"Let your children play..."
(Jim Morrison)
Apenas
cerré los ojos me encontré ante un camino largo y sinuoso, muy iluminado en su
interior pero fuera de él no podía ver nada, me imagino que al caminarlo iba
recorriendo un campo abierto o tal vez un bosque, porque en ningún momento
cruzamos con otro camino o calle. A pesar de que hacia afuera todo era
oscuridad, me sentía en paz y me gustaba ver los colores cálidos sobre los que
se desplazaban mis pies levantando algo de polvo rojizo, aunque no mucho, me
daba la sensación de que había algunas ramas y árboles a ambos lados, pero no
puedo asegurarlo.
No sé en qué momento ni de dónde exactamente aparecieron más
personas pero ya no iba solo, mis hermanos y hermanas avanzaban conmigo y
platicaban cada quien de las cosas que le interesan, mi papá apareció también y
enseguida pude ver a mis tíos, a mis sobrinos, a mi pareja y a mis hijos, a
muchas personas que me han compartido su amistad y entre esa multitud distinguí
a mi mamá, que dejó este mundo hace 10 años y aquí vino a hacer compañía junto
a todos los demás. Algunos amigos y amigas que vienen a nuestro lado también
murieron hace tiempo, no me había fijado en eso, pero ahorita eso no importa:
todos vamos por el mismo camino y al parecer nos llevamos muy bien, porque
todos platican y se escuchan con interés y simpatía.
En
algún recoveco o curva el camino se ensanchó tanto que parecía un gran salón y
ahí nos detuvimos, era un lugar muy iluminado y seguían predominando los
colores claros y cálidos, mi piel tenía una sensación muy refrescante y me
sentía feliz de estar aquí con toda la gente que quiero… De pronto se abrió una
puerta, sorprendiéndonos tanto que se hizo un silencio gigantesco y pesado en
el lugar, era la primera vez que veíamos algo fuera del camino y teníamos
inquietud por lo que pasaría entonces, y lo que pasó fue que empezaron a entrar
muchos niños y niñas pequeñitos, algunos apenas podían caminar y otros parecían
de preescolar, pero todos lucían radiantes y contentos, hasta me pareció que el
lugar estaba más iluminado con su presencia. Cada niño o niña buscaba a una
persona de las que habían caminado conmigo hasta aquí y cuando la identificaba se
paraba con mucha seguridad delante de su elegida o elegido, y ante mi sorpresa,
ambos comenzaban a jugar con mucha, muchísima confianza. Todo era felicidad,
risas, travesuras, juegos, pláticas, abrazos… en algunas caras se dejaban caer
algunas lágrimas y yo creí entenderlo, pues a veces la felicidad nos desborda y
se convierte en llanto de tanta emoción.
Pero
en realidad no entendía nada, y solamente comencé a entender cuando un pequeñito
disfrazado de soldado con chaqueta roja y un brillante peto dorado se paró
frente a mí sonriendo y mirándome fijamente con sus ojitos un poco tristes…
¡era yo! Recuerdo muy bien ese disfraz de soldado, lo utilicé en tercero de preescolar
para un festival con motivo de no sé qué festejo patrio y por ahí debo tener
todavía una foto donde aparezco en posición de firmes tratando de aguantarme la
risa, aunque no recuerdo si me daba risa de satisfacción o de nervios, porque me
daba vergüenza seguir usando ese ridículo disfraz cuando ya se había terminado
el evento. Mi yo pequeño me tomó de la mano y me invitó a sentarme con él a
armar un rompecabezas, yo sé cuánto le gusta hacer eso, así que me dio mucho
gusto acompañarlo y ayudarle a armarlo, mientras lo hacíamos me estuvo contando
sus cosas de niño y reía sin mirarme mucho; yo sé lo tímido que es, así que no
lo forcé a mirarme pero sí traté de hacerlo sentir en confianza. Me enternecía
mucho ver a este pequeño ahí, frágil y sincero, jugando a hacerme caso y justo
en ese momento entendí: cada uno de los que llegaron hasta aquí conmigo fue
encontrado por su yo pequeño, por eso había tanta emoción en el ambiente.
Fue
uno de los momentos más hermosos y agradables de mi vida, disfruté muchísimo
jugar y estar con mi pequeño yo y a eso me dediqué mucho, mucho rato, no sabría
decir cuánto, después mi niño y yo dedicamos otro momento bastante largo a
observar a todos los demás y eso también fue una experiencia inolvidable y muy
gozosa, pues cada uno se divierte a su manera y mientras lo hacen se olvidan de
todos los demás, no sé si había más alegría en los rostros de los pequeños o en
los adultos, pero todos estábamos felices y relajados. En algunos casos era muy
fácil reconocer que tanto el adulto como el niño eran la misma persona, pues
solo de verlos resultaba obvio el parecido en su físico y en sus actitudes,
pero había muchos casos en que necesitaba poner más atención para descubrir el
parecido, pues hasta los gestos y expresiones cotidianas del niño habían
cambiado radicalmente en su versión adulta, ¡así de distanciadas están algunas
personas adultas de su propia historia!
Lo
importante es que ningún niño se quedó con ganas de reencontrarse con su etapa
adulta, y cada uno pudo jugar con su otro yo. Brillando de alegría y
contagiándome esa felicidad se acercó mi mamá y colocándose a mi lado me dijo
con voz muy clara que así es como ella siempre nos vio a mis hermanos y a mí, y
que aún ahora cada vez que nos recuerda lo hace de esta manera: mirando a sus
hijos adultos que piensan mucho haciéndose los interesantes y al mismo tiempo a
sus hijos pequeños llenos de curiosidad y espontaneidad. Ella prefiere nuestras
versiones infantiles porque es más fácil creer en los niños que en las
explicaciones rebuscadas de los adultos. Alguna fibra infantil debió tocar en
mí mientras me decía todo esto, yo la escuchaba con la misma fascinación que
despertaba en mí cuando era niño y me acercaba a ella buscando respuestas y
explicaciones. Este día fue mágico porque volví a entrar al refugio que solo
ella sabe crear con su amor y sencillez. Mi pequeña mamá también transmite una
sensación de paz y alegría mientras me mira con sus ojos grandes y brillantes
envueltos en su cabellera china y esponjada, es una niña juguetona, curiosa,
bonita y discreta… Nunca me imaginé ver a mi mamá de pequeña, pero se ven
felices estando juntas las dos y eso a mí también me hace feliz.
Se
escuchó un ruido fuerte aunque no ensordecedor, fue de corta duración y en ese
momento todos los pequeños y pequeñas se encaminaron de regreso a la puerta
abierta y aunque no entraron, nos hicieron entender que ya se había acabado la
hora de jugar, de estar con ellos. Todos nos sentimos desalentados y algunos de
nosotros tratamos de seguir con los niños y hasta los invitamos a irse con
nosotros. Yo, por ejemplo, trataba de convencer a mi niño de que me acompañara
diciéndole que lo iba a cuidar muy bien y que le haría caso todos los días.
Pero él ya no me habló, solamente me señaló hacia su pie y entonces vi que
estaba atrapado: tenía una larga cadena que rodeaba su pie y llegaba hasta allá
adentro, más allá de lo que se alcanzaba a ver detrás de esa puerta. Me asusté
y me recorrí un poco hacia atrás sintiendo una especie de escalofrío, entonces
vi que todos los niños y niñas estaban encadenados igual que el mío y que todos
los adultos estábamos confundidos, mirando a nuestro yo infantil con ojos de
tristeza, miedo, sorpresa, incredulidad y no sé qué tantas emociones más…
Creo
que a todos nos dio miedo terminar encadenados aquí igual que nuestros niños y
niñas, y no alcanzamos a reaccionar cuando ellos comenzaron a encaminarse hacia
adentro de aquella puerta misteriosa, todavía volteando hacia nosotros y
regalándonos esas encantadoras sonrisas que cada uno de nosotros sabía
reconocer. Sonriendo se volvieron a perder en la orilla del camino que volvió a
ser pura oscuridad y entonces, a pesar de estar rodeado de toda la gente que
quiero, percibí una profunda soledad en todos los que ahí estábamos.
Cuando
quise seguir avanzando me di cuenta que el camino llegaba hasta aquí y la única
forma de seguir caminando era regresar por donde habíamos entrado, y eso
hicimos, siguiendo el sendero de cálida luz. El ambiente era distinto, un tanto
confuso, fue muy hermoso encontrar a esas pequeñas criaturas que cada uno de
nosotros conoce tan bien, y fue impactante saber que están presas ¿Dónde? ¿En
la memoria? ¿En el olvido? ¿En lo que quisiéramos que hubiera sido? ¿En nuestro miedo a crecer?
Pensando
en esto seguí caminando y casi al terminar de recorrer el camino de regreso me
di cuenta que ya no estaba con nosotros mi mamá ni mis demás amigos y
familiares que han dejado este mundo, ¿dónde habrán quedado? Hace ya varios
días de este viaje y aún tengo varias dudas, pero también una certeza: Voy a ir
más seguido a ver a mi niño, tal vez en una de esas visitas encontremos la
forma de quitarle las cadenas.
Hasta luego.
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