Yo no discrimino a nadie por el color o la textura de su piel.
Me gustan todas las pieles contagiosas, de esas que se pegan y se sienten parte de uno y, mucho mejor, de dos.
La piel de amigos que se contagia en abrazos, la de familia en besos, la de amantes que se cubren piel con piel y la de enemigos que también se pegan, y mucho.
Yo prefiero el buen contagio, para eso está mi piel y con ella, mi tacto.
De los ojos hacia adentro vive un universo entero que se expresa y se percibe de la piel hacia fuera, hacia otra u otras pieles.
Así nos vamos conociendo y conocemos a los demás, así es como nos podemos dar y regalar, por eso es bueno dejarse contagiar, con tantas formas de contacto como hay.
Pieles de colores, gruesas, delgadas, firmes, quebradizas, guardianes de misterios que esperan ser contados sin palabras.
En este mundo enfermo, borracho de tanto girar, quiero aferrarme a una nube y contagiarme de lluvia, rayos, sombra y todo lo que pueda dar, pegarme mucho a la luna y que ella me llene de sueños y con lluvia y sueño y contacto volver a sentir la tierra, piel del mundo para ver si nos contagiamos de salud.
¿Miedo al contacto?
¿A sentirnos?
¿A reconocernos?
Cambio de estación, termina el verano y llega el otoño, temporada en que caen las máscaras, los miedos, los rencores, las barreras y las hojas gastadas del calendario y del diario vivir.
Venga pues, empieza la temporada de levantar las ganas y el gusto de ser piel contagiosa, porque hay mucho que compartir y a estas alturas es enfermizo discriminar a quien sea por el color de su piel o la textura de sus ideas...
Yo prefiero el buen contagio, para eso está mi piel y con ella, mi tacto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Quieres comentar?: