"Es más fácil quejarse que tolerar, amenazar al niño que persuadirlo."
(San Juan Bosco)
Hagamos caso de nuestros
hijos atendiéndolos a tiempo y de acuerdo a su edad:
Los niños pequeños son divinos. Admiran a sus papás hagan lo que hagan y digan lo que digan, se ven tiernos y están siempre llenos de curiosidad. Si van a guardería o los cuidan los abuelos pueden llegar a sorprendernos de tan bien portados que son y entonces los papás pueden llegar a la feliz conclusión de que criar a un hijo no es tan difícil y que los niños son más inteligentes de lo que ellos pensaban, pues con un mínimo esfuerzo han aprendido buenos hábitos, buenos modales y hasta se dan el lujo de decirle a los papás algunos buenos consejos sobre su cuidado personal. Los eventos escolares son de lucimiento y gracia total.
Los niños no tan pequeños ya
no son tan divinos. Dejan de ir a la guardería para entrar a la primaria y
muchas veces en esta etapa ya no son tan adorados tampoco por los abuelos, que por
cierto merecen un poco de descanso (aunque algunos papás egoístas digan que qué
mala onda sus papás y los tachan de egoístas porque ya no quieren cuidar a sus
nietos como antes). Total que ya no hay quien atienda a esos niños con los
cuidados y atenciones permanentes y ante la falta de constancia en casa, la
educación recibida en la escuela va dejando de ser suficiente y los papás
empiezan a pensar que “sabe qué habrá pasado con este niño (o niña), ¡si antes
se portaba tan bien!”. Y lo que pasa es que han dejado un ambiente de amor y
comprensión para pasar a uno de exigencia y cerrazón. Tal vez las maestras de
la guardería o el preescolar tenían algo de razón cuando insistían en que los
papás deberían involucrarse más, y no dejar tan aislado a su hijo (o a su
hija). Pero muchos papás ni siquiera se acordarán de eso, simplemente le
cargarán toda la responsabilidad a su hijo y seguirán sin entender por qué
antes era tan bien portado (o portada) y ahora se ha vuelto tan “malo” (o "mala").
Conozco casos extremos en que
los papás llegan a decir “éste nos salió mal pero ya estamos pensando en tener
otro hijo, a ver si ése sí nos sale bueno”.
¿Es tan difícil descubrir que
son precisamente los papás quienes van formando la autoestima de sus hijos? Si
esos niños o niñas se sentían acompañados, escuchados y comprendidos en la
escuela, con los abuelitos o cuando los papás vivían juntos, obviamente no se
convirtieron en “malos”, sino que siguen necesitando aquello que les sirvió en
sus primeros años de vida: Amor y aceptación. Pero no se los dan en casa.
"Hay dos legados perdurables que podemos transmitir a nuestros hijos: Uno son raíces, el otro son alas."
(Hodding Carter)
Cuando los niños dejan de ser
niños, definitivamente les queda muy poco de divinos. Se convierten en
adolescentes, si asumimos que los papás o las personas con las que se se han criado les dieron señales de amor y no solo de disciplina, estos niños
llegaron a una adolescencia más autoafirmados que si hubieran crecido con el
estigma de “tan bonito que era de chiquito, y ahora ve nomás en qué se ha
convertido”. Todavía le queda otro reto por superar a los nuevos adolescentes
(no, aquí no voy a decir “y adolescentas”, eso es una aberración y un insulto
al idioma), y es que habrá algunos papás que comiencen a tratar a sus hijos de
esta edad (más o menos a partir de los 12 años) como si ya fueran gente grande.
¡Vamos! Es volver a repetir la historia, como si ahora que salen de la primaria
ya hubieran aprendido todo lo que necesitan de la vida en la escuela y
cómodamente se pudieran despreocupar de sus hijos porque ya adquirieron
suficiente criterio.
Pero no es así. En la
adolescencia se va afirmando el pensamiento más realista por encima del
pensamiento más fantasioso e imaginativo de la infancia, pero los muchachos
adolescentes aún son chicos, no han terminado de formar su criterio y suelen
necesitar apoyo para tomar sus decisiones más importantes. Ellos mismos ya no
quieren estar tan apegados a sus papás y por ende forman alianzas más profundas
con sus amigos, en estas alianzas a veces hay rebeldía hacia lo que han vivido
en casa y en otras ocasiones hay una confirmación de los valores y creencias adquiridos,
pero esto no significa que a los papás ya se les acabó su responsabilidad. Los
adolescentes necesitan afirmar su propia personalidad y encontrar un modelo de
quién y cómo quieren ser, por eso es muy importante hacerles saber que no
están solos y que cuentan con su familia igual que siempre. No importa si su familia nuclear es solamente de una persona o si son 10, para el adolescente (y
para todas las personas) es de vital importancia saber que forma parte de ese
grupo, que se le quiere, se le ama y se le reconoce lo que está haciendo por su
cuenta, que es escuchado y también que les interesa hablar sobre lo que hace,
dice y piensa. De esta forma podrán ir asumiendo responsabilidades apropiadas a
su edad y enfocar su camino hacia la juventud de una manera más creativa y
productiva.
Eso sí: Si su hijo o hija ya
tiene 25 años o más y lo siguen viendo como algo divino que no debe hacer nada
ni esforzarse, estamos ante una situación crítica que deben solucionar los
propios padres: A esa edad ya no son niños ni adolescentes, son adultos hechos y derechos, y si los papás
permiten que vivan sin hacer algo productivo los están perjudicando y también
se están perjudicando ellos mismos.
"Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que tener un piano no lo vuelve pianista."
(Michael Levine)
Pero volviendo al tema de la infancia
y la adolescencia, quiero recalcar que con cada cambio los niños pierden algo;
si cambian de escuela pierden amistades, maestros, lazos afectivos y a veces
proyectos con personas que aprecian. Si cambian de casa igual pero en una escala
mayor porque prácticamente cambia todo su mundo, sobre todo si convivían mucho
con familiares que después no podrán visitar con la misma frecuencia. Si los
papás se separan también cambia todo su mundo, y más cuando uno de ellos o ambos
dejan de demostrarle amor por involucrarlo en los problemas de pareja (los
hijos no se deben “divorciar” de los padres), o cuando uno o ambos padres
tratan de usar a los hijos para enviarle mensajes directos o indirectos a la ex
pareja. Si fallece un ser querido, si nace un nuevo hermano (o hermana, aquí sí
lo digo, je, je), si llega o se va una mascota…
En todos los cambios, los
niños y adolescentes viven la situación de una manera muy distinta a como lo vivimos
los adultos, y si para los grandes es difícil entender y manejar los
sentimientos que se vienen con estas situaciones, para ellos es todavía más
complicado y les será de gran ayuda ser escuchados en sus dudas, sus
reflexiones, sus miedos y sus conclusiones personales (tratarán de explicarse
lo que ocurre, a su manera). SI no ocurre que haya esta comunicación con la
gente adulta que los cuida, podrían quedarse con explicaciones fantasiosas o
mágicas del mundo donde habitan, y esas creencias pueden quedarse por mucho
tiempo, aún siendo adultos.
Los papás son los
responsables de formar a los hijos, no las escuelas ni los parientes. Si en
algún momento se sorprenden pensando “¿qué le habrá pasado a mi hijo (o hija),
si antes era tan buena persona y ahora ya no?” ¡cuidado! Es una señal de
alerta para detenerse a revisar qué estamos haciendo con la vida de nuestros
hijos, qué les estamos inculcando y cómo lo estamos haciendo.
Hasta luego.