Es más fácil hablar de aceptación, tolerancia, paciencia y respeto hacia toda la humanidad, que llevar a la práctica estas ideas con una persona real y concreta. Y se vuelve más difícil cuando esa persona que hay que aceptar, tolerar, atender y respetar es muy cercana a nosotros.
Me he encontrado con situaciones en las que un miembro de la familia actúa diferente de como siempre se había comportado... Más aún: Actúa distinto de como se comportan todos en la familia, y eso altera toda la dinámica familiar, el orden establecido y la apariencia de estabilidad con la que se había estado desenvolviendo ese núcleo familiar. O laboral. O de amigos. O hasta de negocios. En cualquier relación de largo plazo puede ocurrir que uno de los miembros comience a portarse de una manera distinta.
Lo curioso es que en muchas ocasiones la primera reacción es de incredulidad... ¡como si las personas no fuéramos a cambiar nunca! Cuando se va la incredulidad viene la opción de aceptar esa diferencia y abrir los brazos a la misma persona con la que hemos convivido, o por el contrario, rechazarla y tratar de convencerla de que está mal porque ya no se comporta igual que antes.
Lo que se esconde atrás de estas reacciones de sorpresa y de rechazo es el miedo. Miedo a haberle fallado a esa persona que es importante para mí. Miedo a no saber actuar de una manera distinta, tal como esa persona lo hace. Miedo a perder a esa persona importante. Miedo a perder mi valor ante esa persona.
Entonces, el tercer paso ante esa situación nueva vuelve a plantear una elección: Aceptar a esta misma persona, que en realidad me importa, o desconcentrarme ante una nueva situación que no me había tocado vivir y que ahora, "por culpa de esta persona", me hace dudar de la buena relación que habíamos llevado hasta ahora.
Por mala fortuna, esta segunda opción es muy socorrida y generalmente volvemos a marcar la diferencia entre "nosotros" y "los otros". No conformes con eso, le ponemos una etiqueta a esa persona que se atrevió a ser distinta. La etiqueta no se ve, pero desde que dejamos de aceptar, tolerar, tener paciencia y respetar a alguien, significa que al estar frente a esa persona o ante su sola mención, vemos leyendas como estas:
"Eres diferente, así no te quiero."
"No eres como yo quiero que seas".
"Tú me traicionaste".
"No confío en ti".
"Me decepcionaste".
"Ya no eres como nosotros, no te voy a perdonar".
Y así por el estilo. Es muy común etiquetar así a "los otros", y es muy triste convertir en un "otro" a alguien que fue parte de "nosotros". Lo más triste de esta historia es que al poner esta etiqueta a otras personas, nuestra actitud ante ellas también cambia (normalmente no nos damos cuenta de nuestro cambio de actitud, solamente del de los demás) y entonces la relación cae en un círculo vicioso donde cada uno toma su papel y lo va reforzando.
¿Hay una o más personas ante las que sientas rechazo porque "ya no son como eran"? Prueba a imaginarte esa o esas personas poniéndoles una etiqueta que diga cosas como estas:
"Te acepto".
"Confío en ti".
"Respeto tus decisiones".
"Te quiero, quiero estar cerca de ti".
"Cuenta conmigo".
Las etiquetas funcionan, las usamos a diario para clasificar nuestras relaciones, pero casi no nos damos cuenta de cómo las utilizamos. Y también nos etiquetamos a nosotros mismos, eso ayuda a no darnos cuenta del miedo, que mencioné más arriba, y a disimular el orgullo, padre del rechazo, la intolerancia, la impaciencia y la discriminación hacia los demás.
Se me viene a la mente esa frase trillada de que "las personas que necesitan más compañía son las que alejan a las demás", o algo así. Creo que es cierta. Al poner una etiqueta para justificar nuestro rechazo, también estamos ayudando a cumplir una mala profecía: "¿Ya ven?: Les dije que era una mala persona"
Gracias por leer, hasta luego.