viernes, 6 de mayo de 2016

Permiso para ser feliz (cuento)

"¿Qué dice esa persona a la que nadie escucha?"
(hemebe)



Y ese día ella se decidió, se paró frente a su padre cargando todos los regaños, las humillaciones, los castigos, las prohibiciones, los encierros y la creencia de que él siempre tiene razón. Lo escuchó decir como otras veces "¿ahora qué quieres?" y entonces pensó que no sabía lo que quería. Tal vez le gustaría trabajar, estudiar, salir, ver amigas, tener amigos o un novio, levantarse tarde o simplemente no tener que explicar su vida. Tal vez le gustaría, pero la verdad es que no sabía lo que quería y solamente se le ocurrió decir "¿Me dejas ser feliz?". Se quedó callada escuchando en su interior su voz, sus palabras, y dándose cuenta que de verdad lo había dicho. Pidió permiso para ser feliz y su papá no se lo dio, tal vez pensó que todavía no está lista para eso.

La imagen de su padre se fue esfumando, haciéndose borrosa y ella se quedó con ganas de ser escuchada. Y como ya es adulta y tiene pareja, decidió hablar con él como nunca antes lo había hecho. Fue con él, se detuvo justo enfrente y al ver de nuevo ese gesto serio que sabe poner en su cara cada vez que no quiere hablarle, ella dudó y casi se le quitaron las ganas de platicar. Mirar esa cara seria le hizo sentir la carga de muchas borracheras pasadas en grande solo por él. La carga de maltratos, desprecios y amenazas, del miedo a quedarse sola aunque él nunca la apoya. Y sin embargo ella amaba esa cara, siempre cargaba con ella también la esperanza de poder cambiar a su esposo para que él viera en sí mismo todas las cosas buenas que ella sabía que tenía escondidas en su interior. Él ya llevaba un buen rato viéndola ahí enfrente y se cansó de ignorarla, así que soltó la pregunta: "¿ahora qué quieres?" ¡Qué curioso! Era la misma pregunta que le hacía su papá, y aún más curioso era darse cuenta de que se sentía igual de confundida ante su marido al escuchar esa pregunta. Ella no tenía ni idea de qué es lo que quería, eso era lo único que sabía acerca de sí misma, ¿para qué le preguntaban? Curioso, ahora que era adulta pensaba igual: que tal vez le gustaría trabajar, estudiar, salir, ver amigas, caminar por el parque, decidir algo y no tener qué explicar su vida. Y como seguía sin saber lo que quiere se armó de valor y le dijo a su pareja: "¿Me dejas ser feliz?". Volvió a quedarse con el eco de su voz y el calor de esa frase en su interior, a lo mejor su marido también piensa que ella todavía no está lista para eso.


Ella tiene una amiga, se buscan para platicar, se cuentan sus cosas, a veces ella y a veces la otra. Cuando ha tenido problemas su amiga está ahí, y cuando no los tiene también la encuentra, por eso sabe que son amigas. A ella le cuenta sus dudas, sus miedos y sus rencores, todos los reclamos que carga para su papá y su pareja, y para mucha gente más también tiene reproches. Cuando platica parece que todo el mundo fuera malo, menos ella. Su amiga la lleva con otras amigas, la invita a caminar, le paga sus consultas cuando está enferma, le dice que busque algo que hacer y le pregunta "¿Qué quieres?". ¡También su amiga le pregunta lo mismo! Con ella es feliz y se deja llevar por lo que diga o quiera, con ella es con quien menos le importa saber qué quiere, porque lo que quiera su amiga está bien. Tal vez quisiera más cosas, muchas más, pero no se atreve a decirlas por temor a perder lo poco bueno que recibe, sin embargo se anima a preguntar con algo de timidez: "¿Me dejas ser feliz?". El eco de su voz se queda con ella, pero el eco de su frase se escucha afuera, ya que su amiga está repitiendo la pregunta que ella le hizo, y después de un buen rato le contesta: "Yo no puedo darte ese permiso", después su amiga se retira y ella se queda muy triste, pensando que tiene una amiga muy egoísta. No alcanza a entender que su amiga debe procurarse su propia felicidad, y de cualquier manera ahorita ya no quiere hablar.


Además todo se lo ha imaginado, ni siquiera estuvo aquí su papá, su pareja o su amiga, y si estuvieron no se animó a decirles lo que pensaba. ¿Para qué? Siempre se queda con la sensación de que no le hicieron caso, y no le gusta sentirse ignorada. Decide que será mejor encerrarse en su cuarto y dormir. Dormir mucho tiempo. Pero no puede dormir. Su cabeza es una fábrica de inquietudes que no duermen y la molestan noche y día. Se acuesta con los ojos abiertos a ver el techo buscando algo, no sabe qué. Se sienta después de un tiempo que no sabe medir, aquí encerrada da igual media hora que toda una tarde. 


Y entonces se le ocurre una idea nueva, salida de su propia soledad: ¿y si hablara con ella misma? Nunca lo ha hecho, sería interesante saber qué se puede decir. Le da risa una idea tan loca, pero poco a poco la risa va dejando paso a la invitación: ¿querrá ella hablar con ella? Y si quiere, ¿le irá a preguntar lo mismo que todos los demás? Ahí está, cargando todos sus reclamos, todos los maltratos de su padre y su pareja, todos los rencores y reclamos hacia la gente que no la entiende, toda la sensación de que esta vida no ha sido justa con ella, y de pronto se ve frente a ella misma, pero no se ve como esperaba: Ella, la que tiene enfrente, es ella misma cuando era una niña de 5 años, temerosa, asustada y con una carita que da ternura porque parece que está esperando que la regañen. No le gusta lo que ve, no le gusta esa niña miedosa, la va a correr de su habitación pero de pronto se detiene porque se da cuenta de una cosa que no había notado antes: Así se siente cuando está frente a su papá o a su pareja, así se siente incluso con su amiga aunque sabe que la quiere mucho. Cuando está con otras personas importantes en su vida se siente como una niña pequeña que no puede decidir, que no es capaz de decir NO a lo que le digan los demás porque no sabe lo que quiere. Ahora vuelve a ver a la pequeña y ciertamente no le gusta lo que ve, pero ya no la quiere correr de su cuarto, en vez de eso se acerca hasta que ambas quedan frente a frente y muy cerca, se podrían tocar si estiran un brazo pero no lo hacen, solamente se ven con cara de asustadas. Ella entiende muy bien lo que está sintiendo esa pequeña parada ahí enfrente, la mira fijamente y con la voz más serena que puede pronunciar le pregunta: "¿Quieres ser feliz?". La pequeña no responde nada, solo sus ojos se vuelven más brillantes y ella siente húmedos los suyos, pero alcanza a decirle "vamos, yo te acompaño".

Hasta luego.

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