domingo, 1 de marzo de 2015

La necesidad de ser amados

"La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros."
(Paul Claudel)


La relación de pareja se basa en la reciprocidad. En la capacidad de dar y recibir no solamente amor, sino también opiniones, tiempo, atención, cuidados, espacio, confianza, libertad, caricias y todo lo que se puede compartir en una relación. 



Si uno da un "sí" encuentra el eco en su pareja, y ese eco no es necesariamente otro "sí" incondicional, sino una respuesta honesta, porque ser recíprocos no significa vivir al pendiente de lo que me da mi pareja para corresponderle de inmediato con lo mismo. Eso sería más bien vivir con una deuda emocional permanente. 

Vivir una relación de amor recíproco es una actitud. Un estar dispuestos a corresponder sin entrar en competencia con la pareja. Si llegamos a ese nivel podemos decir que estamos en una relación sana y madura, cubriendo una de nuestras necesidades más básicas:

Todos queremos que nos amen, es una necesidad natural y legítima en los seres humanos (y también en muchos animales y plantas). A lo largo de nuestra vida pasamos por distintas formas de satisfacer esta necesidad, y así es como aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.


Los niños desean TODO el amor para ellos solitos, sin compartirlo con nadie. Y no el de una sola persona, sino el de todas las personas que ellos aman. Obviamente estamos ante una situación imposible, pero ¡bendita inocencia! los niños de verdad desean ser amados así.

Los jóvenes se miden mucho más, dependiendo de su entorno familiar y de sus amistades han aprendido que no pueden ser dueños de TODO el amor de la gente que les atrae o que aman, y por si fuera poco, también se han dado cuenta de que no pueden tener la exclusiva en el corazón de nadie (aunque entre los jóvenes y adolescentes es muy común jurarse amor eterno y también jurar que entregan el corazón a una sola persona... deben ser los restos de aquel deseo de amor infantil).

Los jóvenes que no asimilan su necesidad de amor como algo natural, sano y totalmente realizable comienzan a vivir esa necesidad con culpa, como si fuera algo vergonzoso. Esto los puede llevar a uno de dos extremos: O inhiben sus manifestaciones de cariño y sensualidad o dejan salir de manera impulsiva y descontrolada esas mismas manifestaciones... Ningún extremo es bueno, en realidad.


Y los adultos... Bueno, idealmente un adulto ya asimiló las etapas anteriores y asume su necesidad de ser amado de una forma objetiva y realista. Dice Eva Pierrakos en su libro "Del miedo al amor" que un adulto más o menos sano termina por llegar a unas conclusiones parecidas a estas:

"No puedo ser amado como yo quería cuando era niño".

"Nadie en su sano juicio me va a dar exclusivamente a mí TODO su amor y su afecto".

"Tengo derecho a ser amado".

"Estoy consciente de que todas las personas sentimos afecto por otras personas, aún cuando tengamos una pareja".

"Yo seré amado si aprendo a amar sin culpas".


Y así debe ser. Sin embargo no siempre llegamos en automático a este tipo de conclusiones, y muchas veces (aunque no siempre) pasamos buena parte de nuestra vida adulta viviendo nuestras relaciones desde un amor inmaduro:


"Es más fácil quedar bien como amante que como marido; porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días."
(Honorato de Balzac)

Aceptar "genéricos intercambiables" en vez del amor auténtico nos hace sustituir el amor por otra cosa, por ejemplo aprobación, y podemos ir por la vida buscando que otros aprueben lo que hacemos, decimos o pensamos para sentir que somos queridos, pero esto no satisface la verdadera necesidad y por el contrario, nos envuelve en un deseo permanente de probar a otra gente que sí somos valiosos... ¡complaciéndola a costa de nuestras propias necesidades! Para superar esta actitud, el adulto debe asumir una verdad sencilla, aunque al principio puede parecer amenazante:

Hay gente que te ama como eres y también hay gente que elige no amarte. Eso nos lleva a otra forma inmadura de vivir el amor:

Forzar a la gente a que te ame. En este punto los adultos se han convertido en expertos manipuladores que saben cómo chantajear a los demás para que den señales de aprobación, de cariño, de solidaridad o de lo que sea, al cabo lo importante es que se interesen en uno. Pero esta forma de vivir el amor tampoco da una satisfacción plena, detrás del logro manipulador queda la duda de si en verdad te aman o solamente responden a tus estrategias para ser querido. Forzar a que te amen de esa manera es una trampa hedonista y subjetiva, donde uno solamente ve las necesidades y deseos propios sin atender a los de la otra persona. Eso no es amor, es manipulación, y funciona para conseguir algo pero no garantiza que llegues a ser querido.


En los dos ejemplos anteriores, la persona es incapaz de ser recíproca en sus relaciones, pues al conformarse con algo que solamente parece amor también tiene la excusa perfecta para dar solamente algo parecido al amor. Y al exigir amor, se distancia totalmente de la libertad que existe en las parejas sanas. Como sabemos, el amor no se puede exigir, sino que se debe ganar, al igual que la confianza o el respeto.

El camino para saber que somos amados en verdad es confiar. Dejar ser. Romper el círculo vicioso de de anhelar ser amado sin ser capaz de dar amor.

El amor es una decisión. Para que sea recíproco y duradero debe ser una decisión de dos personas y no solamente de una.


"El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es."
(Jorge Bucay)

Aprender a amar de una forma madura y responsable es estar dispuestos a soltar el miedo o terror a ser rechazados. Este miedo heredado desde la niñez es la causa de no atreverse a dar amor. Solo cuando soltamos ese miedo podemos estar dispuestos a amar.

Y eso hace un cambio radical en la forma de desenvolverse en el mundo: Cundo decides amar en lugar de exigir que te amen, dejas de mostrar lo peor de tu persona, como los celos, el sentirte dueño de tu pareja, pedirle que cambie para darte gusto, hacerle berrinches y otras cosas así.

Exigir amor es centrarte en las cosas que no funcionan y en las señales de rechazo (aunque no sean reales).

Estar dispuesto a amar abre la percepción y permite aceptarnos tal como somos, uno mismo y los demás también. Estar dispuesto a amar es la mejor manea de ser recíprocos en la relación, sin competir ni esperar una recompensa por amar, y sin vivir en el eterno temor de ser rechazados o abandonados.

Hasta luego.


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