"A veces pienso que todos mis amigos han sido imaginarios."
(Papá de Calvin, en la historieta "Calvin y Hobbes")
Hay personas que ven a los amigos imaginarios como algo malo o perjudicial, y cuando descubren que un niño tiene un amigo imaginario y se lleva bien con él, pueden dar el grito en el cielo y obligar al pobre niño a ser realista "por su propio bien", cuando en realidad es por el bien del adulto que se asusta ante semejante demostración de creatividad y ante el reconocimiento que hace el niño de su necesidad de compañía.
Hasta hay colegas que llegan a decir que un niño tiene "psicosis infantil" porque se atreve a compartir las vivencias que tiene con su amigo imaginario. Eso es peligroso, tener un amigo imaginario no es suficiente razón para diagnosticar una psicosis ni ninguna otra enfermedad mental. Por suerte también hay personas que aceptan el hecho de que un niño pueda tener su amigo imaginario sin asustarse ante la amistad.
Porque a fin de cuentas se trata de eso: De aprender a ser amigos, de compartir, de interesarse por otro y saber que, de algún modo, ese otro se interesa por uno. ¿Pero funciona aunque se trate de un amigo imaginario? Pues sí: tanto en la vida diaria como en la psicoterapia funciona. Los terapeutas usamos por ejemplo la "silla vacía", el "niño interior", el "yo sabio" o cualquier otra entidad para atraer a un amigo imaginario que nos ayude a descubrir partes ocultas de uno mismo, para conocernos más.
Una de las metas que me propongo cuando una persona confía en mi es la de ayudarle a convertirse en su mejor amigo o amiga. A tratarse bien, valorarse y apoyarse tal como apoyaría a la persona que más quiere. Y claro, en esos casos siempre resulta muy útil la metáfora del amigo imaginario en cualquiera de sus presentaciones, sin importar qué edad tenga la persona en cuestión. ¡Vamos! Hay ocasiones en que yo me he sentado en la silla vacía a platicar con Nietzsche, con Freud, con Zapata o con personas importantes que han formado parte de mi historia y ahora ya no están, o están lejos físicamente.
¿Y de qué sirve refugiarse con los amigos imaginarios? De mucho, siempre que uno no se quede todo el tiempo con ellos (a los amigos se les visita, se les disfruta y después cada quien para su casa, para volverse a ver con gusto en otra ocasión). Lo menos que puede pasar con un amigo imaginario es que uno llegue a ordenar sus pensamientos y sus sentimientos al hablar con él. Pero también pueden pasar más cosas. Puede pasar, por ejemplo, igual que ocurre con las amistades de carne y hueso, que estar en contacto con el amigo imaginario nos permita descubrir una faceta más honesta de nosotros mismos, o que nos de más claridad para expresarnos en una circunstancia que nos causa conflicto, o que simplemente nos sirva como entrenamiento para relacionarnos con otras personas de una manera más asertiva, sabiendo que uno mismo es su mejor amigo.
Los chicos cierran la etapa del amigo imaginario alrededor de los 7 años. Los grandes podemos llamar a nuestro amigo, o nuestros amigos imaginarios las veces que sea necesario, y si nos conducimos con confianza, encontraremos el espejo que en ocasiones necesita nuestra vida para verse con claridad.
Hasta luego.