viernes, 2 de octubre de 2015

Cuento: Dos ranitas (No hay garantías)

"Solo aquellos que se arriesgan a ir demasiado lejos pueden descubrir hasta dónde se puede llegar".
(T.S. Eliot)


En el centro del bosque hay un estanque grande y antiguo, los animales saben que siempre ha estado ahí y los mamíferos llegan a sus orillas día tras día para tomar agua y refrescarse, las aves multicolores bajan de las nubes y las copas de los árboles para beber y remojan sus plumas en sus aguas. A todos les gusta venir al estanque porque siempre lo encuentran lleno de vida y adornado con flores, plantas de vivos colores, lirios, mariposas y muchos insectos juguetones revoloteando sobre él. Las ardillas dicen que siempre está contento, pero el estanque nunca ríe, ni se enoja, simplemente está ahí y disfruta la compañía de todos esos seres que llama “los suyos”.


Dentro del estanque viven unos animales verdes que por las mañanas se enojan cuando llegan los demás, porque el ruido que hacen al chapotear en la superficie del agua los despierta muy temprano: son las ranas y las tortugas. En realidad las ranas son más enojonas que las tortugas, y también son más ruidosas. Por las noches gritan y gritan croac-croac para desquitarse de los otros animales y no dejarlos dormir, o al menos eso creen ellas, porque la mayoría de los animales se arrullan con su rítmico croar. Las únicas que no duermen son las lechuzas, y eso no les conviene mucho a las ranas.

Este día, mientras se asolean tranquilamente sobre un lirio a mitad del agua, dos ranitas se ponen a platicar y llegan a la conclusión de que el estanque debe ser de ellas, las ranas, porque ellas siempre han vivido ahí. Así, juntaron a las demás ranas y les contaron su descubrimiento, provocando con ello una discusión muy fuerte, pues había ranas que estaban de acuerdo y otras que pensaban que esa era una idea muy egoísta. El estanque solamente escuchaba, como era su costumbre.

La discusión se agravó cuando las tortugas asomaron su cabeza fuera del caparazón para aclarar que ellas también vivían en el mismo estanque y tal vez desde mucho antes que las ranas. Después dijeron lo mismo las plantas y flores de las orillas, las mariposas y los demás insectos. Todos reclamaban el derecho de haber vivido durante más tiempo en ese estanque, que seguía escuchando, silencioso e impasible.

Esa noche, por primera vez, las ranas no cantaron, en un extremo del estanque se amontonaron las que decían ser dueñas del lugar y en el otro las que pensaban que el estanque era y debía seguir siendo de todos. Las lechuzas que bajaron esa noche a beber agua encontraron un ambiente muy hostil, pero sabias como eran, no quisieron participar en la discusión: ellas bajan por agua y nada más.


Al siguiente día el sol llegó al estanque y encontró muy despiertas y sentadas junto al estanque a las ranas y las tortugas más viejas de la comunidad. Entre los animales siempre se respeta a los más ancianos, porque son los que han vivido más cosas y eso les da mucha sabiduría (esa es la teoría, aunque también sabemos que al que no quiere aprender lo único que le llega con los años es la vejez, pero esa es otra historia). Entre todos ellos se imponía con su sola presencia una venerable tortuga tan viejita que tenía arrugado hasta el caparazón. Todos creían que llevaba más de cien años viviendo en el estanque y ella fue la que habló a las dos ranitas que empezaron a correr el rumor de que el estanque tenía dueño, y les dijo así:

- Los pájaros no son dueños de las nubes aunque vuelan entre ellas. Las ardillas no son dueñas de los árboles aunque en ellos se aniden. Los peces que viven en el mar tampoco dicen que éste les pertenece. Ustedes quieren decir que tienen este estanque, que es suyo, y yo lo que veo es que solo tienen avaricia, envidia y orgullo. Nosotras, las ancianas, no queremos vivir otra noche de rencor como la que acabamos de pasar. Por favor, acepten que todos podemos vivir aquí o venir a disfrutar de estas aguas como hasta ahora.

Pero las dos ranitas se sintieron ofendidas y se enojaron, así que respondieron con coraje:

- Pues si lo que dices es que no están a gusto con nosotras, nos iremos. ¡Seguro que encontraremos un estanque mejor que éste!

Las ranas y tortugas ancianas se entristecieron y trataron de detenerlas, de convencerlas de que este estanque es su hogar y el de todos:

- ¡No se vayan, por favor! Aquí hemos vivido siempre, nunca hemos salido de aquí porque no existe otro estanque en el bosque… ¿A dónde van a ir?

- A cualquier lugar, ¡Será mejor que aquí! – Reprocharon las dos ranitas.

- No se vayan, se van a arrepentir y lo más seguro es que no puedan sobrevivir más de un día fuera de aquí. – Insistió todavía la tortuga mayor, pero ya no la escucharon. Las dos ranitas iban brincando rumbo a los árboles del bosque con la energía y la ilusión de los jóvenes tras la aventura. Por primera vez en mucho tiempo, el estanque se sintió triste pero nadie las siguió: el único lugar seguro en este bosque es el estanque.

Las primeras horas fueron muy tranquilas, los alrededores del estanque eran frondosos, húmedos y llenos de vida, así que las dos ranitas marchaban felices brincando y croando con gran entusiasmo.


Pasado el mediodía, con el calor del sol cada vez más fuerte sobre sus espaldas, se terminó la cordialidad y comenzaron a discutir entre ellas. Viendo que difícilmente podrían ponerse de acuerdo, hicieron un pacto: Cada una avanzaría por su lado en direcciones opuestas y en tres días más se volverían a encontrar en ese mismo sitio para platicarse acerca del mejor lugar que encontraron para vivir, después ambas se irían al lugar que les gustara más. Así fue. Una marchó por los claros del bosque, alejándose del centro y la otra se fue hacia el lado contrario, internándose más en la vegetación.

El camino fue difícil para las dos. Los pájaros y gatos salvajes trataron de atraparlas más de una vez, con frecuencia encontraban cerrados los caminos y tenían que hacer grandes rodeos para avanzar, pasaron hambres en lugares donde escaseaban los insectos o donde éstos eran tan agresivos que las atacaban a ellas primero… En fin, cada una por su lado llegó a pensar que estaba equivocada y que las viejitas sabias tenían razón. Claro que las dos, cada una por su cuenta, retomó su camino con más ganas después de recordar a las viejitas. Al fin y al cabo lo único que llevaban era su orgullo y eso las hacía avanzar.

Sucedió que al amanecer del tercer día la ranita que se había ido alejando del centro llegó al final del bosque y se encontró cara a cara con el desierto árido donde solamente había cactus, huizaches y espinas por todas partes. Por más que forzaba la vista no se veía agua, solamente rocas y los rayos del sol no calentaban rico, más bien caían convertidos en un calor que quemaba. La ranita volvió a pensar que podía haberse equivocado y que aún podría regresar al estanque y disculparse con las viejitas sabias, pero con este simple pensamiento su corazón se llenó de enojo y nuevamente dejó le brotara el orgullo: “¡Seguiré adelante!”, pensó y comenzó a brincar sobre la tierra seca, cuidando que no la viera ningún pájaro, pues no había árboles ni plantas que la cubrieran.

Al poco tiempo, cansada y casi deshidratada por tanto sol, se detuvo a descansar a la sombra de un gran huizache, espiando al cielo todo el tiempo para asegurarse que no se la llevara un ave. Pero en una tierra distinta a la suya también los enemigos son diferentes, así que cuando se dio cuenta ya había sido atrapada por una víbora hambrienta. En sus últimos momentos se dio cuenta de lo terca que había sido y dejando a un lado su orgullo, sintió vergüenza… 

“¡Ah, si le hubiera hecho caso a las viejitas!” “¿Cómo le habrá ido a mi amiga?”


La tarde de ese mismo día, la otra ranita se detuvo asustada ante un gran muro de rocas y musgo. Donde ella estaba el ambiente se sentía cargado de humedad y todo el día había estado brincando de un lado para otro esquivando pájaros y gatos salvajes, pues aquí los hay por montones, ya ni siquiera intenta contarlos de tantos que son. Y ahora esto. No puede avanzar, pues si sube a esa muralla de roca la verán los pájaros y se la comerían, pero tampoco puede regresar ni quedarse ahí parada, pues los gatos acechan y se van acercando entre la espesa vegetación. Tiene que tomar una decisión. En ese momento se acuerda de las viejitas sabias y piensa que hubiera sido mejor quedarse en el estanque, tal vez hasta podría, si escapa con vida, regresar y disculparse… Pero no… Ese solo pensamiento es suficiente para que se le revuelva el estómago y de inmediato se arrepiente de haber pensado en volver… “¡Seguiré adelante!”

De pronto las hierbas se agitan violentamente y la ranita escucha el ronquido de dos gatos que se lanzan contra ella. No es tiempo de pensar y sin dudarlo brinca al muro y sigue brincando, escalando entre el musgo resbaloso que no deja subir a los gatos. Pero el verde llamativo de su espalda es un imán para los ojos de los pájaros que revolotean en los árboles cercanos y se dejan caer sobre ella, que ahora rebota entre las piedras como pelota de goma. Es muy ágil y ligera, tiene buenos reflejos, pero sabe que se va a cansar rápido, y entonces… pero resulta que todavía no es su última hora, casi por azar cae en un hueco entre las piedras y se desliza por él. Allá afuera se queda el ruido pavoroso de las alas golpeteando y los gruñidos de los gatos, pero la ranita ya no se detiene. Continúa internándose en esa cueva, asustada y nerviosa, los latidos de su corazón se oyen con gran fuerza y le da más miedo que aparezca otro animal en esa cueva, atraído por el ruido de sus latidos y su respiración agitada.

Pronto descubre que no está en una cueva, sino en un túnel, allá abajo se ve una luz que le muestra la salida y se acerca a ella, pero no se atreve a salir. Antes de llegar se detiene y pone atención a los olores y sonidos que llegan del exterior, no quiere más sustos. Y en efecto, se oyen cosas raras, hay un suave rugido que no se calla ni un solo instante, le recuerda al agua del viejo estanque, pero aquella no hacía ruido. Después puso atención a los olores frescos, vivos. En un momento le cayó encima todo el cansancio de estos días de fatiga y decidió lanzarse afuera. Entonces encontró el río y avanzó hacia él, como hipnotizada.

¡Era tan bonito! Nunca había visto que el agua se moviera, solamente en los días lluviosos, pero esto era diferente, aquí el agua jugaba con las ranas, los peces, las tortugas, los insectos… Recorrió el lugar, calmó su hambre con algunos mosquitos descuidados y respiró muy hondo, satisfecha. Una voz en su oído izquierdo la saludó:


- ¡Hola! Tú no eres de por aquí, ¿verdad?

Sorprendida, la ranita volteó y se encontró con varias ranas como ella que la observaban con curiosidad. Sin saber qué hacer, solamente respondió:

- No, no soy de aquí, vengo del estanque que está en el centro del bosque… Pero me gustaría quedarme aquí, ¿con quién puedo hablar para pedirle permiso?

Todas las ranas rieron divertidas con la ocurrencia de la ranita recién llegada.

- ¿Te imaginas si tuviéramos que pedir permiso para vivir? ¡Qué cosa más loca! ¡Como si el río fuera de alguien!

Todavía asombrada, la ranita recién llegada miraba suplicante a todas las demás y solo se atrevió a preguntar:

- ¿Entonces...?

- ¡Bienvenida, déjate de cosas! ¿Qué, así son todas las ranas en tu estanque?

- No. Allá también son como ustedes… ¡Ojalá pudieran venir a conocer este lugar tan bonito!

El sol comienza a esconderse y con él se va yendo este día agitado, nuestra amiga ranita se queda sentada entre el río y una gran roca redonda, haciendo un repaso de su sueño de ser la dueña del estanque, de su viaje tan arriesgado, de su amiga a la que ya no podrá encontrar porque no se atrevería a viajar de nuevo por ese bosque lleno de animales come-ranas y finalmente sus recuerdos se detienen en las viejitas sabias. Ya no tiene coraje, ni orgullo. Por un momento sintió vergüenza de su egoísmo, pero ahora solamente siente paz.

Pudo hacerlo. Encontró un hogar, tiene una nueva familia y lo único que lamenta es haber dejado a todos sus amigos por pura soberbia. Le costó muy caro encontrar un lugar para vivir.

Mirando el reflejo de la luna en las aguas siempre inquietas del río se le escapa un suspiro y dedica dos últimos pensamientos a su estanque:

“¡Ah, si le hubiera hecho caso a las viejitas!” “¿Cómo le habrá ido a mi amiga?”

Después brinca sobre una rama que roza la superficie del agua y se une al coro de ranas croadoras en el río que alimenta al bosque.

En el estanque, dos ranas lloran la partida de sus hijas, están de luto y saben que nunca regresarán porque así lo han dicho las viejitas sabias: No existe otro lugar para las ranas fuera de ese estanque, y esa es la moraleja de esta historia. O al menos eso creen las viejitas sabias.

El estanque sonríe con la ingenuidad de las ancianas, sabe que todas las historias tienen más de una moraleja, depende de cuál personaje sea el que la diga. Pero el estanque no dice nada, se queda quieto y disfruta la candorosa compañía de sus ranitas, sus tortugas, sus mariposas y todos los demás.

F I N

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"Aquellos que no se arriesgan no sufrirán derrotas, sin embargo, nunca tendrán victorias"
(Richard Nixon)



Muchas veces escuchamos que este mundo es de los audaces y que siempre debemos arriesgarnos por nuestros sueños. Otras veces nos dicen que cada quién habla según como le va en la feria, y eso quiere decir que cada uno puede vivir de manera diferente una misma experiencia. De hecho lo que para unos es muy arriesgado y difícil, para otros puede ser una actividad cotidiana. Y para una misma persona, una misma experiencia tiene significado diferente en distintos momentos de su vida.

El caso es que no hay garantías. Sí hay que hacerle caso al corazón y a nuestros deseos para tratar de alcanzarlos, si no, alguien terminará pagándonos por ponernos a hacer realidad sus sueños o los de otra gente. 

Luchar por tus sueños funcionará mejor si te das la oportunidad de medir el riesgo que se va a tomar para reducirlo en la medida de lo posible. 

También ayuda mucho hacerlo por ti y no por impresionar o por demostrarle algo a otros.

Además, sirve bastante ser flexibles para conseguir nuestro objetivo: si nos aferramos eternamente a la primera opción que tuvimos sin hacer caso a las señales que la vida nos va dando, podemos dejar pasar muchas oportunidades.

Una última recomendación: Lucha por tus sueños con humildad, dejando la soberbia guardada para poder dar y pedir ayuda cada vez que sea necesario. 

Aún así no hay garantías, pero sí hay más probabilidades de aprender y de que nuestra visión del mundo se haga más amplia que cuando decidimos no arriesgarnos a hacer lo que nos gusta hacer.

Hasta luego.

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