martes, 13 de noviembre de 2012

Desde la intimidad

"Hay una soledad que no se quita ni contigo"
Roberto González

La intimidad es ese espacio propio al que tiene derecho cada persona para refugiarse y sentirse cómodo con uno mismo; también es el espacio reservado para poder mostrarse tal como uno es con las personas de mayor confianza, ahí donde hay más afecto; es un derecho que todos debemos aplicar para vivir y compartir nuestras vivencias personales (en lo individual o entre dos o más personas) sabiendo que no hay ningún riesgo por hacerlo. En la intimidad, "atrás de la puerta", cada quien escoge con quien y cómo convive.

La intimidad no es un sinónimo de soledad. Uno no busca el espacio íntimo únicamente para estar solo, también es útil para reencontrarse, redescubrirse, entenderse y salirse de los roles sociales que desempeñamos forzosamente en los distintos hábitats donde nos relacionamos con los demás.

Estrechamente ligado con la privacidad, el derecho a la intimidad personal implica reconocer que todos los demás también deben gozar de ese mismo derecho, de esa manera nos regulamos para no invadir los espacios íntimos de los demás. Actuar como si no hubiera nadie más alrededor no es intimidad ni es símbolo de confianza, solamente es cinismo.



En la intimidad es posible sentirse dueño de la propia personalidad, ya sea a solas o en compañía de aquellas gentes con las que disfrutamos el contacto íntimo, podemos responder a preguntas como:

¿De quién son los pensamientos que hay en tu cerebro?
¿Quién es el dueño de tus emociones?
¿Quién decide lo que debes de sentir y lo que no?
¿Quién te puede ordenar aceptar unas ideas y rechazar otras?


Evidentemente, cada uno es dueño de sus pensamientos y emociones, y es libre de decidir lo que hará con ellos. Si en la esfera de la privacidad somos capaces de manifestar o simplemente saber que vivimos de manera coherente lo que pensamos y decimos, las experiencias íntimas enriquecerán las demás áreas de nuestra vida; pero si en la esfera de la intimidad sentimos que nuestros pensamientos, sentimientos y emociones son invadidos por alguien que se siente con una autoridad mayor a la nuestra, estaremos enfrentando un problema de límites en la relación: Quien es invadido en su intimidad no ha sabido detener el avance intrusivo de otra persona que, por la razón que sea, sale de su propia intimidad para quererse adueñar de otra. 

Generalmente esta intrusión viene envuelta con alguna "buena intención", pero en los hechos resulta perjudicial y puede llegar a lastimar seriamente la autoestima del "invadido" en su esfera íntima, que llegaría a dudar de su capacidad para dirigir su propia vida, ¡al fin de cuentas hay otra persona que conoce mejor que él mismo lo que piensa y lo que siente!



Mención aparte merecen aquellos que, arrastrados por la moda de las redes sociales y la tecnología de telecomunicaciones al alcance de todos, deciden dar a conocer su vida a detalle y sin recelos, pero éste es un tema aparte, que implica nuevas dificultades para defender el derecho a la intimidad y, sobre todo, para recordar que cada uno es dueño de sus propias decisiones, de sus ideas y de sus sentimientos, eso es lo que nos da singularidad como individuos. 

Las redes sociales no implican solamente el riesgo de reducir la esfera íntima en sus usuarios, también pueden representar riesgos serios a la integridad de una persona y a su dignidad. La comunicación virtual no puede reemplazar a la comunicación tradicional, sobre todo cuando perdemos de vista que atrás de la computadora donde escribimos mensajes y ocurrencias hay más gente de la que podemos recordar en este momento.

Tratemos pues de ejercer nuestro derecho a ser dueños de nuestra intimidad, para disfrutarla y utilizarla a nuestro favor y el de la gente con la que nos compartimos voluntariamente.

"Desprecia la literatura en la que los autores delatan todas sus intimidades y las de sus amigos. La persona que pierde su intimidad, lo pierde todo."
Milán Kundera

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