lunes, 19 de febrero de 2018

Visita al niño interior (cuento)

"Let your children play..."
(Jim Morrison)


Apenas cerré los ojos me encontré ante un camino largo y sinuoso, muy iluminado en su interior pero fuera de él no podía ver nada, me imagino que al caminarlo iba recorriendo un campo abierto o tal vez un bosque, porque en ningún momento cruzamos con otro camino o calle. A pesar de que hacia afuera todo era oscuridad, me sentía en paz y me gustaba ver los colores cálidos sobre los que se desplazaban mis pies levantando algo de polvo rojizo, aunque no mucho, me daba la sensación de que había algunas ramas y árboles a ambos lados, pero no puedo asegurarlo. 


No sé en qué momento ni de dónde exactamente aparecieron más personas pero ya no iba solo, mis hermanos y hermanas avanzaban conmigo y platicaban cada quien de las cosas que le interesan, mi papá apareció también y enseguida pude ver a mis tíos, a mis sobrinos, a mi pareja y a mis hijos, a muchas personas que me han compartido su amistad y entre esa multitud distinguí a mi mamá, que dejó este mundo hace 10 años y aquí vino a hacer compañía junto a todos los demás. Algunos amigos y amigas que vienen a nuestro lado también murieron hace tiempo, no me había fijado en eso, pero ahorita eso no importa: todos vamos por el mismo camino y al parecer nos llevamos muy bien, porque todos platican y se escuchan con interés y simpatía.

En algún recoveco o curva el camino se ensanchó tanto que parecía un gran salón y ahí nos detuvimos, era un lugar muy iluminado y seguían predominando los colores claros y cálidos, mi piel tenía una sensación muy refrescante y me sentía feliz de estar aquí con toda la gente que quiero… De pronto se abrió una puerta, sorprendiéndonos tanto que se hizo un silencio gigantesco y pesado en el lugar, era la primera vez que veíamos algo fuera del camino y teníamos inquietud por lo que pasaría entonces, y lo que pasó fue que empezaron a entrar muchos niños y niñas pequeñitos, algunos apenas podían caminar y otros parecían de preescolar, pero todos lucían radiantes y contentos, hasta me pareció que el lugar estaba más iluminado con su presencia. Cada niño o niña buscaba a una persona de las que habían caminado conmigo hasta aquí y cuando la identificaba se paraba con mucha seguridad delante de su elegida o elegido, y ante mi sorpresa, ambos comenzaban a jugar con mucha, muchísima confianza. Todo era felicidad, risas, travesuras, juegos, pláticas, abrazos… en algunas caras se dejaban caer algunas lágrimas y yo creí entenderlo, pues a veces la felicidad nos desborda y se convierte en llanto de tanta emoción.


Pero en realidad no entendía nada, y solamente comencé a entender cuando un pequeñito disfrazado de soldado con chaqueta roja y un brillante peto dorado se paró frente a mí sonriendo y mirándome fijamente con sus ojitos un poco tristes… ¡era yo! Recuerdo muy bien ese disfraz de soldado, lo utilicé en tercero de preescolar para un festival con motivo de no sé qué festejo patrio y por ahí debo tener todavía una foto donde aparezco en posición de firmes tratando de aguantarme la risa, aunque no recuerdo si me daba risa de satisfacción o de nervios, porque me daba vergüenza seguir usando ese ridículo disfraz cuando ya se había terminado el evento. Mi yo pequeño me tomó de la mano y me invitó a sentarme con él a armar un rompecabezas, yo sé cuánto le gusta hacer eso, así que me dio mucho gusto acompañarlo y ayudarle a armarlo, mientras lo hacíamos me estuvo contando sus cosas de niño y reía sin mirarme mucho; yo sé lo tímido que es, así que no lo forcé a mirarme pero sí traté de hacerlo sentir en confianza. Me enternecía mucho ver a este pequeño ahí, frágil y sincero, jugando a hacerme caso y justo en ese momento entendí: cada uno de los que llegaron hasta aquí conmigo fue encontrado por su yo pequeño, por eso había tanta emoción en el ambiente.

Fue uno de los momentos más hermosos y agradables de mi vida, disfruté muchísimo jugar y estar con mi pequeño yo y a eso me dediqué mucho, mucho rato, no sabría decir cuánto, después mi niño y yo dedicamos otro momento bastante largo a observar a todos los demás y eso también fue una experiencia inolvidable y muy gozosa, pues cada uno se divierte a su manera y mientras lo hacen se olvidan de todos los demás, no sé si había más alegría en los rostros de los pequeños o en los adultos, pero todos estábamos felices y relajados. En algunos casos era muy fácil reconocer que tanto el adulto como el niño eran la misma persona, pues solo de verlos resultaba obvio el parecido en su físico y en sus actitudes, pero había muchos casos en que necesitaba poner más atención para descubrir el parecido, pues hasta los gestos y expresiones cotidianas del niño habían cambiado radicalmente en su versión adulta, ¡así de distanciadas están algunas personas adultas de su propia historia!


Lo importante es que ningún niño se quedó con ganas de reencontrarse con su etapa adulta, y cada uno pudo jugar con su otro yo. Brillando de alegría y contagiándome esa felicidad se acercó mi mamá y colocándose a mi lado me dijo con voz muy clara que así es como ella siempre nos vio a mis hermanos y a mí, y que aún ahora cada vez que nos recuerda lo hace de esta manera: mirando a sus hijos adultos que piensan mucho haciéndose los interesantes y al mismo tiempo a sus hijos pequeños llenos de curiosidad y espontaneidad. Ella prefiere nuestras versiones infantiles porque es más fácil creer en los niños que en las explicaciones rebuscadas de los adultos. Alguna fibra infantil debió tocar en mí mientras me decía todo esto, yo la escuchaba con la misma fascinación que despertaba en mí cuando era niño y me acercaba a ella buscando respuestas y explicaciones. Este día fue mágico porque volví a entrar al refugio que solo ella sabe crear con su amor y sencillez. Mi pequeña mamá también transmite una sensación de paz y alegría mientras me mira con sus ojos grandes y brillantes envueltos en su cabellera china y esponjada, es una niña juguetona, curiosa, bonita y discreta… Nunca me imaginé ver a mi mamá de pequeña, pero se ven felices estando juntas las dos y eso a mí también me hace feliz.

Se escuchó un ruido fuerte aunque no ensordecedor, fue de corta duración y en ese momento todos los pequeños y pequeñas se encaminaron de regreso a la puerta abierta y aunque no entraron, nos hicieron entender que ya se había acabado la hora de jugar, de estar con ellos. Todos nos sentimos desalentados y algunos de nosotros tratamos de seguir con los niños y hasta los invitamos a irse con nosotros. Yo, por ejemplo, trataba de convencer a mi niño de que me acompañara diciéndole que lo iba a cuidar muy bien y que le haría caso todos los días. Pero él ya no me habló, solamente me señaló hacia su pie y entonces vi que estaba atrapado: tenía una larga cadena que rodeaba su pie y llegaba hasta allá adentro, más allá de lo que se alcanzaba a ver detrás de esa puerta. Me asusté y me recorrí un poco hacia atrás sintiendo una especie de escalofrío, entonces vi que todos los niños y niñas estaban encadenados igual que el mío y que todos los adultos estábamos confundidos, mirando a nuestro yo infantil con ojos de tristeza, miedo, sorpresa, incredulidad y no sé qué tantas emociones más…


Creo que a todos nos dio miedo terminar encadenados aquí igual que nuestros niños y niñas, y no alcanzamos a reaccionar cuando ellos comenzaron a encaminarse hacia adentro de aquella puerta misteriosa, todavía volteando hacia nosotros y regalándonos esas encantadoras sonrisas que cada uno de nosotros sabía reconocer. Sonriendo se volvieron a perder en la orilla del camino que volvió a ser pura oscuridad y entonces, a pesar de estar rodeado de toda la gente que quiero, percibí una profunda soledad en todos los que ahí estábamos.

Cuando quise seguir avanzando me di cuenta que el camino llegaba hasta aquí y la única forma de seguir caminando era regresar por donde habíamos entrado, y eso hicimos, siguiendo el sendero de cálida luz. El ambiente era distinto, un tanto confuso, fue muy hermoso encontrar a esas pequeñas criaturas que cada uno de nosotros conoce tan bien, y fue impactante saber que están presas ¿Dónde? ¿En la memoria? ¿En el olvido? ¿En lo que quisiéramos que hubiera sido? ¿En nuestro miedo a crecer?


Pensando en esto seguí caminando y casi al terminar de recorrer el camino de regreso me di cuenta que ya no estaba con nosotros mi mamá ni mis demás amigos y familiares que han dejado este mundo, ¿dónde habrán quedado? Hace ya varios días de este viaje y aún tengo varias dudas, pero también una certeza: Voy a ir más seguido a ver a mi niño, tal vez en una de esas visitas encontremos la forma de quitarle las cadenas.

Hasta luego.

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