagar el enganche de un departamento o una
casa y también le dije orgulloso que ya habíamos comprado un depa. La verdad es
que mi pareja y yo veníamos de familias humildes, haber comprado todo eso nos
costó bastante tiempo, ahorro y dedicación y el director lo sabía, yo trabajaba
en la fábrica desde hacía más de 10 años y él conocía mi sueldo.
Se recargó en su silla mirándome en silencio por largo
rato, después se inclinó hacia adelante y me dijo
-
Quiero regalarte algo y a todo le pones un pero.
Me estás privando el gusto de compartir tu felicidad dándote algo que te
acompañe en tu vida de casado. Pero quiero darte algo, así que dime tú qué te
puedo dar.
Vi que sus palabras eran sinceras y que se sentía mal
al ver que yo no aceptaba nada de lo que él me ofrecía… estuve tentado a
aceptar cualquier cosa, entonces me di cuenta que un falso orgullo me impedía
hablar, un falso orgullo que ocultaba la verdad que yo no había visto: ¡me daba
miedo pedir! Sentía un miedo infantil y pensaba que al aceptar cualquier cosa
que él me había ofrecido se iba a reir diciendo que era una broma y que eso era
mucho para mi. Pero veía en la expresión de su cara que sí estaba interesado en
que yo recibiera algo de su parte. Se me ocurrió entonces pedirle algo que no
me podría dar para que él mismo diera marcha atrás. Le platiqué que mi auto ya
estaba viejito, tenía más de 10 años de uso y la verdad estaba en muy buenas
condiciones, pero yo seguía mi plan disfuncional y rematé diciéndole que lo
único que me hacía falta era un mejor carro. El director no se inmutó, continuó
mirándome fijamente, me imagino que estaba haciendo cuentas en silencio y con
una voz baja pero muy segura me dijo:
-
De acuerdo. No te puedo dar un auto del año aunque
me gustaría hacerlo, pero te propongo que este sábado nos veamos aquí afuera
para ir a las agencias de autos seminuevos a que escojas el que te guste más.
Yo lo voy a pagar.
Ahora fui yo el que se puso serio y callado, no creí
que fuera a aceptar mi propuesta y comencé a balbucear algunos pretextos para
no ir el sábado...
El director guardó silencio y me estuvo escuchando
durante un buen rato, de repente se puso de pie, golpeó con la mano derecha su
escritorio y esta vez sí habló con una voz fuerte y clara:
- Soy el director de esta empresa, he invertido mucho
tiempo rogándole a un empleado que me acepte un regalo y mi empleado quiere que
le ruegue todavía más. ¡Se acabó!, perdiste tu oportunidad y yo tengo que hacer
otras cosas, así que sal de mi oficina y vete a trabajar.
Me puse de pie confundido y algo asustado, nunca lo
había visto así de enojado, y menos conmigo. Me puse de pie, ni siquiera me
despedí y me fui rápidamente hacia la puerta.
-
Una cosa más, y piensa bien en lo que te voy a decir: "El que poco pide, poco se merece". Que
te vaya bien.
Ese fue mi regalo. Guardo muy bien esa frase y a veces
la uso: Si la vida me da la oportunidad de escoger, trato de tomar la mejor
opción sin esperar a que se me acabe el tiempo, así aprendí que la vida no
me dejará tomar algo que yo no le podría devolver.
Toda relación sana es un continuo dar y recibir.
Si das todo el tiempo, humillas a quien solo recibe.
Si siempre recibes, no le correspondes a quien te da.
Compartir es el flujo que alimenta el cariño y el amor.
¿Qué piensas de esto, tú que me lees?
Hasta luego.