lunes, 9 de marzo de 2015

A los padres les toca formar a sus hijos

"Es más fácil quejarse que tolerar, amenazar al niño que persuadirlo."
(San Juan Bosco)

Hagamos caso de nuestros hijos atendiéndolos a tiempo y de acuerdo a su edad:

Los niños pequeños son divinos. Admiran a sus papás hagan lo que hagan y digan lo que digan, se ven tiernos y están siempre llenos de curiosidad. Si van a guardería o los cuidan los abuelos pueden llegar a sorprendernos de tan bien portados que son y entonces los papás pueden llegar a la feliz conclusión de que criar a un hijo no es tan difícil y que los niños son más inteligentes de lo que ellos pensaban, pues con un mínimo esfuerzo han aprendido buenos hábitos, buenos modales y hasta se dan el lujo de decirle a los papás algunos buenos consejos sobre su cuidado personal. Los eventos escolares son de lucimiento y gracia total.


Los niños no tan pequeños ya no son tan divinos. Dejan de ir a la guardería para entrar a la primaria y muchas veces en esta etapa ya no son tan adorados tampoco por los abuelos, que por cierto merecen un poco de descanso (aunque algunos papás egoístas digan que qué mala onda sus papás y los tachan de egoístas porque ya no quieren cuidar a sus nietos como antes). Total que ya no hay quien atienda a esos niños con los cuidados y atenciones permanentes y ante la falta de constancia en casa, la educación recibida en la escuela va dejando de ser suficiente y los papás empiezan a pensar que “sabe qué habrá pasado con este niño (o niña), ¡si antes se portaba tan bien!”. Y lo que pasa es que han dejado un ambiente de amor y comprensión para pasar a uno de exigencia y cerrazón. Tal vez las maestras de la guardería o el preescolar tenían algo de razón cuando insistían en que los papás deberían involucrarse más, y no dejar tan aislado a su hijo (o a su hija). Pero muchos papás ni siquiera se acordarán de eso, simplemente le cargarán toda la responsabilidad a su hijo y seguirán sin entender por qué antes era tan bien portado (o portada) y ahora se ha vuelto tan “malo” (o "mala").

Conozco casos extremos en que los papás llegan a decir “éste nos salió mal pero ya estamos pensando en tener otro hijo, a ver si ése sí nos sale bueno”.


¿Es tan difícil descubrir que son precisamente los papás quienes van formando la autoestima de sus hijos? Si esos niños o niñas se sentían acompañados, escuchados y comprendidos en la escuela, con los abuelitos o cuando los papás vivían juntos, obviamente no se convirtieron en “malos”, sino que siguen necesitando aquello que les sirvió en sus primeros años de vida: Amor y aceptación. Pero no se los dan en casa.

"Hay dos legados perdurables que podemos transmitir a nuestros hijos: Uno son raíces, el otro son alas."
(Hodding Carter)

Cuando los niños dejan de ser niños, definitivamente les queda muy poco de divinos. Se convierten en adolescentes, si asumimos que los papás o las personas con las que se se han criado les dieron señales de amor y no solo de disciplina, estos niños llegaron a una adolescencia más autoafirmados que si hubieran crecido con el estigma de “tan bonito que era de chiquito, y ahora ve nomás en qué se ha convertido”. Todavía le queda otro reto por superar a los nuevos adolescentes (no, aquí no voy a decir “y adolescentas”, eso es una aberración y un insulto al idioma), y es que habrá algunos papás que comiencen a tratar a sus hijos de esta edad (más o menos a partir de los 12 años) como si ya fueran gente grande. ¡Vamos! Es volver a repetir la historia, como si ahora que salen de la primaria ya hubieran aprendido todo lo que necesitan de la vida en la escuela y cómodamente se pudieran despreocupar de sus hijos porque ya adquirieron suficiente criterio.

Pero no es así. En la adolescencia se va afirmando el pensamiento más realista por encima del pensamiento más fantasioso e imaginativo de la infancia, pero los muchachos adolescentes aún son chicos, no han terminado de formar su criterio y suelen necesitar apoyo para tomar sus decisiones más importantes. Ellos mismos ya no quieren estar tan apegados a sus papás y por ende forman alianzas más profundas con sus amigos, en estas alianzas a veces hay rebeldía hacia lo que han vivido en casa y en otras ocasiones hay una confirmación de los valores y creencias adquiridos, pero esto no significa que a los papás ya se les acabó su responsabilidad. Los adolescentes necesitan afirmar su propia personalidad y encontrar un modelo de quién y cómo quieren ser, por eso es muy importante hacerles saber que no están solos y que cuentan con su familia igual que siempre. No importa si su familia nuclear es solamente de una persona o si son 10, para el adolescente (y para todas las personas) es de vital importancia saber que forma parte de ese grupo, que se le quiere, se le ama y se le reconoce lo que está haciendo por su cuenta, que es escuchado y también que les interesa hablar sobre lo que hace, dice y piensa. De esta forma podrán ir asumiendo responsabilidades apropiadas a su edad y enfocar su camino hacia la juventud de una manera más creativa y productiva.

Eso sí: Si su hijo o hija ya tiene 25 años o más y lo siguen viendo como algo divino que no debe hacer nada ni esforzarse, estamos ante una situación crítica que deben solucionar los propios padres: A esa edad ya no son niños ni adolescentes, son adultos hechos y derechos, y si los papás permiten que vivan sin hacer algo productivo los están perjudicando y también se están perjudicando ellos mismos.

"Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no lo vuelve pianista."
(Michael Levine)

Pero volviendo al tema de la infancia y la adolescencia, quiero recalcar que con cada cambio los niños pierden algo; si cambian de escuela pierden amistades, maestros, lazos afectivos y a veces proyectos con personas que aprecian. Si cambian de casa igual pero en una escala mayor porque prácticamente cambia todo su mundo, sobre todo si convivían mucho con familiares que después no podrán visitar con la misma frecuencia. Si los papás se separan también cambia todo su mundo, y más cuando uno de ellos o ambos dejan de demostrarle amor por involucrarlo en los problemas de pareja (los hijos no se deben “divorciar” de los padres), o cuando uno o ambos padres tratan de usar a los hijos para enviarle mensajes directos o indirectos a la ex pareja. Si fallece un ser querido, si nace un nuevo hermano (o hermana, aquí sí lo digo, je, je), si llega o se va una mascota…


En todos los cambios, los niños y adolescentes viven la situación de una manera muy distinta a como lo vivimos los adultos, y si para los grandes es difícil entender y manejar los sentimientos que se vienen con estas situaciones, para ellos es todavía más complicado y les será de gran ayuda ser escuchados en sus dudas, sus reflexiones, sus miedos y sus conclusiones personales (tratarán de explicarse lo que ocurre, a su manera). SI no ocurre que haya esta comunicación con la gente adulta que los cuida, podrían quedarse con explicaciones fantasiosas o mágicas del mundo donde habitan, y esas creencias pueden quedarse por mucho tiempo, aún siendo adultos.

Los papás son los responsables de formar a los hijos, no las escuelas ni los parientes. Si en algún momento se sorprenden pensando “¿qué le habrá pasado a mi hijo (o hija), si antes era tan buena persona y ahora ya no?” ¡cuidado! Es una señal de alerta para detenerse a revisar qué estamos haciendo con la vida de nuestros hijos, qué les estamos inculcando y cómo lo estamos haciendo.

Hasta luego. 

sábado, 7 de marzo de 2015

Descubrir



Cuando nos encaminamos hacia nuestro camino de desintegración, hacia nuestra parte malsana, se reducen mucho nuestras opciones, dejamos de descubrir hasta las cosas más obvias y aprendemos a ver únicamente los defectos y las partes negativas en todo el mundo, incluidos nosotros mismos.

Cundo nos enfocamos hacia nuestro camino de integración, hacia nuestra parte más sana, somos capaces de crear y de descubrir cosas nuevas. 


La ciencia nos permite hacer descubrimientos prácticos acerca de nuestro mundo, de nuestras relaciones, de nuestra salud o de otros mundos. Cuando descubre algo lo observa, lo prueba, le aplica el método científico, se da cuenta de que es posible reproducir ese descubrimiento de X manera y entonces lo divulgan. Algunos descubrimientos producen nuevas tecnologías, algunos permiten entender mejor nuestro entorno, nuestro origen o nuestro futuro, y algunos más vienen a darle al traste a otros descubrimientos anteriores. La ciencia produce conocimiento, lo comparte y de alguna manera va unificando la visión del mundo.


El arte y la creatividad también ayudan a descubrir un mundo diferente de todos los demás, este descubrimiento también empieza dándose cuenta de algo que antes no se había percibido aunque ese algo tal vez siempre estuvo ahí, y una vez que se hace ese hallazgo se comienza a experimentar sobre él hasta conseguir darle una forma o cuerpo, hasta expresarlo de una manera personal. Entonces es posible entender un poco más el propio mundo, a veces es posible incluso transformarlo a partir de uno de estos descubrimientos producidos por la creatividad, la imaginación y la flexibilidad. Por eso es importante dedicarnos un poco de tiempo y hacer caso a las ocurrencias que aparecen de vez en cuando, aparentemente de la nada: podemos descubrir cosas insospechadas.


Es posible seguir descubriendo cosas, ampliando el mundo. Cada uno tiene la capacidad y la decisión de construirse o de destruirse.

Hasta luego.

domingo, 1 de marzo de 2015

La necesidad de ser amados

"La señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo mejor que hay en nosotros."
(Paul Claudel)


La relación de pareja se basa en la reciprocidad. En la capacidad de dar y recibir no solamente amor, sino también opiniones, tiempo, atención, cuidados, espacio, confianza, libertad, caricias y todo lo que se puede compartir en una relación. 



Si uno da un "sí" encuentra el eco en su pareja, y ese eco no es necesariamente otro "sí" incondicional, sino una respuesta honesta, porque ser recíprocos no significa vivir al pendiente de lo que me da mi pareja para corresponderle de inmediato con lo mismo. Eso sería más bien vivir con una deuda emocional permanente. 

Vivir una relación de amor recíproco es una actitud. Un estar dispuestos a corresponder sin entrar en competencia con la pareja. Si llegamos a ese nivel podemos decir que estamos en una relación sana y madura, cubriendo una de nuestras necesidades más básicas:

Todos queremos que nos amen, es una necesidad natural y legítima en los seres humanos (y también en muchos animales y plantas). A lo largo de nuestra vida pasamos por distintas formas de satisfacer esta necesidad, y así es como aprendemos a relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.


Los niños desean TODO el amor para ellos solitos, sin compartirlo con nadie. Y no el de una sola persona, sino el de todas las personas que ellos aman. Obviamente estamos ante una situación imposible, pero ¡bendita inocencia! los niños de verdad desean ser amados así.

Los jóvenes se miden mucho más, dependiendo de su entorno familiar y de sus amistades han aprendido que no pueden ser dueños de TODO el amor de la gente que les atrae o que aman, y por si fuera poco, también se han dado cuenta de que no pueden tener la exclusiva en el corazón de nadie (aunque entre los jóvenes y adolescentes es muy común jurarse amor eterno y también jurar que entregan el corazón a una sola persona... deben ser los restos de aquel deseo de amor infantil).

Los jóvenes que no asimilan su necesidad de amor como algo natural, sano y totalmente realizable comienzan a vivir esa necesidad con culpa, como si fuera algo vergonzoso. Esto los puede llevar a uno de dos extremos: O inhiben sus manifestaciones de cariño y sensualidad o dejan salir de manera impulsiva y descontrolada esas mismas manifestaciones... Ningún extremo es bueno, en realidad.


Y los adultos... Bueno, idealmente un adulto ya asimiló las etapas anteriores y asume su necesidad de ser amado de una forma objetiva y realista. Dice Eva Pierrakos en su libro "Del miedo al amor" que un adulto más o menos sano termina por llegar a unas conclusiones parecidas a estas:

"No puedo ser amado como yo quería cuando era niño".

"Nadie en su sano juicio me va a dar exclusivamente a mí TODO su amor y su afecto".

"Tengo derecho a ser amado".

"Estoy consciente de que todas las personas sentimos afecto por otras personas, aún cuando tengamos una pareja".

"Yo seré amado si aprendo a amar sin culpas".


Y así debe ser. Sin embargo no siempre llegamos en automático a este tipo de conclusiones, y muchas veces (aunque no siempre) pasamos buena parte de nuestra vida adulta viviendo nuestras relaciones desde un amor inmaduro:


"Es más fácil quedar bien como amante que como marido; porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días."
(Honorato de Balzac)

Aceptar "genéricos intercambiables" en vez del amor auténtico nos hace sustituir el amor por otra cosa, por ejemplo aprobación, y podemos ir por la vida buscando que otros aprueben lo que hacemos, decimos o pensamos para sentir que somos queridos, pero esto no satisface la verdadera necesidad y por el contrario, nos envuelve en un deseo permanente de probar a otra gente que sí somos valiosos... ¡complaciéndola a costa de nuestras propias necesidades! Para superar esta actitud, el adulto debe asumir una verdad sencilla, aunque al principio puede parecer amenazante:

Hay gente que te ama como eres y también hay gente que elige no amarte. Eso nos lleva a otra forma inmadura de vivir el amor:

Forzar a la gente a que te ame. En este punto los adultos se han convertido en expertos manipuladores que saben cómo chantajear a los demás para que den señales de aprobación, de cariño, de solidaridad o de lo que sea, al cabo lo importante es que se interesen en uno. Pero esta forma de vivir el amor tampoco da una satisfacción plena, detrás del logro manipulador queda la duda de si en verdad te aman o solamente responden a tus estrategias para ser querido. Forzar a que te amen de esa manera es una trampa hedonista y subjetiva, donde uno solamente ve las necesidades y deseos propios sin atender a los de la otra persona. Eso no es amor, es manipulación, y funciona para conseguir algo pero no garantiza que llegues a ser querido.


En los dos ejemplos anteriores, la persona es incapaz de ser recíproca en sus relaciones, pues al conformarse con algo que solamente parece amor también tiene la excusa perfecta para dar solamente algo parecido al amor. Y al exigir amor, se distancia totalmente de la libertad que existe en las parejas sanas. Como sabemos, el amor no se puede exigir, sino que se debe ganar, al igual que la confianza o el respeto.

El camino para saber que somos amados en verdad es confiar. Dejar ser. Romper el círculo vicioso de de anhelar ser amado sin ser capaz de dar amor.

El amor es una decisión. Para que sea recíproco y duradero debe ser una decisión de dos personas y no solamente de una.


"El verdadero amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es."
(Jorge Bucay)

Aprender a amar de una forma madura y responsable es estar dispuestos a soltar el miedo o terror a ser rechazados. Este miedo heredado desde la niñez es la causa de no atreverse a dar amor. Solo cuando soltamos ese miedo podemos estar dispuestos a amar.

Y eso hace un cambio radical en la forma de desenvolverse en el mundo: Cundo decides amar en lugar de exigir que te amen, dejas de mostrar lo peor de tu persona, como los celos, el sentirte dueño de tu pareja, pedirle que cambie para darte gusto, hacerle berrinches y otras cosas así.

Exigir amor es centrarte en las cosas que no funcionan y en las señales de rechazo (aunque no sean reales).

Estar dispuesto a amar abre la percepción y permite aceptarnos tal como somos, uno mismo y los demás también. Estar dispuesto a amar es la mejor manea de ser recíprocos en la relación, sin competir ni esperar una recompensa por amar, y sin vivir en el eterno temor de ser rechazados o abandonados.

Hasta luego.